jueves, 28 de agosto de 2014

Un viaje en tren



Recientemente realicé un viaje en tren al centro de la ciudad de Buenos Aires un día martes alrededor de las diez de la mañana. Imaginé que ya no sería la hora pico y viajaría algo holgada. Luego de diez minutos de espera en la estación, mi cara se transfiguró al ver lo abarrotado que venía el tren. No podía darme el lujo de esperar al próximo, ya que debía estar de vuelta en casa al mediodía. Así es que tomé aire y me dejé llevar por la marea humana que me subió y me sostuvo todo el trayecto dentro del vagón. No podía asirme de nada. Me encontraba rodeaba de personas que me mantenían firme cuando el tren se meneaba para arrancar, virar o frenar. Y así, sostenida por media docena de seres humanos a mi alrededor, descendí en la estación final, para luego subir al subterráneo y viajar del mismo modo, como las vacas en un camión de transporte de ganado.

La experiencia,  que se repite en esta urbe a diario para millones de personas de diferentes edades y condición social, me recordó una película que había visto hacía ya hace algún tiempo. "La lonchera", o también traducida al español como "Amor a la carta" ("The lunchbox"), un trabajo del joven y novel director Ritesh Batra que ha llegado a festivales internacionales. Esta vista me sorprendió debido a que aprendí datos sumamente interesantes respecto a la cultura hindú. Además, la similitud con el modo de viajar en transporte público con la nuestra en particular me dejó estupefacta.


Uno de los servicios de delivery más eficiente del mundo — estudiado hasta por la Universidad de Harvard debido a su infalibilidad  es justamente el que realizan los llamados Dabbawalas en la India. Estos señores retiran las loncheras casa por casa embalada en un recipiente cilíndrico y metálico, conocido como tiffin, y luego lo llevan en bicicleta, tren y motocicleta hasta su destino final, para ser entregado en mano a quien recibirá el alimento caliente en su trabajo a la una de la tarde. La sabrosa comida suele ser preparada con esmero por las esposas de los trabajadores hindúes, o bien puede ser enviada por alguna casa de comidas que ofrece este beneficio por una tarifa mensual. Este es el caso de Saajan Fernandes (Irrfan Khan), el protagonista masculino, un hombre a punto de retirarse que trabaja como auditor en una dependencia gubernamental de Bombay, llevando la auditoría contable con calculadora, biblioratos, lápices y resaltadores. No hay computadoras a la vista en la amplia oficina, y los trabajadores se sitúan en filas de escritorios bajo ventiladores de techo que los refrescan.


Por su parte Ila (Nimrat Kaur), una ama de casa dedicada, vuelca su sabiduría ancestral con la motivación de reavivar la pasión de su distraído esposo en la preparación de estas comidas con la ayuda de una tía que le provee de especias haciendo descender una canasta por la ventana desde su departamento del piso de arriba, entrega cada mañana el almuerzo a un changarín que lo retira de su casa, envía a su hija en transporte al colegio y espera ansiosa el regreso de su esposo mientras realiza las tareas domésticas para ver si le ha gustado.


Por esas cosas del destino, el infalible sistema falla por una vez, y la lonchera llega a manos del solitario y viudo Fernandes. Así comienza una relación epistolar, dado que en la lonchera vacía viaja también una misiva, en principio, con una opinión sobre la preparación. Luego comienzan a compartir datos acerca de sus vidas, hasta que por fin deciden encontrarse. Como en toda película realista, Fernandes no se aproxima a la joven y bella Ila en el restaurante donde se dan cita ya que se descubre viejo.






Es notable observar cómo comen los hindúes. Sólo utilizan una cuchara con la que vierten los alimentos en una especie de pan plano. Amasan la preparación con los dedos y la manipulan con la mano derecha. Sólo piden un vaso de agua, y no emplean servilleta, sino que se chupan los dedos. El sentido del olfato está presente todo el tiempo, tanto en la preparación como en la degustación del alimento. Los más pobres se contentan simplemente con dos bananas y tal vez un manzana que comen en la calle.

Hay un refrán que reza que el amor entra por el estómago, y en este caso es cierto. A diferencia de otras películas gastronómicas y epistolares, esta cinta tiene la virtud de un final realista y de brindar todo el color, el olor, el bullicio caótico y el inigualable sabor de la India. Y nos deja pensando lo que sabemos aquellos que hemos cocinado unos cuantos estofados: el tren equivocado puede llevarnos a la estación correcta.





A boca de jarro

jueves, 7 de agosto de 2014

De inseguridades y miedos...



En un periódico que se publica en lengua inglesa aquí en Buenos Aires, el "Buenos Aires Herald", encontré una breve nota el domingo pasado acerca de la estupenda actriz británica Helen Mirren, galardonada con el Oscar en el 2006 por su actuación protagónica en "The Queen ("La Reina"). Resulta interesante la pregunta que esta talentosa mujer — con cuarenta y cinco años de trayectoria en la actuación y casi setenta de vida — se hace a sí misma: "¿Puede Helen Mirren olvidarse de actuar?" Ese es precisamente el título del artículo y lo que me atrapó para leerlo completo.

Lo que le sucede a Helen es que cuando se toma un tiempo libre entre proyecto y proyecto siente que se ha olvidado de actuar. Luego aclara que ni bien comienza a trabajar en un nuevo personaje, se da cuenta de que este es su oficio, y el proceso se pone en marcha. Por estos días se estrenará en la Argentina "The Hundred-Foot Journey" ("Un viaje de diez metros"), una vista en la cual interpreta a la propietaria y regente de un restaurante francés. En la piel de Madame Mallory, Mirren preside la cocina de su casa de comidas  una de las más celebres de Francia y galardonada por la Guía Michelin  sin hacer concesiones a sus cocineros. Producida nada menos que por Stephen Spielberg y Oprah Winfrey, y dirigida por Lasse Hallstram, la película le concedió a la actriz la posibilidad de hacer un sueño realidad: el de ser una actriz francesa en un entorno idílico en el sur de Francia que compara con una postal.

Admito que me sentí identificada con esta duda que asalta a Mirren. Cuando pasa el tiempo y no me dedico a escribir, también me sucede que temo haber olvidado cómo hacerlo con cierta destreza que creía tener. Últimamente las entradas de este blog se han espaciado, y he decidido publicar con menor asiduidad. Resultaba un tanto adictivo y absorbente hacerlo con la frecuencia del año pasado, y he tomado la decisión de abocarme más a la vida real. También pasaba que la vida virtual tomaba las dimensiones de una realidad con el ensueño de cierta fantasiosa proyección, y tomé conciencia de que tal cosa no sucede. Se trata de un pasatiempo sin mayor trascendencia. Vivía obsesionada con el número de visitas, comentarios y la repercusión que mis escritos lograban en la red.

Cuando tomé distancia y comencé a poner atención en el trabajo de otros autores de bitácoras a quienes sigo, experimenté el mismo sentimiento que esta actriz confiesa padecer: el de admirar los escritos de otros y temer que mi propia habilidad de ejecutar eficientemente, interesar y entretener se hubiese esfumado. Por otra parte, la realidad familiar ha cambiado notablemente, y el entorno social se ha puesto algo espeso. Resulta difícil encontrar tiempo e inspiración en este contexto. Aunque a veces pienso que sólo se trata de miedo y una enorme inseguridad que se ha convertido en marca personal en varios aspectos, una maroma que me embarga y paraliza más de lo que deseo. Ya no me siento chef en mi propia cocina, y en la cocina de la realidad no logro estar en mi salsa. Así están las cosas en este 2014 al cual le queda poco. Veremos la película con gusto y veremos qué plato nos depara esta maravillosa actriz.

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