domingo, 27 de noviembre de 2011

Dos recuerdos por un premio


  Mi querida Gi, de Al borde de los treinta, http://albordedelostreinta.blogspot.com/ (¿Hasta cuándo esta chica va a seguir al borde de una edad tan plena que yo ya dejé atrás hace tanto? ¡No hay derecho!), me pasa un premio que va pasando de blog en blog. Agradezco mucho, y tengo una prenda, porque todo premio viene por escribir, y escribir es un premio.

  Se me pide que escriba acerca de dos recuerdos. Aquí van:

*Jamás olvidaré el momento en que, luego de viajar un día y medio en nuestro auto, con 16 horas de manejo y el resto de pernocte en una Neuquén sofocante, llegamos a Bariloche, Río Negro, Patagonia Argentina, habiendo sobrevivido al millón de veces que mis hijos de entonces once y seis años preguntaron "¿Cuándo llegamos?". Fue mágico. Habíamos cruzado la estepa desértica con un calor abrasador, y al llegar a Bariloche, percibimos el frío que nos recibió a pesar de ser pleno enero al tocar las ventanillas. Lloviznaba, y el agua parecía helada, se nos hacía agua nieve. Entramos en la ciudad, y al manejar el tramo que nos conducía a nuestro alojamiento a la vera del lago Nahuel Huapi, dejó de llover, se asomaron el sol y de su mano el arco iris por entre las majestuosas montañas, y los cuatro gritamos, locos de alegría, ante el espectáculo que la naturaleza había montado para recibirnos. Esta foto quedó como mi intento de capturar aquel mágico momento de un paisaje incomparable habitado por parte de nuestra familia, un esplendoroso lugar que ha sido castigado tan duramente por las cenizas y piedras volcánicas del Puyehue en el curso de este año.


  Lo cuento también porque esta foto me ha sido solicitada por el blog Foto Magic Gallery, http://fotomagicgallery.blogspot.com/, y la doy con gusto. Increíble que aquel bello instante tomado con mi camarita me traiga esta satisfacción, y me recuerde que a pesar de todos los vaivenes de la vida, las vacaciones perfectas son posibles si estamos los cuatro juntos como familia y con el corazón abierto para recibir lo que la naturaleza nos quiera regalar.

* El otro recuerdo se remonta a mi infancia. Para este no hay foto, más que la de mi abuela. Hay olores, sensaciones, emociones, perfumes de una cocina con las hornallas siempre encendidas, con las ollas burbujeantes y rebalsantes. Es mi abuela. Este año he tenido muy presente  el recuerdo de mis abuelos. Sus vidas y sus historias han vuelto a mi memoria una y otra vez, historias como las de tantos, con pérdidas y hallazgos, historias de manos que trabajaron siempre, que siempre pusieron el pan en la mesa gracias a ese trabajo, que supieron partirlo y compartirlo, que supieron dar caricias para aprender a gozarlo y a alimentarse de él. Yo llegaba del colegio de la mano de mi mamá, que todos los días iba a buscarme a la puerta. Hace unos años comprendí lo que eso significa, y logré valorarlo y honrarlo haciéndolo con mis hijos día a día. Al llegar a la esquina de mi casa, soltaba la mano más amada y empezaba a correr hasta llegar a la casa en la que vivíamos con mis abuelos maternos. Gritaba: "¡Abueeeelaaaaa!", y se me abría la puerta, y me recibía el calor y la tersura de un delantal de cocina, el aroma de una cocina siempre abierta y dispuesta a nutrir, como la mía hoy, aunque nunca tan rica. No hay ni habrá jamás nada como la cocina de mi abuela, cocina española, importada de Asturias, nada refinado, nada gourmet, pero todo el sabor y el amor de la olla que rebalsa. Y el detalle del pancito mojado en salsa para Fernandita, que viene con hambre del colegio...



  Son historias que hacen historia, que nos habitan y nos hacen ser quienes somos, que dejan huella, historias de madres, de manos que dan y toman, simples, nutricias. Como las manos que escriben hoy sobre el teclado de una compu para intentar capturar momentos o pensamientos de una vida más, como la de todos.

¡Gracias, Gi!

*Abro el juego:

 Se lo paso a Lila de http://delosuspiros.blogspot.com/ 
a ver qué recuerdos con suspiros y huellas nos reciclan.


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