domingo, 18 de marzo de 2012

Un rompecabezas




Se pasó el mes de enero armándolo. Lo devoraba. Lo abstraía del despido que había dejado atrás y de la incertidumbre del trabajo que había conseguido. Intentaba hacer con las piezas lo que querría hacer con su vida, que había quedado como un rompecabezas que alguna vez había tenido las piezas firmes en su lugar pero se lo habían pateado. Tenía que empezar de nuevo. En eso estaba. Si hay algo que no le falta es tesón, una feroz obstinación por salir adelante ante cualquier embate.


Cuando apretó el calor, le llegó el turno a las piezas más difíciles: las negras. Sólo se podía guiar por las formas. El color y el diseño ya no auxiliaban. Pero siguió adelante, bajo el fresco del aire acondicionado, en la horas más tórridas de la tarde o después de cenar, cuando le costaba conciliar el sueño de tanto cavilar.

Para esta etapa se ponía una lámpara sobre lo que estaba armado: requería más precisión y concentración. Y era cuestión de prueba y error con muchas piezas. Con las últimas se dejó ayudar. Le dio satisfacción verlo terminado habiendo permitido que se metieran varias manos en el plato.


Ahí quedó. Lo encoló y falta enmarcarlo. Lo quiere para encabezar su nueva oficina. Se lo habíamos regalado cuando estaba buscando un trabajo de día completo, pero no lo empezó hasta que lo encontró.

Está bien elegida la imagen: mirar las cosas desde esa perspectiva te da otra visión. Los que saben de arte dicen que aquí hay puro dominio de un dibujo preciso, minucioso y realista, con una composición que responde a la Ley renacentista de la Divina Proporción. Los tonos ocres de la parte superior, de la piel y la madera, contrastan en perfecto equilibro y armonía con los azules de la límpida bahía, el típico paisaje de Port-Lligat que se convierte en un motivo recurrente en la obra de Dalí. Son mis colores favoritos. Elegimos a Dalí también para él.

La figura de Cristo brilla en la oscuridad de un abismo sobre la tierra. La luz crea un espacio  a la vez íntimo y expansivo, la masa de nubes espesas sirve de intermedio entre los pescadores, que faenan el puerto con total naturalidad, y el Cristo iluminado en la negrura, cuyo rostro se nos niega. En este Cristo no hay rastros de sangre ni heridas ni el menor atisbo de dolor. Desde su cruz irradia una extraña serenidad. Tal vez por eso lo escogimos para él:  un Cristo que con su sacrificio no se expresa como trágico, sino que nos permite encontrar algo de paz. Dalí escribió sobre esta obra: "Quiero pintar un Cristo que sea una pintura con más belleza y alegría que nunca antes haya sido pintado". Y sin saberlo, eso fue precisamente lo que quisimos regalarle.

Se la pasó así suspendido, como el Cristo, en el aire todo un año. Ahora tiene el rompecabezas armado nuevamente. Sin embargo, se lo ve entristecido. Perdió tanto más que el trabajo: se desorientó, se desarraigó, se cansó de empezar de nuevo con el nudo en la garganta sabiendo que puede llegar a pasarle lo mismo y que, a medida que pasa el tiempo, los años le juegan cada vez más en contra. Fue lo que salió después de tanto buscar. Dice que tenemos que alegrarnos de tener trabajo, pero no se lo ve alegre.

Ilumina Zygmunt Bauman con respecto al trabajo en Modernidad Líquida, que leí por y para él:

"Los puertos seguros para amarrar nuestra confianza son pocos y están alejados unos de otros, y la mayor parte del tiempo ella flota vanamente a la deriva a la búsqueda de un muelle a salvo de las tormentas."


Bauman apela a la metáfora de la liquidez, pero cuando se dedica a analizar el paradigma laboral de nuestros tiempos, echa mano a la figura del juego. Intentar rearmar el rompecabezas de la vida es como adentrarse en un juego de azar.

"... estar en el mundo ya no produce la sensación de un encadenamiento de acciones lógicas, consistentes y acumulativas, que están atadas a la ley y responden a ella, sino que empieza a parecerse más a un juego en el que "el mundo exterior" es uno de los jugadores y se comporta como tal, sujetando las cartas contra su pecho. Como en todo juego, los planes para el futuro tienden a ser transitorios, versátiles y volubles, sin un alcance que exceda las próximas jugadas."

Más que nunca se nos ha hecho carne la sensación de lo transitorio y prescindible en nosotros. Como en un juego, nos movemos jugada a jugada, y el futuro se convierte en piezas que habrá que intentar colocar en su debido lugar cuando lleguemos a esas alturas del juego.

Nuestra noción del futuro y nuestra cabida en él es comparable a la imagen del laberinto, en el cual el trabajo y el resto de la vida humana están fragmentados en episodios cerrados en sí mismos:

"Hay que ocuparse de un obstáculo por vez; la vida es una secuencia de episodios. Los caminos de la vida no se enderezan a medida que los recorremos, y una curva bien tomada no es garantía de que la próxima nos resulte igual."


Su leitmotiv siempre ha sido: "Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él." Condice con esta visión de Bauman sobre nuestra realidad. Y sin embargo, no parece haber puentes a la vista. Sólo tenemos un muelle. El puerto ahora somos nosotros, el uno para el otro. Antes, cuando nuestros amarres se nos hacían firmes y confiables puertos, no estábamos tan fuertemente amarrados el uno al otro. Cosas que pasan después de los naufragios de un despido.

A boca de jarro

miércoles, 14 de marzo de 2012

En busca de sentido

                  El combate entre don carnaval y doña cuaresma, Pieter Brueghel el Viejo, 1559.


"En razón de su autotrascendencia, 
el hombre es una esencia en busca de sentido."
                         Ante el vacío existencial, Viktor Frankl.

A veces parece como que los pequeños rituales cotidianos que hacen a nuestra vida diaria se vuelven monótonos, aburridos, carentes de sentido. Se nos habla en los medios o leemos libros de personas que logran hacer trascender sus vidas más allá de los límites de su mortalidad. ¿Quién alguna vez no ha soñado con lograr alcanzar algo grande que lo haga trascender? Y sin embargo, la gran mayoría de nosotros vivimos vidas que se nos hacen pequeñas, anónimas y hasta insignificantes.


Ante el panorama del mundo que nos toca protagonizar, nos sentimos abatidos, empobrecidos, estrechados nuestros horizontes, vaciada nuestra capacidad de soñar, casi enfermos. Viktor Frankl le habla al hombre de hoy desde el siglo XX, y el mensaje que le transmite sigue siendo preciso, contundente y es posible que haya cobrado aún más sentido en nuestro confuso y líquido siglo XXI.


Viktor Emil Frankl, (1905-1998), neurólogo y psiquiatra austríaco, fundador de la Logoterapia y sobreviviente de  varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau, nos alecciona a partir de su experiencia:

"Preocuparse por algo así como el sentido de la existencia humana, dudar de tal sentido o incluso hundirse en la desesperanza ante la supuesta falta de sentido existencial, no es un estado enfermizo,  un fenómeno patológico.(...)
...  no es sólo que la frustración existencial esté lejos de ser algo patológico, sino que lo mismo cabe decir - y con muchísima más razón - de la voluntad misma de sentido. Esta voluntad, esta pretensión humana de una existencia llena, hasta el máxino posible, de sentido, es en sí misma tan poco enfermiza que puede - y debe - movilizársela (...)
Algunas veces no se trata tan sólo de movilizar la voluntad de sentido, sino de despertarla a la vida allí donde ha sido resquebrajada..."
                                                                 
Es un tiempo en el que se nos informa que se agregan al manual de trastornos de la mente más etiquetas y rótulos para lidiar con emociones, estados del alma y características de la personalidad como la tristeza ante las pérdidas, la timidez y la rebeldía, y se cree que la psiquiatría es la respuesta omnipotente a todos nuestros estados, Frankl advierte que es necesario dejar de divinizarla para intentar humanizarla. Es en el momento en el que el hombre atraviesa sus desiertos y se confronta con sus preguntas y dudas cuando se hace más auténtico, más hombre, cuando realmente comienza a comprender y a protagonizar su trascendencia, su grandeza. Sólo al hombre atormenta esta lucidez por la cual se duda de todo sentido. La sanidad reside en la voluntad de la búsqueda. Y advierte, lleno de sentido, que no se debe desvalorizar lo que hay de humano en nosotros. Cabe preguntarse por qué resulta tan atractivo andar etiquetando y buscando salidas farmacológicas y terapéuticas a situaciones que nos hacen transitar el sendero de nuestra más vibrante humanidad: "A nuestros mediocres les causa, al parecer, contento, oír decir que a fin de cuentas Goethe era también un neurótico como vos y como yo, si es que me permiten decirlo así. (Y quien esté libre de neurosis al cien por cien, que tire la primera piedra.)"
 

Según este brillante y apasionado pensador y orador, son cada vez más los que acuden al psiquiatra aquejados de un profundo sentido de vacuidad, a tal punto que él lo considera una "neurosis de masas". Es que no hay instinto que nos dicte qué tenemos que ser o tradiciones que nos marquen el rumbo hacia lo que se debe ser, y ya casi no conectamos con lo que queremos ser. Caemos en el conformismo y la deseperanza. Y la deseperanza, según Frankl, es comparable a una ecuación matemática:


D = S  −P
DESESPERANZA = SUFRIMIENTO − PROPÓSITO

Frankl reivindica la lucha por encontrar la voluntad de salir al encuentro de la actitud acertada para hacerle frente a nuestro destino más que una forma de cambiarlo, y la ecuación cobra sentido. Vivir es aceptar con dignidad el desafío que plantea la vida, con su carga de adversidad, porque nuestra vida tiene un propósito que descubrimos amando, trabajando, creando, y pensando en cómo afrontar el sufrimiento cuando toca. La pregunta no es ¿por qué a mí? sino ¿para qué?

Somos afectados por nuestro entorno, sin dudas, pero gozamos de una capacidad de elección, de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en circunstancias terribles. Se nos podrá arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir nuestro propio rumbo. Sentido no es algo que nace de la propia existencia, sino lo que le hace frente. Vale la pena leer en su legado la pasión y convicción con la que lo explica, para contagiarse de ella y seguir en la perenne búsqueda de sentido transitando los senderos de nuestra extraordinariamente ordinaria vida.

A boca de jarro

domingo, 11 de marzo de 2012

De Piaget, Pavlov y homeschooling...



Según Piaget el pensamiento concreto se desarrolla a partir de los 7 años, cuando el niño puede conocer la realidad que lo circunda y pensar sobre ella estableciendo relaciones a partir de sus sentidos. Los niños de esta edad pueden de este modo comprender que son capaces de agrupar objetos por colores o tamaños, jerarquizarlos de menor a mayor o por orden alfabético, encontrar los opuestos, realizar operaciones matemáticas sobre elementos observables (objetos, ábacos o contadores), etcétera, pero siempre deberán tener presente el objeto a estudiar o a analizar. Esta etapa concreta se extiende hasta los 11 años, momento en el cual comenzará a lograrse el pensamiento abstracto. Durante ella es recomendable que todo lo que se pretenda enseñar al niño pueda ser vinculado con su propia experiencia o, de no ser posible, a partir de imágenes (láminas, videos, películas, etcétera).

No obstante, a alumnos de cuarto grado de entre 8 y 10 años de edad, se les pide que realicen descomposición de cifras en decenas de mil, unidades de mil, centenas, decenas y unidades. Por lo tanto, se les da una cifra tal como 24.957 y el niño deberá reescribirla como 2 decenas de mil, 4 unidades de mil, 9 centenas, 5 decenas, y 7 unidades. ¡Fantástico! Pero, ¿dónde entra el pensamiento concreto?

Será simple concretizar la noción de unidades y decenas, posible la idea de centenas. ¿Cómo hacer concreta, tangible y sensorial la noción de unidades de miles y de decenas de miles? ¿Cómo logramos que este aprendizaje sea significativo para la mente de un niño en etapa del pensamiento concreto?


Mamá quiere ayudar a aprender esto a su niña de 8. ¿Qué hace mamá? Ni videos, ni láminas, ni películas. ¡Eureka: billetes! Mamá toma el dinero que está en casa, y hace pilas de billetes de cien para mostrarle a su inteligente hija, aunque aún pensadora concreta, lo que es una unidad de mil. Pero a mamá le resultará imposible mostrarle lo que son 24 decenas de mil con el efectivo en casa. Si esto fuese posible, no importaría tanto que a la niña le vaya bien y aprenda mucho en la escuela para asegurarle un buen puesto de trabajo en el futuro por el cual reciba como pago decenas de miles de billetes por mes...


Por lo tanto, papá y mamá profesores, que estudiamos a Piaget, lo dejamos a un lado este fin de semana y apelamos a Pavlov para entrenar a nuestra amada hija a resolver sus cuentitas ignorando las etapas del pensamiento en las que creemos porque las constatamos a diario. Vamos entonces a resolver cuentitas que carecen de toda relevancia, sentido y propósito para la vida infantil de mi hija hoy, un domingo soleado de marzo a sus 8 años, cuando está deseosa de jugar en la plaza y andar en su bici al aire y libre.


Hoy mismo, mientras adiestramos a nuestra pensadora concreta por la mañana, repasamos los diarios del domingo el padre y yo y nos encontramos con un interesante artículo en la revista dominical de Clarín, Viva, sobre homeschooling: educación en casa. Se trata de un movimiento bastante controvertido que abarca a un pequeño porcentaje de familias mundialmente, aunque en expansión (se calcula que dos millones de niños son educados así en el mundo hoy, mayormente en Canadá y Estados Unidos), que optan por instruir a sus hijos en casa siguiendo programas prediseñados principalmente por sistemas de derecha cristianos. Según se informa, "el homeschooling reúne corrientes de pensamiento divergentes y hasta incompatibles." En sus comienzos, en la era hippie de los 70, el movimiento reflejaba una pedagogía de corte humanista y liberal, y de hecho las fotos que acompañan al artículo muestran niños y madres que se asemejan en aspecto a aquellos hippies setentosos. Se los ve distendidos, rodeados de materiales concretos, coloridos y atractivos, en salas hogareñas especialmente acondicionadas para el aprendizaje y llenas de sol, acompañados por sus madres, quienes aparentemente se dedican a instruirlos en lugar de llevar adelante sus carreras. Se levantan más tarde que los escolares, al menos cuando ya hay luz solar, y dedican tantas horas al estudio como les demande o les entusiasme, para luego cortar por la tarde y unirse a talleres fuera del hogar de música, arte o costura y clubes deportivos. Para responder a los mandatos legales y recibir el reconocimiento oficial de su aprendizaje, estos niños rinden exámenes libres y, según los testimonios, su rendimiento es bueno. Hay algunos que se adhieren a programas para niños dotados como el diseñado por la prestigiosa Stanford University. Sus padres sostienen que sus hijos reciben educación de calidad de las mejores manos, padres sabios y cariñosos que los conocen en profundidad, y dicen estar "muy en contra de la marea."


Terminamos de leer el artículo y nos ponemos a corregir escritura de números en letras, tema sobre el que tenemos serias dudas lingüísticas a nuestros 43 años y de aplicabilidad a los 8 años, corregimos las multiplicaciones por dos cifras y las divisiones, apelando a la calculadora sin que nuestra pequeña nos pille, y terminamos con un dictado de números al cual le vemos nulo propósito antes de disponernos a preparar el almuerzo familiar del domingo. Después de almorzar, nos tomamos un breve recreo antes de la plaza, la bici y el planchado de uniformes que han de estar listos para mañana a las 6:45 a.m., cuando la tiranía del despertador nos hace saltar de la cama para que nuestros escolares se levanten, se vistan, desayunen y vayan al colegio en nuestra compañía sin llegar más tarde de las 7:25 a.m., y nos preguntamos concretamente si nosotros no hemos también estado haciendo homeschooling part-time por años sin la ayuda de Piaget para que nuestros hijos sean escolarizados en un colegio privado de la ciudad de Buenos Aires al mejor estilo Pavlov.


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