lunes, 16 de enero de 2012

Una de árboles



Los árboles ejercen sobre mí una fascinación especial. No necesito viajar a ningún lugar boscoso ni lejano para apreciarlos: tengo la suerte de vivir en una ciudad profusa y variadamente arbolada. Tanto, que a menudo resultan problemáticos: de tan altos que los hemos dejado llegar, muchas veces los árboles enferman y caen en los días de tormenta, aplastando autos y causando destrozos, o se enredan sus ramas altísimas con todo el cablerío que desluce y afea nuestra ciudad. No se los poda, pensando que se les hace un daño. Yo no sé mucho de esto de cuidar árboles tan enormes y añejos, pero recuerdo que de pequeña la poda municipal anual era práctica común. Ahora dicen que no les hace bien o que no es necesaria, y no se permite fácilmente remover un árbol aún si se trata de un espécimen  que quedó obstaculizando una entrada de auto en una construcción nueva, por ejemplo.


También me ha pasado de vivir mis primeros años de casada en un departamento con un precioso ventanal amparado a la sombra de un plátano: la pelusa del plátano metida en mi garganta en otoño y primavera exacerbó mis alergias, y ni hablar de la cantidad de veces que tapó rejillas y desaguaderos por donde se filtraba al punto de inundación. Cuando me mudé, me fijé muchísimo en qué tipo de árboles tenía plantados en la puerta de casa.


Desde la alegoría del origen de nuestra especie asociada al árbol del  bien y el mal del Edén, cuyo fruto prohibido dio Eva de comer a Adán, los árboles han sido tomados como entidades sagradas por diversas religiones, y hoy hay gente que se dedica a abrazar árboles porque dicen que se interconectan los campos energéticos. A mí me gusta observarlos, fotografiarlos y sentarme a su sombra, siempre que se puede, a disfrutar de esa energía y esa sensación de protección y resguardo que entiendo vincula a los árboles con un hondo sentido de ancestralidad y necesidad de arraigo en nosotros.

Bosque patagónico.

Bosque de arrayanes, Bariloche, Argentina.  Árboles que abundan en la Patagonia Argentina y son de corteza fría.

Magritte.

Son además un tema recurrente en el arte en general y descollante en la pintura, cargado de significados simbólicos. Simbolizan muchas cosas: individualidad cuando se trata de árboles fuertes, como el roble, diversidad o uniformidad cuando se los plasma en conjunto, fecundidad cuando están en flor, debilidad cuando se los muestra abatidos por el viento, pelados o quebrados, perseverancia y fortaleza cuando erguidos en medio de condiciones adversas o paisajes desolados, etc. Hay árboles robustos, altos, añejos, jóvenes, solitarios, bellos, escalofriantes. Hay árboles mágicos o con ciertos poderes sobrenaturales o curativos.

Klimt.

Monet.

Van Gogh.

Van Gogh.

Friedrich.


Friedrich.

Lo arbóreo representa también unidad en la diversidad de las partes que hacen al todo del árbol, el enraizamiento, el sentir del terruño, familia en cuanto a lo genealógico, y sobre todo vida. La vida se me hace un árbol en sus ciclos naturales, en su temporalidad, en sus aspectos cambiantes y, sobre todo, en su capacidad de transformarse para seguir generando vida.

El árbol de la vida, Klimt.
Plantar un árbol, cuidarlo y verlo crecer, es proyectarse en el tiempo desafiando nuestra transitoriedad, creer que la vida es posible más allá del límite de nuestra existencia, aspirar a alcanzar metas que se nos hacen altas, aceptar el desafío y creer que se puede a pesar de todos los vientos que amenacen con derribar nuestro árbol.



Árboles de Vladimir Kush.




POEMA DEL ÁRBOL (Fragmento)

Árbol, buen árbol, que tras la borrasca
 te erguiste en desnudez y desaliento,
 sobre una gran alfombra de hojarasca
 que removía indiferente el viento…
(...)

Y en esa verde punta
 que está brotando en ti de no sé dónde,
 hay algo que en silencio me pregunta
 o silenciosamente me responde.

(...)

Sí, buen árbol; ya he visto como truecas
 el fango en flor, y sé lo que me dices;
 ya sé que con tus propias hojas secas
 se han nutrido de nuevo tus raíces.

(...)

Y, en cordial semejanza,
 buen árbol, quizá pronto te recuerde,
 cuando brote en mi vida una esperanza
 que se parezca un poco a tu hoja verde…

Antonio Machado

A boca de jarro

viernes, 13 de enero de 2012

El ocio

Katsushika, “Niño observando el Monte Fuji”



"El ocio representará el problema más acuciante,
pues es muy dudoso que el hombre se aguante a sí mismo."
(Friedrich Dürrenmatt)

¡Qué necesario y sentador resulta esto que llamamos ocio y que, muchas veces, intentamos llenar de proyectos y actividades para que no se convierta en monotonía o pereza, para no tener que enfrentarnos con nosotros mismos! Hacía meses que no dormía tanto ni tan plácidamente. Meses que mi cara no se veía libre de ojeras y abultados párpados. No hay mejor tratamiento antiage que el ocio bien vivido.

Sin embargo, el ocio tiene mala fama por considerárselo tiempo perdido, sinónimo de improductividad. Con la velocidad y la oferta de consumo de supuestas diversiones que se nos ofrecen en los tiempos de hoy se atenta contra el ocio bien entendido. Y se nos incita a llenar nuestro tiempo libre de obligaciones laborales con destinos que, lejos de darnos un descanso, nos cansan y nos vuelven a congregar en forma multitudinaria para crisparnos los nervios.


Se nos otorga el derecho y el privilegio de las vacaciones. Lo mejor de esto que llamamos vacaciones demuestra una cosa importantísima: la ansiedad y el estrés que nos acompañan a lo largo del año de trabajo no son producto de nuestra patología mental, sino simplemente nuestra natural reacción a la alienación y el abatimiento que implica vivir en una urbe del siglo XXI, donde no hay tiempo para la dis-tensión porque la vida en la ciudad es pura tensión, aunque no se trata en absoluto de una elección propia. Y son la imposibilidad de elegir qué hacer y la conciencia de todo lo que se quiere pero no se puede hacer con nuestros tiempos durante tantos meses lo que más enferma al alma, lo que más neurotiza, lo que más envejece.


El ajetreo cotidiano que comienza contranatura, con un tremendo madrugón que durante largos meses significa estar despierto antes de que nuestro reloj biológico diga que es hora de levantarse, simplemente porque aún no salió el sol, implica de entrada una importante causa de malestar e insatisfacción en nuestra forma de encarar el día. Empezar la jornada cuando la tiranía del despertador lo decreta para salir corriendo de la cama a cumplir con la interminable lista del "tener que", que acumula deberes impuestos por la escolaridad de los hijos y el trabajo propio, más el manejo de una casa, no deja tiempo ni energías para lo que experimento en estos plácidos y extraños días, en los que a veces no sé ni en qué día de la semana estoy: ¡estupenda sensación de sanidad mental!

Al mismo tiempo sucede que uno se extraña de sí mismo al sentir que disfuta de hacer nada, entendido desde lo que casi todos piensan que es hacer. Disfrutar de no salir de casa, de no ir a donde se supone que hay que ir cuando uno está de vacaciones, resulta bizarro para la gran mayoría; no transar con el negocio del ocio, que en definitiva lo mata, parece absoluta insanía. Elegir no ser uno más de los millones que abandonan la ciudad para abarrotar las playas y pelearse por una superficie en la arena bajo el sol, o elegir no hacer largas colas en el parque de diversiones, gastando fortunas por la adrenalina de la montaña rusa, que conocemos de memoria por ser la mejor alegoría de nuestra rutina cotidiana, parece una locura propia de un neurótico amargado. Y sin embargo, es lo que asegura el descanso y la convicción de que, después de todo, no estamos tan locos.


Como miembro de una sociedad altamente psicologizada y neurotizante, a menudo me siento una trastornada, una neurótica. Son estos refrescones en la misma ciudad que me perturba y me crispa el resto del año, pero con por lo menos tres millones de personas inactivas o ausentes este mes de enero, con calles en las que se puede caminar si uno sale de casa sin llevarse por delante a medio mundo y vías por donde se puede circular en auto con suficiente holgura, sin bocinazos ni atascamientos, escuchando que en la radio el informe de tránsito diario tiene poco que informar, son estas bocanadas de aire fresco, estos remansos los que, en definitiva, nos dan la clara pauta de que no estamos locos: es la forma en que se nos plantea la vida sin que pueda mediar elección propia lo que verdaderamente enloquece.


A boca de jarro

miércoles, 11 de enero de 2012

María Elena Walsh: Nada Más

 Nada más


   (María Elena Walsh)

"Con esta moneda
me voy a comprar
un ramo de cielo
y un metro de mar,
un pico de estrella,
un sol de verdad,
un kilo de viento,
y nada más."

 "En el país de Nomeacuerdo...", se cumplió por estos días un año de la desaparición física de una grande de la cultura contemporánea argentina para chicos y grandes: María Elena Walsh. Y hablo de desaparición física, porque el alma de María Elena, esta juglar de nuestros tiempos, sigue viva entre nosotros, grandes y chicos. Yo cantaba sus canciones de pequeña, acompañándome con acordes simples en mi guitarra, que quedó guardada. Mis hijos las aprendieron de más pequeños y disfrutaron de su magia, y ahora mis sobrinos, aún más chiquitos, siguen deleitándose con "Manuelita la tortuga", "El Reino del Revés", "La Reina Batata" y toda una galería de fantasía que nos liga a varias generaciones ya.

 A través de su mundo de fantasía:

"Estamos invitados a tomar el té,
la tetera es de porcelana, pero no se ve,
yo no se por qué."



Hay un jardinero que anda por ahí cantando esta bella canción que conocemos bien:

"Canción del jardinero"


 Y gracias a la crítica social de la poetisa adulta María Elena, los argentinos aprendimos que debemos ser como la cigarra:


"Como la cigarra"   (María Elena Walsh)

"Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que el sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y seguí cantando.

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando."



 Hay gente que nunca se va: se quedan y siguen cantando en nuestra voz. 


"Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy.
Por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos.
Porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor,
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos."


  ( "Serenata para la tierra de uno" de María Elena Walsh)


                                      

A boca de jarro

Buscar este blog

A boca de jarro

A boca de jarro
Escritura terapéutica por alma en reparación.

Vasija de barro

Vasija de barro

Archivo del Blog

Archivos del blog por mes de publicación


¡Abriéndole las ventanas a la realidad!

"La verdad espera que los ojos
no estén nublados por el anhelo."

Global site tag

Powered By Blogger