domingo, 6 de mayo de 2012

El arte de perder


 Anoche vi por tercera vez "In her shoes" ("En sus zapatos", 2005), una adaptación de una novela en inglés de Jennifer Weiner dirigida por Curtis Hanson y protagonizada por Toni Collette, Cameron Diaz y Shirley MacLaine. Una película que quizá no merezca la pena verse más de una vez, pero que siempre me engancha. Creo que lo que más me gusta es que puedo identificarme con ciertos rasgos de las tres mujeres que alimentan la historia, diría mejor, con las cuatro, aún con la que se menciona y se ve en fotos, pero que no está presente físicamente a pesar de ser quien ha dejado una huella indeleble en las otras tres. Y es esclarecedor en momentos de transición, de cambio, ver ciertas cosas propias con la distancia que impone la ficción, una ficción con un poco de melodrama, lo admito, pero con un planteo por lo menos interesante.



 Es una película sobre la empatía y sobre cómo se pueden elaborar las pérdidas. Es una película que regala algunas líneas de poesía bellísimas que ayer me hicieron vibrar una vez más. Uno de esos regalos es el poema de Elisabeth Bishop, "One Art", traducido como "El arte de perder". Irremediablemente se pierde al traducir poesía, pero dejo que la mejor traducción que encontré hable por sí misma:



"El arte de perder" ("One Art"), de Elizabeth Bishop.

El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, la horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares y nombres y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! Desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Ni aún perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.

 El arte de perder se aprende al asomarse al secreto que revela el poema de e.e. Cummings que cierra la película:

"I carry your heart with me"  by e.e. Cummings (Fragment).

Here is the deepest secret nobody knows.
(Here is the root of the root and the bud of the bud
And the sky of the sky of a tree called life; which grows
higher than soul can hope or mind can hide)
And this is the wonder that's keeping the stars apart

I carry your heart (I carry it in my heart).

"Llevo tu corazón conmigo" de e.e. Cummings (Fragmento).

He aquí el más profundo secreto que nadie conoce
(he aquí la raíz de la raíz y el brote del brote
y el cielo del cielo de un árbol llamado vida; que crece
más alto de lo que un alma puede esperar o una mente puede ocultar)
y éste es el prodigio que mantiene a las estrellas separadas
Llevo tu corazón (lo llevo en mi corazón).

 ¡Y qué difícil se me hace ver a Cummings en casi todas sus fotos con un cigarrillo en la mano al cabo de cumplir las primeras 48 horas de haberlo dejado! Por fin encontré esta imagen en la que se le ve muy apuesto y libre de humo:
 
" ...to air in the lung 
let evening come."
          "Let Evening Come"
                                          by Jane Kenyon 



A boca de jarro

jueves, 3 de mayo de 2012

Dejar de fumar y volver a empezar...


Fumo desde los diecisiete años. Empecé como tantas adolescentes para sentirme más grande, más cool, más segura de mi misma. Detrás de todo fumador hay un ser inseguro que necesita una muleta y un manojo de ansiedad que el cigarrillo incrementa aunque se crea lo contrario. El cigarrillo me acompañó durante mi carrera, me parecía que me ponía en un estado de alerta mental para estudiar largas horas diurnas y nocturnas. Luego me apoyé en él para dar mis primeros pasos en el mundo del trabajo, cuando todavía se nos permitía llenar de humo los lugares que compartíamos con nuestros colegas. 

Me puse de novia y luego me casé con un tipo más sano que el Quaker que me aceptó a mí y a mi compañero sin chistar. Nunca fui de fumar más de mis cinco o seis cigarrillos por día, y comencé a hacerlo al aire libre, en el patio o la terraza de casa. Empecé a convertirme en una fumadora culposa, avergonzada y bien consciente de los daños que el cigarrillo produce. Cuando supe que estaba embarazada de mi primer hijo, guardé el paquete en uso en un rincón de un cajón y nunca más probé uno. Hasta que dejé de amamantarlo. Con la excusa de las largas horas de estar en casa viviendo al ritmo del bebé y la sensación de encierro y falta de descanso, volví a fumar.

Cuando decidí buscar mi segundo embarazo, dejé de fumar con esfuerzo bastante antes de quedar embarazada. Quería estar sana y hacer un cambio radical en mi estilo de vida, hacer ejercicio, cambiar mi dieta, bajar de peso. Y traspasada la crisis de abstinencia que manejé alejándome de los lugares de casa donde solía fumar a escondidas para que mi hijo pequeño no me viera, logré superarlo. Me mantuve sin fumar por más de un año y medio. En el segundo postparto experimenté síntomas de ansiedad más agudos que la primera vez. Acudí esta vez a una terapia en lugar de ir corriendo al quiosco a comprarme un atado, aunque la idea me rondaba. Y la psicóloga me dijo que si sentía que caminaba por las paredes, no estaba tan mal fumar dos o tres cigarrillos por día para calmar los nervios. Ahí ya no amamantaba. Muchos profesionales, tal vez fumadores ellos y sin malas intenciones, recomiendan consumir una dosis de nicotina controlada antes de forzar al paciente a transitar por la desesperante abstinencia que dejarlo totalmente conlleva. Entonces reincidí.

Creí que lo tenía controlado. Fumaba mi cuota diaria que no sobrepasaba los cinco, hasta que el año pasado, a raíz de una serie de experiencias estresantes que cualquier vida trae de tanto en tanto, se me fue de las manos. Empecé a hacerlo automáticamente, y si bien nunca perdí la cuenta de lo que fumaba, lo que parecía la mesura de los cinco diarios se duplicó. Tanto es que comenzó a controlarme él a mí que dejé de hacer cosas que antes hacía con mayor asiduidad, como ejercicio intenso, porque las energías no alcanzan.

Últimamente me hice plenamente consciente de que soy esclava de mi vicio. Siento que necesito fumar para rendir, para trabajar, para premiarme después de trabajar, para inspirarme para escribir. Pero termino el día exhausta y sé que es por el cigarrillo.



Estoy leyendo un libro escrito por dos ex-fumadoras empedernidas que llevan adelante un método exitoso y serio para ponerle fin al tabaquismo. No creo en la magia: ni el láser, ni la acupuntura, ni la auriculoterapia. Pero necesito apoyarme en un libro en este momento en el que he tomado la decisión de dejarlo porque tengo pánico de fracasar y reincidir otra vez. Según el libro, debo prepararme psicológicamente, pensar en positivo, asumir un cambio profundo que incluye una nueva identidad en la que el cigarrillo no entre, bucear en las causas y las formas de esta adicción. Debo fijar un día, el Día D, y una hora. Se aconseja hacer un pequeño ritual de despedida íntimo entre el cigarrillo y yo la noche anterior a ese día y prepararse mentalmente para lo que serán unos siete o diez días de irritabilidad, impaciencia, más ansiedad, desasosiego y quizás insomnio, con los cuales no sólo yo tendré que lidiar, sino también quienes conviven conmigo. Y tengo miedo. Quiero dejarlo, pero tengo miedo.

Sobre todo temo porque había pensado que el mejor sustituto en esos días de crisis sería un buen termo de mate disponible a toda hora a la que suelo fumar, sobre todo, por las mañanas. Y justo pasa que voy al súper y no hay yerba mate a la vista por las góndolas donde solía encontrarme con todas las marcas y clases: la que tiene cascaritas de naranja sobre todo, que es mi preferida. En los supermercados chinos de alrededor de casa la yerba se consigue, pero el paquete sale justo el doble de lo que me cuesta el atado de cigarrilllos que compro cada dos dias. Cosas que pasan en la tierra de la yerba mate...


Igualmente, esta vez quiero dejarlo y quiero hacerlo por  mí. Las otras veces estaba la enorme motivación de estar sana para los hijos que llevaba adentro. Y resulta que ahora están afuera, me pescan infraganti  y no me gusta para nada que me vean con un cigarrillo en el patio: no se es coherente como padre de ese modo. ¿Con qué argumentos les voy a decir que nunca lo hagan? Admito que me siento como de duelo. Estoy de duelo por la que quiero dejar de ser, aunque no sé si podré, ni sé en quién me convertiré. Pienso y pienso en cuál será el día más apropiado, en cómo voy a hacer para resistir, trato de poner la cabeza en los beneficios que se me auguran y que sé ciertos, pero no me resulta fácil.

Para quienes nunca han fumado tal vez sea imposible comprender todo esto. Esto es una enfermedad. De poco sirve que nos espanten con testimonios e imágenes de órganos o personas arruinadas por el cigarrillo: sabemos de qué se trata, y ya estamos enfermos. Eso es lo más patético. Según los expertos, la nicotina genera una adicción cinco veces más potente que algunas drogas duras, que jamás he probado y me jactaba de ello. Sin embargo, se tiende a ser más intolerante con el fumador que con cualquier otro adicto. Ahora me siento una adicta más, luchando. Los familiares y amigos me dicen que todo es cuestión de fuerza de voluntad, pero parece que sólo con eso no alcanza. Es necesario plantearse una nueva vida, un cambio profundo y eso genera sentimientos encontrados. Ver la vida sin la capa de humo gris que la cubre puede llegar a des-cubrir vastas áreas grises que necesiten oxigenarse tanto como mis propios pulmones y desintoxicarse igual que mi torrente sanguíneo.


Por ahora estoy en la etapa previa, tomando coraje, recabando testimonios de quienes lo lograron. Ya tengo una idea aproximada de cuál será el Día D, un nuevo comienzo en mi vida. Porque en definitiva, siempre se trata de volver a empezar.

 Volver a empezar, de y por Alejandro Lerner.

Pasa la vida y el tiempo
no se queda quieto
llevo el silencio y el frío
con la soledad.

En que lugar anidaré
mis sueños nuevos
y quien me dará una mano
para volver a empezar.

Volver a empezar
que no termina el juego.
Volver a empezar
que no se apague el fuego.

Queda mucho por andar
y que mañana será un día
nuevo bajo el sol
volver a empezar.

Volver a empezar
volver a intentar

Se fueron los  aplausos
y algunos recuerdos
y el eco de la gloria
duerme en un placard.

Yo seguiré adelante
atravesando miedos
sabe Dios que nunca es tarde
para volver a empezar

Volver a empezar
que aún no termina el juego.
Volver a empezar
que no se apague el fuego.

Queda mucho por andar
y que mañana sera un día
nuevo bajo el sol
volver a empezar.

Volver a empezar
volver a intentar.

A boca de jarro

martes, 1 de mayo de 2012

Trabajo


Se lee y se escribe mucho sobre el trabajo. Sobre todo, se trabaja mucho. Se especula sobre las mutaciones que sufrirá la naturaleza del trabajo como lo conocemos: se pronostica que la gente trabajará de manera remota, conectada a su computadora desde su casa, que tendrán más de una ocupación a lo largo de su vida, que el trabajo se transformará en algo más impersonal, más flexible, más cambiante. El panorama en el mundo laboral ha cambiado dramáticamente desde que ingresé a él y sigue cambiando, a través de nuevas leyes y modalidades que se imponen.


En casa, el tema trabajo es todo un tema. Por las horas que ocupa, por las expectativas que alguna vez depositamos en él y que no vemos plenamente colmadas, por la recompensa económica que nos da, porque ya comenzamos a prestar atención a las inquietudes del futuro laboral de nuestros hijos y no nos sentimos en posición de orientarlos, ya que no tenemos idea de cuáles serán las opciones que les permitirán ejercer una ocupación o desplegar una vocación satisfactoriamente en unos años, y porque a menudo no es fácil descubrir qué quiere hacer uno con su vida tempranamente.

Si de vocación se trata, muchos de mis coetáneos ya se han cuestionado varias veces la que han elegido como forma de vida aún amándola. Nos cuestionamos el haber desoído otros llamados vocacionales que descartamos por no encontrarlos viables, o por pura cobardía. ¿Pero quién no tiene esas dudas existenciales en su haber?


Noto que muchos jóvenes comienzan carreras que abandonan al poco tiempo, inclusive luego de haber invertido tiempo y buenas sumas de dinero en recibir orientación vocacional. Y simplemente cambian. Percibo que no lo viven como una frustración: hay un mayor margen emocional de prueba y error en este terreno que los jóvenes se permiten hoy en su elección vocacional sin vivirlo como un fracaso. Hay carreras que me suenan novedosas, inéditas. Se dice que la Argentina es hoy el cuarto exportador en el mundo de formatos televisivos, por ejemplo, que hace tiempo se imponen y se venden alrededor del mundo. Datos que manejan los expertos en el tema que me sorprenden  y que me desorientan aún más cuando se trata de orientar a mi descendencia.

Se dice también que en el mundo habrá problemas debido a que existirá una proporción mayor de población inactiva y longeva que personas activas que produzcan para mantener el equilibrio de la ecuación social que el trabajo sustenta.


Lo cierto es que cada mañana al sonar los despertadores, millones de personas nos ponemos en marcha para hacer lo mismo: trabajar. Los modos son tan diversos como personas hay en el mundo, pero el trabajo es un denominador común que nos asemeja, nos aglutina, que brinda sentido a nuestra rutina, coherencia a nuestra historia, respaldo a nuestra identidad, sustento a nuestras necesidades. Sólo nos percatamos de cuán importante es el trabajo cuando nos falta.

Se dice que trabajamos un tercio de nuestra vida en promedio, pero se siente real la reflexión inicial de Mafalda: es como si viviéramos para trabajar si contamos todas las horas que le dedicamos al trabajo cuando estamos fuera del lugar de trabajo, si tenemos en cuenta todas las dificultades que nos generan esos aspectos del trabajo para los que nadie nos capacita, como las relaciones interpersonales y el estrés que genera lidiar con el peso de las responsabilidades, el afán por progresar o el temor de perderlo. Se postergan deseos de hacer cosas por el deber de hacerlas y resulta todo un trabajo aceptar que así es la vida del trabajador.


Y al llegar a casa, nos calzamos las pantuflas y continuamos trabajando en las tareas domésticas, que pocos consideran trabajo en los términos en los que se celebra hoy el Trabajo, y que sin embargo son fundamentales para encarar el trabajo de vivir. Vivir es un trabajo de principio a fin que, a pesar de todas las variables, vale la pena.


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