Mis alumnos me hacen reír mucho. Son muy diferentes a mí cuando yo era alumna, y ese es un hecho que no deja de sorprenderme. Preguntan cosas sobre ciertos temas y de ciertas formas que yo jamás habría elegido preguntar a ninguno de mis docentes, jamás. No me escandaliza, pero me sorprende. A veces los escucho hablar sobre sus sueños, sus metas, y no sé bien qué decirles, ni siquiera sé si tengo derecho o necesidad de decirles algo, porque no tengo la menor idea de cómo van a hacer las cosas el día que ese futuro con el que sueñan llegue, y tampoco noto que como sociedad estemos haciendo nada de fondo para hacer que su paso por la escuela y la universidad sea significativo y los prepare para enfrentarse con el mundo que les tocará protagonizar. Es más, veo que la mayoría de nosotros, adultos, no pensamos a largo plazo con optimismo, sino que nos vemos forzados a pensar en el corto plazo, porque la realidad laboral, económica y social así lo impone. Miro con tristeza la cola de jubilados en las puertas de los bancos cuando les toca ir a cobrar sus haberes, y cuando escucho cuánto se les aumentará cada vez que se decide darles un aumento jubilatorio, me pregunto cómo hacen y cómo haré yo cuando esté en esas colas para subsisitir.
Ayer trabajaba con mi grupo de inglés más avanzado sobre un texto muy breve ferozmente crítico que volvía sobre el tema de educación. Es el mismo grupo con el que estrenamos el año de la mano de Charles Handy, sobre quien escribí entonces, cuando se dieron cuenta de que su profesora tenía puntos de vista muy fuertes con respecto a la educación actual, a sus falencias, a su absoluta falta de modernización, sentido y encuadre, tanto para los educandos como para los educadores. Yo misma recuerdo mi escolaridad con cariño por ciertas maestras de la primaria que me trataban maternalmente, cosa que ya en general no veo que suceda, o que parece estar mal vista, excepto quizás en el nivel inicial, pero no olvido el tedio y la vacuidad de la mayoría de mis experiencias a nivel secundario. Recién el profesorado de inglés que elegí por absoluta vocación me dio un sentido de goce y relevancia ya pasados los dos primeros años, que viví como "filtros".
Noto que en general a los alumnos de la escuelas primarias no se los trata como niños hoy por hoy, se los apura y se los piensa como "adultos en miniatura", no se les deja jugar demasiado, ni se les permite dar rienda suelta a su fantasía ni a su sensibilidad creativa y creadora, ni se los "educa físicamente" en educación física. Más bien, se los atiborra de contenidos que ojalá llegaran a ser conocimientos, si fuesen bien transmitidos, acompañados de cierta significación relevante para ellos, con contemplación por lo básico de la pedagogía y de la psicología no entendida como instrumento de rotulación y etiquetamiento, sino como vía de ayuda para la real solución de problemas. Y se les exigen cosas que sus docentes no tienen como modelos de roles. A mi hija menor se la tortura con el "deber tener linda letra", y la prolijidad en la presentación de sus trabajos, que son todos escritos, ya que la oralidad se tiene totalmente abandonada, tal vez bajo la falsa creencia de que se desarrolla por generación espontánea, y ha tenido maestras con pésima letra, a tal punto que en casa, ha quedado la broma establecida que a la pregunta : "¿Cómo te fue hoy?", que hacemos al salir del cole, la respuesta es:"Muy bicu", ya que "bicu" era lo que se leía del "bien" que mezquinaba una de las maestras de grado que mi hija tuvo que padecer. Y con respecto a la prolijidad y al uso de los espacios sobre el papel, yo recuerdo las innumerables veces en que mis maestras de la primera etapa del primario sobre todo se ocupaban de marcar cosas como "Bueno ahora pegadito al renglón", o "Ésto va subrayado", pautas clarísimas y explícitas de cómo se hacían las cosas. Ahora se espera que estos niños de la generación 2.0 nazcan sabiendo muchas cosas, o se desconoce qué y cómo hay que enseñarles a aprender.
Y por lo que veo en el secundario la cosa no es mucho más alentadora. Mi hijo de trece siempre fue capaz y curioso. Es autodidacta en la computadora, lo tecnológico en general y hasta en lo musical. Pero el colegio lo aburre, no lo convoca ni le preocupa demasiado, y ya varias veces ha cuestionado el valor de lo que aprende, dejándome sin respuesta... Hoy mismo lo estuve ayudando en un trabajo de Lengua y Literatura en el que debía confeccionar una tabla comparativa de personajes literarios de la novela policial anglosajona sin haber leído siquiera una historia representativa del género... Es difícil dar respuesta ante tanta pobreza en el aprendizaje sumada a la incertidumbre del futuro al que deberá hacerle frente. No tengo la menor idea de qué aconsejarle hacer con su vida cuando llegue la hora de definirlo al terminar este nivel: ¿qué carrera universitaria le asegurará estabilidad laboral y bonanza económica, y sobre todo, un alto grado de realización personal? Pues no lo sé.
Además, está lo social en el secundario, que observo con preocupación creciente. Noto que lo que ellos llaman "celebrar" dista mucho de ser verdaderamnete divertido, y se remite al acatamiento de lo que se impone socialmente como "fashion", como "cool": la desmedida importancia de lo estétetico de modo estereotipado y hasta asexuado hasta cierto punto, o la exarcebación de la nocturnidad, el consumo de alcohol y estimulantes y la sexualidad "desprolija" y a destiempo, todo esto condimentado por una alta dosis de comunicación intrascendente o a veces francamente agresiva o carente de sustancia a través del chat y Facebook "OPEN 24 hours"...
En lo personal, más allá de que los sueldos docentes en la Argentina son directamente proporcionales al prestigio de nuestra labor, más allá de que no puedo dejar de observar que mis compañeras docentes diez años menores que yo deben trabajar tres turnos para poder acceder a lo mínimo que un adulto joven aspira a tener, es decir, un hogar propio y equipado para poder dejar de vivir con sus padres, yo me siento feliz de ser docente. Me siento feliz de estar cerca de mis alumnos, aunque me sienta insegura, desorientada y a veces desanimada como muchos de ellos. Estoy feliz de hacer lo que hago a pesar de todo, aunque más no sea para darles cierto cariño maternal que yo he recibido de docentes que marcaron mi rumbo, para hacerles ver sus riquezas y potencialidades, para transmitirles el derecho y el deber de aprender porque es algo muy placentero, reconfortante y altamente significativo si se hace con convicción y alegría, más allá de las recompensas materiales que se obtengan a fuerza de tanta preparación o no. Sigo creyendo que el aprendizaje es la única salida de tanta frivolidad, corrupción y mediocridad, de lo que políticamente se denomina "subdesarrollo".
El diario La Nación del domingo, en la sección Enfoques, me informa en un extenso artículo titulado "La deuda educativa es con los jóvenes" que, de acuerdo a un estudio realizado por los once diarios líderes de Latinoamérica, reunidos en el Grupo de Diarios América (GDA), la escuela media es una urgencia común para nuestra educación, "un escenario que pone de manifiesto las desigualdades sociales, económicas y regionales que caracterizan a muchos de nuestros países". Además, reivindica lastimosamente mi opinión al afirmar que "el ser docente sigue estando, en general, mal pago y ha dejado de ser en nuestros países una profesión atractiva". Según este informe, muchos de los que ingresan a los magisterios o profesorados de América Latina lo hacen por descarte, por haber fracasado en su paso por la universidad. ¡Me da mucha pena! Yo elegí ser docente, ser EDUCADORA, con pasión y convicción, y lo sigo eligiendo, más allá de todo. Desde ya, creo que nos merecemos mayor consideración social por nuestra labor cotidiana, menos desconfianza y más capacitación eficiente, y ni hablar de una mejor remuneración. Pero cada vez que mis alumnos me hacen reír, como ayer, o comparten sus lágrimas conmigo, como ayer, siento que no me equivoqué cuando elegí ser quien soy.
Y lo digo como siempre... a boca de jarro.
Y lo digo como siempre... a boca de jarro.