domingo, 5 de junio de 2011

Recuerdos Imborrables

 

Esta noticia me llamó la atención desde el portal de yahoo.com hace unos días:

Un fármaco podría acabar con los malos recuerdos: estudio

Por Elaine Lies | Reuters – vie, 27 mayo, 2011.

NUEVA YORK (Reuters) - El bloqueo de una hormona implicada en la respuesta corporal al estrés mediante un fármaco podría cambiar la forma en que la gente conserva los recuerdos negativos, indicó un estudio.No obstante, aun no está claro cómo funciona esta sustancia, y si tiene implicaciones para el tratamiento de dolencias como el trastorno por estrés postraumático (TETP), según el estudio, publicado en Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism.El medicamento, llamado metirapona, bloquea la hormona del estrés llamada cortisol y ha sido usado para tratar a personas que tienen enfermedades relacionadas con su producción.El cortisol también participa en el almacenamiento y la recuperación de recuerdos, lo que hace preguntarse a los investigadores si ajustar estos niveles podría cambiar la forma en que la gente recuerda acontecimientos pasados.

"Sabemos que (el cortisol) es importante para la memoria", dijo Marie-France Marin, directora del estudio, de la University of Montreal. "Tanto niveles muy altos como muy bajos son malos para la memoria", agregó a Reuters Health. Marin y sus colegas usaron metirapona para impedir que voluntarios sanos produjeran cortisol. Los voluntarios, 33 hombres jóvenes, vieron una serie de diapositivas narradas que mostraban imágenes "neutrales" y otras "emocionalmente negativas" de una joven gravemente herida. Las escenas mostraban mucha sangre y un viaje a la sala de operaciones, aunque al final los participantes sabían que se pondría bien.

Tres días después de ver estas imágenes, los investigadores dieron a los hombres una dosis única de 750 miligramos de metirapona, una dosis doble y un placebo. Luego les pidieron que recordaran tanta información como les fuera posible de la historia que habían visto.
Cuatro días después de esto, se reunieron de nuevo con los participantes y, sin darles ninguna medicación, les pidieron que recordaran de nuevo la historia.
No hubo diferencia en los recuerdos de quienes tomaron una dosis única y de quienes tomaron placebo. Pero en ambas ocasiones, quienes tomaron una dosis doble recordaron menos del componente emocional negativo.
"El hecho de que los efectos de la metirapona aun fueran evidentes cuatro días después, es bastante significativo", dijo a Reuters Health Tony Buchanan, que estudia estrés y memoria en la Saint Louis University.
Los dos grupos que tomaron metirapona recordaron la información "neutral" igual que el grupo tratado con placebo.
Marin y sus colegas creen que una vez que se pidió a los participantes que recordaran la historia, quienes habían tomado la dosis alta de medicación realmacenaron ese recuerdo de una forma diferente y menos emocional, probablemente porque los niveles de cortisol eran menores en ese momento.
Lo que más les sorprendió a los autores es que la memoria permanecía invariable cuando los niveles hormonales volvían a la normalidad, y Marin dijo que su equipo no estaba seguro de por qué sólo afectaba a los recuerdos negativos.
El objetivo de esta investigación sería algo que podría ayudar a tratar el trastorno por estrés postraumático que no se resuelve a través de psicoterapia.
Ahora se necesitan más investigaciones para ver si las mujeres responderían de la misma forma que los hombres, y también estudiar si otras sustancias podrían tener el mismo efecto. La metirapona no está actualmente en el mercado.
"Tenemos que ver si los recuerdos autobiográficos responden a a metirapona de la misma forma o no", añadió Marin.

(Reporte de Elaine Lies; Traducido en la Redacción de Madrid)

  Yo, como siempre, opino: esto me parece espantoso. Aún los peores recuerdos de nuestra biografía humana deben ser guardados, aún el más galopante trastorno por estrés postraumático (TETP), debe ser vivido hasta el fondo y asumido para luego ser superado, y hablo con conocimiento de causa, y sabiendo que no es nada fácil. Pero los recuerdos, tanto los buenos como los malos, deben ser guardados, porque ellos nos hacen ser quienes somos, y están allí, en nuestra memoria, para enseñarnos algo que necesitamos aprender. Del mismo modo que la enfermedad. Me asusta la posibilidad de un mundo tan inhumanamente "higiénico y perfecto" en su absoluta imperfección de ilusiones facilistas...

Esto me recuerda a esa película surrealista que vi y padecí, "El eterno resplandor de una mente sin recuerdos" (Eternal Sunshine of the Spotless Mind), dirigida por el francés Michael Gondry y escrita por Charlie Kaufman, autor también del guión de "¿Quieres ser John Malkovich?". En el "Eterno resplandor...", el personaje principal, interpretado por Jim Carrey, intenta borrar la memoria de una chica, interpretada por Kate Winslet, pero en medio de todo un tratamiento tecnológico de "blanqueamiento de recuerdos traumáticos", el tipo se arrepiente de querer olvidarla, y así comienza una batalla entre su voluntad y la tecnología que lo desborda. Horrible película,en mi humilde parecer, que recuerdo como una pesadilla: fragmentada, reiterativa y tortuosa, como el proceso de eliminación selectiva de recuerdos efectivamente resultaría si se hiciera una realidad posible, más que una excusa argumental para una película formalmente rebuscada que coquetea con la ciencia ficción.



 

No sé, pienso otra vez en el genial Ernest Hemingway. ¿Cuánta fabulosa literatura nos habríamos perdido si Hemingway hubiese elegido "borrar" sus recuerdos de la vida en las trincheras y el romance de su semi-autobigráfico personaje norteamericano Frederick Henry con la enfermera Catherine Barkley, en un hospital para heridos de guerra que termina en tragedia, experiencias que son el nutriente más humano, rico y potente de su novela "Adiós a las Armas" ("A Farewell to Arms"), de 1929, ambientada en la Italia de la primera Guerra Mundial. Es en este hospital de Milán donde Frederick llega con una herida de combate, y donde se sucede un romance deseperado con un desenlace inesperado y trágico, al punto de que la novela llegó a ser censurada en Boston debido a su dureza, especialmente en los relatos de lo que Hemingway vió y procesó escribiendo a través de los ojos de su personaje, Frederick. Hasta para eso sirven los horrorosos recuerdos: para escribir una de las novelas de guerra más geniales jamás escritas.




Otra novela que considero fabulosa, "The Catcher in the Rye" ("El Guardián entre el centeno") de J.D. Salinger, se titula así por estar inspirada en un poema del poeta escocés Robert Burns, quien también narra en poesía un acontecimiento espantosamente traumático:





Robert Burns, 1759-1796, poeta escocés




Coming through the rye, poor body
Coming through the rye, She draiglet a’ her petticoatie.
Coming through the rye

Gin a body meet a body 5
Coming through the rye;
Gin a body kiss a body,
Need a body cry?


Gin a body meet a body
Coming through the glen; Gen a body kiss a body,
Need the world ken?


Jenny’s a’ wat, poor body;
Jenny’s seldon dry;
She draiglet a’ her petticoatie, Coming through the rye.


A través del centeno, pobre chica, A través del centeno,
Arrastraba las enaguas.
A través del centeno.

Si dos personas se encuentran
A través del centeno,
Si dos personas se besan.
¿Tiene alguien que llorar?


Si dos personas se encuentran
A través de la cañada;
Si dos personas se besan,
¿Tiene el mundo que saberlo?


Jenny es una pobre chica empapada;
Jenny casi nunca está seca;
Arrastraba las enaguas,
A través del centeno.



Comin’ thro’ the rye, poor body / Comin’ thro’ the rye / She draigl’t a’ her petticoatie / Comin’ thro’ the rye / Gin a body meet a body / Comin’ thro’ the rye / Gin a body kiss a body / Need a body cry? / Gin a body meet a body / Comin’ thro’ the glen / Gin a body kiss a body / Need the world ken? / Chorus: O Jenny’s a’ weet, poor body / Jenny’s seldom dry / She draigl’t a’ her petticoatie / Comin’ thro’ the rye”.
Cruzando el centeno, pobre cuerpo / Cruzando el centeno / Se le volaba la faldilla / Cruzando el centeno / Si un cuerpo choca un cuerpo / Cruzando por el centeno / Si un cuerpo besa un cuerpo / ¿Tiene un cuerpo que llorar? / Si un cuerpo choca un cuerpo / cruzando por el valle / Si un cuerpo besa al cuerpo / ¿Tiene el mundo que saberlo? El de Jenny es un cuerpo pequeño y dulce / y casi nunca tiene sed / Se le vuela la faldilla cuando cruza por el centeno.

Fuente: http://eltendedero.wikispaces.com/%E2%97%8FSalinger



Espero que las explicaciones sobren para comprender lo que aquí se narra, ¿verdad? También algo espantoso, que cualquier mujer o niña que haya sido forzada a sufrirlo querría olvidar, inspira a un genial escritor norteamericano para crear uno de los personajes más entrañables que millones de lectores atesoramos en nuestra memoria y en nuestro corazón, por su cercanía y complicidad con nosotros, que lo creímos "real" mientras compartimos su travesía por los senderos que lo conducen a "hacerse hombre" a través de la pérdida de la inocencia: Holden Caulfield.







Y conste que sólo apelé a la literatura y al cine para ejemplificar lo aberrante de querer borrar memorias... La vida real nos daría muchísimo mejores ejemplos (Viktor Frankl, Anne Frank, para citar un par no más) pero como espero que esto sólo quede en una fantasía, a lo fantasioso me remito...

El día que nos convirtamos en una sociedad adulta (¿llegará ese día...?), ya no intentaremos más anestesiar nuestros sentidos con fármacos peligrosos como del que se habla en el artículo, u obliterar nuestros recuerdos dolorosos; aprenderemos por fin que ellos nos abren las puertas hacia una vida más plena desde el conocimiento del horror, y las dos caras de nuestra humanidad: la miseria y la grandeza humanas, humanidad que en su TODO logra sublimarlos y convertirlos en crecimiento personal para quienes los transitan, y en legado para los que vienen detrás nuestro.

Dicen que en trance de muerte, el individuo revive toda su biografía, toda su vida, sus luces y sombras: yo no quisiera morirme sin recordar una buena parte de mi vida: los malos recuerdos. Sin ellos no tendría una buena muerte.

A boca de jarro

viernes, 3 de junio de 2011

La enfermedad.


                                                                   


   Cuando un miembro del perfecto engranaje de imperfectos seres que conforman una familia enferma, todos los miembros se sienten enfermos. Sobre todo si se trata de un pilar erguido, de un árbol fecundo que fue y es sostén, cobijo y amparo, y que ha dado prolíficos frutos. Mis suegro se enfermó. Y todos nosotros estamos enfermos.
   Entonces, como hago siempre ante las encrucijadas de la vida, me regalé un libro que me murmuró desde su título que me iba a ser útil en este tramo que nos toca recorrer como familia. El libro se titula "LA ENFERMEDAD COMO CAMINO",  y está escrito por Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, Editorial DEBOLSILLO clave. Recién ayer lo compré y empecé a hojearlo, a tientas, guíandome por el índice temático, porque no son tiempos que me permitan leer mucho, aunque sí necesito hacerme tiempo para escribir, pero tengo que acompañar, apuntalar, maternar a esta férrea figura paterna del árbol de mi familia que enfermó, maternar a su esposa, mi suegra, madre de mi esposo, maternar a mi esposo, su hijo, padre de mis hijos y sostén mío, maternar a mis hijos, que temen lo que saben puede suceder cuando un abuelo enferma, y sufren ante nuestra natural preocupación, maternar a mis padres, que se miran en el espejo de la realidad de mi suegro... en fin, una lista de deberes que no hago por el "deber ser", si no por el "ser en el hacer" que quiero para mi vida hoy.
  Una vez más me encuentro con autores que me siguen nutriendo con el concepto Jungiano de "la sombra", que me fascina, la idea de la polaridad y la unidad. Y me tiro de cabeza al capítulo sobre "LA SOMBRA", que se abre con una cita de Kahil Gibran, DE "EL PROFETA", LIBRO QUE RECOMINEDO, y que leí varias veces desde mi adolescencia. Y desde la luz que necesito hoy, leo esto que dice así:

"Toda la Creación existe en ti y todo lo que hay en ti también en la Creación. No hay divisoria entre tú y los objetos lejanos. Todas las cosas, las más pequeñas y las más grandes, las más bajas y las más altas, están en ti y son de tu misma condición. Un solo átomo contiene todos los elementos de la Tierra. Un solo movimiento del espíritu contiene todas las leyes de la vida. En una sola gota de agua se encuentra el secreto del inmenso océano. Una sola manifestación de ti contiene todas las manifestaciones de la vida."

   Paro y pienso : "No hay nada que temer". El Universo ya fue creado del caos y somos parte de y encarnación de su orden. No hay vacuidad, porque somos la manifestación corpórea y etérea de la Creación. Somos una vibración permanente, AÚN ENFERMOS, cuando la disonancia del vibrar nos abre un camino de autoexploración  y autoconocimiento que nos permitirá sanar en tanto demos con la causa del síntoma, y en tanto la enfermedad nos permita aceptar el límite de nuestra humana finitud y agradecer por la estela de trascendencia que legamos. 
   OSHO, otro pensador que me aporta, (y esto lo tomo del blog de Ximena Ianantuoni: "Vamos Viendo", expansionpersonal.blogspot.com, donde comento esto mismo que ahora posteo expandido en mi espacio), OSHO dice:

 
 " Todo lo que puedes hacer ahora, es relajarte en esta vacuidad..., caer en silencio entre palabras..., observar este espacio entre el aliento cuando entra y cuando sale..., y atesorar cada momento de la experiencia. Algo sagrado está a punto de nacer.
... porque el vacío no es simplemente vacío, lo es todo. Está vibrante de todas las posibilidades. Es un potencial, un potencial absoluto: aún no se ha manifestado, pero lo contiene todo.
Al comienzo es naturaleza, al final es naturaleza, así que, por qué haces tanto alboroto entremedias?, por qué en el medio te preocupas tanto, eres tan ansioso, tan ambicioso? por qué crear esta desesperación?

Del vacío al vacío, ése es todo el camino."
"De Mirarse el ombligo a mirar al cielo", OSHO

 PERO COMO LE DIGO A XIME, YO HOY, DESDE LA LUZ, NECESITO CAMBIAR LA CONCLUSIÓN DEL GENIAL OSHO, Y  CREER QUE: 

"De la plenitud perenne del ser a la plenitud perenne del ser, ése es todo el camino".
  Y por esas coincidencias que no lo son, ayer, María Guadalupe Buttera escribió una entrada sobre la enfermedad en su blog que me sirve, tanto como la oración en la que se hermana indefectiblemente conmigo cuando se lo pido. María, amiga del alma, me cuenta que :

Encontrar el mensaje detrás de cada enfermedad

Es la clave para recuperar nuestra salud integral

La Descodificación Biológica busca encontrar el mensaje detrás de cada enfermedad, "escuchar los síntomas", otorgándole datos al consultante para dar solución a su conflicto interior no resuelto.
Christian Flèche, psicoterapeuta, padre de la teoría de la descodificación biológica de 53 años, nació  en Arcachon y vive en la Provenza. Es Licenciado en Enfermería. Y se interesa por  la relación de persona a persona. Su religión es vivir el momento presente y como Jung, otra vez Jung, cree que la enfermedad es el esfuerzo de la naturaleza por curar el cuerpo. 
   ÉL DICE:
   "Las enfermedades son una tentativa de autocuración, una reacción biológica de supervivencia frente a un acontecimiento emocionalmente incontrolable, de manera que cualquier órgano dañado corresponde a un sentimiento preciso y tiene una relación directa con las emociones y los pensamientos.
 ... las enfermedades son una metáfora de las necesidades físicas y emocionales de nuestro cuerpo. Cuando no hay una solución exterior a esa necesidad, hay una solución interior... ; 
...son una solución de adaptación;
...el inconsciente inventa una vía suplementaria de supervivencia: un síntoma, que es una solución o una tentativa de solución inconsciente e involuntaria a ese shock vivido;
...Todo lo que captamos a través de los cinco sentidos, de los captadores neurovegetativos que vienen del interior del cuerpo, lo que pensamos o imaginamos, se traduce en realidad biológica.
...Somos una unidad compuesta de cuatro realidades inseparables: orgánica, cerebral, psíquica y energética. No hay ni una sola célula del cuerpo que escape al control del cerebro, y este no escapa al control del pensamiento, consciente o inconsciente; de manera que ni una célula del cuerpo escapa al psiquismo. Un shock siempre va acompañado de un sentimiento personal que repercute en los cuatro niveles biológicos;
...Cuando encontramos la solución esos cuatro niveles sanan simultáneamente. 
...A lo largo de un día no satisfacemos todas nuestras necesidades fundamentales.
Cuando no las satisfacemos, nace una emoción.
Si esa emoción se libera en el exterior bajo una forma artística, a través de la palabra, el baile o los sueños... todo va bien.
Cuando el acontecimiento no está expresado, queda impreso y el cuerpo será el último teatro de ese evento."

"Revalorizar las emociones, ser consciente de las emociones y expresarlas, es decir: bailar más a menudo. 
La gente está mucho tiempo en lo emocional pero son emociones procuradas: fútbol, cine... Un malestar compartido disminuye a la mitad, continúa compartiéndolo y acabará desapareciendo. Una felicidad compartida se multiplica por dos."


    Junto al doctor Philippe Levy, Flèche creó nuevos protocolos para organizar un método de diagnóstico original emocional y una nueva forma de terapia breve que busca en las emociones el origen y la solución a las enfermedades. 

 María cita la fuente:
http://www.lavanguardia.com/lacontra/20110530/54163306905/cada-organo-danado-responde-a-un-sentimiento.html

  Y ME REGALA LA PALABRA DEL EVANGELIO:

«Vuestra tristeza se convertirá en gozo»
Jn 16, 20

miércoles, 1 de junio de 2011

"La crianza, esa ardua tarea": Reflexión sobre el fragmento del libro de Maritchu Seitún publicado en LNR.



     

    En la  La Nación Revista del domingo 29 de mayo del corriente, salió este artículo, que es en verdad un fragmento de un nuevo libro sobre crianza, "Criar hijos confiados,motivados y seguros" de Maritchu Seitún, Editorial Grijalbo, tema que me apasiona, y sobre el cual deseo algún día escribir mi propio libro, mas allá de que, de hecho, lo hago día a día, ejerciéndola en presencia, mirada, escucha y entrega. Este artículo, como tantas disquisiciones blandas, “light” y postmodernas sobre el tema, me decepcionó


La crianza, esa dura empresa

En su nuevo libro, la especialista Maritchu Seitún ofrece una guía para dotar de confianza a nuestros hijos desde su primera infancia. Aquí, un extracto del capítulo La mirada (de los padres)

Domingo 29 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Los niños crecen en la mirada enamorada de su madre. Es una frase que confirmo cada día en mi trabajo con niños y adoles­centes, en las consultas de padres que vienen a verme preocupa­dos y, también, en la vida diaria con mis propios hijos y la gente que me rodea. Podría mejorarla diciendo: mirada enamorada de la madre, del padre y personas significativas de su entorno duran­te la crianza.
Con esa mirada crece la imagen de sí mismo, la autoestima, su confianza de ser valioso y de que el mundo lo va a recibir amo­rosamente y lo va a aceptar. Crecen la fortaleza y riqueza de ese pequeño ser que va constituyéndose desde el primer día de vida sin necesidad de organizar defensas inadecuadas.
En este contexto, enamorada significa encantada, llena de amor incondicional, fascinación, aceptación. Es una frase fácil de repetir y de creer, pero no parece tan simple cuando llega el mo­mento de sostener esa mirada.
Al nacer, el bebé no sabe que es; y lo va descubriendo poco a poco a través de su entorno, que funciona como un espejo que lo refleja. Si predominan las experiencias en las que lo hacemos sen­tir valioso, digno de amor, querido, querible, único, él se sentirá exactamente así. Lo mismo ocurrirá si le mostramos que es moles­to, ruidoso, insoportable, burro, demandante... Las palabras, el lenguaje corporal y las actitudes de los padres irán moldeando la imagen de sí mismo. Esto no significa que todas las experiencias tengan que ser de este tipo, pero sí que éstas predominen en la experiencia del niño.
Revisemos (para que esto no parezca una tarea imposible) nuestras expectativas de modo que sean razonables y realistas, tanto acerca del niño como de nosotros mismos. Pueden no ser­lo por muchas razones: que traslademos nuestra autoexigencia a nuestros hijos, que sea demasiado importante para nosotros la opinión de otros (padres, abuelos, amigos, etcétera), que intentemos que nuestros hijos hagan lo mismo que hicimos nosotros, o lo que no pudimos hacer, nuestra falta de experiencia, nuestra difi­cultad para esperar que ellos maduren a su debido tiempo, nues­tra propia autoestima baja que nos hace buscar seguridad en hijos perfectos...
En primer lugar, revisemos nuestras expectativas en relación con ellos. Dice Dorothy Corkille Briggs en El niño feliz que a nadie se le ocurre tirar de la punta de una planta para que crezca más rápido. Confiamos en que, si le damos agua, aire, luz y nutrientes adecuados, ella va a saber crecer. Aunque parezca absurdo, mu­chas veces nos encontramos haciendo esto con nuestros hijos.
Veamos algunos ejemplos. La mamá dice: "Saludá, nene, a la abuela" (y piensa: O ella va a decir que yo no sé educar a mis hijos), "Dale un beso a tu maestra nueva" (a quien la chiquita acaba de conocer y mira con pánico), "Saludá al señor" (ahora el pánico es del papá porque el señor es su jefe en el trabajo).
Si le damos a un niño muchos besos sin esperar nada a cam­bio, sin forzarlo a nada, un día empezará a hacer lo mismo. Lleno de amor y de besos, y con el ejemplo que le dieron sus padres y abuelos, estará en condiciones de hacerlo. Solo, sin presiones, sin la obligación de complacer a mamá para que no se desilusione o lo deje de querer, o por miedo de hacer enojar a papá, o de entris­tecerlos, o de ofenderlos y que se alejen emocionalmente de él.
Nuestros hijos chiquitos nos necesitan, no pueden vivir sin nosotros; por eso les resulta terrible la posibilidad de desilusio­narnos, o de correr el riesgo de perder nuestro amor y cuidados. Esto los puede llevar a aceptar por demás lo que los padres les pedimos; antes de estar realmente preparados para hacerlo. Y en ese camino pierden una parte de ellos mismos.
A diferencia de lo que nos ocurre con la planta (que sabemos que va a crecer), nuestra falta de confianza en nuestra capacidad de educar y de ser modelos adecuados para ellos nos lleva a em­pujarlos hacia adelante, y perdemos la oportunidad de disfrutar sus logros. Al centrarnos en lo que falta, logramos exactamente lo contrario de lo que anhelamos: hijos con poca confianza en sí mismos.
Cuando el bebé empieza a caminar, le regalamos la zapatilla (rodado sin pedales para mover con los pies). Logra dominarla a los dos años... y ya le estamos regalando el triciclo... Cuan­do a los tres puede pedalear y desplazarse cómodamente en su triciclo, le compramos la bicicleta con rueditas... Y a los cuatro, quizás encontremos un vecinito dotado motrizmente (que ya anda en bici sin rueditas) y empezamos a forzar a nuestro hijo a dejarlas. Este es sólo un pequeño ejemplo de lo que ocurre con muchos temas en la infancia.
Disfrutemos cada momento evolutivo sabiendo que el próxi­mo va a llegar y los veremos sonreír confiados y seguros de sí mismos. ¿No es eso lo que todos soñamos para ellos?
De la misma manera, observemos nuestras expectativas para con nosotros mismos (a fin de no pretender más de lo que real­mente podemos): ser buenos padres, tener la casa perfecta, no fallar en el trabajo, son presiones difíciles de sostener con hijos chiquitos; y, sin darnos cuenta, podemos hacerlos responsables de nuestros fallos en esas áreas.
Un ejemplo: los chiquitos tiran los vasos (especialmente los llenos) por mil razones. Porque son torpes y no tienen el esquema corporal consolidado, porque jugar es más importante para ellos que la alfombra, porque su capacidad de atención todavía es limi­tada, porque el enojo puede dominarlos hasta hacerlos tirar el vaso a propósito. Una mamá demasiado exigente (consigo misma y, en consecuencia, también con su hijo) se va a enojar mucho; y luego se va a volver a enojar con él porque, al tirar el vaso y hacerla enojar, la hace sentir una mala mamá. ¡Es demasiada responsabilidad para un solo niñito!, ¡y también para una sola mamá!
Los chicos crecen y, con seguridad, volveremos a tener la ropa impecable y los muebles perfectos. Mientras son pequeños, lo central es que tengan ese calorcito que sólo da la confianza de ser queridos tal cual son, de ser aceptados; de saber que sus padres están encantados con ellos.


     Aquí va mi reflexión, parte de la cual ya está en manos del editor de “Yo lector”, donde suelen publicar mis cartas de no más de 1.000 caracteres, y que viene de haber leído más de una veintena de libros sobre el tema, y, sobre todo, de ejercer la crianza comprometida, real y aplicada durante trece años ya.

    Al leer un título como este, una madre o padre amoroso y sano espera encontrar eco de esas dificultades que la crianza plantea paso a paso, y  que parece no estar bien visto comentar. Sin embargo, me encuentro con una psicóloga más, y ya van muchas, que insiste en que los padres están “enamorados” de sus hijos, con lo cual ya empezamos mal: Freud se retorcería en su tumba si leyera algo así. Coincido en que el amor a los hijos es visceral, único e incondicional, pero no se puede decir, para luego deber aclarar el sentido de la palabra que ya tiene su propio significado (para eso están las palabras), que uno está “enamorado de sus hijos”. Esto le haría un daño terrible a nuestros hijos, quitando inclusive toda connotación sexual del medio. Creo que en cuestiones de crianza, como en educación, nos hemos ido de un extremo al otro: el extremo del autoritarismo del que venimos históricamente como sociedad, en donde el niño se calla, obedece, es maltratado verbal y físicamente como si fuese un perro siendo domesticado, y no se lo escucha ni se le expresa el sano y profundo amor que uno siente por él,  al otro extremo, a lo que yo denomino “la dictadura del niño”, en la que al niño se lo “idolatra”, se lo convierte en el amo y señor de  la casa y de nuestro universo, se le dan todos los espacios para que “brille”, no se le pone ni un límite, se lo deja pasar por  un enano autoritario y desubicado, se le habla de igual a igual cual si fuese un adulto pequeño, se le explica el motivo y la razón de todos los “no” para no traumarlo, se lo deja “explorar” con la comida con la que debe alimentarse, pintar todas la paredes para que logre expresarse, jugar con la espuma de afeitar de papá para que desarrolle sus habilidades manuales y creativas, y todo, que es un exceso por donde se lo mire, sin ubicarlo en su realidad de niño. Y así se le hace tanto o más daño que al niño de antaño.
  Tengo la dicha de tener una excelente amiga, mujer inteligente y sin hijos, con quien puedo hablar mucho de todo esto. No me sucede igual con mis pares, madres urbanas contemporáneas. Ellas no parecen sentir a veces, como me pasa a mí, que los hijos, además de la indiscutible maravilla que aportan a nuestra existencia con su omnipresencia, amor incondicional de verdad, ingenuidad, ternura, creatividad, espontaneidad, y ganas de reír y jugar todo el tiempo, además resultan para cualquier adulto normal, precisamente por todos esos mismos motivos, muchas veces insoportables y terriblemente egoístas, simplemente porque son niños, y eso es lo que los incapacita para no ser egoístas. Pero lo son: son absorbentes, demandantes, impacientes en general, pedigüeños, caprichosos, obstinados, ruidosos, inquietos, y demás… Esto es también normal, deseable y esperable en un niño sano. Y esto natural y comprensiblemente  molesta a cualquier adulto; esto les molesta hasta a sus hermanos o hermanas que ya van dejando de ser niños, y que ven todo esto claramente, y uno les pide que los soporten:    
    
                          “¿No ves que es chiquito?”

   Ahora bien. Si yo comento algo de todo esto que todo chico grande con hermanitos pequeños dice tranquilamente, sin culpa y sin sentirse en falta por eso, con una madre en la puerta del colegio, no percibo empatía… Al contrario, se me mira cual si fuese un monstruo, y en la mirada leo un millón de horribluras que van desde “Mala madre” hasta el peor de los insultos… Y todo esto creo que se debe a la maldita y perenne culpa femenina y, sobre todo, materna…

   Esta sensación de ambivalencia tan presente en todo vínculo humano, y en el de filiación también, no tiene permiso de ser verbalizada en nuestros tiempos, y esto me huele a hipocresía. Y me indigna la hipocresía. El momento de mi vida en el que lo percibí con mayor claridad fue cuando decidí tener a mi segunda y última hija, y atravesé la crisis vital más honda de mi existencia, que me permitió hacerme adulta. Fue tal la sensación de desborde ante la exigencia, seguramente agrandada por mi propia autoexigencia, que no elegí padecer, pero que es uno de mis rasgos, sin que esto me convierta en una loca desquiciada incapaz de maternar amorosamente, que creí enloquecer en el intento de maternar fusionándome con una deseada y hermosa bebé recién nacida que mamaba cada cuatro horas, y seguir siendo la mamá presente que mi hijo mayor de entonces tan sólo 5 años necesitaba y reclamaba justamente. Y al mismo tiempo, poder encontrar espacio para seguir siendo “yo”: yo mujer, yo esposa, yo ama de casa, yo gerente de gestión de mi hogar, yo profesional exitosa y requerida, yo hija presente, yo hermana compinche, etc.… Todo esto, sin  la ayuda de una doula, o una niñera, o una mucama con cama adentro, como hacemos la mayoría de las mujeres... Todo esto que, creo, lógicamente, resulta demasiado, fue demasiada demanda para mí. Y me sentí muy sola y asustada en mi sentir, que fue catalogado de “neurótico” por un médico clínico que me recetó ansiolíticos para calmar mi ansiedad, los cuales interrumpieron el amamantamiento, generando aún más estúpida culpa, y  quien me mando a hacer terapia con una psi que me dijo exactamente lo que yo sabía de antemano me iba decir: 

     “¡Tenés que aprender a pedir ayuda! ¡Tenés que delegar! 
      ¡Tenés que pedir más delivery y hacer las compras online! 
      ¡Tenés que hacerte un análisis de sangre para ver cómo anda tu tiroides!” 

    Hasta que, en lo que decreté como mi alta terapéutica, con síntomas en remisión, gracias a consejos que no puse en práctica y a la lista de “tenés que” que superaba  ampliamente mi propia autoexigencia, tan cuestionada en este artículo por la autora, le dije:

     “Sí, ya se. Tengo que nacer de nuevo o cambiar de clase social, ¿no?” 

    Fin de la terapia.

    De todos modos, como dije, leí una veintena de libros sobre crianza, porque seguía sin perdonarme lo horrible de sentir que yo no me estaba plenificando en esta ardua empresa, sino que me estaba posponiendo, que estaba dejando una vida fecunda en muchos otros aspectos entre paréntesis. Yo me sentía la sombra de quien había sido antes del quiebre de la maternidad. Y fue allí cuando encontré a la única mujer que me explicó qué y por qué me pasaba todo esto: Laura Gutman. Ella fue quien me habló por vez primera de la sombra que me habitaba y devoraba entonces, advirtiéndome que, en tanto yo no la aceptara, por más impresentable que apareciera en sociedad, nunca brillaría en la luz de mi ser como por fin logré hacerlo gracias al “encuentro con mi propia sombra” a través de la maternidad. Ese es el agradecimiento y la bendición más grande que les debo a mis hijos: su estar en mi mundo por mi propia elección me permitió ver y aceptar que yo no soy toda ternura, paciencia, abnegación  y cosa dulce, como el personaje de "Mafalda", Susanita, por suerte para ellos y para mí, ya que además es un poco tontita. Que hay emociones oscuras y potentes dentro mío que son tan esenciales y valiosas, en tanto no se transformen en destructivas, como las que son esperables en las fiestas de cumpleaños infantiles en los “pelotuderos”… como los definía el joven e iluminado Padre Hernán, con quien, por aquel entonces, realicé un maravilloso Taller de Oración y Encuentro con La Palabra gratuito que me ayudó tantísimo más que la terapia con la especialista en postparto y crianza a quien le deje una suma considerable de mi dinero. No hay mejor terapia que la de un Cristo que te acepta Y TE AMA con todas tus miserias, y te enseña con su ejemplo a perdonar y perdonarte.

  Norberto Levy fue otro terapeuta que me ayudó mucho en esa transición, con su libro de ejercicios terapéuticos “El asistente interior”. Y leí otro breve y valioso trabajo de Levy el verano pasado, titulado “La sabiduría de las emociones”, en donde se le dedica un capítulo al enojo, que dice más o menos que el enojo es una válida y saludable emoción, siempre que “resuelva y no destruya”. Pero a esta psi parece que nunca se le vuelan los patos, como a las mamás reales, que ejercemos la crianza comprometida aplicada full time, sin delegar ni tercerizar, con todas nuestras humanas limitaciones, y con todo nuestro profundo amor incondicional y no “enamoramiento” por nuestros hijos.


   Otro aspecto que menciona el artículo es el de no apurar a los chicos en sus logros motrices, de aprendizaje y demás. Y en esto estoy absolutamente de acuerdo con la autora. No obstante, es el afuera, léase sociedad, escuela, maestras, jardineras, pares, otros padres, etc., los que apuran a los chicos. Se nos dice que no esperemos la perfección en nuestros hijos, pero se nos la exige como padres, en un mundo que ya exige demasiado aparte de nuestra propia autoexigencia. Aunque nosotros encaucemos el crecimiento de nuestros hijos respetando sus tiempos, es el afuera el que los y nos apura todo el tiempo. Sin ir más lejos, ayer, recibí una bien intencionada nota de la dulce maestra que este año tiene mi hija de ocho años, en la que me pide que la ayude a reconocer distintas categorías semánticas de palabras (sustantivos, adjetivos y verbos en infinitivo y conjugados en presente, pasado y futuro), cosa que mi hija hace bien, aunque hay adolescentes a quienes les resulta dificultoso, pero sustraídas de textos, con lo cual le agrega a la demanda de clasificación semántica compleja en sí, una exigencia mayor: lectura selectiva e intensiva, en textos que se incluyen en libros didácticos para ser usados para lectura extensiva o comprensiva a lo sumo, en tercer grado... A mis alumnos adolescentes, me lleva meses entrenarlos en hacer este tipo de discriminación en términos del por qué y para qué leemos, y ni hablar el lograr clasificar palabras semánticamente. Entonces pregunto: ¿quién apura a quién?

   Como concluye mi carta de lectores, que no se si veré publicada, me gustaría encontrar publicadas reflexiones más profundas sobre las turbulentas aguas de la crianza real.



   Y AVISO A LOS QUE CREAN EN LO QUE DICE LA CONCLUSIÓN DE ESTE ARTÍCULO:
¡NO SEAN ILUSOS! NO HAY CASA CON MUEBLES PERFECTOS NI ROPA IMPECABLE CUANDO UNO HA ELEGIDO TRAER HIJOS AL MUNDO, PORQUE ESO NO SERÍA UN HOGAR. AÚN SIN HIJOS: UNA CASA PERFECTA NO ES UN HOGAR DESEABLE NI HABITABLE. Y LO DICE UNA NEURÓTICA PERFECCIONISTA...


Y te lo digo así, con mi mayor respeto en el  acuerdo y el desacuerdo, a boca de jarro.

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