lunes, 29 de octubre de 2012

Ernest Hemingway en la era de las biografías y los microrrelatos







"El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve de 5.895 metros de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre es, en masai, «Ngáje Ngái», «la Casa de Dios». Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas." 





"-Lo maravilloso es que no duele -dijo-. Así se sabe cuándo empieza."

                                  "Las nieves del Kilimanjaro", Ernest Hemingway

Leer a Hemingway siempre me deja con la sensación de haber realizado un viaje no sólo por algún territorio geográfico concreto, con su temporalidad, olor y color particular, sino además, la de haber hecho con él un recorrido por una de esas tierras atemporales a las que tememos asomarnos aunque son patrimonio universal y exclusivamente humano: el sentido de la vida, su fragilidad y su intensidad, la confrontación con las arduas realidades que nos impone la historia, el mantenerse firme frente al mar de las adversidades y el vérselas cara a cara con la muerte. Con un puñado de palabras que no se escapan de un rango intencionalmente calculado para darle ese efecto a la vez lacónico y profundo a la historia, fiel en su estilo a la imagen del iceberg, que oculta bajo la superficie mucha mayor densidad de la que el ojo capta, y con todos lo detalles hilvanados por la misma conjunción, los innumerables "y..." de Hemingway, que taladra con su eco acumulativo hasta develar el tallado desenlace, su estilo me parece único en su honda simpleza y brutal realismo. Ignoro si a pesar de ser un Nobel entra dentro de lo que se considera "el canon". Sea como sea, para mí es de lo mejor de la Literatura.

Entiendo que desde la perspectiva contemporánea, su persona, siempre reflejada en su obra, ha sido puesta bajo la lupa por su machismo confeso, su amor por el boxeo y las riñas, por las corridas de toros, por la caza y por la pesca en aguas profundas. También su vida ha sido sometida a escrutinio en diferentes versiones cinematográficas de manera poco convincente. De lo último que he visto,  "Medianoche en París" presenta una caricatura del hombre basada en los personajes principales de sus novelas famosas. "Hemingway & Gellhorn", (2012), en cambio, con Clive Owen y Nicole Kidman, no termina de cuajar el estereotipo del fanafarrón y pendenciero a quien todos llamaban "Papa". Se trata de un drama histórico que se adentra en los pormenores de una tempestuosa relación amorosa entre el escritor y esta corresponsal de guerra, Martha Gellhorn,  que se arrastra tras causas injustas conquistando la pasión de un Hemingway voluntariamente involucrado con idealismos y utopías sangrientas y dominado por sus propias pasiones irrefrenables: las mujeres, los excesos y el alcohol. Para entonces, los años treinta,  Papa ya se había convertido en un novelista de renombre. Sin embargo, tengo la impresión de que la película deja a la figura de Gellhorn mejor parada que a la del propio Hemingway.

Parece que con este grande de las letras se impone "la patografía", "La biografía patológica, la monstruificación de cualquier vida. Las lees y en ellas lo que el autor escribió ocupa un lugar ínfimo”, según explica José Emilio Pacheco. La proliferación de esta patología literaria se ha convertido en tendencia, a tal punto que es más fácil encontrar buenas traducciones de sus biografías que de la obra misma del autor. El lector voyeur es quien la alimenta, siempre en busca de detalles íntimos, truculentos y extravagantes que condicen con el personaje que devoró al hombre. Finalmente, como explica Pacheco, el personaje que Papa Hemingway creó y la novela de su vida no podrían haber tenido otro posible desenlace.

Más allá de los retratos cinematográficos o biográficos del hombre, que siempre resultan subjetivos y hasta irrelevantes para el lector ingenuo, es el escritor quien nunca defrauda. Es más, cuando se cree haber leído lo suficiente, siempre hay más para descubrir y sorprenderse. Lo último que encontré es una joya: "The First Forty-Nine Stories", que se pierde quien no haya dedicado años al estudio del inglés, porque hay historias en esta colección que no han sido reeditadas desde las antiguas antologías de relatos, hoy libros de anticuario o de segunda mano, figuritas difíciles de adquirir. Y es una pena en tiempos en los que los microrrelatos causan furor. Sus cuentos cortos son una pintura de enorme maestría y descarnado realismo que jamás dejan al lector indiferente. Por el contrario, a través de sus pinceladas, Papa Hemingway siempre nos conduce a las peliagudas preguntas con las cuales él mismo se confrontó en tiempos de falta de certezas, los de la generación perdida, y que finalmente lo dejaron sin otra respuesta que el suicidio. Su magistral definición del concepto de la Nada en "A Clean, Well-Lighted Place", una de esas historias sublimes para las que no encuentro ninguna buena traducción al español, ni siquiera del título, ha cobrado hoy aún más vigencia e implicaciones más profundas que cuando fue publicada:  

"Nada nuestro que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada, hágase tu nada así en la nada como en la nada. La nada nuestra de cada día..."

Otra gema en esta colección de cuarenta y nueve cuentos, y algunos verdaderos microrrelatos intercalados e intitulados, es "Hills like White Elephants", un relato mayormente en forma de diálogo en el que el lector se convierte en escucha involuntario. Un duelo verbal se suscita cerca de una estación de tren rodeada de una serranía en algún pueblo español a orillas del Ebro, entre un americano y una muchacha, Jig, que está a punto de abordar el expreso de Barcelona a Madrid para hacerse una operación que no termina de convencerla. Sin jamás ser mencionado y entre copa y copa, el lector llega a la conclusión de que se trata de un aborto, y de que la pareja jamás será la misma después de deshacerse de lo que resulta para ambos un elefante blanco.

Podría seguir con títulos destacables como "The Short Happy Life of Francis Macomber" o "The Killers", pero nada en la colección supera a "The Snows of Kilimanjaro" ("Las nieves de Kilimanjaro"), la historia de un moribundo escritor frustrado, Harry, de safari en medio de la sabana africana y en espera de un avión que venga en su rescate. Lo acompaña su adinerada, bebedora y negadora pareja, quien se resiste a discutir con su hombre como distracción o revelación final tanto como a  la idea de su muerte inminente a causa de una gangrena, por no querer asumir la soledad una vez más en su propia vida en Long Island. El hombre, en cambio, se ha resignado a morir, y los buitres comienzan a rodearlo y a embriagarlo la macabra risotada de las hienas, llevándolo a recordar escenas de su vida pasada, de sus brutales experiencias de guerra, de sus inviernos en la nieve y de todas las historias que hacen al libro de su vida que ya jamás podrá plasmar. Hasta que por fin llega, corpórea, a posar su cabeza al pie de su camilla, la muerte, le hace sentir su aliento pestilente en su rostro y le oprime el pecho hasta dejarlo sin habla y adueñarse de su cuerpo entero. Al morir, el narrador no pausa para anunciarnos el hecho, sino que continúa con el ensueño de una vida más allá de la muerte en la que aterriza el avión esperado sobre la llanura dorada de África, asciende y el hombre, con su pierna extendida, finalmente comprende la profecía que abre la historia: la nave vira hacia el este para por fin dirigirse hacia "la Casa de Dios", la cima nevada del majestuoso Kilimanjaro. Allí, en la pura blancura de las nieves eternas, yace el esqueleto de un leopardo que inexplicablemente llegó a esas alturas, como lo hizo Ernest Hemingway, erguido y de pie frente a su máquina de escribir.

A boca de jarro

miércoles, 24 de octubre de 2012

Con un sólo ojo



Últimamente, resulta que el mejor remedio para las tripas no es el omeprazol ni el pantoprazol. En verdad, el pantoprazol me constipa, por más que agregue fruta con cáscara, fibra y Activia a mi dieta. Tengo que preguntarle al gastroenterólogo, que me va bajando la dosis en cada visita, por qué será. Mientras tanto, estoy un tanto inflada de tanta flatulencia. Y estando en este estado descubrí que la mejor medicina para mi acidez estomacal es mirar la realidad en la que estoy metida como desde cierta distancia. Podría decirse que antes me sentía inmersa, a veces desbordada, a punto como de ahogarme en ese mar revuelto y agitado del día a día. Ahora, el oleaje sigue batiendo contra la ventana pero yo lo observo detrás del vidrio, y hasta parece que hasta ni me salpicara.

Supongo que si además de gastroenterólogo consultara con un psicólogo, como el mismo gastroenterólogo me recomendó sin éxito, me diría que logré tomar distancia psicológica de ciertos hechos en los que antes me enroscaba.

Jugando un poco a ser mi propia terapeuta, trato de que la cosa en sí no sea nada, como cuando uno es espectador de un hecho y se hace conciente de las condiciones de su mirar: veo que algo sucede, algo está pasando, lo percibo y punto. Trato de no ir más allá. Puede parecer digno de un autómata y no siempre resulta tan sencillo,  aunque con la práctica funciona para mi emocionalidad saturada. En cambio, si al observar un hecho cotidiano, sea del ámbito privado o el ámbito social, político y económico que muestra la prensa, le agrego, primero, un juicio de valor propio, especialmente uno negativo; luego, la emoción que ese juicio dispara en mí, y encima de todo me involucro y pretendo hacerlo mejor, cambiarlo o marcarle un rumbo diferente o un ritmo distinto, ahí es cuando viene el reflujo.

Me puse a leer, para ver si esto que es simplemente una hipótesis de un posible camino, que de hecho vengo transitando para reducir la causa de mis males, de las cuales no me interesa la etiqueta de un diagnóstico, tiene algún sustento psicológico comprobado. Y me encontré con que en Estados Unidos, un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan llegó a la conclusión de que la sabiduría se obtiene al ver las cosas desde la distancia. Según estos estudiosos "las personas con una perspectiva universal (de distancia), en realidad procesan la información de forma distinta que las que tienen una perspectiva más egocéntrica." La investigación también ha mostrado que el dialectismo, es decir, el darse cuenta de que el mundo es fluido y que es probable que el futuro cambie, y la humildad intelectual, el reconocimiento del límite del conocimiento propio, son aspectos claves de un razonamiento sabio. En un experimento llevado a cabo en 2011, estos señores les pidieron a 57 estudiantes universitarios a punto de graduarse o recién graduados, que no podían encontrar trabajo, que eligieran tarjetas de un mazo que describía la recesión en el país del norte y los altos niveles de desempleo, y pensaran cómo la economía les afectaría personalmente. Luego, se los instó a razonar en voz alta sobre el tema desde una perspectiva egocéntrica o con distancia. Descubrieron que los participantes que adoptaron una perspectiva de distancia eran significativamente más propensos a reconocer los límites de su conocimiento y a admitir que era muy probable que el futuro cambiase.

Lo cierto es que yo no quería ir tan lejos con esta reflexión ni llegar a la conclusión de que he alcanzado la sabiduría ni de que nos espera un futuro mejor, pero creo que di un paso al frente, y en un mundo que parece ir para atrás, me congratulo por ello. Estoy aprendiendo a confiar en el proceso y en el desarrollo de la vida, a soltar los juicios y los temores que se apoderan de mí cuando me meto de cabeza en el hecho, sea algo del ámbito familiar, como la escolaridad de mis hijos, por cuya pobre calidad me dio muchas veces ganas de arrancarme los pelos, y créanme que perdí una considerable cantidad de cabello durante los meses en los que mi malestar fue de índole agudo, o sea el noticiero cotidiano o el diario del domingo. Me doy permiso para dormir más, como una forma de desconectarme, y hasta sueño, dormida, con anhelos que había archivado, como viajar, tan vívida y detalladamente que me da pena despertar. No me fuerzo a hacer lo que no me sale o aquello para lo que llego muy justa con el tiempo: confío en que los míos se las arreglarán sin mi intervención, y me alegra comprobar que así sucede cuando vuelvo a la noche del trabajo. No espero que en el trabajo las personas se vuelvan coherentes y lógicas: me divierto con la incoherencia y pienso que me pagan por tolerarla.  Profundamente y a pesar de todo, siento  que lo que sembré, germinará a su debido tiempo y dará buenos frutos, pero tiempo al tiempo, y el que esté apurado que se embrome. En definitiva, es como haberme disciplinado en el arte de mirar la realidad con un sólo ojo, como parecen hacerlo tantos de quienes nos gobiernan. Tal como hacía  uno que nos dejó hace un par de años. 


A boca de jarro

lunes, 15 de octubre de 2012

Rito de pasaje


 "Sin tener en cuenta los  detalles  más  concretos, 
lo  que  da  sabor  a la  vida  es  estar  profundamente  implicada  en  ella."

                                                                                                                                                                                                    Jean  Shinoda  Bolen


Lo que para algunos ha sido el evento del año, por todo la burbuja en el que lo envolvemos, para mí resultó un acontecimiento profundamente revelador de una crisis vital más de tantas, en el sentido positivo de cambio, que simplemente intensifica mi sensibilidad y me da una mirada clara y honda de lo que he logrado hasta hoy y lo que es mi vida en el ahora.

A través de los símbolos externos del vestido blanco, el moño y los zapatitos perlados, levantarme el día de la Comunión de mi hija y abocarme a la ancestral tarea de la mujer iniciada en el arte de transmitir algunas tradiciones de nuestra femineidad al vestirla, peinarla y sostenerla en su mutación a un nuevo ser al que el rito de pasaje da origen fue movilizador. La imagen de las dos frente al espejo, ya listas para el ritual, trajo a mi memoria lo poco que leí de esta mujer, Jean Shinoda Bolen. En especial, su idea de que un espejo común y corriente refleja la apariencia superficial, pero hay espejos en los cuales vemos reflejadas cualidades intangibles que tienen que ver con el alma. En eso espejo nos miramos y nos encontramos mi hija y yo el sábado pasado.

Quienes han estudiado los ritos explican que están vinculados con cambios físicos, psíquicos o sociales del individuo Esta clase de ceremonias hacen notorio que el individuo cambia su estatus y es reconducido a un nuevo estado. En este caso, vi claramente que mi hija deja una etapa atrás igual que yo, que se inicia ya a su pubertad y yo a mi madurez, y que nuestros roles ahora han cambiado: ella se ocupará de representar la fertilidad y la continuación de mi linaje, y yo estaré encargada de brindarle la sabiduría de vida que me ha sido transmitida por las mujeres que me precedieron: mi madre y mis abuelas.

A Bolen le interesan las mujeres maduras mucho más que a nuestra sociedad. Según explica en uno de sus trabajos, la madurez evoca humedad y jugosidad, sabor y placer, en su justa medida: "En la naturaleza, la vitalidad (el estar vivo) significa que existe una fuente de agua que alimenta un nuevo crecimiento y conserva la vida, que es húmeda. La humedad metafórica y el fluir, tanto para la salud física como para el bienestar emocional, también son esenciales. Los sentimientos genuinos y su expresión sin trabas son húmedos. (...) Implicarse en la vida y comprometerse con ella es una proposición madura. Cada mujer madura recurre a una fuente o a un acuífero profundo lleno de significado..." Y se refiere además concretamente a las lágrimas como manifestación de esta humedad que brotan naturalmente en estos y otros acontecimientos vitales. 

Bolen declaró en una entrevista ampliamente difundida que: "A partir de los 40 años empieza lo mejor si eres capaz de darte cuenta de la cantidad de cualidades potenciales que hay dentro de ti. Entonces te entran ganas de convertirte en bruja (...) una bruja es una persona con poder personal. Las brujas sabias dicen la verdad con compasión, y no comulgan con lo que no les gusta, pero no tienen la rabia de las mujeres más jóvenes. Algunos hombres excepcionales pueden llegar a ser brujas, los que tienen compasión, sabiduría, humor y no están supeditados al poder. Las brujas sabias son capaces de mirar hacia atrás sin rencor ni dolor (...)  Primero aprenden a amar lo que hacen, luego alientan a otros al crecimiento. Saben reconocer lo frágil y lo que tiene valor, y también lo que debe ser podado."

Así me sentí en medio de este rito iniciático de mi hija que ya ha dejado de ser pequeña: una bruja madura fluyendo y dándole a beber de los secretos que ahora ella necesita aprender de mí, que la materno desde un lugar más sutil pero igualmente físico y concreto, como el de la madre de aquella niña pequeña que ahora observa con mayor distancia aunque con igual devoción como se transforma el fruto con asombro, orgullo y alegría. Se me hizo conciente la necesidad, ahora más que nunca, de ser yo misma en esta implicación madura con la vida en pos de mi propio fluir y para acompañar el fluir de mi hija en su camino de creación de su propia identidad.

Embelleciéndola para entregarla al paso hacia una nueva etapa de su fresca vida sentí que estábamos en nuestro eje, cumpliendo con una misión que todas las mujeres del árbol de la vida del que formamos parte cumplieron para con aquellas que las sucedían. Y todas se hicieron una en nosotras, como alineadas, gracias a lo que devela el rito. La revelación me sacudió y me embriagó de satisfacción.

A boca de jarro

miércoles, 10 de octubre de 2012

Vergüenza ajena

Jonathan Wolstenholme


Me impactó días pasados, estando en clase de gimnasia en el parque polideportivo al que concurro hace años, donde todos nos conocemos aunque sea de vista, la noticia de que Eva, una mujer de alrededor de 50 años, había muerto de manera rápida a causa de un cáncer de pulmón fulminante, tal como lo describió la profesora. Pero en verdad lo que más me escandalizó fue la reacción de algunas de las personas presentes. Ante la pregunta: "¿Fumaba?" y la respuesta afirmativa que esperaban para alzar un dedo condenatorio, comenzaron  los comentarios por lo bajo: " Y sí... a todos los que fuman les pasa, tarde o temprano... o de pulmón, o de garganta, pero se lo agarran..." Sumado a la conmoción ante la noticia, el tenor de los comentarios me revolvió las tripas, no sólo por el nivel de insensibilidad y soberbia absoluta que manifiestan sino por el acuciante grado de ignorancia en términos de lo que debería ser tratado como parte natural de la vida: la enfermedad. Conclusión: una oportunidad para fomentar la salud y prevenir enfermedades terminó enfermándome...


Hay médicos en mi familia que se han cansado de diagnosticar cáncer de pulmón y de otras tantas etiologías en personas que jamás tocaron un cigarrillo ni fueron siquiera fumadoras pasivas. No quiero decir con esto que el cigarrillo no sea responsable de esta y otras patologías en muchos casos, pero no es la única causa. Hay factores genéticos, ambientales y otros, la mayoría de los cuales, muy a nuestro pesar, escapan toda explicación que se intente dar acerca de una enfermedad tan traicionera como el maldito cáncer. Existen agujeros negros en el universo de la enfermedad y de las causas de la muerte, y es siempre nuestra soberbia, esa que según el relato Bíblico nos condenó a ellas, la que intenta penetrarlos por temor a ser succionados por uno de ellos. La enfermedad sigue siendo un misterio que nos excede, y, como todo misterio, intentamos explicarlo para combatirlo cuando, en realidad, siempre nos confrontamos con nuestros propios límites y nuestros propios temores al hacerlo.


En la última semana también, dos personas que me ven esporádicamente por cuestiones laborales me han confiado que sus esposos padecen de esta enfermedad. A una de ellas la noté desencajada. Sabía que su marido había sido operado y tratado, pero pensaban que el cáncer había quedado atrás. Ahora se enteraron de que hay metástasis pulmonar. Y la otra no había podido pegar un ojo en toda la noche anterior a nuestro encuentro porque se acababa de enterar de que su esposo tenía un tumor prostático. Hoy mismo, camino de vuelta de la salida del colegio con mi hija menor, nos cruzamos con una chica de unos treinta años pasada de flacura y con un pañuelo cubriéndole la cabeza. Y hasta me hija notó lo que le sucedía y expresó su pena. Acto seguido, me preguntó lo que dio lugar a esta reflexión: "¿Por qué se tapa la cabeza, má? ¿Le da vergüenza estar enferma?"


No es la primera vez que siento que la enfermedad en nuestros tiempos ha pasado a ser entendida en buena medida como responsabilidad de quien la padece e inclusive produce cierta vergüenza admitirla o mostrarse en público luciendo sus signos "antiestéticos", fundamentalmente por la reacción que genera en los demás. Y esta reacción suele darme vergüenza ajena. La idea subyacente e inmediata que se desata en ciertas mentes al enterarse de un padecimiento de este tipo parece ser "Ah... por algo será. Algo habrá hecho mal para tenerlo."  Un caso paradigmático de lo que intento exponer ha sido lo que le sucedió al mediático Doctor Alberto Cormillot, famoso por hacer perder peso a obesos e híperobesos a través de su programa médico y televiso y marca registrada como garantía de salud; todo un ícono de la vida saludable.

Yo misma le he escuchado decir que almorzaba cereales con yogur y frutas cada día en pos de su salud intestinal y para conservarse en peso, siendo él mismo un obeso recuperado. Y hasta hoy asegura que no se permite jamás una Coca Cola por tenerla "fuertemente identificada con el daño". Muchos de los comentarios de los foristas al pie de la nota donde es entrevistado por La Nación al confesarse públicamente como víctima del cáncer dan vergüenza ajena. El lego se aventura a aseverar que Cormillot tuvo un cáncer por consumir aspartamo, presente en los edulcorantes que consumió y vendió a lo largo de su vida, o por resentimiento, aunque ha sido un hombre existoso en términos de lo que hoy consideramos "éxito". Los gurúes de la "autosanación New Age" se encargan de adscribir emociones negativas como causas del cáncer, agregando una razón más para hacer que quien enferma se sienta aún más infeliz por la gama de emociones negativas que a todos nos habitan y de las que muchas veces no somos ni siquiera plenamente concientes. Y la gente que cree en todo esto a pie juntillas ahora también diagnostica y enjuicia.

En mayo le descubrieron un cáncer de colon, a pesar de que era el pregonero de la prevención de la misma enfermedad, instando a los hombres mayores de 50 años a realizarse un estudio anual para detectarlo precozmente. Se operó inmediatamente, pero al principio no se animó a contar lo que le pasaba. Según confesó meses después a la prensa, tuvo que pensarlo mucho antes de decir la verdad. Sus motivos: "Porque no sabía cómo comunicarlo. Recién el día que salí de la internación, decidí que lo iba a decir. Durante 48 años, construí un vínculo con los medios, con los periodistas. Y si yo no decía la verdad sentía que estaba rompiendo la confianza."

Es claro que la confianza que se rompe en este caso es la de él mismo en toda una forma de vida y un mensaje que ha hecho público. La prevención a base de cuidados permanentes, controles y sacrificios no basta como garantía de una salud inquebrantable. He aquí el misterio, he aquí el límite con el que debió confrontarse. Evidentemente, la confrontación y la aceptación pública de una verdad a la que le dio batalla por años le hizo sentir vergüenza. La idea posmoderna de que existe un seguro para protegernos de todo daño no aplica a la salud, por más que la medicina haga esfuerzos denodados por ganarle la pulseada a la enfermedad con el énfasis en la prevención.

Y es mucha la gente, incluido Cormillot, que vive pensando que somos nosotros quienes "hacemos mal los deberes" y por eso enfermamos, como si se tratara de una cuestión moral. Pensar que el enfermo no es víctima de la voluntad de la naturaleza sino su propio verdugo es una forma de pensamiento muy típico de nuestra posmodernidad culpógena. Nos dejamos seducir fácilmente por una imagen de salud ideal y óptima que, muy a nuestro pesar, está fuera de nuestro alcance.

Fue el genial Aldous Huxley, autor de una distopía que cada vez parece tener más puntos de contacto con nuestra realidad, titulada Un mundo feliz, quien alguna vez dijo: "La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano."

                                           
Y fue Paracelso, el gran médico del siglo XV, quien apuntó que "El médico sólo es el servidor de la naturaleza, no su amo. Por consiguiente, a la medicina incumbe seguir la voluntad de la naturaleza." Tengo la fuerte sospecha de que nos curamos de muchos males al acatar esa voluntad sin ninguna vergüenza. Y esa voluntad es y seguirá siendo un hondo misterio que nos hace simplemente más humanos.
 

A boca de jarro

sábado, 6 de octubre de 2012

El profundo sentido de peregrinar



Hoy se celebra la 38° Peregrinación anual a pie al Santuario de Luján, que partió al mediodía del barrio de Liniers para cubrir un recorrido de 65 Km. hacia la imponente basílica, congregando año a año a cientos de miles de jóvenes y personas de toda índole unidas por un objetivo en común. Este escrito se lo regalé a un peregrino de la blogosfera, José Senovilla, el 6 de enero de este año, y hoy quiero reeditarlo en este espacio en homenaje a todos aquellos que caminan a Luján, ya que los acompaño con el corazón: 

Peregrinar es un rito compartido por la inmensa mayoría de los credos, y el peregrino es el símbolo viviente del tránsito de nuestra vida desde el día en que nacemos hasta el que morimos, más allá de nuestras creencias sobre qué pasa después.

Cuando era pequeña, me enseñaron que nunca caminamos solos, y que en los momentos más difíciles de nuestra travesía existencial, las huellas que vemos marcadas en la arena de nuestro pesado paso por los tramos más arduos son en realidad las marcas de quien carga con nosotros a cuestas cuando nuestras fuerzas no bastan para seguir andando. Al oírlo de pequeña, fue una bonita historia. De grande, lo experimenté en carne propia, más de una vez. Es lo que llaman una cuestión de fe.

Ya de adolescente, a los diecisiete años, decidí unirme a la peregrinación anual a pie al Santuario de la Virgen de Luján, Patrona de los argentinos. Fue aquel un año especial por varios motivos: se fueron de este mundo mis tres abuelos peregrinos inmigrantes españoles. Y terminaba yo mi recorrido por la escuela: se iniciaba en mi vida una verdadera peregrinación. Ofrecí entonces la caminata que cubre 65 Km., que logré hacer en alrededor de 20 horas, por la memoria de mis abuelos idos, quienes, según yo creía y aún creo, se fueron a seguir su peregrinación a un mundo mejor, y para ofrecerle a la Virgen mis pasos en lo que se me hacía un futuro incierto.

La experiencia de peregrinar fue sin dudas muy esclarecedora. A pesar de mi juventud, entendí que la vida se parecía mucho a esa peregrinación. Tanta gente distinta y, sin embargo, unida por lo más valioso de nuestra humanidad: nuestro sentido de fragilidad, de transitoriedad, nuestra necesidad de encomendarnos a una fuerza superior que nos ampare en nuestro recorrido por un camino que a veces parece que se angosta, porque cae la noche e inunda la oscuridad, por la lluvia, el frío, la neblina. Y a pesar de ello, todos nos encontrábamos en la misma senda, intentando llegar a un destino que nos diera una esperanza que resignificara nuestro cotidiano peregrinar.

Encontré todo tipo de gente en aquel recorrido hacia la majestuosa basílica de Nuestra Señora de Luján. Había allí gente mayor que se apoyaba en bastones, gente imposibilitada de caminar sobre sus propios pies que se desplazaba en sillas de ruedas, gente que andaba descalza, de rodillas, gente con niños pequeños, sanos o enfermos, sobre sus hombros, hombres sin trabajo portando imágenes del Santo Patrono del Trabajo, San Cayetano, y andando, mujeres con lágrimas en los ojos, embarazadas, enfermas y una multitud de jóvenes. Éramos cientos de miles.

Arrancamos con bríos, como en general se arranca toda empresa. El sol del mediodía nos obligó a hacer nuestra primera parada para comer algo liviano, hidratarnos y descansar, sin parar de caminar de golpe hasta por fin tendernos a la sombra con las piernas hacia arriba para que la sangre irrigara nuestro cansancio primero. Por la tarde nos animamos con cánticos, mates y las historias compartidas de nuestros motivos de peregrinar con el grupo de boy scouts que nos acompañaba y asistía. Y comenzaron a sentirse los efectos de la caminata al caer el sol. Con los años descubrí que además de que esa era la hora lógica para que el cuerpo mostrara los signos de fatiga naturales del peregrino, la puesta del sol es una hora del día especial en general, que tiende a acongojarnos y a llenarnos de sentimientos intensos. Aparecieron las primeras llagas en mis pies, y tuve que detenerme para que me asistieran en un puesto sanitario. Quedé atrás de mi grupo, junto a otra compañera que tuvo el mismo problema, y un boy scout que se quedó a acompañarnos. Luego de una sopa caliente y con nuestras llagas debidamente vendadas, resumimos la marcha hacia la noche que se adentraba en el horizonte. Y comenzó la lluvia. Reinaba el silencio, y se hacía muy pesada la marcha. Con escasa protección para el agua, comenzamos a sentir frío y a tiritar. Hubo algún intento de plantar, de subirnos al tren, pero aquel muchachito scout que se había quedado tenía una misión especial: él fue quien ofreció sus hombros, sus brazos y sus manos para sostenernos, así como su amena conversación para distraernos, y su corazón enorme y "siempre listo" para hacernos ilusionar con el momento en que despuntara el alba y lográramos divisar las torres de la cúpula desde la ruta.

Y así sucedió. Paró la lluvia, se despejó el cielo, y con los ojos empañados, mezcla de dolor y alegría, vimos por fin nuestro destino imponente, alzándose hasta el cielo desde lejos. Ese fue finalmente el tramo más arduo: cuando sentimos que ya habíamos alcanzado la meta, pero quedaban los últimos implacables kilómetros por cubrir. Era como ver un oasis en el desierto. Allí sí hubo que poner mucha garra y voluntad, superar el dolor mortificante y los calambres musculares encomendándonos a aquella Señora a quien queríamos llegar.

En nuestro peregrinar cotidiano nos enfrentamos con una serie de pruebas y apuros que desafían nuestra determinación y nuestra fe, sobre todo, nuestra fe en nosotros mismos y nuestras propias fuerzas, y aprendemos que para llegar a destino es necesario sortear peligros insidiosos. Peregrinar nos revela la convicción profunda de lo que San Pablo llama "Certa bonum certamen" ("Lucha la buena lucha"). Y como dice Paulo Coelho en su novela El peregrino, una intensa parábola sobre la necesidad de encontrar nuestro camino en la vida:

"El camino es el que nos enseña la mejor manera de llegar
y nos enriquece mientras lo atravesamos."

Les deseo hoy a todos los peregrinos que marchan rumbo a Luján y a los que andan peregrinando por aquí, que el camino de la vida los colme de bendiciones y hallazgos, y agradezco a la vida la inolvidable posibilidad de haber dejado mi pequeña huella, una más de tantas, en la senda de millones de peregrinos que siguen en pie y andando cargando con sus esperanzas.


A boca de jarro 

miércoles, 3 de octubre de 2012

Cocinando palabras con Blanca Cotta




Blanca Cotta es una señora que cocina por tele y da recetas en medios gráficos hace años. Aunque es mucho más que eso. Es también maestra y profesora de Letras, humorista gráfica, periodista y libretista de televisión. Yo ya leía su sección gastronómica infantil en la revista Anteojito cuando aprendí a leer y empecé a escribir. Es lo que yo llamaría una cocinera, más que un chef de estos que te preparan un plato cuya foto muestra más bandeja y ornamentación que sustento donde hincar el diente. Tiene además la gracia de llegar con sus instrucciones y de arrancar invariablemente una sonrisa con sus guiños al lector. Y tiene el don de hacernos pensar en cosas que van mucho más profundo que la batidora. Siempre leo sus recetas porque son lo que cualquiera puede aplicar en la cocina de batalla, como llamo a la mía, que a veces se me hace para un batallón, aunque somos sólo cuatro. Con lo que tengo a mano, en la heladera, sin condimentos exóticos ni tener que ir al barrio chino a comprar adminículos especiales, sus recetas por lo general no defraudan. Simplemente, cocina lo que cocinaba mi abuela o mi mamá y nunca puse la debida atención para aprenderlo de ellas.

Sobre todo la admiro porque demuestra que se puede también escribir desde la cocina. Es una elección de vida por la que yo también opté. Sí: ¡cocina palabras! Se me hace una mujer que, como yo, piensa y amasa la vida mientras cocina. Y me gustan las mujeres capaces de plasmar y hacer reverberar ese cálido aroma, que a pura olla y horno ellas logran hacer flotar en sus hogares, en simples y profundas palabras desde la cocina de la vida. El pasado domingo 30 de septiembre, junto a su receta de Arrollado de atún, ("Nivel de dificultad: Fácil, si todavía se siente fiaca, compre el pionono hecho y listo."), me regaló un texto del que quiero compartir un fragmento por su simpleza y por sus implicancias para mí. Se titula "Las palabras y la vida", y lo pueden leer completo, con receta incluida, en la Revista Viva de Clarín, páginas recortables y coleccionables 75 y 76, en la sección "De aquí, de allá y de mi abuela también, Los secretos de Blanca". Dice así:

"Reconozco que soy informal.
 Informalísima.
 A veces demasiado.
 La mayoría de los maridos sueñan con tener esposas serias y, si es posible, un poco acartonadas.
¿Qué culpa tengo si yo soy de papel?
 Pero muchas veces me encuentro como "sapo de otro pozo".
 Y entonces me sucede que el ser informal hace que me miren como si fuese un bicho raro, que no   acata las normas al pie de la letra.

Tal vez por eso más de una vez, las palabras (aún de quien quiero) al aterrizar me duelen, me   lastiman, arrugan cruelmente mi ingenua alegría y me obligan a esconderme en el fondo de un caparazón de piedra, sin llamador. 

(...)
Decidí entonces, para mis adentros, darle... ¡guerra a las palabras!
Especialmente a aquellas que hieren, ofenden, mortifican.
Penetran en el corazón.
Esas rebotarán contra mi caparazón."

Me pareció una honesta, bella y simple receta de vida que sentí ganas de compartir. Creo que la mejor forma en la que una cocinera de batalla le puede dar guerra a las palabras hirientes es cocinándolas para transformarlas en un platillo nutricio y sabroso para sí misma y para todos los que comparten su corazón en la mesa de cada día.

A boca de jarro

viernes, 14 de septiembre de 2012

¿Bloguear o no bloguear ... ?



Como el dilema shakesperiano, este es doble: se trata de ser o no ser y de estar o no estar. 

Sobre el primero no tengo dudas, aunque siempre hay momentos de cuestionamiento acerca del sentido de ser en determinados ámbitos y hasta en la vida misma, sin llegar uno a convertirse en un suicida en potencia. El adulto que no atraviesa por crisis de sentido, por momentos en los que todo se le hace cuesta arriba, fútil, rutinario, carente de relevancia en cuanto a su trascendencia, no se ha hecho grande, no ha devenido adulto. De hecho, muchos jamás lo hacen, digo, ni cuestionarse ni hacerse adultos. Y tal vez sea más conveniente en la era del placer. Aunque se paga un precio. Vivir sin cuestionamientos no es vivir, es vegetar. Como adulta, tengo esos momentos de inflexión en los que, como grafica esta autora con quien sigo aprendiendo y creciendo, Elisabeth Lukas, se me hace puro desierto y de pronto se presiente la posibilidad de una "reforestación". Por eso tengo como imagen inspiradora en el blog esta leyenda que algunos han malinterpretado pensando que se trataba de delirios de grandeza...



Trascender para mí es encontrarle un sentido a la vida que vaya más allá de mí misma: eso es ser grande y pasa cuando uno se hace grande porque crece interiormente. Para vincularlo con el dilema de Hamlet que hace cuajar este post, diríamos: "That is the question". La cuestión es que no me resulta fácil desprenderme de mí misma para crecer y trascender y sospecho que esa es la clave para encontrarle pleno sentido a mi existencia. Tengo que ir aprendiéndolo, distanciándome de mi ombligo poco a poco, haciendo ciertas renuncias en pos del bienestar de proyectos en los que soy y estoy y que además me trascienden. Hay que trabajar duro para generar un apego a una confianza que intento fortalecer en algo que va más allá de mí misma y mi efímero paso por el mundo. Y aún queda mucho camino por andar.

Últimamente me pasa que me planteo mucho más "estar o no estar" y dónde "estar o no estar”. Y uno de los lugares bajo la lupa es el blog. El dilema entonces pasa por estar o no estar más viendo la vida desde esta ventana en lugar de salir allá afuera y vivirla sin tanta reflexión. Vivir sin buscar un eco en este mundillo a veces complejo y otras inmensamente gratificante y atractivo, aunque peligrosamente adictivo. Un mundo que parece no tener límites ni fronteras, y que sin embargo no es más que una red que termina por atraparnos. Es como si se hubiese encendido una alarma de aviso: "Para no fallar en lo que es necesario en nuestras vidas debemos tener una conciencia despierta, despierta en el sentido de que lo importante no quede sumergido en nuestro comportamiento rutinario y regulado ..." Se despertó una conciencia que antes estaba subyugada por las posibilidades que envisionaba desde un jarro que se me hacía de porcelana. Ahora siento que el estar aquí implica no estar en lugares concretos y reales junto a seres para los que parece que nunca hay suficiente tiempo, aunque siempre hay tiempo para estar acá.

Varias veces escribí sobre los motivos por los que llevo un blog. Hoy mismo, al ponerme al día con algunas entradas de blogs que acompañan, mi día se colmó de sentido. Y cuando pasa como ahora, que mis dedos se deslizan por el teclado tan fluidamente y sale toda esta corriente que me inunda y se libera al quedar así plasmada en las aguas de este jarro de barro quebradizo, siento que vale la pena, me siento plena y vaciada al mismo tiempo. Es un enorme placer, difícil de describir, casi una necesidad vital que buscaría hacer de otra manera, ya que siempre he tenido diarios íntimos, cuadernos de notas, libros anotados, papelitos escritos y algunos sueños que se han aquietado. Por eso entiendo que escribir en mi caso personal es trascender, porque me hace crecer y me acompañó siempre en mi crecimiento.

No buscaría ser o estar en ningún otro lugar virtual que no fuese el blog. En Facebook no quiero estar: probé y abandoné con gozo y alivio, no sentí  que fuese ser sino más bien aparecer. En Pinterest no me veo siendo: siempre he tenido un friso y está colgando en alguna pared donde pincho mis cositas. En Twitter no llegaría ni a ser ni a estar, por la restricción en el número de caracteres... Y en Google+ estoy y no soy: ¡no lo termino de entender! La cuestión pasa por bloguear o no bloguear.  Bloguear es concretar el sueño de compartir lo que uno escribe con pasión y sin oficio, pero nos abstrae bastante de aquello para lo que hace falta una conciencia despierta.

No sé si serán los aires de primavera y los cielos límpidos y soleados, pero parece que últimamente bloguear ha perdido la adrenalina de los primeros tiempos. Se va descubriendo lo que un bloguero más experimentado me había avisado hace un tiempo, cuando esto era un jarro rebosante de ilusión y entusiasmo: 

-Muchos de los que te siguen hoy, dejarán de hacerlo y vendrán otros que finalmente también se irán.

Y así pasa. Inclusive se fue él mismo, que me lo advirtió. Aunque no del todo: eligió con qué blogs quedarse. Es que hay blogs y blogs...

Y sucede que siento que no encajo bien en ningún lado: lo mío no es artesanías ni deco, no es crianza, no es educación, no es literatura, cocina, filosofía, psicología, espiritualidad, arte, cine o música... es una mezcla ecléctica e indefinida condimentada con reflexión y opinión. Quizás esa falta de afiliación o el no encajar en una categoría más la abundancia de ideas y la diversidad que al principio me inspiraban ahora me estén fallando. Además, llega la primavera. ¿Quién quiere pensar tanto en estos tiempos? ¿Para qué? ¿No será mejor saltar por la ventana y zambullirme en esas aguas que contemplo y ya simplemente nadar con la corriente?

A boca de jarro

sábado, 8 de septiembre de 2012

La corriente de aire

Ravi Shankar en 2006, cuando fue recibido por el entonces jefe de Gobierno porteño, Jorge Telerman, y otras autoridades políticas nacionales.


Este es un cuento de Anthony de Mello que incluye Elisabeth Lukas en su libro Psicología espiritual. Dice así:

  El salón estaba repleto, en su mayor parte de señoras no muy jóvenes. Asistían a una conferencia sobre una especie de religión o secta nueva. Se puso de pie el conferenciante, vestido únicamente con un turbante y un taparrabo. Con efusión habló del poder del espíritu sobre la materia, de la psique sobre el cuerpo.

  Todos pendían de sus labios. Finalmente, el orador regresó a su asiento. Su vecino se dirigió a él y le preguntó: "¿Realmente cree usted lo que acaba de decir: que el cuerpo no siente nada, que todo ocurre en el espíritu y que la voluntad puede influir conscientemente en él?". "¡Por supuesto!" respondió el charlatán con piadosa convicción, a lo que el vecino retrucó: "¿Entonces me haría usted el favor de cambiar su lugar por el mío? Estoy sentado en medio de la corriente de aire".

Este relato viene a cuento del paso de este hindú por la Argentina, gurú fundador de la ONG El arte de vivir, que brinda cursos pagos sobre respiración (pranaiama) con importante difusión en  muchos países del mundo. Según se informa, su principal objetivo en sus viajes es aliviar tanto el estrés de los individuos como los problemas de la sociedad y la violencia.

De acuerdo a las noticias más recientes, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, cuyos aires han dejado de ser buenos hace tiempo, habría solicitado sus servicios en esta oportunidad, aunque fue desmentido por el actual Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri. No obstante, se informa que ya habían sido contratados por el Gobierno nacional en el 2006: "...se firmó un convenio con el Ministerio de Justicia de la Nación para dictar cursos de relajación y respiración en cárceles del Servicio Penitenciario Federal". (...) Seis años después, el Estado decidió ahora investigar a la Fundación. La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) realizó (...) una denuncia ante la Justicia Penal Tributaria para que se investigue el origen de unos $20 millones que El Arte de Vivir manejó en el país durante 2011, según informaron fuentes oficiales a la agencia DyN. Asimismo, el organismo giró un Reporte de Operación Sospechosa (ROS) a la Unidad de Información Financiera (UIF), lo que derivará en investigaciones por presunta evasión o actividades de lavado de dinero."

Más allá de todo este chanchullo que implica chicanas políticas y enormes cantidades de dinero que de ningún modo se condicen con los nobles objetivos de la espiritualidad que nos enseñaría el arte de vivir y nos ayudaría a crecer y mejorar como personas y como sociedad, creo que el cuento de la corriente de aire es una magnífica ilustración del meollo del asunto por el que sigo cuestionando desde el sentido común el cuento de la espiritualidad masificada e hípercomercializada en Buenos Aires. La verdadera promoción de los valores humanos universales y la mejora del equilibrio físico, mental y espiritual de las personas, tanto en sus casas como en las calles y en las cárceles, sólo se lograría si nos pusiéramos en medio de la corriente de aire en lugar de enseñar técnicas para inhalar y exhalar un aire que intoxica por los altos niveles de miseria y corrupción que contiene. Son precisamente los malos aires de Buenos Aires los que llenan nuestro espíritu y nuestra mente de miedos fundados e impotencia contenida ante la bochornosa miseria que vemos en aquellos que se alimentan de nuestros residuos, duermen debajo de los árboles y frente a nuestras viviendas y roban y matan con saña por lo que sea. ¿Y nuestras autoridades creen que la solución a estos gravísimos problemas se obtiene auspiciando a un charlatán que nos enseñe a relajarnos para que pongamos nuestra mente en blanco, para que el estrés, la agresividad, insatisfacción y violencia letal a la que le vemos la cara a diario decrezcan por inducción mental, mientras nuestros dineros van a parar a los bolsillos de este producto bien formateado que han comprado tantos? No habría mejor pago para los servicios de este maestro que ponerlo a él y a quienes lo han traído en medio de la corriente de aire que vuela a tantos cotidianamente en Buenos Aires.

Como reflexiona la autora que incluye este relato como ejemplo del poder curativo de los cuentos, "El idealismo es bueno, pero es mejor si no se desliga de un realismo sensato." Me gustaría creer que sólo se trata de idealismo. Y remata: "Todo elemento falso y discordante, como la cháchara del orador del turbante, finalmente se lleva a sí mismo al absurdo." Tengo mis serias dudas de que esta pureza de pensamiento sea respirable en la realidad en la que me ha tocado vivir.

A boca de jarro

domingo, 2 de septiembre de 2012

El poder de la palabra



"Escúchenme todos y entiéndalo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que hace impuro al hombre es aquello que sale del hombre".

Jesús según Marcos, tomado del Evangelio leído y comentado en la Misa de hoy.

Hacía mucho que no me sucedía. Son esos momentos de epifanía, de depuración, de revelación. Primero la aleccionadora lectura de esta Palabra en la que Jesús se harta de los rituales vacíos, carentes de implicancias espirituales verdaderas y profundas pero limpios y correctos, y luego toma la palabra enérgicamente, lo imagino con los ojos encendidos y las manos en alto, clavándole la mirada límpida y ardiente a los fariseos y diciéndoles a viva voz: "¡Hipócritas!" La palabra taladró hoy mi corazón y me sentí una hipócrita que estaba allí de igual modo que aquellos fariseos que se lavaban las manos antes de comer y consideraban a otros impuros por no hacerlo.

Luego Guillermo lo explicó con absoluta claridad: lo único que es necesario tener limpio para no sentirse un hipócrita es el corazón. Así de simple y así de difícil. Abrir el corazón limpio sin que medie ritual alguno y tantas veces como sea necesario, escuchar que late fuerte y aprender, creciendo, a calmarlo, porque la aceleración de su palpitar viene del egoísmo infantil que sigue quemando por poner mi yo, mi ego, por encima de la necesidad del momento o del mandato de lo único que da sentido y trascendencia a mi existencia: el Amor.


No es la única epifanía que me embargó por estos días. Han sido días soleados y templados, anticipo de primavera. Una primavera que traerá a los gurúes de la espiritualidad posmoderna a la Argentina, a enseñarnos su sabiduría milenaria para enfrentar los desafíos cotidianos a través de la relajación, el yoga y la meditación. Yo me relajo caminando y yendo a donde mis pasos parecen guiarme, dejando pendientes las pilas de tareas que siempre se acumulan: todo un logro. Y me encontré en el lugar al que necesitaba llegar y con la autora a la que necesitaba leer, Elisabeth Lukas, discípula de Viktor Frankl, y su Psicología espiritual,  quien me regaló por menos de la mitad de lo que cuesta cualquier bestseller pasatista o novela en voga en una librería con buena facha este Decálogo que me impulsa al yoga del alma y la meditación que me moviliza y me cuestiona en todo mi accionar, sentir y cavilar cotidianos, igual que la palabra con la que me increpa hoy este Jesús, que no tiene tan buena prensa en mi sociedad como Sri Sri Ravi Shankar y toda la comitiva que se espera y promociona para este mes:

El Decálogo en versión logoterapéutica:

1° Mandamiento: Mantendrás el vínculo con la trascendencia.
2° Mandamiento: Mantendrás tu receptividad para con los valores.
3° Mandamiento: Periódicamente harás una pausa para dialogar con tu conciencia.
4° Mandamiento: Perdonarás a tus padres los errores que cometieron contigo.
5° Mandamiento: Afirmarás incondicionalmente el sentido de la vida.
6° Mandamiento: Consentirás que tu propia satisfacción constituya el efecto secundario de un acto de Amor.
7° Mandamiento: No cargarás sobre tus espaldas ni tomarás posesión de lo que no está destinado a ti.
8° Mandamiento: No acrecentarás el sufrimiento entre las personas.
9° Mandamiento: Respetarás y mantendrás la unidad de la familia.
10° Mandamiento: No aspirarás a tener, sino a ser.

Y para terminar el domingo, la despedida de un amigo a quien egoístamente no quiero dejar ir. Mucho para trabajar con conciencia plena por un corazón limpio en los días que se vienen. Mucho por crecer, madurar y seguir sanando, sin recetas mágicas, simplemente transitando los arduos senderos del Amor.


A boca de jarro

lunes, 27 de agosto de 2012

¡Yo creo!

"That's one small step for a man, one giant leap for mankind." Neil Armstrong.

El sábado murió Neil Armstrong,"el primer hombre que dejó su huella en la Luna", como lo titula el periódico. Por entonces corría julio de 1969, y aunque no tengo memoria, todos los adultos significativos en mi vida me han relatado el ser testigos de aquel hecho con pasión y fascinación sentados frente al único televisor de imagen en blanco y negro que había en sus casas, ajustando perillas, botones y antenas para lograr una visión clara de una proeza que vieron del mismo modo seiscientos millones de personas en el mundo.

Armstrong confesó en una de sus últimas apariciones públicas que jamás había soñado llegar a la Luna aunque amaba volar desde muy pequeño. Fue piloto de la NASA y voló desde planeadores hasta jets para tocar el cielo con las manos a los 38 años alunizando a bordo de la Apolo 11. En la Luna no quedó sólo su huella y la bandera de su país, sino además su cámara, aquella con la que tomó la foto histórica de su compañero, inmortalizado hoy para las nuevas generaciones por el personaje de "Toy Story", Buzz Lightyear, Edwin E. Aldrin Jr., apodado Buzz. Y a pesar de todos los cambios y avances que el hecho de llegar a la Luna nos ha dejado, muchos jóvenes y no tan jóvenes en la actualidad creen en la teoría conspirativa que sostiene que todo esto que conmovió a la humanidad y se convirtió en un sueño hecho realidad fue un fraude, una gran mentira que intentan demostrar a través de detalles en los registros fotográficos que quedaron, un show de ciencia ficción montado y grabado en un estudio de televisión.

Yo creo. Creo en Armstrong y en lo que su apellido le marcó como destino. Creo en el hombre, en la nobleza de muchos de sus logros y en la admiración que despierta en los que observamos esas proezas y nos enorgullecemos gracias a ellas de formar parte del género humano, aunque sea de vez en cuando. Creo en que es posible llegar a la cima sin haberlo imaginado jamás y luego volver al llano a disfrutar de los frutos de la tierra y una vida sencilla y familiar como lo hizo Armstrong en su granja de Cincinnati. Creo que es un grande aquel que pasó a ser el olvidado y quien sufrió el mayor miedo de que todo fracasara dentro de la nave sin poder dejar su huella en la Luna, pero aún así, desde lo más humano de su heroísmo, hizo posible que sus compañeros lo lograran, como es el caso de Michael Collins. Creo que Armstrong y sus compañeros tuvieron un atisbo desde la Luna de la majestuosidad de nuestro planeta, del universo y de su Hacedor, y creo que esa experiencia los cambió para siempre. Creo en las experiencias que nos dejan cicatrices que nos recuerdan momentos de enorme intensidad y absoluta plenitud y felicidad, de ser uno con el Todo. Y creo que una de estas noches habrá una enorme luna llena a la que podremos brindarle una sonrisa y hacerle un guiño, tal como lo solicitó su familia, en homenaje al astronauta que partió en su última misión a los 82 años, en nombre de lo bueno que somos capaces de hacer cuando nos lo proponemos.

A boca de jarro

lunes, 20 de agosto de 2012

¿Por qué?

Luke Fildes (1843-1927), El doctor


Mario murió hoy a la madrugada. Hacía trece años que estaba postrado como lo había dejado un ACV tras otro. Era joven y fuerte entonces y gracias a eso, y al amor y los cuidados que le dispensaron los suyos, sobrevivió a tan brutal golpe irreversible. Y ante estas situaciones siempre asalta la pregunta: ¿Por qué?

Desde ya, habían sucedido cosas que lo vulnerabilizaron quizás, pero ¿quién puede afirmar que fue eso lo que causó los dos derrames? Primero, fue víctima de un hecho delictivo en su empleo de años al que se lo asoció injusta e infundadamente al ser asaltado un transporte. Por ende, perdió el empleo siendo cabeza de una familia con tres hijos que aún dependían de su ingreso. Más tarde, encontró trabajo en otra empresa. Para entonces, su madre enfermó.

La medicina habla de factores de riesgo no modificables y modificables en el caso puntual de un accidente cerebro-vascular, como en casi todas las enfermedades. De los no modificables, tenía la herencia, el sexo y la edad. De los modificables tenía uno sobre una lista de ocho que brindan algunas fuentes confiables: hipertensión, que seguramente se agravó debido a los disgustos. La medicina no dice que viejas heridas del pasado, cuestiones no resueltas o emociones de las denominadas negativas causen un accidente cerebro-vascular, pero para algunos todo se explica a través de los sentimientos que no somos capaces de controlar y las llagas de un pasado a menudo remoto que no hemos sanado.

Hace años leí a Louise Hay, precursora del movimiento New Age y autora bestseller de autoyuda, la cual ha publicado varios trabajos, ha dado infinidad de charlas, cursos y conferencias y sigue en plena vigencia desde 1976, cuando difundió Sana tu cuerpo, un panfleto que contenía un listado de las principales enfermedades y su probable causa psicosomática, que fue ampliado e incluido como apéndice a su libro Usted puede sanar su vida,  publicado en 1984, libro que adquirí y leí en su momento.  Esta mujer se basa en su experiencia de vida para afirmar que nosotros podemos sanarnos a través del poder de nuestra propia mente. Ella fue abusada sexualmente durante su infancia y logró sobreponerse a un cáncer aparentemente terminal y eso la llevó a comenzar a ofrecer consejos prácticos para combatir los padecimientos de la gente, entre ellos, las famosas "afirmaciones positivas". En su extensa lista de patologías, existe una razón emocional que puede ser combatida a fuerza de voluntad y positivismo frente al espejo cada mañana. Hay algunas vedaderamente disparatadas y hasta irrisorias, como por ejemplo:

"Arrugas: Causa probable: 
Provienen de pensamientos depresivos. 
 Resentimiento con la vida."

Según Hay, las arrugas no tienen que ver con el natural proceso de envejecimiento humano ni se combaten con cremas o tratamientos especiales, sino afirmando cada día: "Expreso la alegría de vivir y me permito disfrutar totalmente de cada momento del día. Y rejuvevnezco." Será por eso que se la nota tan rejuvenecida...

Su idea principal es la de que detrás de cada enfermedad hay una razón emocional que se expresa a través de ella. La base es que las emociones denominadas "negativas", que no son menos normales que las que consideramos "positivas" en muchas circunstancias de la vida, enferman. Todas las enfermedades tienen un sustento psicosomático, pero ¿qué se puede decir en casos como el de este hombre o  tantos otros? ¿De qué emociones podemos hablar cuando alguien hereda una predisposición patógena o nace con una psicopatía congénita?

Casualmente, el viernes pasado se cumplió el primer aniversario del fallecimiento de una alumna de séptimo grado de un colegio querido debido a una leucemia. ¿Qué pensarían sus padres si se les dijera que "la causa probable" por la que su hija enfermó fue una: "Muerte brutal de la inspiración. Alguien que se dice continuamente: Todo es inútil." ? Era una nena que no llegó a empezar su escuela secundaria, llena de vida, planes e ilusiones.

Creo que a veces se puede llegar demasiado lejos buscando desde la omnipotencia de esta forma de entender y abordar lo que se nos vende como psicología respuestas al por qué para las que a menudo ni siquiera la medicina las tiene. Y hasta parece que se culpabilizara al enfermo de su propio mal. ¿De qué podrían haberle servido a este hombre o a la niña las "afirmaciones positivas"con las que esta señora Hay dice haberse curado de un cáncer y parece haberse planchado las arrugas? ¿Y qué hay de los que no logran ganar esas batallas: es que acaso son incapaces de superar sus debilidades emocionales?

Según La Biblia, perdimos el paraíso, en el que la enfermedad, el dolor y la muerte no tenían cabida, por el pecado original, que no es otra cosa que la soberbia humana, la arrogancia de creernos Dios y poder dar batalla a aquello que finalmente nos vence y excede nuestro entendimiento. Pero para autores como Louise Hay, que abundan, nuestros males parecen ser en buena medida responsabilidad nuestra por no usar el poder de nuestra mente a nuestro favor. Y luego pensamos que sólo la religión nos taladra con la culpa.

Este afán de las sociedades psicologizadas como la nuestra de revolver siempre en las heridas de nuestro pasado o en nuestra vida emocional para encontrar respuestas usualmente de la mano de alguien que tiene una receta vendible para lo que nos aqueja no me termina de cerrar. Me parece mucho más sano y maduro asumir que la vida es luz y oscuridad, felicidad y pena, salud y enfermedad, y que el cuerpo enferma porque esa es su naturaleza y su destino ineludible que culmina en la muerte. Lo que pasa después es otro misterio que nos supera y que hoy me embarga. La pregunta probablemente no sea "¿Por qué?" sino "¿Para qué?"

La última vez que visité a Mario estaba lúcido y agradecido por tantos años de sobrevida que le permitieron ver crecer a sus hijos y estar acompañado por su esposa. Con ella tuvo un matrimonio que pasó por tantos años de salud como de enfermedad. Para nosotros, que los queremos y los conocemos, son un ejemplo de amor maduro y férreo, de fidelidad a las promesas que se hacen un día en la efervescencia de la juventud y del sentir frente a un altar, sin pensar en lo que verdaderamente significan. Ellos las cumplieron hasta el final. Y al hacerlo, nos dejan el legado de un ejemplo de entereza y dignidad. Porque el menú de la vida no se elige a la carta. No es cuestión de pensar en positivo nada más. La atractiva idea New Age de que "Cualquier cosa que yo decida creer, se hace verdad" prueba ser falsa muchísimas veces, y no es por error nuestro. Sería todo mucho más fácil si así fuera.

Sólo la humildad de aceptar el humus que somos y en el que nos convertiremos cabe como reflexión de la vida de este hombre que acaba de extinguirse. La humildad es precisamente la virtud opuesta a la soberbia con la que intentamos dar explicación a todo. La humildad no es en absoluto un concepto atractivo o que venda libros hoy en día, ya que se trata de la característica que lleva a la gente a realizar una acción sin proclamar sus resultados, sin vanagloriarse por haber vencido una debilidad o una desgracia. Se trata simplemente de tener el temple de soportar lo que nos toca mansa y silenciosamente, intentando encontrarle algún sentido que transforme el dolor en algo trascendente y fértil para quienes acompañan en el camino que por fin trae la liberación del sufrimiento y ennoblece al caminante al que le llega su descanso.


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