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domingo, 10 de febrero de 2013

Una aventura maravillosa






  
"Una aventura maravillosa" es el título al cual se ha transferido en Latinoamérica a la película denominada "Life of Pi" ("La vida de Pi"), basada en el best-seller homónimo de Yann Martel que ha vendido más de siete millones de copias desde su publicación en 2001. Es una fiesta para los sentidos además de una profunda alegoría de los desafíos que la vida nos presenta, llevados a un extremo que por momentos resulta desgarrador, y de lo que la mente puede hacer ante ellos para enfrentarlos, asimilarlos y superarlos.
 
  Se trata de una historia circular con diversos niveles de lectura y con soberbios efectos de fotografía, sonido, edición y guión, más el sello de la dirección de Ang Lee, pero, por sobre todo, con un uso exquisito de la tecnología y fotografía que no se regodea simplemente en la innovación y el desafío tecnológico, que llevó más de cuatro años de trabajo para plasmar lo que desde el libro parecía una hazaña imposible. Se percibe que la aventura 3D se ha puesto al servicio de la emotividad del cuento y así expandir las reverberaciones del viaje físico y espiritual que realiza el protagonista en su penoso y aleccionador naufragio y sumergirnos en sus implicancias existenciales y místicas. Más allá de lo técnico, imapacta el alcance de la relevancia de este viaje, que, como todo viaje, conduce a un encuentro con lo más valioso y sombrío de nuestra humanidad y a la maduración espiritual del ser que lo emprende, así también como a las múltiples enseñanzas que aporta para quienes lo vemos transcurrir en pantalla.

   Su protagonista es Piscine Martel, nombrado así por un padrino del alma que deseaba para él que nadara en las mejores piscinas del mundo, sin pensar que le esperaba nada menos que el Pacífico como destino. El niño abrevia hábilmente su nombre en sus años escolares a la notación de la letra griega π, Pi, de infinitas lecturas numéricas y filosóficas, bautizándose así mismo como un ser en busca de la trascendencia y evitando la estigmatización de sus compañeros, a quienes supera en avidez de conocimiento del verdadero mundo más allá de los muros de una escuela que lo aburre. A Pi le interesa la naturaleza divina de todo cuanto lo rodea y se zambulle en todas las manifestaciones de la divinidad veneradas por la humanidad que va descubriendo de joven, conectándose y reverenciando cada una sin prejuicios y extrayendo de ellas lo que subyuga a su mente y alimenta a su alma, ávida de sentido existencial, cosa que su padre, un conservador, exitoso y realista hombre de negocios, no comprende ni aprueba, no así como su madre, un alma más receptiva y abierta a la diversidad.

  Lo mismo sucede con su vínculo con los animales del zoológico que su padre regentea en Pondichery, el distrito francés de la India. El muchacho busca conectar con el alma que cree que habita detrás de los ojos de los animales del zoo, aún con la del temible tigre de Bengala, Richard Parker, a quien su padre le enseña brutalmente a temer y que eventualmente se convertirá en su alter ego, ese tigre que llevamos instintivamente en nuestra naturaleza animal, sin que los espectadores sospechemos que no se trata del animal que naufragó también al hundirse el barco japonés que transportaba a toda la familia y al zoo a los Estados Unidos en un intento de salvarse de la bancarrota, interrumpiendo la vida del muchacho en la vivencia de su primer amor.

   El barco de carga se enfrenta con una feroz tormenta y comienza a hundirse mientras Pi está maravillándose por la fuerza de la tempestad en plena cubierta. Al percatarse del peligro, intenta salvar a su familia, ya bajo el agua, pero es arrojado a un bote salvavidas. Desde el mar agitado, Pi observa con impotencia cómo el barco se hunde, matando a su familia y su tripulación. Poco después, vemos que el muchacho se encuentra en el bote con una cebra herida, y se une una orangutana que perdió a su cría en el naufragio. Una hiena se escabulle por debajo de la lona que cubre la mitad de la embarcación y mata a la cebra para alimentarse de ella. Para angustia de Pi, la hiena también hiere mortalmente a la orangutana en una pelea en la que lo defiende a él de su ataque. De repente, el tigre Richard Parker emerge por debajo de la lona, y se come a la hiena.

  Es con el enorme y feroz tigre al que ha sido educado a temer con quien deberá compartir su aventura en un bote para treinta personas, atravesando el océano para sobrevivir al naufragio. El espectador no se percatará de que el tigre no es el soberbio y temible animal del zoo, sino el lado salvaje de la naturaleza del muchacho que le permitirá emerger de los mares de la inmersión en la adultez y el encuentro con las sombras que nos hacen devenir adultos y encarnar nuestras figuras paternantes ante su irremediable ausencia, no sin lamentarse de no poder haberse despedido de esos seres que, con sus virtudes y defectos, le han transmitido todo lo que necesitaba aprender para atravesar los bravíos mares de la existencia y salir a flote. El tigre no es sino una proyección de la personalidad, en pleno desarrollo, del propio muchacho, y ésto no se nos revela hasta el desenlace, narrado por Pi adulto, al volcar su versión alternativa y literal de la historia, tranquila y emotivamente, en los oídos de un ávido escritor en busca de un cuento inspirador y fantástico para recrear.

 Lo más jugoso y temible de este rito de iniciación oceánico es el proceso de aprendizaje por el cual animalidad y humanidad deberán convivir en un mismo ámbito, rodeados por el abismo de las maravillas y los peligros de las profundas aguas en las que se encuentran perdidos y de las cuales no emergerán hasta desaprender lo aprendido acerca de lo que es humano y lo que es animal en nosotros e integrarlo para lograr el equilibrio que hace posible la supervivencia en la liquidez de la existencia humana. El esplendor y la furia de la naturaleza en la inmensidad del mar harán que Pi por fin se enfrente cara a cara con ese Dios al que busca con avidez para cuestionarlo. Es recién entonces cuando se entrega, habiendo luchado hasta extenuarse y habiéndose contentado con los recursos que la naturaleza le provee y que su inteligencia emplea para sobrevivir, domando también a ese tigre a quien en principio teme. Y al doblegarlo, llega a su fin el viaje, se encuentra con la civilización que lo rescata y pierde de vista a Richard Parker, que se ha convertido en un compañero que ahora retorna debilitado pero firme y sin mirar atrás a la selva donde pertenece. El muchacho, ya un hombre, llora amargamente su ausencia sabiendo que es abandonado por esa parte de su naturaleza que lo ha salvado de manera mucho más fehaciente que los hombres que lo encuentran finalmente en la orillas de una playa mejicana y lo hospitalizan.
  Allí entendemos, gracias al relato literal de los hechos que los hombres de la aseguradora de la nave hundida esperan escuchar, que a bordo del bote estaban en verdad los animales que también  habitan a los demás náufragos: la pobre cebra, usada como fuente de alimento por la hiena cuando comienza a apretar el hambre animal, representa a un marinero que cae al bote herido, la repugnante hiena es la figura que encarna al desalmado cocinero "comeratas" del barco, protagonizado por un fugaz y genial Gérard Depardieu, que acabará también con la orangutana, la madre de Pi, para finalmente hacer salir al tigre de Bengala de las entrañas del muchacho mismo que, con un cuchillo, da muerte a la traicionera criatura de risa burlona y a todos los preceptos alimenticios que ha observado durante sus breves años de vida hasta entonces. La historia contada como la vemos en principio no resulta creíble ni útil para los humanos civilizados y alejados de la fantasía de los cuentos humanos que alimentan el alma de Pi desde pequeño. Finalmente, Pi les dará el relato que cuaja para sus mentes terrenas y ajenas a la naturaleza animal en nosotros y pagarán el seguro que salvará al joven materialmente una vez en tierra.

  Es recién entonces cuando obtenemos las dos lecturas de lo sucedido y de quiénes somos en espíritu y en verdad. En su encuentro con el escritor que da comienzo y cierre a la narración,  Pi le pregunta, como el autor a nosotros, qué historia prefiere. Éste elige el cuento con el tigre, a lo que Pi responde: 

-Y así es con Dios

 Echando un vistazo a una copia del informe de los agentes de seguro, el escritor se percata de un comentario final acerca de "la notable hazaña de sobrevivir 227 días en el mar, sobre todo con un tigre", lo cual significa que los agentes eligieron esa versión de la historia también. Todo refuerza la teoría de que la vida misma es el cuento que cada uno de nosotros recrea de la aventura que le toca protagonizar, con la fe, la esperanza y el coraje con los que venimos a ella o que las circunstancias hacen que emerjan o no. Ésta es una historia de fe, esperanza y coraje. No obstante, me volvió la tragedia Shakesperiana al salir del cine, dado que presiento posible que gocemos de cierta libertad para optar por qué lectura hacemos de nuestro paso por el mar de la existencia humana:

 “La vida no es más que una sombra en marcha; 
un mal actor que se pavonea
 y se agita una hora en el escenario 
y después no vuelve a saberse de él: 
es un cuento contado por un idiota, 
lleno de ruido y de furia, 
que no significa nada.” 

(Macbeth, Acto V, Escena V, William Shakespeare).
   

A boca de jarro

viernes, 14 de octubre de 2011

Una Cenicienta en París... Mi vivencia de "Medianoche en París" de Woody Allen

                        
  Intentaré plasmar mis impresiones sobre esto que me ha pasado, a pesar del sueño que tengo porque estoy despierta desde que sonaron las campanas que marcaron "Medianoche en París". No sé si lo soñé o estaba yo también ahí. Lo cierto es que para quien aprecia el arte, las letras, los locos años 20, la brillante y sufrida generación de los expatriados y la genial movida artística que generó esa ciudad que según el propio Papa Hemingway era una "fiesta móvil", París bajo la lluvia, "cuando la lluvia no era ácida", es una deliciosa e incomparable vista, contada por este genial hombre que da cátedra de sabiduría de vida más allá de toda su cultura y buen gusto.

  A través del personaje pricipal, Gil Pender, es imposible no ver y oír en todo su esplendor y madurez al Woody Allen crítico de su tiempo, del pasado, de la filosofía, el arte, la cultura, la sociedad, la política y la humanidad. Un romántico empedernido que deambula por los bellos rincones de París y vibra al sentir que ese es el lugar donde Monet podía recrear un estanque con nenúfares a sólo treinta minutos de la torre Eiffel. 

Claude Monet

                                   
  El escritor Pender y su idea nostálgica del pasado produce un riquísimo contrapunto con su contrincante, Paul, un experto en todo, un pseudo-intelectual que teoriza acerca de absolutamente todo, pero carece de ilusión, de fantasía y de la humildad que se descubre en la vivencia del arte sin racionalizarlo. Alguien capaz de arruinar el placer estético que produce una obra de arte flotando en las superficies de "la critique", encajándole una etiqueta, perdiéndose en el detalle anecdótico del nombre de quien la inspiró o la circunstancia, un pobre tipo con humos y dinero que no logra simplemente estar presente en la inefable epifanía de exultación de los sentidos y resonancias místicas que el arte genera. Paul peca de sacrílego degustando el sagrado elixir del buen vino, perdiéndose otra vez la embriagadora fiesta penosamente, fiesta a la que se suma un radiante y enloquecido Pender cuando suenan las campanas que lo hacen una "Cenicienta del arte", con los característicos excesos de la nocturnidad que parecen nutrir al artista. Paul es el mal tipo que le hace el gran favor a Pender de desenmascarar a su ácida prometida, Inez, que sólo lo quiere para poder tener "lo que hay tener para ser": un matrimonio con alguien relativamente prominente que promete, una casa en Malibú, y viajes de compras financiados por papi en busca de mobiliario caro de la mano de mami, amén de un affair con alguien que da conferencias en la Sorbonne si se presenta la ocasión. Según el inescrupuloso y remilgado Paul, Pender sufre de "el complejo de la Edad de Oro", y acusa desde su pedestal enclenque:


"La nostalgia es negación. Negación del presente doloroso. (...)  La idea errónea de que un período de tiempo distinto es mejor que el que vivimos. Es una falla de la imaginación romántica de esa gente a la que le cuesta enfrentarse al presente."
                                             
  ¿Y a quién no? La imaginación romántica puede hacer agua por todos los costados, pero es en definitiva la que sustenta a la madurez una vez que se arriba mansamente a ella. Esa imaginación romántica "a colores se despliega como un atlas", como diría Serrat, y ante la mirada azorada y un poco incrédula en principio de Pender y del espectador, que suspende su descreimiento al instante de comenzar la película, bajo el hechizo de las diversas e inspiradoras vistas de la ciudad Luz y la música que el genial director jamás falla en elegir para estremecer, hace que aparezcan uno tras otro artistas que cualquier romántico sueña con conocer: Cole Porter, Scott y Zelda Fitzgerald, Gertrude Stein, Pablo Picasso con una musa inspiradora volcánica, Adriana de Burdeos, quien además ha compartido su pasionalidad con Modiggliani y Braque, y quien despertará la pasión del propio Hemingway y de Pender, claro está. Luego vendrán otros lujos como Salvador Dalí y sus portentosas imágenes de rinocerontes y sus implicancias sexuales. Caricaturas de artistas que hablan como escriben, como pintan, como presentimos que sienten a través de sus obras, que es lo que sus admiradores conocemos y adoramos. Cuando Hemingway habla, hablan sus libros, no habla el personaje biográfico del que hemos leído y oído hasta el hartazgo, sin enriquececernos demasiado si en la mera anécdota biográfica nos hemos quedado. En ésto va otra crítica de Allen acerca de cómo se puede llegar a reducir la grandiosidad del artista al intentar ahondar en la intimidad del ser humano que fue: eso no importa, lo que ha pasado a la inmortalidad y hace nuestra vida mejor no es la vida del hombre, a quién se llevó a la cama, o si bebía vino o whisky, sino la genialidad del artista por siempre viva en su obra. Aquí habla el artista como desde un retrato, y se me viene inevitablemente James Joyce, quien también es nombrado con un toque de admiración cholula, como el que tiene todo buen fan:

"- Gil Pender.
- Hemingway
- ¿Hemingway?
- ¿Le gustó mi libro?
- ¿Gustarme? Me encantó. Todo su trabajo.
- Sí, fue un libro bueno porque fue honesto. Y eso es lo que la guerra hace al hombre. No hay nada bueno y noble en morir en el lodo, a no ser que mueras en paz. Y entonces no es solo noble sino valiente."

 

  ¿Y en qué queda la imaginación romántica? En un viaje que como todo viaje conduce al crecimiento personal,  el rito de pasaje del joven al hombre adulto, al hallazgo de la médula identitaria que todos buscamos, al encuentro de esa misión para la que hemos nacido y que adivinamos, pero que en un determinado momento, se hace real  y visible colándose en algún sueño. Gertrude Stein se lo dice a Pender con absoluta claridad desde su maduro rol de "matrona del arte" en París:

Gertrude Stein
                                               
"Todos tememos la muerte y nos cuestionamos nuestro lugar en el universo. El trabajo del artista no es sucumbir a la desesperación, sino encontrar un antídoto para el vacío de la existencia. Tienes una voz clara y viva, no seas tan depresivo."
 

  Al llegar al final de su viaje real e imaginario, Pender comprende, y el presente se hace carne:


"...si te quedas aquí y esto se convierte en tu presente, pronto imaginarás que otro tiempo es realmente la Edad de Oro. Y eso no es el presente, es poco gratificante porque la vida así es insatisfactoria."

"No, el pasado no está muerto, de hecho no es pasado. ¿Sabes quién lo dijo? Faulkner, tenía razón. También lo conocí, lo vi en una cena."

                           

  Por un momento Pender me recordó a mi profesora de Literatura Inglesa Contemporánea, que era amante de James Joyce, y se llevaba al Ulysses a la cama en ciertas noches... Para los amantes del arte, de la vida, de las bellas ciudades y los bellos tiempos, para quienes, como los niños, son capaces de volar con su imaginación a los locos años 20 o la Bellle Epoque,  tomarse un vino con Papa o deleitarse en una ronda de tragos con los más grandes artistas plásticos de todos los tiempos, y para todos nosotros, recomiendo el disfrute de esta bella película montada en el esquema o patrón del cuento de Cenicienta ("The Cindirella pattern"), idea que jamás defrauda cuando es bien empleada, y agradezco el haber soñado ser una Cenicienta en París gracias a la magia del buen cine y sin necesidad de un Valium...

George Braque












A boca de jarro                                        

lunes, 12 de septiembre de 2011

"¡Siempre quise usar ese hechizo!"

Minerva McConagall en los zapatos de Maggie Smith.
                                                          
  Así dice, justo en el momento en que la batalla entre Harry Potter y Lord Voldemort está por comenzar para terminar, la entrañable y leal profesora Minerva McConagall. Sí, ya sé que la vi con un poco de delay, pero por fin la vi, saldé mi deuda de placer estético postergado por esas cosas de la vida familiar que a menudo se complica, justo antes de que la bajen de cartelera. McConagall, personificada por la brillante actriz inglesa Maggie Smith, lo dice con lágrimas en los ojos llenos de expectante y triunfal alegría, y me pone la piel de gallina, por las fantásticas reverberaciones de esa línea. Siento que todos los grandes actores y los antes ignotos niños ahora devenidos famosos, multimillonarios, actores adultos que protagonizan los siete episodios de la saga de Harry Potter, de la cual vi la última película recién ayer, "Harry Potter y las reliquias de la muerte Parte II", ("Hp7"), le hacen honor a esa línea del guión, se percibe que lo viven y lo sienten así, y nos hacen sentir algo de envidia a los espectadores que también quisiéramos vivir para algún día decir "¡Siempre quise usar ese hechizo!", y ver que ha llegado el momento, y disfrutarlo como ellos lo deben haber disfrutado.

 McConnagall, una animaga, es decir, una maga capaz de transformarse en animal, se agiganta como personaje en esta última entrega de la historia de Potter, tomando el mando ante la ausencia de las figuras masculinas de Dumbledore y Snape, y hace proteger al castillo de Hoggwarts, último bastión de la magia blanca, echando mano a este hechizo que siempre ha querido usar, y que se hace necesario ante la inminencia de la batalla final entre las mermadas y maltrechas huestes del Bien y las horripilantes y abrumadoramente numerosas huestes del Mal que rodean la casa de estudios y secretos. Wikipedia le dedica una página a este intenso personaje femenino brillantemente resuelto por Maggie Smith, y dice:


"Al saber de la amenaza contra Hogwarts, Minerva organiza las fuerzas defensoras y por medio del encantamiento Patronus informa a los demás jefes de las casas que la pelea es inminente. Acto segido se enfrenta a Severus Snape en un duelo en el que demuestra tener una habilidad excepcional para el combate, esto se reafirmaría en la Batalla de Hogwarts, ocasionando que Snape huya y abandone su puesto como director. Al saber que el profesor Slughorn duda de que sea prudente evitar que Lord Voldemort entre en Hogwarts le dice que si intenta sabotear la resistencia lo retará a muerte..."Es hora que la casa de Slytherin decida a quien va a ser leal"... Posteriormente se encarga de levantar los encantamientos protectores sobre el castillo. Minerva demanda que los estudiantes de menor edad sean evacuados del colegio por medio de la Sala de los Menesteres y organiza a la Orden del Fénix, al Ejército de Dumbledore y a los estudiantes de mayor edad para la defensa de Hogwarts. Se menciona en el libro que ella hechiza a muebles y armaduras de Hogwarts y los lanza contra los mortífagos. En el segundo acto de la batalla, cuando Voldemort y los mortífagos atacan de nuevo al colegio creyendo que Harry está muerto, Minerva McGonagall combate contra él con asistencia de Kingsley y Horace Slughorn. Los tres son derrotados por un enfurecido Voldemort al percatarse de la muerte de Bellatrix Lestrange a manos de Molly Weasley, más ella no sufre daño algúno tras este combate. Tras la derrota de Voldemort, ella recupera el cargo de Directora."

               http://es.wikipedia.org/wiki/Minerva_McGonagall


 Sin dudas, todos los grandes actores que llevan a William Shakespeare en la sangre que corre por sus venas han vivido para decir esta línea, siempre han querido usar sus hechizos y encantamientos para darles vida a personajes tan bien delineados en una historia compleja y llena de simbolismos cristianos y paganos fusionados como en la cultura de la cual emergen, gigantes ante la audiencia mundial, y en una trama y temática que representa lo más puro de la tradición y herencia literaria y escénica anglosajona, que parece haber sido escrita para ellos. 

 Otro que da cátedra de actuación y declamación es Alan Rickman, en la piel de Severus Snape, ante el hall lleno de alumnos enmudecidos por la eminencia del gran final de proporciones épicas, con un discurso en el que no escatima ningún recurso verbal, actoral o escénico del baluarte visceralmente teatral que Rickman en verdad es. Y lo mismo puede decirse de los maravillosos Ralph Fiennes, Lord Voldemort en persona, Helena Bonham Carter, personificando a Bellatrix Lestrange, y Julie Walters como Mrs Weasley, otra gran figura maternal en la historia, como la autora misma, J.K. Rowling, que brilla, respira  y palpita a través del libro en cada escena: ¡qué lujo de dotados! También tiene su rutilante momento para comerse la pantalla un anciano y dignísimo, brillante como siempre, John Hurt, y pasan como en un flash Emma Thompson y Gary Oldman. Si yo pudiera elegir un elenco para darle vida a alguna de mis obras de teatro favoritas de la galería Shakesperiana, ninguno de ellos quedaría afuera.


Severus Snape es Alan Rickman.
                             
 En "Hp7", el bien y el mal ya no son dos entidades separadas: son partes fusionadas de un todo que habita al héroe, Potter, y que de este modo cobra las dimensiones de los grandes héroes de la tragedia Shakesperiana, ya que Harry, como Otello, Rey Lear o Hamlet, también está manchado por la culpa del mal sin culpa: una falla en su personalidad que le ha sido transmitida por "el Mal", encarnado por Lord Voldemort, "You-Know-Who", el innombrable, aunque es McConnagall quien lo nombra e incita a los jóvenes a llamarlo por su nombre, porque es así como se vence al mal; y el mal "manchando" al bien del ser en Harry, sin culpa, es como se entiende que funciona el pecado original Bíblico en los seres humanos. Y Potter, cual mesías, redimirá su lado oscuro enfrentándose y venciendo a la muerte, a diferencia del héroe trágico de Shakespeare, que se entrega a la muerte tomada por mano propia y redime su flaqueza en ella ya vencido por su debilidad, incitando toda nuestra compasión y nuestro más profundo sentido del asombro ante el misterio del hombre trágico. Potter elige el bien, y dice no a la omnipotencia que todo lo arruinaría una vez más en esta gran batalla final de proporciones místicas aunque profundamente humana. Se amiga con sus muertos, y por fin comprende que ellos permanecerán con él y en él por siempre dentro de su corazón, que se hace adulto. Verbaliza por fin su miedo a la muerte al preguntarle a sus seres queridos ya idos si duele. Y elige seguir viviendo y renunciar a la invencibilidad que le otorgaría la varita mágica de sauco que finalmente gana para partirla en pedazos y deshacerse de ella. Pasan diecinueve años, y Harry se encuentra nuevamente con sus entrañables amigos, ahora también adultos padres, en el lugar donde todo comenzó, en la estación de tren  9 3/4,  donde los niños brujos abordan el tren a Hogwarts, y se cierra la historia en la circularidad misma de la vida: ¡maravillosa alegoría ya antes advertida!


                                                                 "I open at the close..."
                                                        ("Me abro en el cierre...")

  
 Al salir del cine, recordé que mi mamá solía amedrentarme de chica, cuando se le volaban los patos con justa razón, ahora lo entiendo, con la falsa amenaza de que nos iba a "meter a mi hermana y a mí de pupilas" en algún colegio lejano. La idea no me habría asustado tanto si Hogwarts hubiese sido el destino en mi imaginario infantil...   
                
  A  boca de jarro                             

martes, 12 de abril de 2011

La magia del mago

                                                    
                                                     
Finalmente logré ver la última película de Harry Potter junto a mi hijo adolescente. Realmente, el fenómeno Potter es notable entre los jóvenes y los no tanto. Y más allá de que la saga se ha hecho larga y se ha constituido en un fenómeno comercial sin precedentes en la producción cinematográfica  y literaria inglesa, cada libro deja un mensaje positivo para la vida, y vibra en creatividad tanto en el imaginario mundo de Hogwarts como en los vericuetos de su trama y la interacción entre sus memorables personajes, que han sido brillantemente encarnados por actores ingleses de raza teatral  y estirpe Shakesperiana que es un lujo tener juntos en la pantalla.

Desde ya, soy una enamorada del inglés, y la dicción de esta gente es música para mis oídos. Pero además, y como si todo esto fuera poco, J.K. Rowling, esta madre devenida en autora de best sellers de calidad que se inspiró inicialmente a partir de las historias que les contaba a sus propios hijos a la hora de dormir, maneja un estilo impecable que hace que brille y reverbere lo mejor de la tradición literaria inglesa en sus páginas. Al recrear esta escuela para magos, no solamente apela a elementos del imaginario colectivo inglés conectados con los duendes y la magia del druidismo y el legado celta, el mago Merlín y la leyenda del buen Rey Arturo y su espada, sino también a lo mejor de la herencia literaria sajona: los neologismos del genial George Orwell, la oscuridad tenebrosa de los edificios góticos de “Frankenstein” de Mary Shelley, los pasadizos y callejones neblinosos de la Londres de” El extraño caso del Dr. Jekyll y Mister Hyde” de Stevenson, y las intrigas y antagonismos con ribetes trágicos al mejor estilo de la tragedia Shakesperiana, como asi también los momentos y personajes desopilantes de las comedias del Bardo.

Especialmente en esta última vista, “Harry Potter y las reliquias de la muerte”, se detectan elementos presentes en “Mil nueve ochenta y cuatro”, donde Orwell magistralmente presenta los excesos de los regímenes autoritarios fascistas y nazis que detestaba, y alerta sobre sus nefastas consecuencias. Vemos aquí el tenebroso accionar del Ministerio de la Magia, con Voldemort a la cabeza, el señor de la muerte, el innombrable, el mal que acecha al bien encarnado por Harry Potter, a quien ya le ha arrebatado a  sus padres en la primera infancia, convirtiéndolo en un huérfano, al mejor estilo Dickens,  y dejándolo a la merced de una familia impiadosa y “muggle”, es decir, “no maga”. En este funesto edificio, los magos que practican la magia negra y trabajan para encontrar y aniquilar a Potter visten trajes de cuero negro con brazaletes rojos que los identifican fieles al estilo Hitleriano.
Más allá de toda esta riqueza y reafirmación de los tesoros literarios de la cultura británica que Rowling integra amena y sabiamente como tributo a sus antepasados y legado para las nuevas generaciones, siempre me moviliza algún pasaje de cada libro en el que un adulto sabio le transmite un simple pero valioso mensaje de vida a Potter y sus amigos, ya adultos jóvenes.

En la primera novela, por ejemplo, tengo subrayado un intercambio entre Dumbledore, el rector de Hogwarts y mago poderoso y sabio de la orden de Merlín, con Harry aún niño, en el cual lo incentiva a llamar al temido Voldemort por su nombre, ya que si llamamos a cada cosa por su nombre perdemos el miedo a la cosa. “El miedo a nombrar algo hace que el miedo que sentimos por ese algo aumente”, dice el viejo mago.

Cerca ya del final de “Harry Potter y la piedra filosofal”, Dumbledore reflexiona con el niño huérfano que lo admira y ama acerca de cómo su madre lo ha salvado al morir. Si hay algo que el mal no puede entender es el amor, le explica. Al matar a su madre, el mal encarnado por Voldemort hizo que un amor tan poderoso como el de la madre dejara una marca indeleble en su hijo. Y no se refiere a la cicatriz sobre su frente, sino a algo invisible: haber sido amado tan profundamente hace que, aunque aquellos que nos amaron ya no estén entre nosotros, quedemos protegidos por ellos para siempre, porque llevamos su amor en la piel, como una marca a la cual el mal no se atreve a  tocar.

Y en la última novela, el mensaje que más rescato está en el legado del viejo Dumbledore, ya muerto, a sus tres alumnos favoritos: a Harry Potter le obsequia la bola de su primer partido de Quidditch, para que recuerde el valor de la perseverancia y el talento; a Hermione, la bruja de las pociones y acertijos, un libro para niños que con su simple genialidad la llevará a desenmarañar importantes misterios, y al pelirrojo Ron le obsequia un “Deluminator”, una especie de lámpara que hace que se haga la luz en medio de las tinieblas en su lucha contra la adversidad y el mal. ¡Qué regalos!

Ojalá todos recibiéramos regalos así de nuestros sabios y viejos magos: la fuerza del Amor que nos hace capaces de valorar nuestros propios méritos y así creer y luchar por quienes somos en esencia, la sabiduría de nuestros ancestros para develar misterios que parecemos no comprender, y la luz del Bien para iluminar la oscuridad de los males de este mundo.


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