lunes, 30 de noviembre de 2015

La visitación

Mosaico en la fachada de la Iglesia de la Visitación






     Fui a visitarla con un rosario de frases hechas y poco convencimiento. ¿Tendría ganas de recibir visitas? Yo, en su lugar, no las tendría. Hay tanto morbo en los ojos que visitan a veces. Iba sentada en el asiento del acompañante mirando a un costado, pensando, recordando, y me secaba las lágrimas, tratando de esconderlas, como ahora haría ella con la mitad de su cuerpo. 

Se me vino aquella mañana gris, camino a la maternidad, el día que nació Juan. Yo había soñado con un día de sol. Había soñado con salir con todo en orden y listo, pero no había podido ser, y una lanza de angustia indecible me atravesaba la garganta por tener que acatar al destino tal como se había presentado. Pedí expresamente que no viniera toda la parentela hasta que estuviese repuesta, con la presión estabilizada, pero no hubo caso. La primera en caer fue mi suegra, y recuerdo bien - para mi mal - la incomodidad que me causaron sus ojos impiadosos escudriñando mi cuerpo tajeado y cosido, grueso y fofo, un cuerpo que albergaba un alma anestesiada y que todavía parecía paralizado luego de tantas horas de manoseo en el quirófano. Al menos en esos casos está la promesa del bebé recién nacido que hace que las heridas sanen más pronto, pero para ella no hay aliciente. Hay mutilación y un miedo que no cesa.

Recordé el cambio repentino en su voz al teléfono cuando arrancó con el tratamiento. Además del pelo, había perdido en náuseas aquellas notas cantarinas que hacían que me dieran ganas de hablarle. Se negaba a que la visitara, y negaba lo que todos sabíamos desde nuestra impotencia: que se salteaba sesiones, que demoraba en levantarse del escondite en el que había convertido su cama hasta pasado el mediodía, que ya no cocinaba y que había tapado todos los espejos de la casa con sus pañuelos de colores.

El hospital era tan deprimente por dentro como pintaba de afuera, y de las manchas de humedad en las paredes de los pasillos se desprendía esa vaharada - mezcla de acaroina y comida de enfermo - que me aflojaba las piernas. Sobrepuesta a mi aprehensión primitiva, caminé hasta la habitación 405. La puerta estaba entornada y la habitación, en penumbras. Sonaba de fondo el eco de pasos perdidos, el seseo de algunos televisores encendidos y el bullicio de la hora de la visita. Repasé rápidamente la lista de frases que había pensado decirle, resoplé y toqué a la puerta. La encontré tumbada de cara a la pared. Se dio vuelta lentamente, en un intento por disimular la dificultad de incorporarse, y sus ojos se salieron de unas ojeras infinitas y se fundieron con los míos, haciendo que estallaran las lágrimas en mil pedazos. Algo se sacudió dentro de mi seno.



A boca de jarro


23 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Así es, Mark. Muchas gracias por tu presencia.

      Saludos.

      Fer

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  2. Cuando ves a alguien así, sobre todo después de la agresiva terapia, se te cae el alma a los pies. No se si hablas de una experiencia real, pero lo parece. Bellamente expresado, con una calidad exquisita, aunque se trate de un tema desolador, por eso me ha gustado tanto.
    Un beso, Fer, que tengas una semana genial

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    1. Se te cae el alma a los pies, Chari: nunca mejor dicho. Muchas gracias por tus palabras.

      Un beso!

      Fer

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  3. Es también una cuestión de actitud. He conocido a una persona en su fase terminal, y su entereza era digna de admiración. Espero se mejore.
    Me gusta el suspense que le has inyectado a tu narración...
    Un abrazote.

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    1. Sí que lo es, supongo que como todo lo demás. De todas maneras, creo que la depresión como primera respuesta ante el diagnóstico y el pronóstico de perder algo tan ligado a la feminidad y la sexualidad, incluso a la fertilidad, es bastante entendible y esperable. Encima perdió el pelo. Te ves enferma y desprovista de aquellos atributos físicos que te hacían sentir atractiva. Es tremendo. Repercute directamente tanto sobre la vida íntima como la social. ¡Y vamos que hay morbo! Las pocas veces que se ha animado a salir en este tiempo previo a la operación le han dicho cada cosa que no se puede creer, sobre todo otras mujeres... Hace falta tener un cascarón muy fuerte y mucho optimismo para sobrellevar un tratamiento cruento que nunca sabes si será del todo exitoso.

      Un abrazote y muchas gracias, Marybel!

      Fer

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  4. Sé bien de qué hablas y sé bien que no hay consuelo hasta que el tiempo se encarga por sí mismo de amortiguar el dolor...
    Doloroso relato.
    Besos

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    1. Es realmente doloroso.

      Un fuerte abrazo y muchos besos, Marinel.

      Fer

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  5. Muy sentida, son momentos duros para todos. Se lo que es porque he pasado por ello, varias veces con familiares cercanos y con mi madre aunque ella no supo que tenía cáncer, se fue en tres meses y aún hoy sigo dando gracias por ello, tuvo dolor solo molestias, todavía recuerdo lo que nos dijo cuando después de unas semanas en el hospital al llegar a casa, nos preguntó, cuanto no había costado que se pusiera buena, a los dos día entró en coma y se nos fue, yo tenía 25 años y mi hermano 22, después de eso susto trás susto con mi padre, hasta que 3 años, 2 meses y un día, siempre he dicho que parece una condena, se fue con ella.

    Siento haber sido algo deprimente, pero me llega!!

    Besos mi Fer, espero que salga a delante, porque parece que es real lo que has escrito.

    mafar

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    1. "Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio", dice el Nano Serrat. Nada que disculpar, amiga. Creo que entre quienes han transitado por experiencias tan dolorosas con seres queridos o en primera persona hay un entendimiento y una empatía por la cual no hace falta explicar demasiado ni disculparse por los sentimientos de tristeza, de ira, de impotencia y hasta de remordimiento que todo esto conlleva. De todo ello sólo brota la brutal sabiduría de vida que concede la enfermedad.

      Muchos besos y muchas gracias, Mafar!

      Fer

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  6. Yo tampoco sé cuál es la frase que ha de dirigirse a un enfermo de esa índole. Por eso acostumbro a apretarle la mano con la mía y con la mirada trato de mostrarle cercanía, comprensión y solidarida.

    Conmovedor relato, Fer.

    Abrazos

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    1. Estoy de acuerdo, mi estimado Luis Antonio. Las palabras en casos como este sobran.

      Abrazos y muchas gracias.

      Fer

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  7. No he vivido nada parecido afortunadamente, pero sí una vez iba a ver a una amiga de menos de cincuenta años ingresada en una residencia de ancianos por su mala cabeza. Era alcohólica y se había roto el húmero del brazo derecho lo que la dejaba sin ese apéndice. Un desastre. La vi terriblemente envejecida en medio de ancianas en fases terminales. Un día le pregunté que qué había aprendido en esas estancias en dichas residencias y me contestó que humildad. Guardo esta respuesta para el día que me toque.

    Pienso que esas visitas son de un valor incalculable para el enfermo. Nadie puede darse cuenta de su valor hasta que uno es el que está allí.

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    1. Creo que es lo que más se aprende: la humildad.

      Un beso y gracias, Joselu.

      Fer

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  8. Cuando llegue ese momento ya me gustaría tener esa entereza, nos dan fuerzas a nosotros con su mirada de aceptación.
    Me imagino que llegado el momento, nos cubren fuerzas misteriosas.
    Buen relato Mari Paz.
    Un abrazo.

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  9. No soporto los hospìtales y la idea de quedarme dentro de ellos. Creo que si una enfermedad te lleva hasta el final es un acto de justicia que los enfermos puedan tener una muerte digna que no solo se trata de eutanasia, también es una muerte digan que la gente pueda morir en su propia cama y no en un lugar aseptico y frío separado por un biombo de otros agonizantes.
    Besos

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    1. Pensé en eso muchas veces cuando visitaba ancianos internados por PAMI, Krapp. Muchas gracias por tu aporte,

      Besos.

      Fer

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  10. Es muy duro ver el sufrimiento de los demás, existen esos momentos de ir en el asiento del copiloto, ahogando las lágrimas. Las visitas... depende de quién. Ahora que hablas de este tema, siempre me ha parecido una intromisión en la intimidad el hecho de que cualquiera pueda entrar en la habitación de un hospital sin consultarte, sin previo aviso, en un momento frágil y delicado para la persona.

    Me has removido un poquito las entrañas, ¿eh? Si no es ficción, que todo vaya bien.

    Un beso fuerte.

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  11. Un gran relato amiga, y es duro si está basado en un hecho real. Es doloroso ver a alguien así. Lo has descrito tan bien que te toca el alma. Con tu permiso lo comparto. Besos.

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