jueves, 19 de mayo de 2016

Desenfadada estoy



Desenfadada estoy, 
¡qué bien lo has dicho!
Una mujer madura
logra por fin des-enfadarse 
con Dios y con el Diablo:
los dos me habitan 
y vienen de visita
los jueves por la tarde.

Agendalos.

El buen Dios
con su potente mano
enciende mi deseo
y lo transforma en risa,
y a pura carcajada 
una mujer madura 
causa estragos...




El viejo Diablo
al oído me susurra: 
"¡Desnudalo!"
Yo lo miro y le digo:
"Señor Diablo,
sin quitarle la ropa
mis ojos lo han desnudado."




Entonces Dios, el Diablo
y esta mujer madura
se van los tres a la cocina
a hacer de este convite
un desenfado:
quemamos las recetas del amor
y simplemente improvisamos.

Estás invitado.




A boca de jarro

martes, 17 de mayo de 2016

La Isla de la Depresión





   A mitad de camino entre el Golfo del Infierno y la Cordillera de la Locura, rodeada por las oscuras y heladas aguas del Mar Seco, se encuentra la Isla de la Depresión. Nadie que haya pasado un tiempo en este enclave vital - del cual jamás se sale ileso - sabe a ciencia cierta por qué se llega allí, ni tampoco conoce el camino de ida o el de vuelta. Presenta un relieve sumamente accidentado cubierto por una espesa capa de niebla que hace que hasta el andar se haga más lento. Hay nubes negras que cuelgan de su cielo y que se meten dentro de la cabeza de sus visitantes. Este curioso fenómeno climático hace arduo el pensar, cansino el hablar, tibio el sentir, lerdo el reaccionar, selectivo el recordar y, sobre todo, imposible el vibrar. Todo sobre la isla se ve gris, no hay promontorios desde donde atisbar el horizonte, y el único sonido que se logra distinguir más allá de sus profundos Ríos de Silencio es un tono monocorde que retumba en los oídos propios. Flora y fauna subsisten a duras penas ya que se encuentran a merced de los fuertes vientos de Miedo y de Ira que suelen azotar sobre toda la superficie de la isla, vientos bravíos que sacuden la espesa sequedad de sus aguas, aunque la mayor parte del tiempo la característica principal de su atmósfera es la falta de aire. Los vendavales que suelen suscitarse hacen notoriamente más visible su inhóspita oscuridad: una oscuridad en la cual se logra ver con absoluta claridad el fondo vacío de uno mismo. Contrariamente a todo el resto de los viajeros, los visitantes de la isla sólo experimentan alegría al lograr salir de ella a través de intrincados laberintos y pasajes subterráneos cuyo punto de salida no todos logran encontrar. A pesar de ser el destino menos atractivo del planeta, la Isla de la Depresión se ha convertido en uno de los sitios turísticos más concurridos. Ha sido visitada por grandes personalidades del mundo de las Artes y las Ciencias, hecho que generalmente coincide con el regreso de las exóticas y tropicales Playas del Éxito.


A boca de jarro


jueves, 5 de mayo de 2016

Esas manos son mías



Después de mil y una noches
de reinventarte en mis sueños
hoy encontré tu recuerdo
perfumado del sabor
de caricias y de besos
en esa cajita vieja
donde yo intento despierta
atesorar los momentos
que arrebolaron mis cielos.

Tu recuerdo estaba envuelto
en la seda de un pañuelo,
y allí se mantiene eterno.
Al abrirlo hoy en mis manos,
vos me extendiste la tuya
como la noche primera
en que tus manos ciñeron
los cuencos de mi cintura
para hacerme sólo tuya. 

Manos tersas y perfectas
que estrenaron mi deseo
al entrelazar mis dedos;
sólo tus manos bastaron
para instruir a las mías
en navegar por tus aguas,
manos que anclaron caderas,
desamarraron mis pechos
y así fundaron mi sexo.

Voy a invitar al recuerdo
de tus manos en mi cuerpo
a cenar junto a las mías
en esta noche tan fría.
Vestí tus manos de fiesta,
decile al tiempo que vuelva,
 con tus manos no ha podido,
que vivís en mis pupilas
y que esas manos son mías.






A boca de jarro

domingo, 1 de mayo de 2016

El monje



   Yo leía sus libros con devoción, creyendo en el poder sanador de sus palabras en los tiempos en los que no me sentía sana sino en falta. Acepté el amable convite a sus charlas sin darle demasiadas vueltas al asunto, por esa reverencia con la que lo nombraba y lo citaba en ese pasado que le cedió el paso al cotidiano y pedestre transcurrir de este presente sin demasiadas preguntas ni respuestas.

El enorme salón estaba muy bien dispuesto y se había montado una cabina de interpretación simultánea. Ya a la entrada del recinto, de techos altos y detalles neoclásicos, se exhibían sobre stands de venta muchos de sus libros traducidos. No me sorprendió el estricto control que se realizaba sobre los talones de entradas pagas. Silencié mis eternas objeciones al comercio y me dispuse simplemente a escucharlo, a reparar en el color de su voz, que aún no conocía, para ver qué me decía. Sólo encontré ubicación en una fila de butacas alejada del escenario. Todos los otros sitios estaban tomados o reservados. Reverberaron los flashes de cámaras y teléfonos celulares cuando al fin hizo su entrada, anunciada por un cerrado aplauso. 

Su estampa de gurú espiritual sigue intacta a pesar de sus largos años: casi dos metros de altura, una larga melena realzada en su blancura por una tupida barba y una sonrisa luminosa que contrasta con la negrura de su túnica. En persona impactan también sus pequeños y vivaces ojos negros, de inusitada picardía en la mirada. Su mirada y su voz transmiten la alegría de quien vive en el presente. 

La primer parte de la charla, de hora y media, se basó en un repaso de los miedos y las angustias más comunes de nuestro tiempo. No volaba ni una mosca, y las cabezas iban tenísticamente de la cara del monje recién desembarcado en Buenos Aires al perfil de la intérprete, enfundada en el halo de luz que le daba el led dentro de su sombrío bunker. Se nos propuso una pausa para seguir comprando libros y se dejó abierta la posibilidad de hacerle llegar nuestras preguntas en forma escrita. Hubo un revuelo de inquietud y entusiasmo entre las mujeres que copaban las primeras filas, y mucho de los asistentes se pusieron a trabajar para lucirse. Yo elegí conscientemente irme a dar una vuelta para despejarme de tanta mojigata con fondo de pantalla místico y para pasear al cinismo con el que había venido. Es increíble lo que se puede llegar a dilucidar en tan sólo una vuelta manzana a puro silencio con uno mismo.

Regresé a los quince minutos, sin esperar mayor sorpresa en lo que quedaba de conferencia. Esta vez me había propuesto no apuntar ni una sola palabra. La primer pregunta fue grandilocuente:

- ¿Cuál es el sentido de la vida?

El monje miró hacia abajo, tomó aire y dijo:

- El sentido de la vida es vivirla. No hay demasiado misterio ni grandiosidad al respecto. 

En pocas palabras, el monje había llegado a ese lugar al que yo he llegado luego de años enteros de búsqueda frenética: a ese lugar sagrado de la vida donde habita la simpleza, donde ya no hay palabras que expliquen las certezas. Me puse de pie, junté las manos en signo de reverencia, me abrí paso entre el rebaño y me fui sin miedo por mi nuevo camino a seguir viviendo.


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