domingo, 7 de agosto de 2016

De ruido y de furia






   Fue Galeano el que salió con el cuento de que el mundo está hecho de historias y no de átomos, y creo que algo de razón tenía, porque a mí, por lo menos - dueña de una mente poco científica y con altos valores de cuentos en sangre - si no me explican el cuento de los átomos de manera clara, entretenida y asequible, casi que ni me lo creo. Yo me declaro, sin ningún orgullo, mujer de historias, de cuentos, antes que de átomos. 



Shakespeare, varios siglos antes que Galeano, inmortalizó con su pluma una sentencia que ha sido repetida y reciclada hasta el cansancio: 



"La vida es un cuento contado por un idiota, 
lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido." 

William Shakespeare, Macbeth, Acto V, Escena V.




Por su parte, Faulkner tomó prestados el ruido y la furia para hacer de las suyas en el mundo de los cuentos. La literatura es así, siempre lo ha sido y siempre lo será: un constructo que tiende a reciclar los materiales para extender el entramado de los cuentos cada vez un poquito más allá y, tal vez - por suerte, yo diría - más acá, y así ponerlos más a mano. ¿De dónde sacaba el Bardo inspiración para sus obras, de enorme éxito popular en aquellos días sin Internet, televisión ni radio? Pues de la taberna, no te quepa la menor duda, igual que lo hicieron Faulkner y Galeano. En verdad, podría decirse que la taberna se llevó a unos cuantos escritores a la tumba, aunque antes de matarlos los hizo eternos, pero eso es harina de otro costal, o quizás no, ya lo veremos. 




Por ahora, enfoquémonos en el hecho de que historias como la del moro Otelo, por ejemplo, formaban parte del bagaje cultural del europeo medio - cuando todavía ni algo como eso existía - que consumía mitos y leyendas a modo de entretenimiento. Desde la perspectiva moderna, que condena y combate ferozmente al plagio y resguarda la autoría por cuestiones comerciales, debería dirimirse seriamente quién plagió a quién. Así, Shakespeare, Verdi y Wagner entrarían en litigio por razón de Otelo, y un juicio como este resultaría tan divertido como para alquilar balcones, pero ellos no podrían ni creerlo. No eran aquellos gloriosos tiempos para el arte días en los que un genio se ocupaba celosamente de los derechos de autor: entonces se vivía bajo un cielo donde, como diría mi vieja, lo que estaba en España era de los españoles, y se practicaba ampliamente lo que hoy los literatos a sueldo han dado en llamar "intertextualidad".





¿Y a cuento de qué viene todo este cuento, te preguntarás a estas alturas del cuento? Esto viene a cuento de que una escritora muy amiga mía - a poco de cumplir los cincuenta y a quien le avergüenza que la llamen escritora aunque escriba - la han asaltado dudas con respecto a sus escritos. Le ha surgido la posibilidad, incierta pero tentadora, de darle trascendencia a lo que mejor hace a través de un concurso literario de cuentos, pero...

 ¿Te parece que participe? Yo creo que los míos no son cuentos...   me dijo, café por medio, llena de ruido y furiosas dudas.

Entonces se me ocurrió escribir para explicarle que sí debe participar de este concurso. Paso a explicarles, a ver si así, de paso, la convenzo y terminamos con este cuento.

Para toda esta gente a quien he nombrado más arriba, las etiquetas formales jamás importaron: escribían. Shakespeare escribió mayormente obras de teatro porque el teatro en su día era el reducto a cielo abierto donde la gente se divertía con cuentos. Tanto se divertían que algunos hasta se creían que lo que pasaba entre los actores no era cuento: creían que Lady Macbeth era una mujer, y no un hombre representando el papel de una lady, y creían que al final se suicidaba de verdad. Igual le pasaba a mi tía Juana cuando veía Titanes en el ring por canal 9 y creía que los tipos de veras se pegaban. Shakespeare - quien nada tuvo que ver con mi tía Juana - escribía cuentos en verso echando mano a las historias que se contaban en la taberna para deleite de todos sus espectadores y para congraciarse con sus mecenas y así ganarse la vida haciendo lo que mejor hacía. Y cuando pensamos en el deleite de estas gentes, no deberíamos asumir que ellos sabían que Shakespeare escribía en verso blanco, es decir, aplicando una métrica regular pero sin rima basada en el empleo y el abuso del infelizmente llamado pentámetro yámbico. Ni falta que les hacía. Esas cosas nos las hacen aprender a quienes estudiamos profesorado de inglés en la Argentina, a pesar de que tampoco nos sirven para nada. Marlowe ya había popularizado el blank verse antes que Shakespeare como modo de expresión sobre las tablas del teatro isabelino, pero le tocó a Shakespeare la mejor suerte de perpetuarlo por haber nacido con mejor oído y mayor maestría. Desde nuestra posmodernidad ecléctica y fetichista, podría decirse que tal vez Shakespeare tuvo más "duende" o más "ángel" que Marlowe. Aunque a una observación como esta, Shakespeare - con un vaso de vino en la mano y desde la barra de la taberna - respondería:

 — Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Marlowe, no está en las estrellas...





A lo que voy es que no es necesario ajustarse a un cierto formato de manual de literatura para contar una buena historia, ni hay que saber de técnicas y formalismos para disfrutar de un buen cuento, y mucho menos es menester conocer los nombres más que bizarros de esas técnicas para aplicarlas: eso es puro cuento. Se escribe porque se nació para escribir, fundamentalmente, por hastío vital también y por necesitar de cuentos para soportar la vida por sobre todos los cuentos. La culpa sí está en las estrellas a fin de cuentas, y todo lo demás es cuento. Cuestión de nacer con estrella en vez de nacer estrellado: he ahí la cuestión. Shakespeare escribió cuentos usando la poesía como forma de expresión, Wagner y Verdi lo hicieron sobre un pentagrama, Faulkner escribió cuentos en prosa, en forma de "short stories" o novelas, y Galeano escribió inspirados y originales cuentos que hoy se consideran micros o relatos breves, y que resultan exitosos porque nos hemos llegado a creer el cuento de que ni para leer cuentos largos nos queda tiempo...

Por lo tanto, y para no aburrirlos ni cansarlos con este cuento, yo diría que mi amiga debería presentarse a concurso sin preocuparse si los suyos son cuentos, relatos, micros o simplemente textos narrativos. Lo que sí ella y todo escritor debería preguntarse ante todo es por qué escribe, y en caso de que la respuesta pase por el ruido y la furia, entonces le aconsejaría replantearse ir a concurso y hasta el mero hecho de continuar escribiendo. Sería importante, además, que se planteara seriamente si sus cuentos, o cómo se llamen, hacen mucho ruido o pocas nueces, es decir, si serán creídos porque son creíbles gracias a su destreza a la hora de contarlos, porque a fin de cuentos por ahí pasa el cuento de los cuentos. Y, por último, ella debería dejar el cuento de las etiquetas y los rótulos para los críticos y los psicoanalistas, que tanto abundan y que viven de catalogar libros y personas que luego, por fortuna, igual viven una vida que no es de cuento, sin ruido ni furia, más allá de los compartimentos estancos de las grises secciones de las bibliotecas y las librerías o que de las habitaciones aisladas del loquero en los que algunos se empeñan en meterlos, ya que es así como se ganan la vida. 

Los locos que aún hoy soñamos y creamos cuentos vamos todos a parar a la taberna para hacer más llevadera esta vida, para librarnos por un rato de todos los idiotas que insisten con los cuentos de ruido y de furia, para encontrarle algún sentido a este cuento que no es cuento y que es la vida, porque en eso, en eso nos va la vida.



A boca de jarro

jueves, 4 de agosto de 2016

Conjuro

Pintura de Ron Hicks


Con retazos de poesía hilvanada
intentaré bordarte algunos versos;
vos ya sabés, amor, no soy poeta,
y con agujas no llegaría lejos.
Pero es que quiero tocarte en el deseo, 
dibujarte una sonrisa en el ombligo
 para encender tu alma somnolienta,
 para atizarte a modo de exorcismo.


Voy a decirte estos versos al oído
empapando el repulgue de tu oreja,
procuraré obviar los sustantivos
y con verbos conjugar este conjuro:
vagaré por tu vientre vespertino
haciendo noche en el cuenco de tu boca,
beso a beso llegaremos a destino.


 No me pidas que la rima sea perfecta,
ni tampoco la medida: ¡no es lo mío!
Me doy por satisfecha si, por breve,
en vez de una, me leés dos veces.
Hoy sólo quiero hacer magia a carcajadas.
La alegría es la sal de cada día
y el sexo, su consumación salada.






A boca de jarro

lunes, 1 de agosto de 2016

Sueño de café

   


   Debe ser que, por defecto, yo no nací con el gen de la territorialidad que hace tan fuerte el ser porteño para, pongamosle, un tachero porteño, porque acá en Rosario me siento tan en casa como allá. Rosario se me hace igualita a Buenos Aires en los detalles que gratis se me abren en esta noche fría de invierno: en el viejo con su bastón, enojado con la vida por tener que apoyarse en el bastón, que va abriéndose camino por la vereda sucia pegándole bastonazos a las botellas vacías de Coca Cola sembradas a su paso por la barra de pibes de la esquina, que fuman porro y usan gorrita; en el señor a quien pasea su perro - porque es el perro quien pasea a su amo en este caso - que lo hace mear a medio metro de donde estoy sentada lo más tranquila, como delimitando territorio, y si no te gusta el perro, agua y ajo, porque en la urbe ante todo están los perros, y su mierda es el patrón de la vereda; y en las palomas, dueñas de los techos, y a estas alturas también de las veredas. 

A mí se me hace que Rosario y Buenos Aires empatan en la ausencia de Dios, en el cielo y más allá de las palomas, y en su carestía crónica de policías. Es posible que Dios se haya cansado de que acá no se le diera pelota, y entonces rajó para otros puertos a patear penales, como Messi.

Rosario se me hace igualita a Buenos Aires también en la hijoputez de sus colectiveros: pasa uno a toda máquina por calle Sarmiento y levanta una nube blanca y tóxica que saca a la vereda a los curiosos, como si una niebla londinense hubiese decidido cruzar el océano y cubrir la calle. Sale el metre del Savoy, se encoge de hombros, se rasca la cabeza de pocos pelos y me pregunta extrañado por la niebla. Ni bien le explico que fue un colectivero, se sonríe de costado, y entonces todo queda más que claro.

Despacito me voy en pos de un sueño, un sueño chiquitito y sencillito, como todo sueño de café. Suena el carillón del Palacio Fuentes, y siento que ya es hora de cumplirlo. Camino hasta Santa Fé y Sarmiento y, allí, lo veo, el mítico portón que da entrada valerosa al punto de reunión de intelectuales, locos, cuerdos, filósofos, políticos, quinieleros y estudiantes trasnochados de psicología. El Bar El Cairo. Tengo una cita a las ocho con el Negro, y me siento en su mesa de galanes a esperarlo. Ordeno mi cortado en jarrito, y el Negro me saluda tras el vidrio. Temblor de piernas, taquicardia y cholulismo... ¿Ahora qué hago, qué le digo, después de tanto tiempo soñando este momento...? Lo miro fijo, lo encaro y le largo : "Me cagué de risa con tus cuentos." Y Fontanarrosa, como es más un buen tipo que otra cosa, se da por bien pagado.






Un poco de historia....

Bar El Cairo


 "Inaugurado en 1943 en la planta baja de una casona, famoso por sus reuniones de artistas e intelectuales locales, nacionales e internacionales. Inmortalizado por el escritor rosarino Roberto Fontanarrosa en su libro "La mesa de los galanes" abrió su esquina en Sarmiento y Santa Fe, luego de que un voraz incendio hiciera peligrar el proyecto de reconstrucción allá por Mayo del 2004. Leyenda urbana por donde se lo mire, comenzó como un típico café, con mesas de billar, donde los hombres de la ciudad se juntaban para hablar de fútbol, política y mujeres. En la década del 70, tras ser remodelado, se convierte en un lugar donde un público de jóvenes intelectuales hacían del bar un punto de encuentro fundamental.


Fontanarrosa lo recordaba como "...un club, donde uno iba encontrarse con gente amiga. Muchos de los motivos de mis cuentos y muchos de los personajes ficticios que aparecen en mis libros están inspirados en las charlas que se daban con los muchachos en la mesa del bar". Una de las visitas más recordadas del lugar fue la de Joan Manuel Serrat, quien fuera acompañado una tarde por el negro Fontanarrosa."






El Negro Fontanarrosa



"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»"


Roberto Fontanarrosa




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