martes, 6 de enero de 2015

Los especialistas


Me miró por sobre sus anteojos con ojos expertos de especialista. Luego de haber escuchado mi endeble voz y observado mi quebradizo lenguaje corporal atenta y silenciosamente, notó lo que estaba atravesado en mi garganta hacía ya tanto tiempo, y, para ser sincera, aún continúa allí a pesar de las píldoras redondas y celestes que me recetó para tomar cada mañana con el desayuno y las alargadas y ranuradas amarillas que debo partir para ingerir con mucho líquido a la hora de acostarme aunque me revuelvan el estómago todo el día. Alguien que sabe del asunto me ha dicho que a esto se le llama "el chaleco químico". 

Me rehusaba a ir a ver a otro especialista más de una larga lista y a comenzar a emplear un pastillero por primera vez en la vida a mis cuarenta y seis años, a sumar química de la cual dependo hace ya más de once años, desde aquel segundo post-parto en el que me pasé sin dormir cuatro o cinco noches seguidas, ya no recuerdo exactamente cuántas fueron, al regresar de la internación a casa, pero todos los miembros de la familia insistieron. Me preguntó con voz serena y sostenida si en aquella oportunidad sentí temor de cuidar a mi beba recién nacida, y no, no era eso. La cuidaba y mucho. Era una angustia que me había invadido al mirar a través de la ventana del tremendo hospital un día gris y lluvioso de aquel abril del 2003 y se me había quedado adherida al alma. Siempre me causaron aprehensión los hospitales, el incisivo olor a desinfectante que invade todos los sentidos, la bata blanca pero siempre salpicada de algo qué no se sabe bien qué es de los médicos, las corridas de las enfermeras por los largos pasillos, la falta de color y las manchas descarnadas de humedad de las paredes y los techos, la sangre salpicada en los pisos, los gemidos provenientes de otras habitaciones, la desolación pintada en algunos rostros vagabundos y somnolientos cuyas manos se aferran a un café intomable que se debe tomar para soportar estar ahí dentro, la comida insípida de enfermo y mi cara reflejada en el espejo del diminuto baño que ya no parecía ser la misma que la de antes de haber ingresado. Extrañada de mí misma volví a casa hecha un manojo de nervios que me hacían temblequear de la cabeza a los pies y saltar las lágrimas de angustia sin ninguna explicación racional. Todos me decían que debía estar feliz, que está cesárea programada con un capo en la obstetricia había sido todo un éxito, que por fin aquella cicatriz abierta en el bajo vientre que curaba mi esposo con esmero todas las noches desde la infección que me había pescado en el quirófano en el primer parto había quedado cerrada y lucía bien. Y yo entendía todo eso y no me explicaba todos esos sentimientos que me invadían. Leía libros especializados para entenderme pero no me entendía. Había deseado a esa criatura por años, me había reformado de mis malos hábitos: fumar, comer grasas, el sedentarismo de quien se sienta a corregir papeles por horas. Había hecho ejercicio como loca para estar en óptimas condiciones para el embarazo y continúe ejercitándome hasta el séptimo mes, un día en el que, al salir de la rutina matinal del gimnasio, sentí que me desmoronaba en un sudor frío frente a la puerta de la oficina de correo. Me atajó un policía que estaba merodeando la zona. Me hizo tomar asiento y me acercó una gaseosa de naranja bien dulce. Me sentí un poco mejor y volví a casa ya decidida a caminar más lento y a dejar el ejercicio por el momento.

Por aquel entonces también acudí al especialista, ese que me recetó la pastilla circular y blanca que ahora debo ir reduciendo de acuerdo a esta otra especialista y que entonces me impidió hacer lo que más anhelaba: amamantar a esa hija que completaba la familia que había soñado. Aquel médico joven, soberbio y mal entrazado me habló de crisis de angustia, de distimia, y me mandó a otra especialista a hacer terapia, luego de chequear que mis hormonas tiroideas funcionaran correctamente. Lo irónico fue que después de meses de hacer terapia y pagar  un ojo de la cara por cada sesión con la especialista en depresión post-parto, autora de un libro sobre el tema y todo, se me volvió a referir al especialista mal entrazado a controlar los niveles tiroideos de nuevo. Dieron otra vez, como era de esperar, al límite del hipotiroidismo, pero nadie quiere meter mano al eje tiroideo, eso queda claro.

Hoy tengo cita con otro especialista, un endocrinólogo recomendado, para hacer otro control hormonal y ya van demasiados. Lo cierto es que la especialista en psiquiatría que me recetó más pastillas de colores me aseguró que es normal que me sienta abatida en esta realidad donde no se premia al mérito, donde impera la corrupción, la avivada criolla y el "no te metás", donde todos los futuros son inciertos, los nuestros y los de nuestros hijos. Parece que estos últimos veranos están signados por los especialistas. De éste que voy a ver hoy, después les cuento.




A boca de jarro

lunes, 15 de diciembre de 2014

Un inglés en Nueva York



Sting en vivo en Berlín
"Un inglés en Nueva York" es una de mis canciones favoritas, compuesta e interpretada por quien considero un talentosísimo poeta musical británico, Sting, aunque mi abuelo asturiano me tiraría de las orejas por tener estas inclinaciones musicales. Quizás el hecho de que su guitarrista principal, Dominic Miller, haya nacido en Buenos Aires me redimiría de su desaprobación y repudio de los ingleses. Lanzado en 1987 en el abum Nothing Like the Sun (Nada como el sol), el tema está inspirado en Quentin Crisp, quien se había mudado de Londres a Nueva York poco antes de que Sting lo compusiera y lo grabara con Branford Marsalis acompañándolo en el saxo. Se trata de una composición irónica que de algún modo se mofa de la idiosincrasia pacata inglesa, a tal punto que al pronunciar la palabra "New York" en el estribillo repetidas veces, Sting lo hace con voz nasal y afectada. Quentin Crisp es todo un personaje excéntrico dentro y fuera de la cultura británica. Se trata de un conocido escritor, modelo artístico, actor y narrador de historias que pasó a la posteridad por su agudo ingenio y su flagrante y expuesta homosexualidad.


Quentin Crisp
Por estos días, estoy haciendo mucha terapia musical, y me quedo con una estrofa de este tema en particular que fue ícono de los ochenta y que es hoy un regalo para mis oídos adultos en la versión que Sting realizara de él en Symphonicities,  trabajo en el cual reivindicó su pasado pero reconstruyéndolo y elevándolo a una escala sinfónica acompañado nada y nada menos que por la Orquesta Filarmónica de Londres. Intentaré traducir simplemente unas estrofas ya que resumen mi visión de mi presente en el país donde me ha tocado nacer y vivir:


"If "Manners maketh man" as someone said
Then he's the hero of the day
It takes to suffer ignorance and smile
Be yourself no matter what thet say.

I'm an alien, I'm a legal alien
I'm an Englishman in New York.

Modesty, propriety can lead to notoriety
You could end up as the only one
Gentlenness, sobriety, so rare in this society
At night a candle's brighter than the sun."


"Si "Los buenos modales hacen a todo caballero que se precie de tal", 
como alguien dijo
Pues él es el héroe del día
 Hay que ser hombre para ser ignorado y sonreír
Sé tú mismo no importa el qué dirán.

Soy un extranjero, un extranjero documentado
Soy un extranjero en Nueva York.

La modestia y la decencia
Pueden traer mala fama
Podrías terminar muy solo
La gentileza y la sobriedad
Tan raras en esta sociedad
Por la noche una vela brilla más que el sol."

Creo que con esto se cierra un año en este blog que ha sido poco fructífero y luminoso en muchos aspectos. Ciertamente, si hay un lugar en el mundo donde pasaría estas fiestas es en Nueva York, bien lejos de este infierno donde me siento una extranjera documentada por tantos diferentes motivos. Cabe desearles a todos los que tienen a bien visitar este espacio asiduamente un buen final de año y un mejor comienzo de año nuevo. Y me lo deseo también, si se me permite, a mí misma y a los míos que me aguantan... Les agradezco la compañía, y saludo calurosamente al público ucraniano que visita asiduamente el jarro de acuerdo a lo que arrojan las estadísticas.


Sting: Englishman in New York. Live in Berlin 2010 (3/15)


A boca de jarro

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Camisa amarilla

Gal Costa en el Blue Note de Nueva York, Mayo 19, 2006.


"Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando."

 Rabindranath Tagore


Ary Barroso, uno de los más afamados y prolíficos compositores de música brasileña, reconocido con la Orden del Mérito en 1955 y aclamado como presidente de honor y consejero perpetuo de la Sociedad Brasileña de Autores, Compositores y Música, fundada en 1944, aportó innovaciones melódicas y armónicas a la samba del Brasil y se irguió como ferviente defensor de la música popular brasileña y de los derechos de autor. Su trabajo más destacado fue "Aquarela do Brasil", un típico ejemplo del tipo de samba que componía, con temáticas y arreglos grandilocuentes que hicieron que su música se denominara samba de exaltación por honrar las bellezas de su pueblo y de su tierra. Este tema se encumbró internacionalmente como un himno del Brasil al ser incluido en la película animada de los estudios Disney "Saludos Amigos" en 1942, y pasó a ser la primera canción brasileña con más de un millón de reproducciones en las radios estadounidenses.


Es, sin embargo, un tema algo menos conocido el que me ha fascinado por estos días, llamado "Camisa Amarela", y no logro encontrar ninguna traducción digna ni interpretación contextual de esta poesía que hallo tan bella. Así es que, armada de mis modestos conocimientos de Portugués y de mi enorme gusto por la música del povo brasileiro, intentaré homenajearla y dejarles la versión que más me gusta en la voz de Gal Costa.


La letra original dice así:


 Encontrei o meu pedaço na avenida de camisa amarela
Cantando "A Florisbela", "A Florisbela"
Convidei-o a voltar pra casa em minha companhia
Exibiu-me um sorriso de ironia
Desapareceu no turbilhão da galeria


Não estava nada bom, o meu pedaço na verdade
Estava bem mamado, bem chumbado, atravessado
Foi por aí cambaleando, se acabando num cordão
Com um reco-reco na mão


Mais tarde o encontrei num café zurrapa do Largo da Lapa
Folião de raça, bebendo o quinto copo de cachaça

Voltou às sete horas da manhã, mas só da quarta-feira
Cantando "A jardineira", "A jardineira"
Me pediu ainda zonzo um copo d'água com bicarbonato
Meu pedaço estava ruim de fato, pois caiu na cama e não tirou nem o sapato


Roncou uma semana
Despertou mal-humorado
Quis brigar comigo
Que perigo, mas não ligo!


O meu pedaço me domina
Me fascina, ele é o tal
Por isso não levo mal
Pegou a camisa, a camisa Amarela, botou fogo nela
Gosto dele assim
Passou a brincadeira e ele é pra mim

Acá va mi traducción y se aceptan con agrado correcciones:


Encontré a mi pedazo en la avenida de camisa amarilla
Cantando "La flor es bella", "La flor es bella"
Lo invité a venir a casa a hacerme compañía
Exhibió una sonrisa de ironía
Y desapareció en el torbellino de la galería 
No estaba nada bien, y mi pedazo, la verdad
Estaba bien mamado, emplomado, encabronado
Fue por ahí tambaleando, acabando en un cordón
Con una canaca en la mano
Más tarde lo encontré en un café mugroso de Largo da Lapa,
Jaranero de raza, bebiendo el quinto vaso de cachaça.



Canaca, en Portugués "reco-reco".


Largo da Lapa, Río de Janeiro. Los Arcos de Lapa actualmente no funcionan como acueducto, pero siguen siendo vitales para Rio ya que forman parte del recorrido del famoso "bondinho", el tranvía eléctrico de la ciudad, rumbo al barrio de Santa Teresa, a 5 minutos del Sambódromo da Marquês de Sapucaí y a pocas cuadras de la estación de Metro Cinelândia.
Volvió a las siete de la mañana, pero de un día miércoles
Cantando "La jardinera", "La jardinera"
Me pidió un poco zonzo un vaso de agua con bicarbonato
Mi pedazo estaba en mal estado, pues cayó en la cama
Y no tiró ni un zapato.

Roncó una semana

Despertó malhumorado
Quiso camorrear conmigo
Que seduzco aunque no ligo

Mi pedazo me domina, 

Me fascina, él es así
Por eso no lo tomo a mal
Tomó la camisa, la camisa amarilla y le prendió fuego
Gusto de él así 
Pasó la festichola
Y él queda para mí.


Cuenta la historia de una mujer que, como la buena samaritana, encuentra a un hombre jaranero y bebedor y se lo lleva a su casa por encontrarse sola. El color amarillo de la camisa tiene connotaciones supersticiosas, ya que se cree que trae mala suerte por estar asociado con el orgullo, la falsedad, la traición y el azufre de los infiernos, amén de haber sido usado como color de banderas para alertar sobre epidemias en la Edad Media y vestir a los apestados de este color. Aún hoy, se habla de prensa amarilla por su morbosidad, y en el ámbito teatral es un color vetado por creerse que Molière murió vestido de este color pocos días más tarde del estreno de "El enfermo imaginario". Las canciones que este buen señor entona son típicas marchas carnavalescas, lo que los brasileños denominan "Marchinhas de Carnaval". El tipo se va por ahí a emborracharse en una parte típica de Río de Janeiro, Largo da Lapa, y vuelve recién un miércoles, probablemente el miércoles de ceniza, cuando termina la fiesta de Carnaval. Finalmente, cae dormido en la cama sin siquiera descalzarse, despierta con resaca luego de una semana, ella lo atiende y, como en toda historia de amor con final feliz, él le prende fuego a su mala suerte y se quedan juntos. Lamentablemente, se pierde la poesía del original en la traducción, pero les dejo a la espléndida voz del Brasil, Gal Costa, que se dio el lujo de cantarla en vivo en el Blue Note de Nueva York, llevando a la bossa a las dimensiones del jazz en un concierto formidable grabado el 19 de mayo del 2006, para que la disfruten tanto como lo hago yo en casa con sumo placer. 




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