jueves, 10 de diciembre de 2015

Pesa


   En un intento desesperado por evitar lo inevitable ya, me bajé del bondi repleto y me tomé un taxi. Los autos iban nariz con cola por la avenida bajo una garúa fría y fina. El tachero notó lo desencajada que estaba mi cara por el espejito retrovisor y, para aflojarme, me hizo el viejo chiste del helicóptero que deberíamos tener los porteños para no llegar tarde a todos lados.

- Hoy no me salva ni el Tango 01, le digo...

La mera referencia que rozó a la señora bastó para que el tipo le bajara el volumen a la radio, se acomodara en el asiento y se despachara a gusto y sin temor. Con esa soltura que concede la universidad de la calle, apoyó su grueso antebrazo sobre el asiento vacío y siempre reclinado del acompañante y, mirándome fijo con ojos de lince, condensó en una frase su visión del gobierno saliente:

- Ni se caliente, señora. No pasa nada. ¿Sabe qué? Se afanaron tanta pero tanta guita que dejaron de contarla y la empezaron a pesar, y a nosotros nos sigue pesando cuando llegamos tarde a trabajar: ¿se dá cuenta cómo son las cosas?



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