martes, 19 de enero de 2016

La Vieja Urraca

"Vieja mesándose los cabellos", Quentin Massys.

   El verano tiene por gracia conceder el permiso sin pedirlo de espiar en el interior de las casas, en el devenir en la penumbra de la vida de otras gentes. Sonaba el primer canto de las chicharras en las calles de mi barrio: el mundo en miniatura. Me había caído de la cama y me dispuse a dar una caminata antes de pasar por la panadería amiga a traer una media docena de medialunas recién horneadas a la hora del aroma a pan recién sacadito, a la hora de la fresca, la hora de la Urraca. Quise hacer como que el calor no estaba, dar un paseo matutino, desayunar como cualquier domingo del resto del año en un día de semana, pero las veredas todavía acusaban la resaca del vaho soporífero de la tarde anterior, no corría una gota de viento y no había un alma levantada, excepto la Vieja Urraca.

Hace tiempo ya que mis hijos la bautizaron así luego de que aprendieron una canción con ese título en clase de música, a raíz de la cual se enteraron de que la urraca es un bicho camorrero que almacena objetos brillantes. Esta vieja, que a esta hora, sea invierno o verano, sale a alimentar a las palomas y a juntar a todos sus gatos, hace acopio de bichos y les tira la camorra a los chicos. Otros veranos mis hijos, más chicos, salían a dar vueltas en bicicleta por la manzana, y a la Urraca no le gustaba que le pasaran por la puerta y le espantaran las palomas que van a alimentarse de tachitos que ella les pone con pan del día anterior remojado en leche. A los escobazos limpios los sacó carpiendo una tarde, y desde entonces quedó marcada y bautizada.

Esa mañana tenía la puerta entreabierta y la persiana de su misterioso negocio medio levantada. Del interior de la vivienda irradiaba un olor a pis de gato nauseabundo, y el negocio era un depósito de bobinas de hilo de todos los colores y tamaños apiladas sobre máquinas de coser con pinta de tener siglos de viejas. Nunca jamás he visto entrar a nadie a este negocio que promete, desde un cartel descolorido, torcido y regado por caca de paloma, arreglar máquinas para coser Singer. Miré para un lado, miré para el otro: no había moros en la costa, y las aberturas se me ofrecían como una aventura voyeur de la infancia. La Urraca estaba sentada en un sillón todo destartalado que parecía estar apoyado sobre una alfombra hecha de papeles de diario y comprobantes de compras jamás descartados. Sobre el brazo del sillón, un gato yacía adormecido, y otro, tumbado, sobre su falda. Tres gatos más se paseaban cerca del televisor, enmudecido pero encendido en la profundidad del calamitoso ambiente, que desprendía un calor hediondo y polvoriento. Se llevó algo crujiente a la boca, y uno de los gatos, en muy mal estado, se asomó por la persiana, maullando en mi dirección. La Urraca despegó los ojos del televisor y los dirigió directo a los míos, gruñendo un improperio.



Seguí mi camino y lo disfruté, aunque grande fue mi sorpresa, y no menor cierto sentido de culpa, cuando, ya de regreso, vi a dos patrulleros y una ambulancia estacionados frente a la persiana del negocio que nunca abre y nunca vende nada y algunos vecinos reunidos en el lugar donde hacía un rato había estado espiando en total soledad. La Urraca se había descompuesto, decían, una vecina había llamado a la ambulancia, ya que la Vieja Urraca no tiene teléfono, pero al intentar entrar a la vivienda, comprobaron que la puerta principal de acceso estaba bloqueada por pilas de muebles en desuso y revistas viejas, y pidieron auxilio a la policía.

Una hora y media larga le llevó a las fuerzas de seguridad, asistidas también por los bomberos, derribar la puerta, según se informó por televisión. Al entrar al lugar, se encontraron con una veintena de gatos rodeando a su ama, quien seguía en el mismo sillón en el que la había visto a escondidas aquella mañana, y se negaba a ser trasladada al hospital para no abandonar a sus animales, a quienes, según ella misma aseguraba, nadie podría cuidar mejor ya que esa era "su misión". La casa había dejado de ser habitable para convertirse en un depósito de basura, con mesas y sillas tapadas por envases de gaseosas, papas fritas y galletitas abiertos. Al abrir la heladera, se encontraron con alimentos en mal estado que habían pasado hace tiempo su fecha de caducidad. Algunos gatos escoltaron a la Urraca al ser depositada en la ambulancia en la cual, finalmente, la sacaron de allí. Otros fueron removidos inertes de la vivienda. 

Locos aires soplan en este Buenos Aires. Sobre el tronco del árbol de la vereda de la Vieja Urraca, el loco místico, que anda dejando mensajes en todas las cuadras, pegó una cita del Antiguo Testamento que así lee:



"No codiciarás la casa de tu prójimo. 


No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, 


ni su criado, ni su buey, ni su asno, 


ni cosa alguna de tu prójimo."




A boca de jarro

30 comentarios:

  1. Una bonita entrada querida Mari Paz , muy real y lamentable .Normalmente suele ocurrir casos así en barrios marginales , con gente mayor que vive sola , se les suele llamar síndrome de Diógenes. Hermoso recordatorio hacia tu vecina , muy bien contado .

    Abrazos.

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  2. Es una linda historia aunque es cierto que suele ocurrir. Casi todos conocemos a alguien así en el pueblo o barrio que vive por desgracia sola...muy bien narrado.
    Besitos.

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  3. Un relato enternecedor, y muy real, amiga, me ha gustado mucho. Un abrazo!!

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    1. Me alegro que te haya gustado, Mamen. Muy agradecida.

      Un abrazo!

      Fer

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  4. Muy buena historia Fer y muy bien contada. En casi todas las zonas hay un hombre o mujer así, es una pena, porque la verdad es que están muy solos, pero no dejan acercarse a nadie, al menos como probablemente existe, espero que se recuperara!

    Por acá sobre todo los domingos cuando era jovencilla mi padre o mi madre bajaban a comprar churros y porras que es lo que se llevaba, para mojarlos en el café o chocolate y disfrutábamos un montón,

    Besoss mi Fer

    mafar

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    1. He leído que este síndrome, conocido como el Síndrome de Diógenes en general, y en el caso de acaparadores de animales en particular, el Síndrome de Noé, es bastante más frecuente de lo que pensamos. En el caso de los hombres, suelen acaparar perros, y los gatos son más comúnmente preferidos por las mujeres. Es cierto que estos enfermos rechazan compañía y asistencia, por lo cual se hace aun más difícil de abordar y solucionar el problema de aislamiento y salubridad.
      Aquí también comemos churros, aunque la media luna es un símbolo nacional.

      Besos y mil gracias, amigaza Mafar!

      Fer

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  5. Un relato muy interesante Maria Paz. Es lo típico de una mujer huraña que vivía sola con sus gatos, acumulando basura y tener el síndrome de Diogenes. Me he añadido a tu espacio.
    Un abrazo

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    1. Celebro y agradezco que te quedes y te doy la bienvenida.

      Un abrazo.

      Fer

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  6. Bien sea el trastorno por acumular cosas o bien sea el Síndrome de Diógenes es obvio que la Urraca no estaba bien. Y suerte que no derivara en otros como el Sindrome de Noé, y lo digo por vosotros los vecinos. Una lástima que degeneremos así.
    Gracias por compartir tan gratas lecturas.
    Un abrazo fortísimo.

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    1. Muchas gracias por tus palabras y tu atenta lectura, Marybel.

      Un abrazo.

      Fer

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  7. Él síndrome de Diógenes es una enfermedad terrible que hace de la persona y, como en este caso, su soledad, un cúmulo de tristeza y pesadumbre entre podredumbre...
    Es...como dar relieve lo que asola por dentro...o eso pienso yo que me pierdo en divagaciones siempre.
    Gran relato como siempre, querida Fer.
    Besos muchos.

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    1. Creo que has encontrado una buena comparación, Marinel. Muchas gracias.

      Besos mil!

      Fer

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    2. Muy real la comparación de marinel , cuánta podredumbre ,y no me refiero al texto.

      Abrazos.

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  8. Y a mí que esta mujer, llámese como se llame, es mucho más poética que cualquiera de sus convecinos ... Tan normales, tan atildados, tan mediáticos, tan previsibles. Esta mujer había decidido, cual don Quijote, vivir en su propia locura singular. ¿Qué solución propondrían las almas sensibles? Llevarla a un geriátrico en donde en lugar de gatos tendría otros ancianos con pañañes viendo la televisión a todas horas. ¿Síndrome de Diógenes? ¡Qué ganas de dar nombre a lo que no es conocido y se lo desdeña desde la altura de lo racional! Esta mujer era importante para sus gatos, vivía fuera del tiempo, filosóficamente y a su manera era feliz dentro de su pequeño cosmos, solo alterado por los listillos de los que la miraban mal desde fuera y a los que trataba de forma huraña porque serían incapaces de percibir la poesía. Ahora los biempensantes ya estarán contentos: ya la han reducido y la han trasladado, de modo que no podrá volver a su vida, a su pequeño poema. Ya sabemos donde acabará. Ahora sí que tendrá mierda todo el día hasta que alguien le limpie el culo frente a la tele. Y sus gatos estarán solos.

    Es posible que si existiera Don Quijote en estos tiempos, lo llevaran a un geriátrico.

    Un fuerte abrazo, Fer.

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    1. Te agradezco mucho la empatía y la poesía que has sabido encontrarle al personaje de la Urraca, Joselu.

      Un abrazo.

      Fer

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  9. Tus palabras convierten una historia triste y, por desgracia, muy real en un precioso y conmovedor relato. Me encanta el modo en que logras transmitir emociones a través de las descripciones de tus personajes, los haces muy reales para nosotros.
    Un beso enorme, Fer

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    1. Disfruto enormemente haciéndolo y te agradezco muchísimo que me digas que así lo percibes, tal como intento lograrlo, Chari.

      Un beso enorme!

      Fer

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    2. Saludos María, muy interesante tu relato. Yo supe de ese tipo de comportamientos en las personas por las series de TV, personalmente nunca me he topado con alguien así. Esos comportamientos parecen ser reflejos de gran sensibilidad y de una necesidad afectiva muy profunda. Éxitos y bendiciones!

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    3. Muchas gracias, Mery.

      Bendiciones para ti también.

      Fer

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  10. Como siempre, un placer leerte amiga! Hermoso relato, quien no conoció alguien así en su infancia,en mi barrio también había.hoy ya no se ve. Lo contas tan bien que Hasta lo reviví! Gracias Fer ❤

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  11. Muy bien logrado has creado todo el ambiente que rodea al personaje muy bien. Que triste vida y cuantás viejas urracas hemos conocido. Son como los residuos de una sociedad de la que se marginan y son marginados. Cariños y buenas noches.

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  12. ¿Existe este mundo del que escribes tan admirablemente o es producto de tu imaginación?
    Cada vez que te leo estas postales descriptivas y conmovedores me haces recordar viejos tiempos, tiempos perdidos, ya que el barrio que habito dejo de ser un mundo de casitas bajas, personajes singulares y momentos mágicos para convertirse en un entramado de altos edificios insustanciales y vacíos, con mínimos parques para que nos consolemos y nos acabemos suicidándonos. Como sabes hace poco hice una entrada sobre un tal Aquilino García que defiende el comercio tradicional frente a los afanes de la modernidad. Una lucha fracasada de antemano que por tu relato quizás perviva en esa urbe inmensa que te acoge.

    Muchos besos

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    1. En este rincón del mundo aún queda mucho barrio, Krapp. Y en el tuyo he visto mucho pueblo con fantásticas historias para contar. De hecho, aún quedan dando vuelta por Galicia historias de mis ancestros que de vez en cuando me llegan de un modo u otro. No te voy a negar que aderezo lo que veo y lo que escucho con aquello que imagino, pero la materia prima siempre la provee la cruda realidad.

      Besos y muchas gracias.

      Fer

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  13. Pido disculpas a las personas que habían tenido a bien dejar su comentario a esta publicación hace unos días- José Ayllón, Luis Antonio y Angie. Debido a un error de digitacion a la hora de publicar vuestros comentarios, los mismos quedaron erróneamente suprimidos. Les agradezco la aportación, que llegué a leer, y nuevamente me disculpo.

    Un saludo.

    Fer

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