domingo, 18 de noviembre de 2012

Grasa en el cerebro





  Hay pocas cuestiones que preocupen tanto a mi sociedad, sobre todo a las mujeres argentinas de diversos niveles socio-económicos y culturales, que la estética corporal. Buenos Aires se ha convertido en la capital mundial del turismo estético, ya que se ofrecen servicios de toda índole con una conveniente relación costo-prestación. Los agentes de turismo se encargan de todo: alojamiento, traslado del aeropuerto a un hotel o departamento ubicado en las mejores zonas de Buenos Aires, traslado al centro médico y, por supuesto, atención médica. No obstante, los resultados no siempre son óptimos, y de vez en cuando escuchamos alguna historia de una mujer que terminó sus días tratando de aumentar el tamaño de sus pechos o achatar su abdomen a través de una intervención que concluyó en un paro cardíaco. 

  Más allá de las cirugías y la obsesión y hasta adicción que vemos en torno a ellas en ciertos círculos, es notable el nivel de preocupación y dedicación que las mujeres argentinas de clase media y alta le otorgamos a nuestra imagen corporal. Nos preocupa todo lo que para mujeres de otras latitudes hoy, o de otros tiempos, sería absolutamente normal: nuestros rollos, nuestra flaccidez, nuestras estrías, nuestras arañitas o várices, nuestras redondeces y nuestras curvas, debido a un desmedido nivel de exigencia en torno a cómo lucimos y a los diferentes mitos acerca de la belleza agigantados por los medios de comunicación, que van prendidos en el negocio de la permanente insatisfacción que se fomenta con nosotras mismas. Así lo vivimos, como un verdadero martirio, invirtiendo fortunas en tratamientos o productos carísimos, sometiéndonos a dietas impensables, sobre todo cuando se acerca el verano, y haciendo ejercicio denodadamente con el único propósito de quemar grasa. Pero el problema es que la grasa la tenemos mayormente depositada en el cerebro, y es esa la que distorsiona nuestra visión de lo que es normal o natural comparado con lo que es verdaderamente preocupante en términos de salud e incluso belleza.

  Argentina debe ser uno de los pocos países en América Latina donde se habla de "sobrepeso estético", concepto que no figura en ningún libro de medicina, pero que sin embargo hace sufrir a millones de mujeres que no tenemos el cuerpo que se impone a través de la imagen que se nos mete hasta por los poros desde chiquitas. No debe haber epíteto más doloroso que el de "gorda", a cualquier edad, ya sea que venga de un extraño, de un conocido o de un miembro de la propia familia. Y a lo largo de mis días lo he recibido de todo el espectro, siempre como un cachetazo que revolea mi autoestima por el aire, mis esfuerzos de quererme y aceptarme tal cual soy frente al espejo, de disimular lo que se considera indecoroso, siempre para que vuelvan a pegar donde más duele cuando o quien de menos lo espero.

  En una reunión de hombres, los temas de charla son el fútbol, la política, las minas, los autos. En un aquelarre de mujeres, en cambio, el tema central son los kilos, las calorías del pan, las bondades del Pilates y las ganas de sacarse o ponerse grasa en distintas partes del cuerpo. No hay mirada más cruel para una mujer que la de otra mujer, nada más impiadoso que el comentario: "¡Estás más delgada, che!", que indica que hasta entonces pensaban que te sobraban kilos, a pesar de que tu IMC (Indice de Masa Corporal) estaba dentro de "la normalidad". Y te felicitan por cómo lucís sin siquiera averiguar la causa del adelgazamiento. Me pasó este año, que me tocó perder peso y lucir un tanto hambreda. Fue cuando me felicitaron por la notoria reducción, y aunque aclaré que era consecuencia de una dolencia gástrica, les pareció genial.

  Según los registros oficiales recientes del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), el sobrepeso es la segunda causa de discriminación más común en la Argentina, después de la pobreza, paradójíco en un país donde muchos grandes y chicos revuelven la basura para comer de allí en las calles, y a pesar de que el sobrepeso afecta a más de la mitad de la población, según datos del Ministerio de Salud de la Nación. Aseguran los expertos en sociología que en la Argentina una persona gorda se asocia indefectiblemente con alguien feo, asexuado y carente de fuerza de voluntad para ponerle fin a la causa por la cual es estigmatizado, y que tendrá menos chances de encontrar desde prendas de vestir acordes a sus gustos hasta pareja y empleo. 

  Esa mirada, con los ojos clavados en una balanza que no mide lo que verdaderamente pesa en una persona, también se posa y causa estragos sobre los cuerpos de las más pequeñas, y las bocas se abren para desembuchar juicios que sólo hacen gala de una profunda ignorancia. Ignoran que la tendencia tanto al sobrepeso como a la obesidad es una enfermedad crónica e incurable, que se debe tratar de por vida, y que la batalla se pierde o se gana por rachas, pero difícilmente se pueda controlar sin nunca volver a tener recaídas o rebotes. Y por sobre todo, lo que más enferma de ella es la discriminación, el desprecio y la burla que conlleva, por su corrosivo efecto sobre el amor y el respeto por el propio cuerpo.

  Lo más triste es que las mujeres argentinas, en términos generales, nos hemos convertido en frívolas y tilingas, intentando acatar cánones de belleza estúpidos y ficticios, para quienes la imagen corporal es lo más importante. Nada se compara con tener el cuerpo soñado que se ve en las modelos y las artistas del momento. De poco sirve ser inteligente, sensata, educada, decente, trabajadora, buena persona, si todo ésto no va acompañado por la cáscara apropiada, que es lo que verdaderamente garantiza "el éxito" y la satisfacción con la autoimagen: ser delgadas. Hasta Marilyn sería etiquetada de "gorda" hoy aquí, en cualquier playa atlántica de moda...

  El no responder a este mandato es el pecado capital que hemos agregado a la consabida lista de los siete, y el más grave de todos ante los ojos que buscan proporciones fraudulentas, con los casos de trastornos alimenticios siendo tan alarmantes y precoces como el número de obesos convirtiéndose en epidemia en la parte que aún puede considerarse "rica" del mundo.

A boca de jarro

martes, 13 de noviembre de 2012

"Preferiría no hacerlo"



  No sé cómo será en otras partes del mundo, pero acá, lo que llaman "capacitación laboral" es frecuentemente un curro muy bien montado para quien la imparte. Difícilmente se puede considerar a esa persona como a un trabajador. Todo lo contrario: la idea de la empresa en general es contratar a un capo, una autoridad en materia de temas tales como liderazgo, relaciones interpersonales, eficiencia, asertividad, resolución de conflictos y optimización de recursos, que viene laureado con muchos títulos con abreviaciones indescifrables, muchas siglas y palabras de la jerga de los negocios en inglés, y que va picoteando de empresa en empresa para impartir en todas más o menos el mismo curso, a un horario en el que los empleados ya están quemados y difícilmente puedan aprender algo, aunque viniera alguien con algo útil y aplicable para aportar.

  Me encantaría escribir ficción para plasmar estas anécdotas, pero resulta que la realidad siempre la supera. De todos modos, coincidentemente, estoy leyendo el relato Bartleby, El escribiente de Herman Melville, y no puedo dejar de pensar en el protagonista y su inquebrantable serenidad y mansedumbre ante cada requerimiento de su empleador, al cual contesta "Preferiría no hacerlo". Lamentablemente, los empleados del siglo XXI no podemos hacer semejante despliegue de autodeterminación sin terminar de patitas en la calle cuando se nos somete a ciertas técnicas de capacitación  laboral como la que paso a detallar.
  
  La semana pasada mi esposo estuvo llegando más tarde que de costumbre a casa, que suele ser tarde y a horario incierto, debido a uno de esos cursos de capacitación de equipos de alto rendimiento. Se presentó una señora en su lugar de trabajo con la propuesta de fortalecer los vínculos entre el personal a la hora de trabajar en equipo. La primera propuesta fue la de sentar a una veintena de personas en grupos, con cada conjunto formando una herradura, de manera tal que el miembro que quedaba en el centro de su herradura tenía que confesarle al resto algo que ellos creían debía aceitarse para el mejor funcionamiento del trabajo diario con los demás. Esta persona debía rotar cuando la tutora lo anunciaba, a los gritos, aún a pesar de estar interrumpiendo lo más jugoso que se tenía para decir, y otro debía tomar la posta.

  Cuando le llegó el turno a mi esposo, comenzó con su lista de puntos a mejorar, y la tutora se dio cuenta de que se le estaba haciendo muy largo, siendo el timing un factor esencial en la planificación de actividades grupales y didácticas, por lo cual decidió acelerar los tiempos, interrumpiendo a quienes se estaban confesando justo cuando apenas habían dicho un cuarto de lo que tenían en el buche. Mi marido, un tipo que cree en la resistencia pasiva y el principio de no agresión al mejor estilo Gandhi, se negó decorosamente a concluir, considerando que se trataba de una falta de respeto y un avasallamiento por parte de esta señora, a quien también se la señala como "facilitadora de procesos de coaching". Entonces, para hacerle la cosa más fácil, la señora llena de títulos, que la levanta en pala por aportar tan brillantes iniciativas a las empresas, no tuvo mejor idea que pegarle un pellizcón a mi esposo para que abandonara el centro de la herradura y cediera ya la palabra a un colega que se encontraría con la misma restricción mezquina de tiempo. Fin de la jornada: un moretón en el brazo y mucho cansancio.


  Al día siguiente, la reunión estaba pautada en una sede a la que mi esposo debió trasladarse en su propio vehículo y nuevamente como extensión de su horario habitual de trabajo, cosa que desde ya no se contempla remunerativamente, ya que se trata de "capacitación laboral". Esta vez, la facilitadora había atado una soga a 1,90 m del suelo por sobre la cual todo el staff debía colaborar en ayudar a cada miembro a pasar, imaginando que ésta representaba un muro sólo franqueable de ese modo. Estamos hablando de personas adultas, algunas con un estado físico paupérrimo debido a sus vidas sedentarias a causa del trabajo, y otras con algunos problemas de índole física que no les permiten realizar semejante hazaña para demostrar cuánto les importa su empresa y la colaboración entre pares. Por lo tanto, todos los ojos se posaron sobre los machos más jóvenes de la manada, entre ellos mi esposo, que tuvieron que forcejear con cuerpos de entre sesenta hasta más de ochenta kilos para poder sortear el obstáculo físico y metafórico que reforzó una gran enseñanza: nunca te rompas los huesos por un compañero de trabajo, ya que terminarás el día con una lumbalgia inmovilizante que no te dejará pegar un ojo en toda la noche y más cansancio que la jornada de capacitación anterior.

  Una vez concluido el curso, se retomó con la rutina habitual de trabajo, que implica tomar decisiones peliagudas en esta época del año en la que hay numerosas y largas reuniones con clientes difíciles. Se pusieron de acuerdo un superior y él en ser inflexibles en la decisión de renovar contrato con cierta persona que oponía resistencia. En medio de la reunión, su superior cambió su discurso de buenas a primeras, y dejó a mi esposo en el aire, cayendo al suelo sin lograr salvar el obstáculo de la soga que aún tenía en mente y en el dolor de espalda que lo mortificaba. La persona que reculó es uno de los pesos más pesados de la empresa, de quien partió la idea de trabajar los vínculos entre colegas con una experta y, por ende,  la mayor responsable de la lumbalgia, la jaqueca y el agotamiento que quedaron como ganancia de la capacitación laboral.

  Lo que mejor se aprende de este tipo de actividades es que evidentemente hay gente que nace con estrella y otros nacen estrellados. ¿Quién no desearía encontrar un filón así que le permita hacer como que trabaja diciéndole a los demás cómo hacerlo? De acuerdo a todos los libros que inundan las librerías y supermercados acerca de cómo ser exitoso en los negocios, algunos se focalizan en las características que lo impiden. Son precisamente las que despliegan personas como el superior de mi esposo o la señora facilitadora, quienes intentan capacitarlo para que él y sus compañeros les proporcionen éxito a fuerza de regalar su tiempo y vender su alma, su osamenta y su descanso al trabajo. Algunas de ellas son: falta de capacidad para organizar detalles, no ser un buen ejemplo a seguir, considerarse por lo que se supone que saben en lugar de por lo que hacen con lo que saben, falta de visión y sensatez, egoísmo, énfasis en su posición de superioridad  y deslealtad. Y para encontrar gente con tal dechado de virtudes sobre nosotros no hace falta ningún tipo de capacitación.


A boca de jarro

viernes, 9 de noviembre de 2012

De cacerolazos y silencios




Sobre el ruido al que vivimos expuestos en esta urbe caótica que, por estos días, luego de una racha de lluvias copiosas que parecen volver y que causaron estragos, y con cortes de luz, de agua, sin semáforos en sus arterias principales, todo ésto debido a las temperaturas récord para noviembre que siguieron a las lluvias (ayer 38% de sensación térmica al mediodía), y cuando encima estamos ya rendidos del año laboral, el cacerolazo popular de ayer como expresión de protesta me conmueve. Es hacer más ruido sobre el ruido en el que vivimos inmersos, sobre los motores, los bocinazos y los interminables discursos descalificatorios e inconducentes de uno y otro lado. Quienes velan por el ecoambiente y se preocupan por la polución sonora podrán tener sus serias y fundadas objeciones. Pero tomando en cuenta nuestra historia y nuestras diversas maneras de expresar el descontento, me quedo con ésta. No son sartenes ni ollas, como en Utilísima Gourmet: son cacerolas, lisa y llanamente. Sin vuelta. Las de la señora que está harta de volver de la verdulería o del supermercado donde con cien pesos no compra lo suficiente y se pone a hervir los fideos. Las que manotea y tamborilea el hombre que no porta armas y que sale a trabajar más horas de las que vive para que las cuentas cierren. Las de nuestros abuelos, que tienen que hacer malabares para vivir lo que les queda de vida.

El cacerolazo se me hace un susurro del hartazgo que masticamos diariamente en silencio y con cara de porteños sufridos, resignados y amargos cuando nos subimos a un colectivo repleto para viajar como ganado. O cuando nos informan por los altoparlantes de la estación que se cortó el servicio del subte. O cuando nos metemos en un tren desvencijado, con pocos vagones y sin saber cuándo o si llegaremos a destino sanos y salvos. Nos olvidamos pronto de las tragedias, se asignan las responsabilidades, y tenemos que seguir viviendo para rebuscarnos el mango. Por eso, parar la pelota en esta época del año a pura cacerola no está mal, mientras hay más fútbol que nunca para todas y todos, y nuestros jóvenes, a punto de egresar del secundario, asisten en plena semana laboral a sus fiestas de egresados embriagados de permisividad, nocturnidad, más ruido y exceso, para desembarcar al otro día alcoholizados y zombies en sus colegios, con suerte, intentando lograr hacer realidad lo que ya han celebrado, y mientras sus padres tiemblan en casa sin poder dormir, esperándolos, temiendo que les pase como a tantos otros jóvenes que pierden la vida cuando otros jóvenes que no han encontrado su lugar en el mundo los matan de un tiro para quitarles cualquier cosa que tengan de valor, desde un celular o un par de zapatillas hasta el auto. El cacerolazo es un baldazo bullanguero que nos espabila y despierta, al menos, lo hace con la conciencia de que estamos todos en el mismo bote, aunque algunos viajen a la deriva en camarote de lujo, no escuchen, insistan en que el ruido no les quita el sueño y que no les preocupa.

Se protestó por diversas causas. No me detendré en ellas. Ya aporté las propias. Me quedo con el mensaje de una pancarta escrita a mano que rezaba:

"Dejá el micrófono y ponete los auriculares."

Me pareció que este pedido de la gente es de una sensatez poco común en esta sociedad. Y tal vez sea hora de que todos hagamos lo mismo: que dejemos de hablar tanto y nos pongamos a auscultar los signos de estos tiempos para encontrar algún rumbo posible y tal vez más silencioso.

A boca de jarro

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Not for sale...

  


  No sé por qué se me dio por googlearme. Es interesante la experiencia de zambullirse en los hallazgos que arrojan las búsquedas de una misma en la red. Creo que de un modo u otro, estamos todos atrapados aquí. Si pasaste por Facebook, estás en Linkedin, si tenés una dirección de mail, un blog o dejaste un comentario con tu perfil, Gran Hermano te identificará de inmediato y saltarás en las búsquedas. En principio, se siente cierto cosquilleo: salto en el motor de búsqueda, luego existo... Pero pronto se descubre que no se es la única persona que lleva el mismo nombre y apellido en este planeta, aunque otras lo complementan con otro apellido y suenan definitivamente más importantes. También, en mi caso, lucen mucho más jóvenes en su mayoría.

 Luego figuran algunas entradas que escribí, no las que me gustaría, por lo cual esta figuración me parece algo arbitraria y azarosa, tanto como el registro de las "Entradas Populares" en los blogs.  Otros datos conducen a enlaces con otras bitácoras, algunos en los que otras enlazaron con ésta, y otros, a tantos comentarios que dejé flotando en el ciberespacio. De nada me arrepiento, excepto de mi paso por Facebook. No porque haya sido perjudicial, simplemente porque resultó para mí, tal como su nombre anuncia, superficial, una vidriera, un escaparate con millones de rostros y poca autenticidad en general.

 Recuerdo que al principio, cuando comencé a bloguear, me preocupaba por cómo podría afectar tanta cantidad de palabras que una tiene el coraje de escribir y postear a mi "reputación laboral" o al "buen nombre familiar", dado que me lancé a esta aventura sin la protección de un nick o un avatar. De empezar de nuevo, me lo plantearía. También me viene a la memoria una conferencia que Obama dio en el 2009 en un colegio secundario en Arlington, Virginia, en la que advertía a los alumnos de los peligros de subir cierta información privada a internet, sobre todo a Facebook, y aseguraba que jamás se borraba nada, refiriéndose tal vez al caso de aquella joven norteamericana a quien le negaron el título docente al descubrirse que había fotos de ella en su Facebook en la que se la veía jocosa, festiva y alcoholizada. Pero a mí ya me otorgaron el título... 

 Lo que sigue es una campaña publicitaria bien explícita para jóvenes, bajo el lema: "Think before you post" ("Piensa antes de postear").  Creo que a los adultos tampoco nos viene mal, lástima que no la puedo encontrar subtitulada, aunque es clara, breve y contundente:





 Da para pensar ésto de: "...todo lo que hagan, va a aparecer más tarde en algún momento de sus vidas." Y: "Once posted, you lose it", ("Una vez publicado no se borra"). Aunque  en lo personal, lo relaciono con aquellas pocas almas desoladas que andan hurgando y dejando comentarios anónimos en casi todos los blogs. Justamente, a poco de empezar con el jarro, incluí este video en un breve post de una serie sobre Facebook, y recibí dos comentarios seudo anónimos burlones. Son esas agresiones gratuitas y cobardes las que hacen que uno de vez en tanto se replantee hasta el inocente gusto de escribir algo que no puede dañar a nadie. Los reproduzco:



Anónimo
Sos una grosa, tenés que publicar algo ya.

Besos,
Carlos

Anónimo
in cre i ble!!
jorge de berazategui

 Hay mucha gente que no tiene nada que hacer más que daño. Más tarde, en uno de esos directorios en los que al principio prolijamente me anotaba sin saber muy bien cómo ni para qué, me encontré con cierta desinformación poco preocupante:

El sitio web fernanda-abocadejarro.blogspot.com se ocupa de los temas: Boca, Jarro, Blog y Hace de la categoría Blogs. fernanda-abocadejarro.blogspot.com es poco conocida en España y significa A boca de jarro.



Palabras clave: boca jarro blog hace



fernanda-abocadejarro.blogspot.com

fernanda-abocadejarro.blogspot.com - 

Popularidad: poco conocida

 Queda claro que por más que una se apunte en cuanto directorio aparezca al paso, eso no hace a la popularidad ni trae a esos lectores y seguidores con quienes se establece un vínculo. Es mi modesto entender que en esto, como en todo lo que sea comunicación y creatividad, hay ratings que poco o nada tienen que ver con calidad, sobre todo, con la calidad humana.

Pero sin lugar a dudas, el hallazgo más sorprendente e inverosímil que he hecho es que mi sitio aparece asociado a una cotización en dólares, como si estuviese a la venta, rankeado como un dominio que tiene, según leo, un pagerank de 3 (¿?), seguridad 100%, a pesar de que una vez una bloguera que no volvió a visitarme nunca más me escrachó en una entrada diciendo que al entrar al jarro aparecía una advertencia en pantalla acerca de la distribución desde aquí de software malicioso. Nada más lejos de mí: no sabría ni cómo empezar. Descubrí también que Google tomó cartas en el asunto, el más grande de todos los Grandes Hermanos en el tema, y dictaminó, luego de un análisis muy higiénico del que yo no estaba ni enterada, que estoy libre de culpa y cargo, por lo cual respiré mucho más tranquila: habría sido una pena hacer un mal sin saber exactamente de qué se trata o poder siquiera disfrutarlo un poquito.

Según este sitio de estadísticas en la web, cuento con 8 palabras orgánicas, lo cual suena sumamente ecológico, y estimo que a mis hijos les encantará en el futuro encontrarse con este récord de mamá. Aunque el rating es francamente mediocre. Seguramente mi posteridad sabrá comprender que hay 30 millones de dominios repartiéndose la torta...
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 ¿Quién habrá puesto a la venta a este jarro? ¡Qué cosas raras se encuentran en la web! Si alguien entiende lo que significa todo ésto o le pasó algo similar, le agradecería una aclaración. Mientras tanto, me quedo pensando en la letra de una canción que alguien publicó por estos días en un blog amigo y que cantaba Atahualpa Yupanqui. Son esas cosas las que hacen que quiera seguir adelante, sorprendiéndome y nutriéndome en este intercambio riquísimo desde esta vasija de barro que no tiene precio para su hacedora:






Yo quiero que a mi me entierren
Como a mis antepasados,
En el vientre oscuro y fresco
De una vasija de barro.

Cuando la vida se pierda
Tras una cortina de años,
Vivirán a flor de tiempos
Amores y desengaños.
Arcilla cocida y dura,
Alma de verdes collados,
Barro y sangre de mis hombres,
Sol de mis antepasados.

De ti nací y a ti vuelvo,
Arcilla vaso de barro,
Con mi muerte vuelvo a ti,
A tu polvo enamorado.




A boca de jarro

viernes, 2 de noviembre de 2012

Elogio de la sombra




"El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla."
(...)
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
(...)
Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy."

                                                 Fragmento de "Elogio a la sombra" de Jorge Luis Borges


"Había una vez un hombre a quien ver su propia sombra lo contrariaba tanto y era tan infeliz de sus propios pasos que decidió dejarlos atrás. Se dijo a sí mismo: simplemente me alejo de ellos. De tal modo que se levantó y se fue. Pero cada vez que apoyaba un pie y daba un paso, su sombra fácilmente lo seguía. Entonces se dijo: " Debo caminar más rápido". Caminó hasta caer muerto. Si simplemente hubiera caminado hacia la sombra de un árbol, él se habría deshecho de su sombra, y si se hubiera sentado, no habría habido más pasos. Pero no se le ocurrió." 

                                                   De Tschuang Tsé, contado por Anselm Grün.

"Pero hay un misterio que no comprendo: Sin ese impulso de otredad -diría incluso que de maldad- sin esa  terrible  energía  que  se  oculta  detrás de  la  salud, la sensatez  y  el  sentido,  nada   funciona  ni  puede   funcionar. Te digo que la bondad -lo que nuestro Yo vigílico cotidiano denomina bondad- lo normal, lo decente, no son nada sin ese poder oculto que mana ininterrumpidamente de nuestro lado más sombrío."          
                                                        Doris Lessing

" Yo creo que la sombra del hombre radica en su propia vanidad."  
                                                        Friedrich Nietzsche


"Esta cosa oscura que reconozco mía."   
                                                                   William Shakespeare.
                                                                                                     

"¿Cómo puede haber tanta maldad en el mundo? Conociendo a la humanidad lo que me asombra es que no haya   más.   Woody Allen, "Hannah y sus hermanas"



Yo te agradezco, sombra mía, porque le das corporeidad a mi luz.

Gracias a la oscuridad que traés a mi mundo una y otra vez, siempre me das la oportunidad de encender una luz para hacerte desaparecer por un rato y conocerme en profundidad. Sos parte de mi territorio y fui yo quien te desterró a las tinieblas.

Gracias al miedo que generás en mí, hacés que saque fuerza, valor y coraje de un rincón de mi alma al que de otro modo no tendría acceso. Ni siquiera sabría de su abundante y generosa existencia.

Me obligás a descender a mis propios abismos para verte cara a cara, a tocar fondo. Es allí donde me encuentro forzada a bucear en las causas de tu existencia y se me hace claro que siempre están allí, en las profundidades de mi ser, no afuera. Allí me encuentro con cicatrices de vergüenza, celos, ira, inseguridad, temor, necesidades desoídas, emprendimientos inconclusos, sueños frustrados, la niña herida. Y es en ese preciso instante cuando descubro la manera de hacer pie para no hundirme en tus tinieblas y salir a flote, para descubrir que no sos más que la contracara de mi luminosidad, y que hay mucho que puedo hacer con aquello que yace en el fondo de mi esencia y te alimenta.


Lo primordial ya está hecho: fue registrado. Te vi a los ojos sin parpadear y no huí despavorida. Simplemente soporté tu frío aliento en mi cara, te dejé ser, acepté tu presencia y me asumí tal cual soy. Por eso te agradezco la irrupción en mi vida de tanto en tanto.


A boca de jarro

lunes, 29 de octubre de 2012

Ernest Hemingway en la era de las biografías y los microrrelatos







"El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve de 5.895 metros de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre es, en masai, «Ngáje Ngái», «la Casa de Dios». Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas." 





"-Lo maravilloso es que no duele -dijo-. Así se sabe cuándo empieza."

                                  "Las nieves del Kilimanjaro", Ernest Hemingway

Leer a Hemingway siempre me deja con la sensación de haber realizado un viaje no sólo por algún territorio geográfico concreto, con su temporalidad, olor y color particular, sino además, la de haber hecho con él un recorrido por una de esas tierras atemporales a las que tememos asomarnos aunque son patrimonio universal y exclusivamente humano: el sentido de la vida, su fragilidad y su intensidad, la confrontación con las arduas realidades que nos impone la historia, el mantenerse firme frente al mar de las adversidades y el vérselas cara a cara con la muerte. Con un puñado de palabras que no se escapan de un rango intencionalmente calculado para darle ese efecto a la vez lacónico y profundo a la historia, fiel en su estilo a la imagen del iceberg, que oculta bajo la superficie mucha mayor densidad de la que el ojo capta, y con todos lo detalles hilvanados por la misma conjunción, los innumerables "y..." de Hemingway, que taladra con su eco acumulativo hasta develar el tallado desenlace, su estilo me parece único en su honda simpleza y brutal realismo. Ignoro si a pesar de ser un Nobel entra dentro de lo que se considera "el canon". Sea como sea, para mí es de lo mejor de la Literatura.

Entiendo que desde la perspectiva contemporánea, su persona, siempre reflejada en su obra, ha sido puesta bajo la lupa por su machismo confeso, su amor por el boxeo y las riñas, por las corridas de toros, por la caza y por la pesca en aguas profundas. También su vida ha sido sometida a escrutinio en diferentes versiones cinematográficas de manera poco convincente. De lo último que he visto,  "Medianoche en París" presenta una caricatura del hombre basada en los personajes principales de sus novelas famosas. "Hemingway & Gellhorn", (2012), en cambio, con Clive Owen y Nicole Kidman, no termina de cuajar el estereotipo del fanafarrón y pendenciero a quien todos llamaban "Papa". Se trata de un drama histórico que se adentra en los pormenores de una tempestuosa relación amorosa entre el escritor y esta corresponsal de guerra, Martha Gellhorn,  que se arrastra tras causas injustas conquistando la pasión de un Hemingway voluntariamente involucrado con idealismos y utopías sangrientas y dominado por sus propias pasiones irrefrenables: las mujeres, los excesos y el alcohol. Para entonces, los años treinta,  Papa ya se había convertido en un novelista de renombre. Sin embargo, tengo la impresión de que la película deja a la figura de Gellhorn mejor parada que a la del propio Hemingway.

Parece que con este grande de las letras se impone "la patografía", "La biografía patológica, la monstruificación de cualquier vida. Las lees y en ellas lo que el autor escribió ocupa un lugar ínfimo”, según explica José Emilio Pacheco. La proliferación de esta patología literaria se ha convertido en tendencia, a tal punto que es más fácil encontrar buenas traducciones de sus biografías que de la obra misma del autor. El lector voyeur es quien la alimenta, siempre en busca de detalles íntimos, truculentos y extravagantes que condicen con el personaje que devoró al hombre. Finalmente, como explica Pacheco, el personaje que Papa Hemingway creó y la novela de su vida no podrían haber tenido otro posible desenlace.

Más allá de los retratos cinematográficos o biográficos del hombre, que siempre resultan subjetivos y hasta irrelevantes para el lector ingenuo, es el escritor quien nunca defrauda. Es más, cuando se cree haber leído lo suficiente, siempre hay más para descubrir y sorprenderse. Lo último que encontré es una joya: "The First Forty-Nine Stories", que se pierde quien no haya dedicado años al estudio del inglés, porque hay historias en esta colección que no han sido reeditadas desde las antiguas antologías de relatos, hoy libros de anticuario o de segunda mano, figuritas difíciles de adquirir. Y es una pena en tiempos en los que los microrrelatos causan furor. Sus cuentos cortos son una pintura de enorme maestría y descarnado realismo que jamás dejan al lector indiferente. Por el contrario, a través de sus pinceladas, Papa Hemingway siempre nos conduce a las peliagudas preguntas con las cuales él mismo se confrontó en tiempos de falta de certezas, los de la generación perdida, y que finalmente lo dejaron sin otra respuesta que el suicidio. Su magistral definición del concepto de la Nada en "A Clean, Well-Lighted Place", una de esas historias sublimes para las que no encuentro ninguna buena traducción al español, ni siquiera del título, ha cobrado hoy aún más vigencia e implicaciones más profundas que cuando fue publicada:  

"Nada nuestro que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada, hágase tu nada así en la nada como en la nada. La nada nuestra de cada día..."

Otra gema en esta colección de cuarenta y nueve cuentos, y algunos verdaderos microrrelatos intercalados e intitulados, es "Hills like White Elephants", un relato mayormente en forma de diálogo en el que el lector se convierte en escucha involuntario. Un duelo verbal se suscita cerca de una estación de tren rodeada de una serranía en algún pueblo español a orillas del Ebro, entre un americano y una muchacha, Jig, que está a punto de abordar el expreso de Barcelona a Madrid para hacerse una operación que no termina de convencerla. Sin jamás ser mencionado y entre copa y copa, el lector llega a la conclusión de que se trata de un aborto, y de que la pareja jamás será la misma después de deshacerse de lo que resulta para ambos un elefante blanco.

Podría seguir con títulos destacables como "The Short Happy Life of Francis Macomber" o "The Killers", pero nada en la colección supera a "The Snows of Kilimanjaro" ("Las nieves de Kilimanjaro"), la historia de un moribundo escritor frustrado, Harry, de safari en medio de la sabana africana y en espera de un avión que venga en su rescate. Lo acompaña su adinerada, bebedora y negadora pareja, quien se resiste a discutir con su hombre como distracción o revelación final tanto como a  la idea de su muerte inminente a causa de una gangrena, por no querer asumir la soledad una vez más en su propia vida en Long Island. El hombre, en cambio, se ha resignado a morir, y los buitres comienzan a rodearlo y a embriagarlo la macabra risotada de las hienas, llevándolo a recordar escenas de su vida pasada, de sus brutales experiencias de guerra, de sus inviernos en la nieve y de todas las historias que hacen al libro de su vida que ya jamás podrá plasmar. Hasta que por fin llega, corpórea, a posar su cabeza al pie de su camilla, la muerte, le hace sentir su aliento pestilente en su rostro y le oprime el pecho hasta dejarlo sin habla y adueñarse de su cuerpo entero. Al morir, el narrador no pausa para anunciarnos el hecho, sino que continúa con el ensueño de una vida más allá de la muerte en la que aterriza el avión esperado sobre la llanura dorada de África, asciende y el hombre, con su pierna extendida, finalmente comprende la profecía que abre la historia: la nave vira hacia el este para por fin dirigirse hacia "la Casa de Dios", la cima nevada del majestuoso Kilimanjaro. Allí, en la pura blancura de las nieves eternas, yace el esqueleto de un leopardo que inexplicablemente llegó a esas alturas, como lo hizo Ernest Hemingway, erguido y de pie frente a su máquina de escribir.

A boca de jarro

miércoles, 24 de octubre de 2012

Con un sólo ojo



Últimamente, resulta que el mejor remedio para las tripas no es el omeprazol ni el pantoprazol. En verdad, el pantoprazol me constipa, por más que agregue fruta con cáscara, fibra y Activia a mi dieta. Tengo que preguntarle al gastroenterólogo, que me va bajando la dosis en cada visita, por qué será. Mientras tanto, estoy un tanto inflada de tanta flatulencia. Y estando en este estado descubrí que la mejor medicina para mi acidez estomacal es mirar la realidad en la que estoy metida como desde cierta distancia. Podría decirse que antes me sentía inmersa, a veces desbordada, a punto como de ahogarme en ese mar revuelto y agitado del día a día. Ahora, el oleaje sigue batiendo contra la ventana pero yo lo observo detrás del vidrio, y hasta parece que hasta ni me salpicara.

Supongo que si además de gastroenterólogo consultara con un psicólogo, como el mismo gastroenterólogo me recomendó sin éxito, me diría que logré tomar distancia psicológica de ciertos hechos en los que antes me enroscaba.

Jugando un poco a ser mi propia terapeuta, trato de que la cosa en sí no sea nada, como cuando uno es espectador de un hecho y se hace conciente de las condiciones de su mirar: veo que algo sucede, algo está pasando, lo percibo y punto. Trato de no ir más allá. Puede parecer digno de un autómata y no siempre resulta tan sencillo,  aunque con la práctica funciona para mi emocionalidad saturada. En cambio, si al observar un hecho cotidiano, sea del ámbito privado o el ámbito social, político y económico que muestra la prensa, le agrego, primero, un juicio de valor propio, especialmente uno negativo; luego, la emoción que ese juicio dispara en mí, y encima de todo me involucro y pretendo hacerlo mejor, cambiarlo o marcarle un rumbo diferente o un ritmo distinto, ahí es cuando viene el reflujo.

Me puse a leer, para ver si esto que es simplemente una hipótesis de un posible camino, que de hecho vengo transitando para reducir la causa de mis males, de las cuales no me interesa la etiqueta de un diagnóstico, tiene algún sustento psicológico comprobado. Y me encontré con que en Estados Unidos, un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan llegó a la conclusión de que la sabiduría se obtiene al ver las cosas desde la distancia. Según estos estudiosos "las personas con una perspectiva universal (de distancia), en realidad procesan la información de forma distinta que las que tienen una perspectiva más egocéntrica." La investigación también ha mostrado que el dialectismo, es decir, el darse cuenta de que el mundo es fluido y que es probable que el futuro cambie, y la humildad intelectual, el reconocimiento del límite del conocimiento propio, son aspectos claves de un razonamiento sabio. En un experimento llevado a cabo en 2011, estos señores les pidieron a 57 estudiantes universitarios a punto de graduarse o recién graduados, que no podían encontrar trabajo, que eligieran tarjetas de un mazo que describía la recesión en el país del norte y los altos niveles de desempleo, y pensaran cómo la economía les afectaría personalmente. Luego, se los instó a razonar en voz alta sobre el tema desde una perspectiva egocéntrica o con distancia. Descubrieron que los participantes que adoptaron una perspectiva de distancia eran significativamente más propensos a reconocer los límites de su conocimiento y a admitir que era muy probable que el futuro cambiase.

Lo cierto es que yo no quería ir tan lejos con esta reflexión ni llegar a la conclusión de que he alcanzado la sabiduría ni de que nos espera un futuro mejor, pero creo que di un paso al frente, y en un mundo que parece ir para atrás, me congratulo por ello. Estoy aprendiendo a confiar en el proceso y en el desarrollo de la vida, a soltar los juicios y los temores que se apoderan de mí cuando me meto de cabeza en el hecho, sea algo del ámbito familiar, como la escolaridad de mis hijos, por cuya pobre calidad me dio muchas veces ganas de arrancarme los pelos, y créanme que perdí una considerable cantidad de cabello durante los meses en los que mi malestar fue de índole agudo, o sea el noticiero cotidiano o el diario del domingo. Me doy permiso para dormir más, como una forma de desconectarme, y hasta sueño, dormida, con anhelos que había archivado, como viajar, tan vívida y detalladamente que me da pena despertar. No me fuerzo a hacer lo que no me sale o aquello para lo que llego muy justa con el tiempo: confío en que los míos se las arreglarán sin mi intervención, y me alegra comprobar que así sucede cuando vuelvo a la noche del trabajo. No espero que en el trabajo las personas se vuelvan coherentes y lógicas: me divierto con la incoherencia y pienso que me pagan por tolerarla.  Profundamente y a pesar de todo, siento  que lo que sembré, germinará a su debido tiempo y dará buenos frutos, pero tiempo al tiempo, y el que esté apurado que se embrome. En definitiva, es como haberme disciplinado en el arte de mirar la realidad con un sólo ojo, como parecen hacerlo tantos de quienes nos gobiernan. Tal como hacía  uno que nos dejó hace un par de años. 


A boca de jarro

lunes, 15 de octubre de 2012

Rito de pasaje


 "Sin tener en cuenta los  detalles  más  concretos, 
lo  que  da  sabor  a la  vida  es  estar  profundamente  implicada  en  ella."

                                                                                                                                                                                                    Jean  Shinoda  Bolen


Lo que para algunos ha sido el evento del año, por todo la burbuja en el que lo envolvemos, para mí resultó un acontecimiento profundamente revelador de una crisis vital más de tantas, en el sentido positivo de cambio, que simplemente intensifica mi sensibilidad y me da una mirada clara y honda de lo que he logrado hasta hoy y lo que es mi vida en el ahora.

A través de los símbolos externos del vestido blanco, el moño y los zapatitos perlados, levantarme el día de la Comunión de mi hija y abocarme a la ancestral tarea de la mujer iniciada en el arte de transmitir algunas tradiciones de nuestra femineidad al vestirla, peinarla y sostenerla en su mutación a un nuevo ser al que el rito de pasaje da origen fue movilizador. La imagen de las dos frente al espejo, ya listas para el ritual, trajo a mi memoria lo poco que leí de esta mujer, Jean Shinoda Bolen. En especial, su idea de que un espejo común y corriente refleja la apariencia superficial, pero hay espejos en los cuales vemos reflejadas cualidades intangibles que tienen que ver con el alma. En eso espejo nos miramos y nos encontramos mi hija y yo el sábado pasado.

Quienes han estudiado los ritos explican que están vinculados con cambios físicos, psíquicos o sociales del individuo Esta clase de ceremonias hacen notorio que el individuo cambia su estatus y es reconducido a un nuevo estado. En este caso, vi claramente que mi hija deja una etapa atrás igual que yo, que se inicia ya a su pubertad y yo a mi madurez, y que nuestros roles ahora han cambiado: ella se ocupará de representar la fertilidad y la continuación de mi linaje, y yo estaré encargada de brindarle la sabiduría de vida que me ha sido transmitida por las mujeres que me precedieron: mi madre y mis abuelas.

A Bolen le interesan las mujeres maduras mucho más que a nuestra sociedad. Según explica en uno de sus trabajos, la madurez evoca humedad y jugosidad, sabor y placer, en su justa medida: "En la naturaleza, la vitalidad (el estar vivo) significa que existe una fuente de agua que alimenta un nuevo crecimiento y conserva la vida, que es húmeda. La humedad metafórica y el fluir, tanto para la salud física como para el bienestar emocional, también son esenciales. Los sentimientos genuinos y su expresión sin trabas son húmedos. (...) Implicarse en la vida y comprometerse con ella es una proposición madura. Cada mujer madura recurre a una fuente o a un acuífero profundo lleno de significado..." Y se refiere además concretamente a las lágrimas como manifestación de esta humedad que brotan naturalmente en estos y otros acontecimientos vitales. 

Bolen declaró en una entrevista ampliamente difundida que: "A partir de los 40 años empieza lo mejor si eres capaz de darte cuenta de la cantidad de cualidades potenciales que hay dentro de ti. Entonces te entran ganas de convertirte en bruja (...) una bruja es una persona con poder personal. Las brujas sabias dicen la verdad con compasión, y no comulgan con lo que no les gusta, pero no tienen la rabia de las mujeres más jóvenes. Algunos hombres excepcionales pueden llegar a ser brujas, los que tienen compasión, sabiduría, humor y no están supeditados al poder. Las brujas sabias son capaces de mirar hacia atrás sin rencor ni dolor (...)  Primero aprenden a amar lo que hacen, luego alientan a otros al crecimiento. Saben reconocer lo frágil y lo que tiene valor, y también lo que debe ser podado."

Así me sentí en medio de este rito iniciático de mi hija que ya ha dejado de ser pequeña: una bruja madura fluyendo y dándole a beber de los secretos que ahora ella necesita aprender de mí, que la materno desde un lugar más sutil pero igualmente físico y concreto, como el de la madre de aquella niña pequeña que ahora observa con mayor distancia aunque con igual devoción como se transforma el fruto con asombro, orgullo y alegría. Se me hizo conciente la necesidad, ahora más que nunca, de ser yo misma en esta implicación madura con la vida en pos de mi propio fluir y para acompañar el fluir de mi hija en su camino de creación de su propia identidad.

Embelleciéndola para entregarla al paso hacia una nueva etapa de su fresca vida sentí que estábamos en nuestro eje, cumpliendo con una misión que todas las mujeres del árbol de la vida del que formamos parte cumplieron para con aquellas que las sucedían. Y todas se hicieron una en nosotras, como alineadas, gracias a lo que devela el rito. La revelación me sacudió y me embriagó de satisfacción.

A boca de jarro

miércoles, 10 de octubre de 2012

Vergüenza ajena

Jonathan Wolstenholme


Me impactó días pasados, estando en clase de gimnasia en el parque polideportivo al que concurro hace años, donde todos nos conocemos aunque sea de vista, la noticia de que Eva, una mujer de alrededor de 50 años, había muerto de manera rápida a causa de un cáncer de pulmón fulminante, tal como lo describió la profesora. Pero en verdad lo que más me escandalizó fue la reacción de algunas de las personas presentes. Ante la pregunta: "¿Fumaba?" y la respuesta afirmativa que esperaban para alzar un dedo condenatorio, comenzaron  los comentarios por lo bajo: " Y sí... a todos los que fuman les pasa, tarde o temprano... o de pulmón, o de garganta, pero se lo agarran..." Sumado a la conmoción ante la noticia, el tenor de los comentarios me revolvió las tripas, no sólo por el nivel de insensibilidad y soberbia absoluta que manifiestan sino por el acuciante grado de ignorancia en términos de lo que debería ser tratado como parte natural de la vida: la enfermedad. Conclusión: una oportunidad para fomentar la salud y prevenir enfermedades terminó enfermándome...


Hay médicos en mi familia que se han cansado de diagnosticar cáncer de pulmón y de otras tantas etiologías en personas que jamás tocaron un cigarrillo ni fueron siquiera fumadoras pasivas. No quiero decir con esto que el cigarrillo no sea responsable de esta y otras patologías en muchos casos, pero no es la única causa. Hay factores genéticos, ambientales y otros, la mayoría de los cuales, muy a nuestro pesar, escapan toda explicación que se intente dar acerca de una enfermedad tan traicionera como el maldito cáncer. Existen agujeros negros en el universo de la enfermedad y de las causas de la muerte, y es siempre nuestra soberbia, esa que según el relato Bíblico nos condenó a ellas, la que intenta penetrarlos por temor a ser succionados por uno de ellos. La enfermedad sigue siendo un misterio que nos excede, y, como todo misterio, intentamos explicarlo para combatirlo cuando, en realidad, siempre nos confrontamos con nuestros propios límites y nuestros propios temores al hacerlo.


En la última semana también, dos personas que me ven esporádicamente por cuestiones laborales me han confiado que sus esposos padecen de esta enfermedad. A una de ellas la noté desencajada. Sabía que su marido había sido operado y tratado, pero pensaban que el cáncer había quedado atrás. Ahora se enteraron de que hay metástasis pulmonar. Y la otra no había podido pegar un ojo en toda la noche anterior a nuestro encuentro porque se acababa de enterar de que su esposo tenía un tumor prostático. Hoy mismo, camino de vuelta de la salida del colegio con mi hija menor, nos cruzamos con una chica de unos treinta años pasada de flacura y con un pañuelo cubriéndole la cabeza. Y hasta me hija notó lo que le sucedía y expresó su pena. Acto seguido, me preguntó lo que dio lugar a esta reflexión: "¿Por qué se tapa la cabeza, má? ¿Le da vergüenza estar enferma?"


No es la primera vez que siento que la enfermedad en nuestros tiempos ha pasado a ser entendida en buena medida como responsabilidad de quien la padece e inclusive produce cierta vergüenza admitirla o mostrarse en público luciendo sus signos "antiestéticos", fundamentalmente por la reacción que genera en los demás. Y esta reacción suele darme vergüenza ajena. La idea subyacente e inmediata que se desata en ciertas mentes al enterarse de un padecimiento de este tipo parece ser "Ah... por algo será. Algo habrá hecho mal para tenerlo."  Un caso paradigmático de lo que intento exponer ha sido lo que le sucedió al mediático Doctor Alberto Cormillot, famoso por hacer perder peso a obesos e híperobesos a través de su programa médico y televiso y marca registrada como garantía de salud; todo un ícono de la vida saludable.

Yo misma le he escuchado decir que almorzaba cereales con yogur y frutas cada día en pos de su salud intestinal y para conservarse en peso, siendo él mismo un obeso recuperado. Y hasta hoy asegura que no se permite jamás una Coca Cola por tenerla "fuertemente identificada con el daño". Muchos de los comentarios de los foristas al pie de la nota donde es entrevistado por La Nación al confesarse públicamente como víctima del cáncer dan vergüenza ajena. El lego se aventura a aseverar que Cormillot tuvo un cáncer por consumir aspartamo, presente en los edulcorantes que consumió y vendió a lo largo de su vida, o por resentimiento, aunque ha sido un hombre existoso en términos de lo que hoy consideramos "éxito". Los gurúes de la "autosanación New Age" se encargan de adscribir emociones negativas como causas del cáncer, agregando una razón más para hacer que quien enferma se sienta aún más infeliz por la gama de emociones negativas que a todos nos habitan y de las que muchas veces no somos ni siquiera plenamente concientes. Y la gente que cree en todo esto a pie juntillas ahora también diagnostica y enjuicia.

En mayo le descubrieron un cáncer de colon, a pesar de que era el pregonero de la prevención de la misma enfermedad, instando a los hombres mayores de 50 años a realizarse un estudio anual para detectarlo precozmente. Se operó inmediatamente, pero al principio no se animó a contar lo que le pasaba. Según confesó meses después a la prensa, tuvo que pensarlo mucho antes de decir la verdad. Sus motivos: "Porque no sabía cómo comunicarlo. Recién el día que salí de la internación, decidí que lo iba a decir. Durante 48 años, construí un vínculo con los medios, con los periodistas. Y si yo no decía la verdad sentía que estaba rompiendo la confianza."

Es claro que la confianza que se rompe en este caso es la de él mismo en toda una forma de vida y un mensaje que ha hecho público. La prevención a base de cuidados permanentes, controles y sacrificios no basta como garantía de una salud inquebrantable. He aquí el misterio, he aquí el límite con el que debió confrontarse. Evidentemente, la confrontación y la aceptación pública de una verdad a la que le dio batalla por años le hizo sentir vergüenza. La idea posmoderna de que existe un seguro para protegernos de todo daño no aplica a la salud, por más que la medicina haga esfuerzos denodados por ganarle la pulseada a la enfermedad con el énfasis en la prevención.

Y es mucha la gente, incluido Cormillot, que vive pensando que somos nosotros quienes "hacemos mal los deberes" y por eso enfermamos, como si se tratara de una cuestión moral. Pensar que el enfermo no es víctima de la voluntad de la naturaleza sino su propio verdugo es una forma de pensamiento muy típico de nuestra posmodernidad culpógena. Nos dejamos seducir fácilmente por una imagen de salud ideal y óptima que, muy a nuestro pesar, está fuera de nuestro alcance.

Fue el genial Aldous Huxley, autor de una distopía que cada vez parece tener más puntos de contacto con nuestra realidad, titulada Un mundo feliz, quien alguna vez dijo: "La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano."

                                           
Y fue Paracelso, el gran médico del siglo XV, quien apuntó que "El médico sólo es el servidor de la naturaleza, no su amo. Por consiguiente, a la medicina incumbe seguir la voluntad de la naturaleza." Tengo la fuerte sospecha de que nos curamos de muchos males al acatar esa voluntad sin ninguna vergüenza. Y esa voluntad es y seguirá siendo un hondo misterio que nos hace simplemente más humanos.
 

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