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martes, 30 de agosto de 2016

Una noche con Zafón






"Hubo un tiempo, de niño, en que quizá por haber crecido rodeado de libros y libreros, decidí que quería ser novelista y llevar una vida de melodrama. La raíz de mi ensoñación literaria, además de esa maravillosa simplicidad con que todo se ve a los cinco años, era una prodigiosa pieza de artesanía y precisión que estaba expuesta en una tienda de plumas estilográficas en la calle de Anselmo Clavé, justo detrás del Gobierno Militar. El objeto de mi devoción, una suntuosa pluma negra ribeteada con sabía Dios cuántas exquisiteces y rúbricas, presidía el escaparate como si se tratara de una de las joyas de la corona. El plumín, un prodigio en sí mismo, era un delirio barroco de plata, oro y mil pliegues que relucía como el faro de Alejandría. Cuando mi padre me sacaba de paseo, yo no callaba hasta que me llevaba a ver la pluma. Mi padre decía que aquella debía de ser, por lo menos, la pluma de un emperador. Yo, secretamente, estaba convencido de que con semejante maravilla se podía escribir cualquier cosa, desde novelas hasta enciclopedias, e incluso cartas cuyo poder tenía que estar por encima de cualquier limitación postal. En mi ingenuidad, creía que lo que yo pudiese escribir con aquella pluma llegaría a todas partes, incluido aquel sitio incomprensible al que mi padre decía que mi madre había ido y del que no volvía nunca."





        Para quienes amamos escribir, no hay sombras más largas ni más oscuras que esas rachas de días y días en fila en los que no sopla ni una gota del viento de la inspiración que nos lleva a soñar despiertos y en nuestra propia tinta. Cerraba un día más de esos en los que me siento como pluma sin tintero, y me fui a la cama con el libro de Zafón, uno de los mejores libros que he leído en mi vida. Me quedé dormida justo emergiendo del Cementerio de los Libros Olvidados. En mi denso sueño, me encontré a mí misma montada a mi modesta bicicleta de paseo sobre una gris avenida. Pedaleaba y pedaleaba, con toda bravura, intentando no ser alcanzada por una brillante e imparable motocicleta Kawasaki que, vaya Dios a saber por qué, me perseguía. Con esa lógica ilógica tan característica de los sueños, acometí una desesperada vuelta en u en plena autovía para, pedaleando al tope de mis fuerzas, irme a resguardar tras un guardarrail. Fue entonces cuando, logrando esconder mi bicicleta de mi propia vista, lo vi pasar a Zafón en esa Kawasaki platinada de ensueño a toda velocidad, con sus gafas puestas y a cara descubierta, como propulsado por el mismo viento. Ni falta hace decir que el tipo no me daba ni la hora. 

Sin ser una freudiana empedernida, se lo conté todo a mi hija, camino a su colegio la mañana siguiente, procurando elucubrar una básica interpretación de tan fugaz y vivo sueño. Queda claro que, desarmada por la belleza narrativa de La sombra del viento, padezco de un caso agudo de envidia creativa, y conste que no me considero una persona envidiosa. La figura de mi bicicleta contrastada con su potente máquina resulta por demás elocuente: el tipo me pasa por arriba y ni me registra... 

Había estado ojeando información y fotos del autor la tarde anterior al sueño, un rato antes de preparar la cena. Debo confesar que los autores de libros que logran meterse en mi cama también me entran por los ojos y por aquello que eligen contar de sus vidas. Me encontré con una cita acerca de su método creativo que, en el estado en el que me encontraba - enfundada en mi bata de franela y con las ollas a la espera de mi cita gastronómica vespertina sobre las hornallas - produjo una tremenda punzada de envidia en mis entrañas: 

"Mi método de trabajo está dividido por capas. Escribo como se hace una película, en tres fases. La primera es la preproducción, en la que creas un mapa de lo que harás; pero cuando te pones a hacerlo ya te das cuenta de que vas a cambiarlo todo. Luego viene el rodaje: recoger los elementos con los que se hará la película; pero todo es más complejo y hay más niveles de los que habías previsto. Entonces, a medida que escribes, ves capas y capas de profundidad, y empiezas a cambiar cosas. En esa fase es cuando empiezo a preguntarme: '¿Y si cambiase los cables, o el lenguaje, o el estilo?'. Ahí creo la tramoya, que para el lector ha de ser invisible: el lector ha de leer como agua, le ha de parecer todo fácil... Pero para que sea así hay que trabajar mucho."

Mientras picaba el ajo, las cebollas y el ají morrón para un risotto a base de sobras del almuerzo, no podía dejar de envidiar a alguien que evidentemente se divierte como forma de vida y que encima lo hace del mismo modo en que yo preparo la comida familiar. A esa hora del día, suele hacerse sentir un vacío en mi panza que pide alimento y una buena copa. Esa noche, en cambio, el vacío se sintió en mi alma, me llevó a la cama y sólo pidió tinta.








"Deshice el cuidadoso envoltorio en la penumbra del alba. El paquete contenía una caja de madera labrada, reluciente, ribeteada con remaches dorados. Se me iluminó la sonrisa antes de abrirla. El sonido del cierre al abrirse era exquisito, de mecanismo de relojería. El interior del estuche venía recubierto de terciopelo azul oscuro. La fabulosa Montblanc Meisterstuck de Víctor Hugo descansaba en el centro, deslumbrante. La tomé en mis manos y la contemplé al reluz del balcón. Sobre la pinza de oro del capuchón había grabada una inscripción.








 Daniel Sampere




Miré a mi padre, boquiabierto. No creo haberle visto nunca tan feliz como me lo pareció en aquel instante. Sin mediar palabra, se levantó de la butaca y me abrazó con fuerza. Sentí que se me encogía la garganta, y, a falta de palabras, me mordí la voz."



Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento.




A boca de jarro

domingo, 7 de agosto de 2016

De ruido y de furia






   Fue Galeano el que salió con el cuento de que el mundo está hecho de historias y no de átomos, y creo que algo de razón tenía, porque a mí, por lo menos - dueña de una mente poco científica y con altos valores de cuentos en sangre - si no me explican el cuento de los átomos de manera clara, entretenida y asequible, casi que ni me lo creo. Yo me declaro, sin ningún orgullo, mujer de historias, de cuentos, antes que de átomos. 



Shakespeare, varios siglos antes que Galeano, inmortalizó con su pluma una sentencia que ha sido repetida y reciclada hasta el cansancio: 



"La vida es un cuento contado por un idiota, 
lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido." 

William Shakespeare, Macbeth, Acto V, Escena V.




Por su parte, Faulkner tomó prestados el ruido y la furia para hacer de las suyas en el mundo de los cuentos. La literatura es así, siempre lo ha sido y siempre lo será: un constructo que tiende a reciclar los materiales para extender el entramado de los cuentos cada vez un poquito más allá y, tal vez - por suerte, yo diría - más acá, y así ponerlos más a mano. ¿De dónde sacaba el Bardo inspiración para sus obras, de enorme éxito popular en aquellos días sin Internet, televisión ni radio? Pues de la taberna, no te quepa la menor duda, igual que lo hicieron Faulkner y Galeano. En verdad, podría decirse que la taberna se llevó a unos cuantos escritores a la tumba, aunque antes de matarlos los hizo eternos, pero eso es harina de otro costal, o quizás no, ya lo veremos. 




Por ahora, enfoquémonos en el hecho de que historias como la del moro Otelo, por ejemplo, formaban parte del bagaje cultural del europeo medio - cuando todavía ni algo como eso existía - que consumía mitos y leyendas a modo de entretenimiento. Desde la perspectiva moderna, que condena y combate ferozmente al plagio y resguarda la autoría por cuestiones comerciales, debería dirimirse seriamente quién plagió a quién. Así, Shakespeare, Verdi y Wagner entrarían en litigio por razón de Otelo, y un juicio como este resultaría tan divertido como para alquilar balcones, pero ellos no podrían ni creerlo. No eran aquellos gloriosos tiempos para el arte días en los que un genio se ocupaba celosamente de los derechos de autor: entonces se vivía bajo un cielo donde, como diría mi vieja, lo que estaba en España era de los españoles, y se practicaba ampliamente lo que hoy los literatos a sueldo han dado en llamar "intertextualidad".





¿Y a cuento de qué viene todo este cuento, te preguntarás a estas alturas del cuento? Esto viene a cuento de que una escritora muy amiga mía - a poco de cumplir los cincuenta y a quien le avergüenza que la llamen escritora aunque escriba - la han asaltado dudas con respecto a sus escritos. Le ha surgido la posibilidad, incierta pero tentadora, de darle trascendencia a lo que mejor hace a través de un concurso literario de cuentos, pero...

 ¿Te parece que participe? Yo creo que los míos no son cuentos...   me dijo, café por medio, llena de ruido y furiosas dudas.

Entonces se me ocurrió escribir para explicarle que sí debe participar de este concurso. Paso a explicarles, a ver si así, de paso, la convenzo y terminamos con este cuento.

Para toda esta gente a quien he nombrado más arriba, las etiquetas formales jamás importaron: escribían. Shakespeare escribió mayormente obras de teatro porque el teatro en su día era el reducto a cielo abierto donde la gente se divertía con cuentos. Tanto se divertían que algunos hasta se creían que lo que pasaba entre los actores no era cuento: creían que Lady Macbeth era una mujer, y no un hombre representando el papel de una lady, y creían que al final se suicidaba de verdad. Igual le pasaba a mi tía Juana cuando veía Titanes en el ring por canal 9 y creía que los tipos de veras se pegaban. Shakespeare - quien nada tuvo que ver con mi tía Juana - escribía cuentos en verso echando mano a las historias que se contaban en la taberna para deleite de todos sus espectadores y para congraciarse con sus mecenas y así ganarse la vida haciendo lo que mejor hacía. Y cuando pensamos en el deleite de estas gentes, no deberíamos asumir que ellos sabían que Shakespeare escribía en verso blanco, es decir, aplicando una métrica regular pero sin rima basada en el empleo y el abuso del infelizmente llamado pentámetro yámbico. Ni falta que les hacía. Esas cosas nos las hacen aprender a quienes estudiamos profesorado de inglés en la Argentina, a pesar de que tampoco nos sirven para nada. Marlowe ya había popularizado el blank verse antes que Shakespeare como modo de expresión sobre las tablas del teatro isabelino, pero le tocó a Shakespeare la mejor suerte de perpetuarlo por haber nacido con mejor oído y mayor maestría. Desde nuestra posmodernidad ecléctica y fetichista, podría decirse que tal vez Shakespeare tuvo más "duende" o más "ángel" que Marlowe. Aunque a una observación como esta, Shakespeare - con un vaso de vino en la mano y desde la barra de la taberna - respondería:

 — Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Marlowe, no está en las estrellas...





A lo que voy es que no es necesario ajustarse a un cierto formato de manual de literatura para contar una buena historia, ni hay que saber de técnicas y formalismos para disfrutar de un buen cuento, y mucho menos es menester conocer los nombres más que bizarros de esas técnicas para aplicarlas: eso es puro cuento. Se escribe porque se nació para escribir, fundamentalmente, por hastío vital también y por necesitar de cuentos para soportar la vida por sobre todos los cuentos. La culpa sí está en las estrellas a fin de cuentas, y todo lo demás es cuento. Cuestión de nacer con estrella en vez de nacer estrellado: he ahí la cuestión. Shakespeare escribió cuentos usando la poesía como forma de expresión, Wagner y Verdi lo hicieron sobre un pentagrama, Faulkner escribió cuentos en prosa, en forma de "short stories" o novelas, y Galeano escribió inspirados y originales cuentos que hoy se consideran micros o relatos breves, y que resultan exitosos porque nos hemos llegado a creer el cuento de que ni para leer cuentos largos nos queda tiempo...

Por lo tanto, y para no aburrirlos ni cansarlos con este cuento, yo diría que mi amiga debería presentarse a concurso sin preocuparse si los suyos son cuentos, relatos, micros o simplemente textos narrativos. Lo que sí ella y todo escritor debería preguntarse ante todo es por qué escribe, y en caso de que la respuesta pase por el ruido y la furia, entonces le aconsejaría replantearse ir a concurso y hasta el mero hecho de continuar escribiendo. Sería importante, además, que se planteara seriamente si sus cuentos, o cómo se llamen, hacen mucho ruido o pocas nueces, es decir, si serán creídos porque son creíbles gracias a su destreza a la hora de contarlos, porque a fin de cuentos por ahí pasa el cuento de los cuentos. Y, por último, ella debería dejar el cuento de las etiquetas y los rótulos para los críticos y los psicoanalistas, que tanto abundan y que viven de catalogar libros y personas que luego, por fortuna, igual viven una vida que no es de cuento, sin ruido ni furia, más allá de los compartimentos estancos de las grises secciones de las bibliotecas y las librerías o que de las habitaciones aisladas del loquero en los que algunos se empeñan en meterlos, ya que es así como se ganan la vida. 

Los locos que aún hoy soñamos y creamos cuentos vamos todos a parar a la taberna para hacer más llevadera esta vida, para librarnos por un rato de todos los idiotas que insisten con los cuentos de ruido y de furia, para encontrarle algún sentido a este cuento que no es cuento y que es la vida, porque en eso, en eso nos va la vida.



A boca de jarro

viernes, 20 de noviembre de 2015

El arte de escribir



No es más que mi declaración de honestidad
el arte de escribir:
"Esto es lo que hago
y lo hago porque sí."


Escribir es
una reverencia de mañana
a las palabras,
de pie, junto a mi ventana.

Es buscar sin encontrar
la salida al laberinto de mi espejo.



Es abrir mi corazón,
dejarlo sangrar,
purgar todo cuanto bulle ahí dentro.

Es conjugar los colores de la paleta de mi alma
para plasmarlos sobre un papel en blanco.


Escribir es no editar el sueño
de encarnar mi propio sueño.


Es mentir por ser honesta
con mis cielos imposibles
y con todos mis infiernos.

Escribir es para mí
 como querer hacer música siendo sorda,
como intentar pintar sin tener manos,
o desear leer con ojos siendo ciega,
es conectar con esa voz invisible
que, despierta, 
se me hace sueño.

Y es buscar, sin diccionario,
 traducir la voz del viento.








"... yo sigo tu luz aunque me lleve a morir, 

te sigo como les siguen los puntos finales 

a todas las frases suicidas que buscan su fin. 

Igual que el poeta que decide trabajar en un banco, 
sería posible que yo, en el peor de los casos,
le hiciera una llave de judo a mi pobre corazón 
haciendo que firme, llorando, esta declaración: 

Me callo porque es más cómodo engañarse. 
Me callo porque ha ganado la razón al corazón,
pero pase lo que pase, 
y aunque otro me acompañe, 
en silencio te querré tan sólo a tí."









A boca de jarro

martes, 7 de febrero de 2012

Tiempos difíciles: A doscientos años del nacimiento de Charles Dickens

Google doodle dedicado al 200° Cumpleaños de Charles Dickens


Hoy se conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens. El fenómeno Dickens no es difícil de comprender en nuestro mundo de sitcoms, películas y best-sellers. Más fácil es aún si lo comparamos con el boom de las telenovelas de las décadas del 70 y 80. Dickens fue un gran entertainer que impuso la novela como género masivo e hizo posible su disfrute en entregas por folletín para ricos y pobres por igual: el único requisito era saber leer. La entrega por capítulos le hacía posible ir construyendo la trama, agregando personajes y dándole giros tomando en cuenta la respuesta en caliente de su público. Eso es tal vez lo que la torne por momentos sinuosa y sentimentalista: el deseo de complacer a la audiencia además de ir ahondando en su propio cometido e idea inicial. Es esa interactividad y complacencia con el gusto de su público el mayor legado de Dickens a sus coetáneos y lo que lo hace comparable a nuestro acceso instantáneo a la ficción popular como forma de entretenimiento.


Lecturas públicas.

Se debe agregar que merece el crédito de ser un gran hacedor de historias, un ameno y minucioso narrador, un original creador de personajes caricaturescos de unicidad arquetípica, un dotado para la palabra que repica en el oído y se hace idiomática en su lengua madre gracias a su chispa lingüística, y además, como si todo esto fuese poco, se lleva las palmas como crítico social de la Inglaterra en la que vivió. Fue por ello casi un héroe nacional que pasó a la posteridad como el nombre literario tal vez más popular de la literatura inglesa de todos los tiempos, sin ningún barniz de intelectualismo y sin desmedro de su valor literario: un digno equilibrio para un escritor que alcanzó la gloria en vida sin dejar en el olvido su infancia pobre como obrero en una fábrica de betún para calzados.

Tiempos difíciles es quizás la más mordaz de todas las novelas del prolífico autor en su denuncia de los estragos causados por el industrialismo respaldado por la filosofía utilitaria que despojaba a la sociedad de toda humanidad para enarbolar las banderas de la practicidad y la productividad en masa. Y es en la educación donde a Dickens y al lector más le resulta aberrante tal tesitura: la educación basada en un vacuo acopio de fríos datos estadísticos que destrozan todo atisbo de fantasía en los tiernos infantes a los cuales se somete al lavado de cerebro y a la estandarización. Resulta por lo menos paradójico que en pleno siglo XXI se siga insistiendo con los resabios de este tipo de (de)formación, que no se abra el espectro a la fantasía y a la creatividad en la escuela mucho más ampliamente, que persistamos en fórmulas que devoran a muchos niños y que hace que sobrevivan los más aptos para adaptarse a la mediocridad que se plantea como producto escolar deseable. Son aún muchos los devoradores de niños (los M'Choakumchild) que pululan por nuestras aulas intentando manufacturar la fibra humana ("the manufacture of the human fabric"). Mis propios hijos deben lidiar con unos cuantos especímenes de este tipo y sobrevivirlos, tratando de conservar su chispa creativa en su paso por la escuela.


El paradigma de una eficiencia a base de datos y maquinaria, de deshumanización, de una inteligencia adormecida que condice con los ladrillos opacados por el humo de las chimeneas de Coketown, es comparable al espeso smog que tiñe nuestras urbes de gris en plena era informática. Fríos y desabridos datos es todavía lo que más consumimos en envases nuevos.

" Let us strike the key-note, Coketown, before pursuing our tune."

La vigencia de este retrato de clases sociales enfrentadas en un momento de la historia en el que el dinero se impuso definitivamente al sentido común, así como la feroz descripción de los empresarios que durante la industrialización se enriquecieron a costa de la sangre, sudor y lágrimas de los obreros (the hands) es descarnada y, por desgracia, resulta bastante familiar en nuestros días. Los inescrupulosos de ayer y hoy quedan expuestos a los ojos de los lectores de entonces igual que los de ahora. El autismo de las clases regentes se muestra con una crudeza impiadosa. Quienes deberían dar solución a los problemas se presentan como una caterva de individuos alienados por su propio enriquecimiento. "Son ellos los que se tienen que ocuparse...", afirma Stephen Blackpool, el obrero central en la obra, "si no, ¿de qué se encargan?". Es la simple, penetrante y mansa pregunta que los indignados ciudadanos del mundo nos seguimos haciendo hoy sin oídos que escuchen.

Dickens plantea en Tiempos Difíciles un universo maniqueísta: como en un tablero de ajedrez, de un lado están las blancas, los personajes contaminados por la riqueza que generan las factorías, elefantes enloquecidos de melancolía, que se alimentan de la opresión y la miseria a la que someten a los peones, para quienes existe sólo dos clases de gente: quienes conocen el valor del tiempo y quienes no (Time is money). Son la personificación de la razón. Pocos quedan apenas redimidos por su propia infelicidad. Del otro lado, están los obreros, las negras que no dan jaque. Ellos tienen corazón pero vidas lúgubres y pequeñas, aunque salen a flote con el salvavidas de sus sentimientos de bondad, empatía y amor por alguien de su misma condición.

Y en el centro de este tablero se erige la figura del circo, el despliegue imaginativo del arte, un lugar donde la fantasía y la ilusión no han sido aún contaminadas. Es una especie de contraposición Blakiana entre dos mundos: el mundo de la inocencia y el de la amarga experiencia, el gusano que penetra en la rosa para enfermarla y herirla de muerte.


Rescato un pasaje en el que parece escucharse la voz del autor mostrando a sus lectores una salida posible del desolado laberinto. En él se cuenta que había una biblioteca en Coketown, a la cual el acceso general era simple. El Señor Gradgrind, arquetipo del demoledor de la imaginación, se atormentaba pensando en qué leía la gente allí. Pero los lectores, cuenta Dickens, persistían en fantasear. Fantaseaban sobre la naturaleza humana, las pasiones, las esperanzas y los miedos, las luchas, los triunfos y los fracasos, las preocupaciones y las alegrías, las vidas y las muertes de hombres y mujeres comunes. A veces, luego de jornadas de quince horas de trabajo, se sentaban a leer meras fábulas sobre hombres y mujeres más o menos como ellos mismos, y niños, más o menos como los propios. Se llevaban a De Foe a su regazo y parecían confortados. El último refugio de las masas que generan pero difícilmente saborean los frutos de la riqueza material que producen está en la fantasía.

Y me quedo con la imagen del fuego, visto y sentido desde los tiempos líquidos que hoy nos tocan navegar, en el que Louisa ve como su breve vida se extingue sin que medie su elección de cómo vivirla, sin jamás habérsele permitido tener el corazón de una niña, los sueños de una niña, las creencias o los miedos de una niña. Una niña a quien no se le otorgó el derecho de serlo. En el fuego que la subyuga ve la pasión que reprime y la fuerza que destroza tanto como la del agua, que hace de todo algo transitorio y flotante. Un fuego que sigue resultando destructivo en el devenir adulto de muchos de los Gradgrinds, Bounderbys, Choakumchilds y Harthouses que abundan en nuestros tiempos difíciles.



A boca de jarro 

jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Se nace o se hace?

"No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, 
algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta
 y a otros la grandeza les queda grande."



  No se puede evitar cuestionarse de tanto en tanto, después de leer bastante, aunque nunca es suficiente, y de escribir un poco, coqueteando con lo bello de este arte, si se nace o se hace uno escritor. Muchos grandes escritores dieron sus primeros pasos en el periodismo antes de convertirse en geniales creadores de ficción. El caso más emblemático que conozco es Ernest Hemingway. Su estilo lacónico, elaboradamente despojado y altamente descriptivo expone su oficio. Pero decir que Hemingway es nada más que eso es perderse toda la riqueza de su hondura y su intento logrado de indagar en las preguntas existenciales que lo angustiaban, como a tantos otros de su generación, quienes tal vez escribieron grandes obras celebradas por la crítica, pero que no calan tan hondo en el lector inocente que no se detiene tanto a ver cómo se le cuenta una historia, sino que disfruta al vibrar con ella, al asomarse al mundo y verlo desde una ventana que podría decirse contempla un mismo horizonte.



 Siempre pienso que no estaría mal hacer algún taller literario para pulir estilo y aprender sobre el oficio de escribir. Aunque dudo que alguna vez se convierta en un oficio para mí, si me atengo a lo que se entiende estrictamente por eso. Aquí saltarían indignados los estudiantes de Letras y de Periodismo, esgrimiendo sus banderas de: "¡Odio a los blogs!" ¿Por qué debería una ignota bloguera aspirar a escribir algo más que su pobre blog?

 De todos maneras, la inquietud está. El otro día me encontré con una oferta de un taller de escritura en Internet, en sus variantes presencial y online. Y me atrajo sobre todo la honestidad de lo que sus organizadores proponen a los aspirantes:

En nuestra vocación por acercar el amor por la escritura al mayor número de personas posibles a un costo asequible, quizás la convicción más antigua, raíz fundadora de nuestra filosofía, ha sido que el contar historias no es sólo algo al alcance de cualquier persona, sino que es de hecho una necesidad que todo ser humano alberga en su interior. A nuestro juicio, desarrollar la capacidad de contar historias es parte fundamental de la educación integral a la que todo ser humano debería aspirar. Convertirse en "escritor" o "escritora", es otro asunto. Una aspiración legítima, desde luego, pero cuya concreción en ningún caso dependerá mas que en una pequeña parte, de haber participado durante varios años en un taller o máster de escritura: incontables alumnos nuestros han ganado concursos y publicado sus obras en las más diversas editoriales y publicaciones. Pero no es algo de lo que nosotros debamos presumir: el mérito es exclusivamente suyo. Nuestro compromiso con ellos fue ayudarlos a afirmar una disciplina, enseñarles cómo leer y analizar sus escritos de forma crítica, adiestrarles en el uso de las más variadas herramientas literarias, pero en ningún caso crearles falsas expectativas con la legítima ilusión de llegar a ser alguna vez escritores de verdad. En realidad, la mayoría de las personas que pasan unos años participando en un taller de escritura creativa, un taller de cuento, un taller de novela, un taller de poesía, etc., no buscan ser "escritores" -es decir, ser profesionales de la escritura- sino más bien completar su formación como humildes y esporádicos, pero competentes, contadores de historias.

                                                   

                           
 La formación en el uso de las técnicas y los recursos literarios no garantiza que uno se convierta en escritor. Eso nace con uno. Como cualquier otro talento. 

 ¿Quién le enseñó técnicas de escritura o dramaturgia a William Shakespeare? A veces me lo fantaseo a ese hombre afable y gregario, cuando niño, sentadito en una sala junto a otros en una escuela. ¿Se imaginan el grado de frustración e incomprensión de sus maestros, y el mortal aburrimiento que la enseñanza tradicional podría haber tenido sobre él? Un niño que se cuestionaría si "Ser o no ser", y escribiría soberbios sonetos de amor igual a una dama misteriosa que a un joven cortesano aristócrata de quien no puede evitar deslizar que está prendado en una Inglaterra tan pacata, reprimida, remilgada...


  Creo que no en vano Shakespeare delineó portentosos personajes que hablaran por él en su carrera de dramaturgo, donde no medió ninguna escuela, que sentenciaran desde un escenario a cielo abierto, desde donde los hombres representaban papeles femeninos y masculinos frente a audiencias crédulas y variadas en su grado de refinamiento intelectual, que no hay nada en un nombre,  que es el pensamiento lo que hace todo. 

"No existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace aparecer así. 
  Para mí, es una prisión."

                                         William Shakespeare

  Y pobre Einstein: un caso de fracaso escolar grave, que se quedó con lo grave, e hizo de la gravedad todo un éxito...





 Para Platón, las cosas son apenas sí remedos imperfectos de la perfecta Idea, reflejos parciales; pero esa idea, el arquetipo, tiene una existencia real y su nombre es parte integral de su esencia. Para el realismo, el lenguaje no es un capricho: hace a la cosa. Escribió Borges:

“Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la rosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

Jorge Luis Borges, “El golem”, El otro, el mismo

 ¡Imagino qué le diría la maestra de mi hija a este genial artista que pinta tan desprolijo!

Vincent Van Gogh, "Noche Estrellada"


 ¿Quién le enseñó a Fred Astaire su impecable danza junto a Ginger, o a Michael Jackson su caminata lunar?


¿Y quién le enseñó a Paul Potts o a la ama de casa devenida diva del belle canto, Susan Boyle, a cantar tan maravillosamente, aunque sin técnica?


  Lo que natura no da, Salamanca sigue sin prestar...

  Algunas citas para seguir pensando, todas del Bardo de Avon:

* "En nuestros locos intentos, 
renunciamos a lo que somos 
por lo que esperamos ser."

* "El aprendizaje es un simple apéndice de nosotros mismos; 
dondequiera que estemos, 
está también nuestro aprendizaje."

* "La vida es como un cuento relatado por un idiota; 
un cuento lleno de palabrería y frenesí,
que no tiene ningún sentido."

* "Las improvisaciones son mejores cuando se las prepara."

* "Las palabras están llenas de falsedad o de arte; 
la mirada es el lenguaje del corazón."

* "Mis palabras suben volando, 

mis pensamientos se quedan aquí abajo; 
palabras sin pensamientos nunca llegan al cielo."



William Shakespeare

A boca de jarro

lunes, 13 de junio de 2011

Tironeados...

                                                    
  Hoy es el día del escritor. Y ayer un escritor al que sigo y admiro logró conmoverme desde la misma revista donde salió publicada mi carta a "Yo Lector", lo cual para mí es tan importante como publicar un libro, y en la que soy totalmente honesta con respecto a lo ardua que me ha resultado la crianza de mis hijos como para que vengan con una lista de "TENÉS QUE..." más larga que la propia... Varias mujeres me felicitaron por mi "valentía" por mail: ¿se es valiente por decir la verdad?
  Sergio Sinay describe esto que le pasó cuando fue padre por primera vez , y resuena en mis oídos la similitud con mi propia experiencia, y en todo caso, con lo que algunos consideran "valentía":

"Lo cierto es que en nuestra imaginación, en nuestros sueños y ensueños (incluso en nuestras pesadillas) veíamos a un hijo. Y ahora, frente a nuestros ojos, entre nuestros brazos, percibimos al hijo real. Digámoslo otra vez: un desconocido. ¿Por qué no habría de serlo? ¿No lo somos acaso para él? En ambos casos ésta es una verdad a medias. El es en varios aspectos distinto de cómo lo soñamos, pero es lo que soñamos: nuestro hijo. El no nos conoce pero nació de nosotros, es carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre.
¿Qué hacemos con nuestro hijo? En primer lugar, y de la mejor manera posible, no huirle, quedarnos a su lado con nuestras seguridades e inseguridades, con nuestras certezas y nuestros temores, con nuestras dudas y afirmaciones, con nuestras ganas y con nuestro pavor. Será el único camino para conocerlo y para que nos conozca. El único camino por el cual un padre real se encuentra con un hijo real.
Mi hijo Iván nació un día miércoles 1º de diciembre a las 16.40. En esa época yo trabajaba como redactor de una revista durante las tardes y en un diario durante las mañanas. El jueves, naturalmente, no trabajé porque me fue concedida licencia. Esta se extendió al viernes. El lunes en la mañana debía regresar a la Redacción; por una parte deseaba hacerlo (en primer lugar para hablar de mi hijo y exhibir mi luminosa y vibrante paternidad); por otro lado, con gusto me hubiera quedado en casa disfrutando y descubriendo a esa personita que estrenaba un cuarto en las puertas de cuyos placares yo había dibujado osos, monos, patos y ratones para que lo saludaran. Fui al diario, se me hizo cuesta arriba conectarme con los textos que debía escribir y, a medida que transcurría la mañana, lo que restaba del día empezaba a transformarse en un desierto interminable. Cuando llegó el mediodía, decidí que no iba a estar toda la jornada alejado de mi hijo recién nacido ni de mi hogar en plena transformación. Mientras yo trabajaba, amigos y familiares desfilaban por mi casa para conocer al recién llegado y felicitar a la mamá. De modo difuso empecé a percibir una sensación de injusticia. ¿Por qué yo, el padre, debía estar tan lejos? Al llegar la hora de viajar de la redacción del diario a la sede de la revista, una decisión se había afirmado en mí: no iría a mi trabajo de la tarde, sino a mi casa. Quería estar con mi bebé.
El martes hice lo mismo, sólo que ahora ya no tenía ni broncas ni dudas ni culpas. Lo sentía como un derecho. Cuando los directivos de la revista llamaron para averiguar qué pasaba conmigo, sentí que invadían un recinto sagrado. Luego de mi excusa -que hoy no recuerdo cuál fue- me exigieron que fuera a trabajar al día siguiente. Entonces sentí que eran desalmados, insensibles, indiferentes al milagro de la vida, etc., etc. El miércoles no fui a trabajar y el jueves me despidieron."

  El capítulo de este nuevo trabajo de Sinay, titulado "Hombres en la dulce espera" es imperdible. Yo ayer escribí que por estos días, padre y madre se me hacen lo mismo, aunque sé que hay diferencias que nos complementan más que distanciarnos. Y admito que con la enfermedad de las figuras paternantes más añosas en la familia, la crianza se hace aún más ardua que de costumbre. Pero el conocimiento profundo de lo que le sucede a una mujer cuando nace un hijo que Sinay describe me conmueve, especialmente porque viene de un hombre:


"Sabemos que la mamá pasará por un período de tristeza, extrañará su panza (era parte de su cuerpo, después de todo). Se sentirá abrumada por las demandas del bebé, no podrá recomponer fácilmente su propia imagen, sentirá por momentos deseos de ser ella una nena.
Sabemos (¿de veras lo sabemos?) que, en la medida en que se vaya habituando al bebé, ella se sentirá a veces extraña respecto de nosotros, o nos sentirá extraños respecto de ella. Necesitamos que alguien nos explique esto: no ha dejado de querernos ni el vínculo se ha deteriorado; es probable que ahora la relación sea más madura, pero desde aquí en más será diferente y pasará por una inevitable transición. También es necesario que nos preguntemos cómo andamos por casa, qué nos pasa a nosotros en el campo del afecto. No para juzgarnos y preocuparnos; sí para saber, para darnos cuenta."

  Cuando nació mi primer hijo, gocé de una larga licencia por maternidad, debido a, y  "gracias a", debería decir, complicaciones en la cicatrización de la herida de la cesárea, que se infectó. Gocé de una licencia por excedencia, y fue un gran privilegio, porque no quería volver a trabajar. Mi trabajo ahora estaba allí, en el nido. El mundo de afuera, con todo su brillo y su promesa de una carrera en pleno desarrollo parecía nada comparado con este "paquetito de carne", como Sinay lo llama, que berreaba, mamaba, dormía y hacía muy seguido otras cuantas cosas más olorosas. Cambiar pañales era para mí mucho más complejo que preparar una clase de Literatura Inglesa sobre James Joyce... Nadie me había preparado para "esto". Y así y todo, NO ME QUERÍA IR. 
  Pasaron los meses, y volví a trabajar con el corazón partido, pero con la tranquilidad de dejar a mi bebé en las mejores manos: las de mi mamá. De todas formas, a medida que fue pasando el tiempo, y mi hijo iba logrando alcanzar los hitos del desarrollo que los padres también aprendemos a esperar por la lectura de  libros de puericultura,  yo sentía que cada tarde que me pasaba "encerrada" en un aula de un colegio bilingüe donde a la gran mayoría de mis alumnos les importaba un bledo lo que tenía para enseñarles, me estaba perdiendo de ver a mi hijo dar sus primeros pasos, intentar en vano salvarlo de sus primeros chichones, darle el mordillo helado para calmar sus dolores de dentición, verlo jugar, dormir una buena siesta con él a mi lado... un sin fín de cosas que no tienen precio. Y es así como se produjo el primer gran quiebre en mi vida, del que recién ahora estoy emergiendo. Se abrió un largo paréntesis. Yo, como Sinay, pude darme el lujo de renunciar, aunque empezamos a vivir con menos holgura, y tomar un trabajo en otra franja horaria en la que me sentía más cómoda por ya haber pasado todo el día con mi hijo.
  Por supuesto que hubo idas y venidas mentales desde entonces y hasta hoy muchas veces. Nadie puede dejar de preguntarse: "¿Qué hubiese sido de mí si...?" Pero no me arrepiento de lo que elegí, y sigo eligiendo como prioridad, aunque a veces me enoje, me saquen de quicio, sienta que la vida pasa por otro lado, que me perdí el tren del éxito profesional, en fin: todo eso que también está. Pero no, no me escapé. Dubitativa, a veces confundida y perdida, a veces entristecida, para qué negarlo, ESTUVE. Y estoy.

  ¡Gracias Sergio Sinay por tu honestidad "a boca de jarro", y  feliz día a todos los escritores!


      LA MAMÁ MÁS MALA DEL MUNDO.
                                               http://youtu.be/KQXI9F8nJ6g  

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