martes, 31 de marzo de 2015

Como el Cinzano



Siempre me pasa lo mismo cuando viajo en bondi. Saco la cabeza del libro en el cual estoy sumergida y no tengo ni la más pálida idea de dónde diablos estoy. Encima, en estos colectivos que trajeron de afuera viajo al revés y me desoriento aún más. Nunca fue mi fuerte el sentido de la orientación geográfica, ni en mi barrio, ni en mi ciudad : debe ser falla de fábrica. Alzo la vista del libro que me tiene subyugada y observo que una señora cincuentona y rechoncha con collar de cuentas de madera está leyendo alguna novelucha de Danielle Steel, a quien aborrezco. El pibe sentado a mi lado tiene las uñas pintadas de verde y está enchufado a un celular enorme y blanco a través de unos enormes auriculares color verde fluo que ocultan su rostro sin rastro alguno de pelos masculinos y de cejas perfectamente depiladas. Me flanquea una morocha veinteañera que calza mini-shorts tajeados en los lugares claves por la cual se le cae la baba a todo macho caliente en el compartimento hirviente. Miro mi falda tubo color caqui, que me llega hasta los tobillos, y me siento definitivamente una vieja invisible a las miradas lascivas de estos machos que, de todos modos, no me calientan en lo más mínimo. El pibe al que me animo a preguntarle dónde estamos es el único que no está alienado y que tampoco me mueve un pelo. Viste una remera Tommy Hilfiger de color azul marino, ¿trucha?, sin mangas, y al levantar el brazo derecho para señalar la dirección en la cual tengo que caminar para ir a la boca del subte cuando descienda de esta catramina recalentada y recalcitrante, noto que tiene la axila más limpia de vello que la mía...

Sobre la marquesina de un supermercado por el cual pasamos en un soplo ruidoso y polvoriento hay colgado un cartel de Cinzano antiguo y medio descolorido que indefectiblemente me retrotrae a mi infancia y a la amena lectura que me hace soportable este viaje con este calor pastoso de principios de otoño porteño en este colectivo sucio y maloliente que no sé ni qué número tiene. Como el Cinzano, los cuentos y relatos del escritor argentino que tuve la fortuna de conocer el sábado pasado en el legendario bar "Los 36 Billares", en plena y bella Avenida de Mayo, Mario Marazzi, se titulan precisamente "Refrescan la boca y apagan la sed". Un escritor a quien no conocía, premiado merecidamente, que logra producir ese efecto en mí, el del Cinzano, tanto a través de sus escritos como del encuentro cara a cara con su persona y el roce con su alma de escritor de ley, alguien que está de vuelta de muchas cosas aunque le brillan los ojos de deseos y esperanzas por alcanzar. 



En la vidriera de la librería que está a unas cuadras nomás de ese bar donde se sentó en la vereda un porteño con chambergo a tomarse un cafecito a la hora del ocaso en pleno siglo XXI, casi frente al Teatro Avenida  que ofrece un ciclo de óperas que no me pienso perder — , figuraban los abominables ejemplares de Florencia Bonelli, John Green, las memorias de André Agassi, que me juego que él no escribió, un libro de historia argentina cuya autoría es la del periodista Ronaldo Hanglin, los ejemplares de los gurúes de los negocios enseñándonos "El toque de Midas", Donald Trump y Kiyosaki, el infaltable y estúpido horóscopo chino 2015 de Ludovica Squirru y las recetas muy poco aplicables a la realidad de las cocinas domésticas argentinas de Narda Lepes: ¡he dicho! Y no tienen ni el precio en exhibición, ni quieras saberlo. Los únicos clásicos eran dos hermosos libracos del maestro Quino, de tapa dura, "Todo Mafalda" y "¡Cuánta bondad!"  incomprables para la mayoría de nosotros por su costo — , "Todos los cuentos de los hermanos Grimm" y "Las mil y una noches", que la gente ahora adquiere por el éxito de una telenovela homónima que emiten en algún canal, no tengo idea de cuál, y que nada tiene que ver con el clásico de la literatura de autor desconocido. Debe quedar el libro sin leer de adorno en todos esos hogares donde el televisor es el amo de casa.

En el primer cuento del libro de Mario, que refresca y apaga la sed tal como el Cinzano que tomaba mi abuelo asturiano aporteñado al cerrar su día de almacén y que se bebía en mi casa paterna tanto como ahora se disfruta los días de calor en la mía, figura primero un delicioso y burbujeante relato premiado con Mención de Honor en el Concurso del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el año 2002, año catastrófico en nuestra historia si los hay. Allí Mario narra magistralmente una historia de ligue entre una divorciada y un gordo exaltado en pleno cacerolazo en protesta por el maldito corralito que nos amargó la vida y nos peló los bolsillos a tantos. Subrayo apenas, para no arruinar una edición de autor autografiada y dedicada, el siguiente párrafo de "Sandokán a la cacerola" :

"En el cruce de la más ancha del mundo, por un momento quedaron aislados, y fue entonces cuando ella le preguntó:
 " A vos te parece que se la van a devolver?", deseando que este desconocido que ya estaba descartado por seco pero que le caía simpatiquísimo le respondiese lo que ella deseaba confirmar. 
"La esperanza, jamás... la guita puede ser" (...)

Lo cierto es que no nos devolvieron ninguna de las dos, y nos quedamos con el perro Sandokán, que no es precisamente "El tigre de la Malasia". Hoy por hoy, se hacen negocios turbios con otros países, o al menos eso dicen las malas lenguas que abundan por estos lares.

Paso al segundo cuento, "Coro con robo", y me encuentro con la siguiente cita:

"No hay caso, la autoridad será todo lo que quieras, pero saben ..."

Es cierto: acá la yuta siempre te bate la justa.



Y en "El Papa es el gladiolo", que leo justo antes de bajar para tomar el subte e ir a cobrar una guita que necesitamos para llegar a fin de mes porque marzo te perfora el bolsillo cuando tenés hijos en edad escolar, me encuentro con lo que más me gusta: consejos caseros para abonar plantas. Ya mi viejo me estuvo hablando del tema cuando lo visité la última vez. Ambos nacimos con dedos verdes y adoramos las plantas. La cita aplica:

"¿Sabe qué me pasa con estas flores...? No sé, es como una fijación de la infancia (...) Sucede que en la casa de mi abuelo, que vive en Florida, allí cerquita de Vicente López, las regaban con Cinzano. Nunca vi azucenas como las de la casa de mi abuelo, créame. Y no es por despreciarle la merca, pero como las de Florida,  jamás."

Y a las rosas rojas, el abuelo de este entrañable personaje, que le toma el pelo a un florista callejero, les sacudía con salsa bolognesa. Dá la casualidad no casual que el mismo día en el que conocí a Mario Marazzi en "Los 36 Billares"  fundado en 1894 e impecablemente preservado, a diferencia de la pobre confitería "El Molino", que da pena — , mi viejo, que nació en 1937, me dijo que no había mejor fertilizante para los rosales que la salsa de tomate. No hay caso, cada día me convenzo más de que nada en este suspiro delirante y apasionante que es la vida, nada, pero nada, sucede por pura casualidad.

La única pobre foto que logré sacar con mi celular para registrar el momento.
¡¡¡Gracias, Mario Marazzi!!!

A boca de jarro

lunes, 30 de marzo de 2015

La leyenda de los cuatro elementos



"Sé tierra - dijo el maestro -. La tierra recibe las deyecciones de hombres y animales, y esto no le molesta. Muy por el contrario, transforma las impurezas en abono y fertiliza el campo."

"Sé agua - dijo el maestro - 
. El agua se limpia a sí misma, y limpia todo aquello que toca. Sé agua en torrente."

"Sé fuego - dijo el maestro -. El fuego hace que la madera se transforme en luz y calor. Sé el fuego que quema y purifica."

"Sé viento- dijo el maestro -. El viento esparce las simientes sobre la tierra, hace que el fuego arda con más vigor, empuja las nubes del cielo para que el agua caiga sobre la tierra y sobre todo cuanto la habita."

"Si tienes la paciencia de la tierra, la pureza del agua, la fuerza del fuego y la justicia del viento, entonces eres un ser libre."

Versión libre de una leyenda popular.

A boca de jarro

domingo, 29 de marzo de 2015

Utopía

"Sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte"


"Se echó al monte la utopía 
perseguida por lebreles que se criaron 
en sus rodillas 
y que al no poder seguir su paso, la traicionaron; 
y hoy, funcionarios 
del negociado de sueños dentro de un orden 
son partidarios 
de capar al cochino para que engorde. 

¡Ay! Utopía, 
cabalgadura 
que nos vuelve gigantes en miniatura. 
¡Ay! ¡Ay, Utopía, 
dulce como el pan nuestro 
de cada día! 

(...)


Quieren prender a la aurora 
porque llena la cabeza de pajaritos; 
embaucadora 
que encandila a los ilusos y a los benditos; 
por hechicera 
que hace que el ciego vea y el mudo hable; 
por subversiva 
de lo que está mandado, mande quien mande."



Joan Manuel Serrat


Entre mis libros favoritos se encuentran las distopías: "1984" y "Rebelión en la granja" de George Orwell, "Un mundo feliz" de Aldous Huxley y "La guerra de las salamandras" de Karel Capel, quien acuñó a palabra "robot" en este humano mundo robotizado. Sin embargo, me atrae, como a todos, la utopía. La única versión de "Utopía" que conocía hasta hoy es la del Nano Serrat pero esta mañana radiante de domingo de Ramos descubrí ésta, y es un deber, diría hasta una obligación, compartirla y difundirla, porque lo bueno ha de ser compartido. La utopía me sabe a eso, ¿saben? Me sabe a pan compartido:

 "Comparto y parto el pan para el alma 
que, con alegría y esperanza,
 comparto humildemente hoy contigo. 
Bendito sea el pan partido,
bendito el pan compartido,
bendita sea la utopía
que sabe a pan compartido."

Fernopoeta



La Utopía por Eduardo Galeano


¿Qué tal si deliramos por un ratito,
qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia
para  adivinar otro mundo posible?

El aire estará limpio de todo veneno que no provenga
de los miedos humanos y de las humanas pasiones.

En las calles los automóviles serán aplastados por los perros,
la gente no sera manejada por el automóvil,
ni será programada por el ordenador,
ni será comprada por el supermercado,
ni será tampoco mirada por el televisor.

El televisor dejará de ser el miembro 
más importante de la familia
y será tratado como la plancha o el lavarropas.

Se incorporará a los códigos penales 
el delito de estupidez
que cometen quienes viven por tener o por ganar
en vez de vivir por vivir no más,
como canta el pájaro sin saber que canta
y como juega el niño sin saber que juega.

En ningún país irán presos los muchachos
que se nieguen a cumplir el servicio militar,
sino los que quieran cumplirlo.
Nadie vivirá para trabajar
pero todos trabajaremos para vivir.

Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo,
ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas.
Los cocineros no creerán que a las langostas 
les encanta que las hiervan vivas.
Los historiadores no creerán que a los países 
les encanta ser invadidos.
Los políticos no creerán que a los pobres 
les encanta comer promesas...

La solemnidad se dejará de creer que es una virtud,
y nadie, nadie
tomará en serio a nadie
que no sea capaz
de tomarse el pelo.

La muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes,
y, ni por defunción ni por fortuna,
se convertirá el canalla en virtuoso caballero.

La comida no será una mercancía,
ni la comunicación un negocio,
porque la comida y la comunicación son derechos humanos.

Nadie morirá de hambre
porque nadie morirá de indigestión.

Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura
porque no habrá niños de la calle.
Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero
porque no habrá niños ricos.
La educación no será el privilegio 
de quienes puedan pagarla
y la policía no será la maldición 
de quienes no puedan comprarla.

La justicia y la libertad, hermanas siamesas 
condenadas a vivir separadas,
volverán a juntarse bien pegaditas 
espalda contra espalda.

En Argentina las locas de Plaza de Mayo 
serán un ejemplo de salud mental
porque ellas se negaron a olvidar 
en los tiempos de la amnesia obligatoria.

La santa madre iglesia 
corregirá algunas erratas 
de las tablas de Moisés
y el 6to mandamiento 
ordenará festejar el cuerpo.

La iglesia dictará tambien otro mandamiento 
que se le había olvidado a Dios:
"Amarás a la naturaleza de la que formas parte".

Serán reforestados los desiertos del mundo
y los desiertos del alma.
Los desesperados serán esperados
y los perdidos serán encontrados
porque ellos se desesperaron de tanto esperar
y ellos se perdieron por tanto buscar.

Seremos compatriotas y contemporáneos 
de todos los que tengan
voluntad de belleza y voluntad de justicia,
hayan nacido cuando hayan nacido
y hayan vivido donde hayan vivido,
sin que importen ni un poquito 
las fronteras del mapa ni del tiempo.

Seremos imperfectos
porque la perfección seguirá siendo
el aburrido privilegio de los dioses
pero en este mundo,
en este mundo chambón y jodido,
seremos capaces de vivir cada día
como si fuera el primero
y cada noche
como si fuera la última.




Utopía por Eduardo Galeano

A boca de jarro

miércoles, 25 de marzo de 2015

Soy una mujer


Salvador Dalí, "Mi mujer desnuda contemplando su propio cuerpo convirtiéndose en escalera, tres vértebras de una columna, cielo y arquitectura", 1945.


Los días en los que no se me ocurre nada para escribir, leo. Estoy revisando papeles viejos, hojas amarillas arrancadas de vaya a saber una dónde, en las que hay textos inspiradores que me hubiese gustado crear a mí. Este es uno que aplica para este día en el que me toca otra entrevista laboral más. Desconozco su autoría.

Soy una mujer

Soy una mujer que en ocasiones se pierde
en preguntas sin respuesta
aceptando su propia realidad 
y se resiste 
a la desesperación
 de la incomprensión del mundo.

Sólo soy así, una mujer,
cuya pasión incontrolada me lleva
a lugares invisibles para las mentes comunes,
que, segura de su alma,
se lanza al vacío de una vida
que le atrapa con la intensidad
de sus contadas horas.

Sólo soy así,
una mujer creadora de sueños,
pues imagino mundos diferentes
en los que soy y en los que no soy.

Sé que soy una mujer imperfecta,
cuya fe es su fuerza
para entender el mundo ausente,
aquella que conociéndose a sí misma,
comprende su esencia.

Sólo soy así, una mujer que ama con entrega,
con fuerza incontrolable,
sin la reserva de la duda
y con el alma desnuda;
aquella que siente la magia de los deseos,
la que se alimenta del sueño de Dios,
que halla inspiración en todo momento
y que cuando siente dolor,
indiferente, se cierra en su caparazón.

Soy así,
una mujer que cae,
que se levanta con coraje,
que no teme al mundo,
que desconoce, que ansía, que sufre,
que se apasiona, que se avergüenza,
que reconoce, que huye, que se aleja,
que no tiene nada,
que sólo se tiene a sí misma.

Tan sólo soy una mujer...

A boca de jarro

martes, 24 de marzo de 2015

El empleado público

Mafalda, Quino

“Los que trabajan para delincuentes… ¿qué son? 
¿Son delincuentes?”

Bombita Rodriguez, "Relatos salvajes"

     Es como entrar al zoológico, un bestiario del asfalto infectado de burócratas. En la puerta están los perros que te gruñen y te muestran los dientes ni bien traspasás el umbral. En el escritorio de recepción, los linces; en el escritorio de atención, las tortugas, las gatas o los cuervos, depende de cuál te toque. Incluso me pareció verle el hocico puntiagudo a alguna rata por ahí. En el piso de arriba se deslizan por el piso las víboras, y, si subís a los pisos más altos del elefante blanco que alberga al nefasto edificio, seguro te la dan en la yugular. Subas o no, salís de ahí envenenado con ganas de tener de amigo a Simón Fischer, alias Bombita Rodríguez, para que vuele el edificio sin lastimar a ningún animal, pero que lo vuele de una, eso sí, y entonces, de una puta vez, nos dejen de chupar la sangre a quienes tenemos que pagarle al fisco el impuesto al mono. Los monos venimos a ser nosotros, los que dejamos una buena parte de nuestros magros ingresos por hacer tantos malabares para poder trabajar


      En la  puerta hacés cola indefectiblemente aunque llegues con la primera orina de la mañana. Vienen los burros de carga del bar de la esquina a traerles a las bestias burócratas su café con leche con medialunas de manteca o grasa para que consuman antes de las diez de la mañana, que es la hora bacana a la que empiezan a trabajar. Bah, trabajar es una forma de decir: hacen como que trabajan, montan todo el show, y te hacen envidiar tener un laburito así, de diez a cuatro, en una oficina con aire acondicionado, numeración digitalizada y computadoras a carro a las que siempre parece colgárseles el sistema cuando llega por fin tu turno.


   Vos te sentís poco menos que un delincuente, siendo simplemente un trabajador que pretende ganar unos pesos y estar en regla. Te toman las huellas dactilares, registran tu firma, te piden fotocopia de tu documento, te dan formularios nomenclados por letra y número para llenar y te despachan rapidito a casa para que hagas todo lo importante online porque ellos ni se mosquean. Yo me la juego que si le ofrezco unos mangos como cuando le tirás lechuga fresca a una tortuga, viene a comer de tu mano antes de lo que canta un gallo, pero a mí para coimear así no me da. No soy tan rata como las que se pasean por las noches sobre el cablerío de la ciudad ni como las que anidan acá. Admito que soy muy mal pensada, como buena porteña de raza y argentina de ley.

   Justo de toda esta fauna variopinta me vino a tocar la tortuga a mí, que me carcome la ansiedad. Tenía cierto aire a Steven Hawkings a pesar de que su cerebro era claramente del tamaño de un mosquito. Le planteo escuetamente cuál es mi cuestión, siendo la segunda vez que voy en menos de un mes sin poder resolver el tema y habiendo saldado todas las deudas de intereses acumulados por pagos atrasados, y el tipo ni siquiera establece contacto visual conmigo. Con la mirada fija en la pantalla de su ordenador y relamiéndose el labio superior por algunos minutos y, por otros, que se hacen tan largos como el chicle de menta que rumiaba el lince de admisión, hurgando los restos de medialuna entre sus dientes con la lengua, me tiene frente a él en absoluto silencio indiferente durante siete minutos contados por reloj. Perpleja, miro para los costados y observo que en las otras jaulas fluye la cosa un poco más. Tamborileó los dedos sobre el escritorio, revuelvo todos los papeles que llevé prolijamente en una carpetita plástica azul, y nada, sigue colgado a la máquina dándole a la lengua sin parar. Le digo tímidamente que el lince de admisión, que mascaba su chicle alevosamente de costalete mientras me hablaba, me había derivado a él para obtener un instructivo y terminar el trámite por mi cuenta. Cuando ya no quedaba ningún resto de migas hojaldradas por limpiar dentro de su cuadrada boca de tortuga terrestre, mete la lengua adentro, tira la mandíbula para atrás y me dice, tan lentamente como ha venido procediendo, que no existe ningún instructivo para lo que requiero. Le explico que mi felina contadora me envió a solicitarlo y que el lince de la entrada me mandó a encontrarlo acá, y entonces frunce todo lo arrugado y gris de quelonio que lleva por rostro, mete el índice derecho que levanta del ratón bajo sus garras sucias y largas en la oreja, se rasca bien adentro e insiste en su tesitura exasperante de reptil urbano, vago e inútil, me manda a casa a entrar a la laberíntica página de la AFIP, accediendo por enésima vez con mi número de CUIT y mi nueva clave fiscal que tramité hace dos semanas en el mismo sector, y, una vez allí, habiendo comprobado que todos mis datos hayan sido debidamente cargados al sistema, me dirija a la sección de "Preguntas Frecuentes" para encontrar la respuesta a esta duda que me carcome el bocho hace más de un mes ya. Yo, como tantos, me pregunto frecuentemente si haber nacido en este país nos ahorrará algunos años de purgatorio, y, como soy muy mal pensada, como buena porteña y argentina de ley, me la juego que sí. Otro consuelo no hay.




                     Relatos Salvajes- fragmento de "bombita"


A boca de jarro

lunes, 16 de marzo de 2015

La entrevista

Antonio Seguí, El Dueño de la Ciudad, 1995


  A las apuradas me vestí de profesional urbana luego de haber estado fregando toda la mañana. Era un manojo de nervios empapado de sudor. Me duché, manoteé el último frasco de perfume importado que me queda, me rocié debajo de las orejas y sobre las muñecas, me puse la mejor ropa que tengo, los tacones que jamás uso y salí a la calle a cazar un taxi y así no llegar tarde con la cartera de cuero al hombro, la que reservo para ocasiones especiales. Últimamente estoy llegando tarde a todas partes, no sé por qué será, y para la entrevista hay que dar una buena primera impresión. Sí, ya sé, soy tan anticuada que aún creo que la puntualidad ayuda.

El auto estaba sucio pero fresco en su interior y en un soplo me llevó por la avenida sobre el asfalto líquido derretido por el implacable sol de febrero. A esa hora de la tarde a fines del verano en Buenos Aires el tránsito suele fluir bastante. Le pedí al taxista que me dejara en la esquina para poder darme vuelta la remera, oculta en en el hall de alguno de los edificios de la zona, ya que, en el apuro, me la había puesto al revés, y para poder peinarme otro poco porque el pelo estaba todavía algo húmedo de la ducha. Mientras me ponía a tono, me acordé de mi digna abuela asturiana que me decía que cuando te ponés algo al revés es porque vas a recibir algún regalo. Con el tiempo se aprende que en este mundo nadie te regala nada, pobre asturiana, ella también lo aprendió bien y lo digirió a fuerza de mucho mate siendo una inmigrante almacenera aporteñada.

Pasé por la puerta dos veces antes de entrar y estudié bien el lugar. No me gustaba como lugar de trabajo, en Internet se mostraba algo distinto, pero no tenía opción, había que entrar y ver de qué se trataba. Me hizo esperar debidamente mientras despachaba a dos veinteañeras mal entrazadas y me sentí horrible. Yo, en su lugar, no dejaría que los entrevistados se cruzaran pero, de nuevo, en eso también debo ser antigua. Las despidió y me hizo pasar a su oficina, sobria y sombría. Enseguida pasó al inglés, un inglés rasposo plagado de errores gramaticales que me daban ganas de corregirle aunque podía llegar a ser mi empleador. Me hizo preguntas que parecían sacadas de un libro de esos que enseñan a conducir entrevistas de trabajo exitosas y que poco tienen que ver con lo verdaderamente relevante en la profesión docente. Quedaba claro que el tipo había vivido unos años en el exterior y que había hecho algunos cursos pero que de profesor no tenía nada. Lo que llamaríamos un verdadero chanta y caradura, que es lo que hay y abunda. Me lo confirmó a medio tramo de la charla: había pasado once años viviendo en Nueva York, igual que mi abuelo vivariense que toda la vida laburó de camarero en la Argentina y nunca tuvo el tupé de ponerse a enseñar inglés. De esa estirpe honrada, trabajadora y pasada de moda vengo yo. Ahora cualquier ignoto con guita se monta un instituto y pretende contratarte a vos, que te rompiste el alma estudiando para tener un título habilitante, por dos mangos con cincuenta la hora y en negro. Ahí fue donde pisé el palito, cuando me preguntó cuánto pretendía ganar por hora de trabajo. Se le estiraron los ojos, se le dibujó una sonrisa burlona, y me dijo, sin ningún desparpajo, que si yo lograba que alguien me pagara eso en la Argentina de hoy, se venía a trabajar conmigo. Como una chiquilina recién recibida me puse toda colorada. No pedí ninguna exorbitancia, más o menos lo que alcanza para llenar un carro de supermercado en la compra grande del mes por tardes enteras de trabajo, corrección y planificación no incluida como siempre en este país, con más de veinte años de experiencia sobre el lomo y buenas referencias. Así y todo, le parecí cara, y me dijo que cualquier cosa me llamaba, me abrió la puerta y ni siquiera se quedó con el curriculum que prolijamente había imprimido, enfoliado y llevado en un sobre de cuero precioso.  

Emergí a la luz y los bocinazos de la avenida sintiéndome más perdida que cuando empecé la búsqueda y, encima, humillada y de nuevo empapada en transpiración. Pasé por una peluquería que hace belleza de pies y manos, permanente de pestañas y botox capilar. Estaba abarrotada de mujeres de mi edad. Pensé que podría hacer un curso de peluquería en algún momento del año: seguro que me va mejor que como profesora de inglés, aunque las empleadas también son todas jovencitas tatuadas y teñidas de colores raros o con las puntas del cabello largo y grueso desgastadas, y a mí ya no me da el cuero para hacerme todo eso. Ya que estaba con el curriculum bajo el brazo, me fui caminando hasta otro instituto de la zona que pinta mucho mejor, aunque nunca me llamaron, y esta vez, en lugar de mandarlo por mail como es la moda, se lo entregué en mano al secretario que me abrió la reja con un timbrazo de portero eléctrico. 

Soy profesora de inglés. Acá te dejo mi curriculum por si necesitan una profesora con experiencia en exámenes internacionales.

Me volví a casa en colectivo. Para otro taxi ya no daba. Y ahí sentada en el último asiento, junto a la ventanilla, miré al cielo límpido de aquella tarde de otro febrero de entrevistas y supe que ya no volvería a enseñar nada a nadie nunca más. Entonces, apreté los ojos, fruncí los labios, escondí mis ojos tras mis manos y me descocí en un puchero de esos que son más para adentro que para afuera cosa que casi nadie lo llegue a notar.

Antonio Seguí, Mujer Urbana, 1999, Córdoba, Argentina


A boca de jarro

viernes, 13 de marzo de 2015

A veces



Hoy me encontré con una pila de papeles donde anoto poemas o frases que me motivan por alguna razón. Este poema es un buen ejemplo, y está tomado de algún libro que pedí prestado y sólo han quedado las notas manuscritas en un anotador. El original es en inglés y dice así:

 Sometimes

Sometimes things don´t go, after all, from bad to worse.
Sometimes green thrives; the crops don´t fail,
Sometimes a man aims high, and all goes well.
A people sometimes will step back from war,
Elect an honest man, decide they care enough,
That thay can't leave some stranger poor.
Some men become what they were born for.

Sometimes our best efforts do not go amiss;
Sometimes we do as we are meant to.
The sun will sometimes melt a field of sorrow
That seemed hard frozen:
May it happen for you.

From "Poems on the Underground", 1998, Cassell.

Aquí va mi traducción, aunque se pierda la rima del original y aunque estoy muy lejos de ser poeta. Soy tan sólo una mujer que esta madrugada desvelada necesita de estos versos en su lengua materna luego de un día agotador de calor, sin novedades en el frente laboral cuando todos ya han arrancado con sus actividades y sin luz en casa. Una mujer que necesita creer que esto puede ser posible:


 A veces

A veces las cosas no van, después de todo, de mal en peor.
A veces el verde prospera, los cultivos no se malogran.
A veces un hombre apunta alto y todo sale bien.
Un pueblo a veces no hará la guerra,
Votará a un hombre honesto, decidirá que le importa lo suficiente,
Que no puede dejar a algún extraño en la pobreza.
Algunos hombres se convertirán en aquello para lo que han nacido.

A veces nuestros mayores esfuerzos marchan bien,
A veces hacemos aquello para lo que hemos sido llamados.
El sol a veces derretirá un campo de sufrimiento
Que parecía congelado:
Que así sea para ti.

 Tomado de "Poemas en el subterráneo", 1998, Cassell.


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