martes, 24 de marzo de 2015

El empleado público

Mafalda, Quino

“Los que trabajan para delincuentes… ¿qué son? 
¿Son delincuentes?”

Bombita Rodriguez, "Relatos salvajes"

     Es como entrar al zoológico, un bestiario del asfalto infectado de burócratas. En la puerta están los perros que te gruñen y te muestran los dientes ni bien traspasás el umbral. En el escritorio de recepción, los linces; en el escritorio de atención, las tortugas, las gatas o los cuervos, depende de cuál te toque. Incluso me pareció verle el hocico puntiagudo a alguna rata por ahí. En el piso de arriba se deslizan por el piso las víboras, y, si subís a los pisos más altos del elefante blanco que alberga al nefasto edificio, seguro te la dan en la yugular. Subas o no, salís de ahí envenenado con ganas de tener de amigo a Simón Fischer, alias Bombita Rodríguez, para que vuele el edificio sin lastimar a ningún animal, pero que lo vuele de una, eso sí, y entonces, de una puta vez, nos dejen de chupar la sangre a quienes tenemos que pagarle al fisco el impuesto al mono. Los monos venimos a ser nosotros, los que dejamos una buena parte de nuestros magros ingresos por hacer tantos malabares para poder trabajar


      En la  puerta hacés cola indefectiblemente aunque llegues con la primera orina de la mañana. Vienen los burros de carga del bar de la esquina a traerles a las bestias burócratas su café con leche con medialunas de manteca o grasa para que consuman antes de las diez de la mañana, que es la hora bacana a la que empiezan a trabajar. Bah, trabajar es una forma de decir: hacen como que trabajan, montan todo el show, y te hacen envidiar tener un laburito así, de diez a cuatro, en una oficina con aire acondicionado, numeración digitalizada y computadoras a carro a las que siempre parece colgárseles el sistema cuando llega por fin tu turno.


   Vos te sentís poco menos que un delincuente, siendo simplemente un trabajador que pretende ganar unos pesos y estar en regla. Te toman las huellas dactilares, registran tu firma, te piden fotocopia de tu documento, te dan formularios nomenclados por letra y número para llenar y te despachan rapidito a casa para que hagas todo lo importante online porque ellos ni se mosquean. Yo me la juego que si le ofrezco unos mangos como cuando le tirás lechuga fresca a una tortuga, viene a comer de tu mano antes de lo que canta un gallo, pero a mí para coimear así no me da. No soy tan rata como las que se pasean por las noches sobre el cablerío de la ciudad ni como las que anidan acá. Admito que soy muy mal pensada, como buena porteña de raza y argentina de ley.

   Justo de toda esta fauna variopinta me vino a tocar la tortuga a mí, que me carcome la ansiedad. Tenía cierto aire a Steven Hawkings a pesar de que su cerebro era claramente del tamaño de un mosquito. Le planteo escuetamente cuál es mi cuestión, siendo la segunda vez que voy en menos de un mes sin poder resolver el tema y habiendo saldado todas las deudas de intereses acumulados por pagos atrasados, y el tipo ni siquiera establece contacto visual conmigo. Con la mirada fija en la pantalla de su ordenador y relamiéndose el labio superior por algunos minutos y, por otros, que se hacen tan largos como el chicle de menta que rumiaba el lince de admisión, hurgando los restos de medialuna entre sus dientes con la lengua, me tiene frente a él en absoluto silencio indiferente durante siete minutos contados por reloj. Perpleja, miro para los costados y observo que en las otras jaulas fluye la cosa un poco más. Tamborileó los dedos sobre el escritorio, revuelvo todos los papeles que llevé prolijamente en una carpetita plástica azul, y nada, sigue colgado a la máquina dándole a la lengua sin parar. Le digo tímidamente que el lince de admisión, que mascaba su chicle alevosamente de costalete mientras me hablaba, me había derivado a él para obtener un instructivo y terminar el trámite por mi cuenta. Cuando ya no quedaba ningún resto de migas hojaldradas por limpiar dentro de su cuadrada boca de tortuga terrestre, mete la lengua adentro, tira la mandíbula para atrás y me dice, tan lentamente como ha venido procediendo, que no existe ningún instructivo para lo que requiero. Le explico que mi felina contadora me envió a solicitarlo y que el lince de la entrada me mandó a encontrarlo acá, y entonces frunce todo lo arrugado y gris de quelonio que lleva por rostro, mete el índice derecho que levanta del ratón bajo sus garras sucias y largas en la oreja, se rasca bien adentro e insiste en su tesitura exasperante de reptil urbano, vago e inútil, me manda a casa a entrar a la laberíntica página de la AFIP, accediendo por enésima vez con mi número de CUIT y mi nueva clave fiscal que tramité hace dos semanas en el mismo sector, y, una vez allí, habiendo comprobado que todos mis datos hayan sido debidamente cargados al sistema, me dirija a la sección de "Preguntas Frecuentes" para encontrar la respuesta a esta duda que me carcome el bocho hace más de un mes ya. Yo, como tantos, me pregunto frecuentemente si haber nacido en este país nos ahorrará algunos años de purgatorio, y, como soy muy mal pensada, como buena porteña y argentina de ley, me la juego que sí. Otro consuelo no hay.




                     Relatos Salvajes- fragmento de "bombita"


A boca de jarro

14 comentarios:

  1. MI niña, no se que hacer...aún no me he visto la película y no quiero leer nada referente a ella....me espero y vuelvo seguro es magnifico.

    Besos grandes,

    tRamos

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    1. Gracias, tRamos. No necesitas ver la película para entender este relato. Esto sucede en todas partes del mundo, y así estamos.

      Besos grandes para ti también.

      Fer

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  2. Es terrible lidiar con semejantes especímenes...
    No digo que todos sean de esa especie, doy fe de que no es así, pero cuando das con uno de esos ejemplares de lo que yo llamo selva administrativa, te dan unas ganas locas de tener instinto asesino.
    Creo que todos hemos pasado por un trance así, bien con la tortuguita de rigor, bien con el león de rugido indigesto, bien con la cebra cuyas rayas no se ven porque las tiene tatuadas en el cerebro...y así un largo etcétera.
    A la postre, como monos que somos y tú bien has dicho, tenemos que mutar en orangutanes, sacar los dientes y afilar las uñas o de lo contrario, nos mandan a involucionar.
    Terrible, ya digo.
    ;)
    Besos muchos.

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    1. Muy buenas las especies animales con las cuales has mejorado este relato, mi querida poetisa.
      Tenemos aquí un basilisco acorralado en las más altas esferas del poder que tira arañazos desesperados. Suele ser una hembra peligrosa pero, últimamente, como se ve venir el golpe de gracia final en la lucha del Bien contra el Mal, resulta francamente letal. No veo la hora de poder escribir en absoluta libertad sobre esa especie que, deseo, se encuentre en serio peligro de extinción en la Argentina.

      Besos muchos y muchas gracias.

      Fer

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  3. Es terrible! Soy de México y mi trabajo depende directamente de burócratas, entre los malos empleados (que no todos son así) y los portales (toda la vida están trabajando para usted) pareciera que su propósito es medir nuestro nivel de tolerancia!

    Excelente relato María. Gracias y buen día! :)


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    1. Muchas gracias. Mi más sincera empatía. Ana K.

      Que tengas tú también un muy bien día.

      Fer

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  4. Hola Fer; me hiciste reír con tu zoológico burócrata je,je. La verdad es que sí, te enervan tanto que los ves como animales, aunque pobre fauna variopinta al ser comparada con tantas ratas. Muy amena tu critica, es una manera de desahogarse.
    Abrazos!

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    1. Es preferible reír que llorar, aquí, allá y en lo de mi abuela también ;)!

      Abrazos y muchas gracias, Alejandra.

      Fer

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  5. Te felicito, Fer. Tu relato es magnífico. De denuncia, pero con sentido del humor. Mejor así.

    En el siglo XIX, Mariano José de Larra ya denunciaba las miserias de este país y algunas de sus razones para hacerlo todavía siguen vigentes. Archiconocido es su artículo: "Vuelva usted mañana" (http://www.biblioteca.org.ar/libros/656604.pdf)

    Lo que hay que hacer en estos casos es denunciarlo, reclamar, pero nunca resignarse.

    Muchos besos y mucho ánimo

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    1. Con gusto leeré el artículo, estimado Luis Antonio. Muchas gracias.

      Muchos besos.

      Fer

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  6. No me extraña que Kafka, empleado en una oficina de seguros, situara sus más inquietantes relatos inmersos en un laberinto burocrático cuyas leyes eran opacas y absurdas. Este personaje -despiadado e imbécil- te ha dado ocasión para un cuento divertido aunque preñado de amargura que hunde sus raíces en la tradición de Larra como te ha señalado Luis Antonio. ¡Qué espanto! Y el ciudadano se haya a su merced...

    Besos.

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    1. Aun no he leído El proceso de Kafka aunque está en casa esperándome. Sí lo ha leído marido y dice que es muy oscuro y agobiante: ante tal crítica literaria de un lector voraz y avezado, pospuse su lectura porque bastante tengo con esta realidad en la que vivo. No obstante, voy a buscarlo de inmediato y ver si me engancha.Tanto tú como Luis Antonio me van a sacar buena. Muy agradecida, mi querido profesor de Literatura.

      Besos.

      Fer

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  7. Fer, es buenísimo , buenísimo tu relato y por fin ayer vi la película, me gustaría añadir que esa estupidez, prepotencia, ineptitud y no se cuantos más adjetivos en cierto modo me tranquilizan pues te cuento que en mi propio mundo laboral, donde creo ser un "bicho raro" vivo la estupidez de lado y costado, maneras de liar y liar lo más simple y aparecer como Don o Doña Lista, esa persona que con su falta de ayuda te exaspera y aborreces por como complica la vida a todo ser viviente.

    Besos enormes

    tRamos

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    1. Me alegro mucho de que por fin hayas visto esta buena peli, tRamos. Aplica a muchas realidades, no sólo a la argentina, evidentemente.

      Besos y mil gracias. ¡Cuídate mucho!

      Fer

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