viernes, 6 de noviembre de 2015

Premio literario

    



     A través de este espacio que tanto adoro y que creé sin jamás pensar que me iba a permitir crecer en el arte de escribir como para llegar a esta instancia, deseo agradecer públicamente a la Biblioteca Popular de Bomberos José Manuel Estrada de Lanús por la calidez con la cual me recibió su Presidenta, Myriam Peradotto, y toda su gente el domingo 1 de noviembre pasado para premiar mi relato "El día que conocí a Borges" con el tercer premio de narrativa que participó del Certamen Aniversario de los 70 años de dicha entidad cultural. Destaco el activo compromiso con la cultura y el arte por parte de todos los miembros de la Biblioteca, alojada en una bella casona sobre el cuartel de Bomberos Voluntarios de Lanús. Ha sido para mí un verdadero honor ser distinguida con esta premiación y haber tenido el privilegio de que mi trabajo fuera valorado por escritoras locales de la talla de Silvia Miguens - prestigiosa escritora argentina a quien admiro, finalista del Premio Emecé en 1995, y conocida por su trayectoria en el género de la novela histórica -, Mabel Pagano - prolífica y premiada novelista y cuentista de Lanús - y Raquel Álvarez Frea. Hago extensivo mi agradecimiento a todos Ustedes, quienes con su atenta lectura y comentarios hacen que mis letras cobren un sentido tan profundo que ya se han convertido en una actividad fundamental y hasta indispensable en mi vida.    



A boca de jarro                                                                                                                                                                                       

miércoles, 4 de noviembre de 2015

De libros, trastornos y disfrute




"Nunca sentí que la literatura fuera algo que debía estudiarse, 
sino más bien algo que debe disfrutarse."


                                     Aldous Huxley



     Siempre tuve la manía obsesivo-compulsiva de tener mis libros organizados temáticamente, y hasta hubo una época en la que los tenía agrupados por editorial, respondiendo al diseño de los lomos: todos los de Penguin, según su color, en un sector alto, las colecciones de cuero, coronando, en el centro de la biblioteca, y los diccionarios - monolingües por un lado y bilingües por otro- , abajo, por lo pesados y porque deben estar siempre a mano. Estaban ordenados, además, por lengua y por autor, y los autores de una misma lengua dormían siempre juntos sobre los mismos estantes, para no ser condenados al exilio o desterrados de algún modo entre otros, como a varios les sucedió en vida y fuera de sus libros. 

Así, los ingleses como Jane Austen, Emily Brontë, Graham Greene, E.M. Forster, Thomas Hardy, Henry James, D.H. Lawrence y Mary Shelley se encontrarían todos juntos a la hora del té en el sector de literatura inglesa en inglés. Hay autores, sin embargo que, a pesar de ser de lengua inglesa, no encajan en esos compartimentos estancos, debido a su singularidad o a su significación para mí. Es el caso de Charles Dickens, cuyos trabajos dormitan antepuestos a todos los de los demás, como paternando al resto, y sus colecciones preciosas de novelas en ediciones especiales - que adquirí en tiempos de importación abierta y accesible - están alojados junto a los libros de ediciones de lujo, como la de Facundo, El Quijote, El Decamerón, Selected Tales de Poe, Sherlock Holmes, The Complete and Illustrated Short Stories, las obras de Unamuno, en cuero rojo y detalles dorados, y Maquiavelo, en marrón y oro. Lo mismo sucede con las obras de William Shakespeare, que además están forradas en plástico transparente en su edición Signet Classic y llenas de notitas y papelitos amarillos ad hoc, fetiches de la estudiante que supe ser. Las obras completas de Shakespeare son un lujo de libracos preciosos, y soy afortunada de tenerlas tanto en inglés como en español, aunque la verdad es que prefiero consultarlas sueltas, ya que resulta odioso y tremendamente incómodo hacerlo de semejantes armatostes decorativos. Conste que digo "consultarlas" porque es eso precisamente lo que hago: buscar alguna que otra cita que se me viene de Liar o de Hamlet, o de algún soneto del cual he olvidado el número. Hace años ya que no me permito leer teatro, salvo que vaya a ver la obra y desee refrescarla de antemano. Así lo hice antes de ver puestas de Miller o Beckett, pero el teatro, en mi vida adulta y fuera de los claustros de estudio, es para ser disfrutado en el teatro. Y los libros son para ser disfrutados y no disectados como objeto de estudio.



Otros autores que parecen escapar compañía en mi biblioteca son Chaucer, Joyce, Marlowe, Dahl y Wilde, que nunca sé muy bien dónde poner, así como Huxley, Golding y Orwell, a quienes acopio juntos. Con los norteamericanos sucede más o menos lo mismo. El Gatsby se hospeda próximo a la obra de Salinger, que he releído varias veces, pero Hemingway, en su despojada y robusta simpleza, y Steinbeck, en el esplendor de sus novelas largas así como las más breves, se ganaron el podio de los favoritos y arrasan con números de ejemplares. Paul Auster llegó más tarde a las trincheras americanas de mis desvencijados estantes y comparte campamento con Harper Lee y Capote. Hubo que hacer lugar del lado British para la Rowling y sus ocho maravillosas entregas, pero los libros se las arreglaron para caber todos.  Los poetas viven en su mundo aparte, como corresponde, y sólo los Románticos ingleses conviven.





Este año llegaron varios Borges, Bioy, Cortázar, Octavio Paz, Pizarnik y antologías de cuentos nuevas, además de un par de preciosuras ilustradas que son libros arte, entonces los más senior y adustos tuvieron que hacerles espacio. Ahora mi TOC se ha desplazado alegremente y sin culpa alguna de la biblioteca a mi mesa de luz y al escritorio en el que escribo, y hace que sienta el impulso de rodearme de libros bellos para encontrar inspiración a la hora del inmenso disfrute de escribir. Allá por abril, cuando empezó a pintar el frío, tuve una remisión de mi trastorno de hoarding literario. Fue entonces cuando incurrí en el sacrilegio de desprenderme de unos ochenta ejemplares de literatura española y argentina de mis años de secundaria en sus versiones Kapeluz, que estaban totalmente desguazadas y pasadas de amarillo. Todavía no me perdono por haber desalojado de mi biblioteca a aquellos libros ancianos en su agonía. Aunque debo admitir que de semejante pecado mortal brotó una vena laissez faire inusitada y más que bienvenida que trajo aires frescos a mis trastornos y a mi vida: se acabó la era del orden en mis estantes. Los libros son ahora quienes deciden el lugar que ocupan y se acomodan solitos, susurrándome al oído, en noches como esta, cuál será el próximo que se vendrá a la cama conmigo junto a una buena taza de té cortadita apenas con leche dulce y whisky para mi propio disfrute.



A boca de jarro

miércoles, 28 de octubre de 2015

Un cuento

Con Marita Rodríguez-Cazaux y Ricardo Tejerina en Editorial Dunken


"La verdad se vive, no se enseña."

                                  Hermann Hesse

Me habían venido ya con el cuento de esta convocatoria a autores ignotos - que les llaman "inéditos" - por parte de esta editorial dedicada fundamentalmente a aquellos que se embarcan en la auto-publicación, es decir, a pagar de su bolsillo para alcanzar el sueño de tener el libro propio. Llegó la publicidad de su clínica literaria para aprender técnicas para escribir cuentos a mi correo y, dejando mi escepticismo de lado, me inscribí, pagué y fui, aunque en ningún momento dejé de pensar que nadie, jamás, podrá enseñarme a escribir. ¡Ese sí que es un buen cuento! Tal como imaginaba, me encontré con un salón abarrotado de personas diversas, cada una impulsada por su propio cuento, y muchos cuyos egos no cabían en la silla y que sacaban a relucir sus insignias de consagrados - habiendo sido premiados, mencionados, publicados y muchos ados des-hadados que terminaron en un tole tole vía mail que ni te cuento, criticándose unos a otros por haber escrito tal o cual cuento, arremetiendo contra los coordinadores, o protestando porque nos cambiaban la fecha del segundo encuentro o porque faltó mate o café en el primero, buscándole el pelo al huevo, como solemos hacer los adultos cuando nos proponemos llamar la atención de alguna forma que no sea la que legitima nuestro propio cuento. 

Los coordinadores cumplieron con su parte, haciendo valiosas aportaciones en términos de ejemplos literarios a tomar en cuenta a la hora de escribir un buen cuento: Silvina Ocampo, Leopoldo Lugones, Eduardo Holmberg, Horacio Quiroga, Saki. Solo que se fueron de cuento al incluir sus propios cuentos como ejemplo. Es que la autorreferencia resulta desafortunada en la docencia, ya que suele suscitar una buena dosis de ironía por parte de los infaltables desubicados que buscan desesperadamente que sus cuentos se destaquen, no a cuenta de sus propios méritos, sino por la sensación que causan a través del viejo cuento de la agresión. La editorial es astuta comercialmente, ya que te tienta con el cuento de que cada participante va a escribir un cuento aplicando las técnicas aprendidas en el curso, y entonces ese cuento será publicado en una antología colectiva de cuentos como producto de los encuentros. No hay cuento mejor para quien adora escribir que el prospecto de ver sus letras por fin en un libro de cuentos y su nombre publicado, sea de quien viene con experiencia, o sea de una bloguera - como quien escribe este cuento - o de un arquitecto que escribe cuentos verdes en sus ratos libres, y juro que esos somos muchos, tal vez demasiados.

Es así como tantos pican - y en este cuento no me incluyo - y se creen el cuento chino de que habrá peces gordos supervisando los trabajos y buscando entre los cuentistas al nuevo Borges. Con ese cuento en mente son capaces de matar hasta a su madre si les parece que alguien les puede venir a hacer las sombras del tristemente célebre Grey sobre su propio cuento. Fue una tristeza, aunque no una gran sorpresa, descubrir en este mundillo de los cuentos también tanta vanidad en la hoguera, tanta competitividad al pedo, tanto recelo, tanto morbo, tantas ganas de descalificar el cuento de los demás, en lugar de observar y observarse en el propio, intentando simplemente aprender y mejorar, o, por qué no, gozar - ese verbo del cuento de la vida que tenemos tan olvidado cuando de escribir nuestro cuento se trata, y que tanto sabor le da a todo lo que hacemos en este "cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia", que es tan ruidoso y tan furioso como nosotros lo escribimos. Porque, a fin de cuentas y de cuento, el mundo es el cuento que nosotros escribimos con la pluma de nuestra actitud frente a aquello que somos y que hacemos, seamos escritores, médicos, profesores o vendedores de pan.

Si hay algo que ya he aprendido a cuento de todo esto es a no juzgar los cuentos de los sueños propios ni ajenos. Ya lo decía Calderón, que siempre viene a cuento: "los sueños, sueños son", y si alcanzan para hacer latir a un corazón, valen. Vale soñar con el cuento de ser escritor, pero preparate para el baile que se te viene a cuento. Acá hay una bazofia televisiva que se llama "Bailando por un sueño", y cuando una se embarca en estos cuentos se siente un poco inmersa en eso, pero convengamos que hay bailarines y bailaores, hay formas y formas de bailar y de contar el cuento...

Emergí del salón de la editorial donde estábamos todos ya medio apretados - siendo que los escritores somos bichos más bien solitarios y poco gregarios - respiré hondo y me fui a deambular un rato por calle Corrientes con un ejemplar del libro de cuentos "La Deuda" bajo mi brazo, donde ver mi nombre y mi cuento impresos me sacudió. Mi relato - que no es cuento, según me aclararon los señores coordinadores - se encuentra en la página 89, cosa que a mí no me cuenta nada, pero muchos colegas le habían asignado cierta significación a ese cuento de los números, y se encuentra publicado justo entre un cuento titulado "Cruce de caminos..." y otro bajo el lema "La visión correcta (Machu Picchu)". Y te cuento que es ahí donde me doy cuenta de dónde vengo a estar situada en el camino del cuento de la vida: entre un cruce de caminos y el Machu Picchu, kilómetros de cuento más o menos. Enfilé derechito para una librería donde siempre me paro a mirar la vidriera y a oler ese aroma que despierta tantos cuentos fantásticos en mí, y no pude evitar pelar lápiz y papel para reunir los siguientes ingredientes para este cuento que te estoy contando y que de cuento no tiene nada: 




Arriba de todo

* "Los 15 escalones del liderazgo, Mis valores en el fútbol y en la vida", Javier Mascherano y (chiquitito) Nicolás Miguelez ($199)

* "Cerati, La biografía", Juan Morris ($299)

* "878 Cócteles, Recetas e historias del bar de Buenos Aires", Flor Capella y Julián Díaz ($244)



En los estantes centrales

* Florencia Bonelli, "La tierra sin mal" ($379!!!) 


(La Bonelli merece post aparte...)

* E.L. James, "50 sombras de Grey contada por Christian" ($329!!!)


(Contada por Christian???!!!)



 Abajo y en lo oscuro...

* "Los diarios de Kafka" ($185)
* Roberto Arlt, "Cuentos Completos" ($140)
* Harper Lee, "Matar un ruiseñor" ($79)



Y este cuento termina acá, como era de esperar, sin ningún gran remate ni vuelta de tuerca. Me volví a casa, rascándome la cabeza, con el cuento de los cuentos bajo el brazo y con muchas ganas de leer a todos los libros del oscuro y devaluado estante de abajo, con quienes, seguro, estoy en deuda.








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