lunes, 12 de diciembre de 2011

De edades, ciclos y fin de año...

  

"Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. 
Nada de lo humano debe quedar fuera de nuestra obra. 
En el poema debe haber barro, con perdón de los poetas poetísimos. 
La Poesía no es un fin en sí. 
La Poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo."
                                                                                                              Gabriel Celaya.


  Desconozco quién fue el autor o de dónde surgió el concepto de las edades humanas de las que tanto hablan médicos, especialistas y científicos. Imagino que lo aceptamos como canon que ha pasado ya por mutaciones y variaciones múltiples, conforme se ha ido extendiendo la expectativa de vida humana, a tal punto que ya se habla de la "quinta edad" como el umbral de la muerte, y no se la vé a esta última edad del mismo modo que se la veía años atrás.


  Partamos de la base que no comparto el criterio de enmarcar al ser humano en grupos de edades, como tampoco me gustan las tablas de peso, los percentilos, o los datos estadísticos que marcan la norma. Entiendo que para los profesionales de la salud han de tener su utilidad, pero a mí me enferman. Creo en la unicidad del ser que escapa a esas mediciones. Tampoco asocio mis propias etapas vitales con los años del calendario, exceptuando eventos tales como graduaciones, fechas de ingreso y egreso laborales, casamientos, mudanzas, nacimientos y muertes, que impactan sobre mi percepción de la continuidad de mis días, de modo que mi vida ya no es la misma antes y después del evento. Estos hitos sí quedan enfrascados en mi memoria con la etiqueta de la hora, el día, el mes y el año en que sucedieron, junto a otros detalles que guardo en mi memoria afectiva, como palabras o silencios, gestos, miradas, cielos nublados o despejados, hojas secas revoloteando en la brisa bajo un sol dorado o vientos gélidos, olores que se atesoran, presencias o ausencias que se extrañan, el ritmo del latido de mi corazón... 

                          
  La fiebre de temporalizar la vida me aburre. Y se vé muy a las claras en estas épocas en las que comenzamos la loca cuenta regresiva hacia el comienzo de un nuevo año. Nos ponemos a hacer balances, a mirar el año que concluye para ver si hemos alcanzado o no los objetivos que nos impusimos cumplir el 1 de enero, día en que no hay mucho más que hacer después de los excesos del día anterior, y los días anteriores a ese, porque el frenesí arranca ya en noviembre. Es un día en el que hay que ponerse a hacer algo para frenar el efecto nocivo de la desaceleración.


  A mí la cosa se me hace más cíclica. Creo que mi vida será mayormente la misma el 2012 que el 2011, aunque debo admitir que este año tengo ganas de hacer una fogata catártica con el almanaque saliente. De todas maneras, lo que cambiará será el almanaque, y probablemente mis cambios no se me harán  tan notorios, a menos que algún gran evento me conmueva, y entonces lo recordaré, ya que seguramente marcará un ciclo que se acaba para dar comienzo a otro, al que asociaré con lo que aprendí del evento, con lo que gané o perdí a través de él. Es más, podría llegar a afirmar que si me ofreciera la más clarividente de las brujas decirme el año en que voy a morir, no me interesaría conocerlo: no me obsesiona el número de años que he de estar en este mundo, sino la intensidad con que viva los días que transcurran hasta mi partida.


  Será por eso que me dá lo mismo festejar fin de año aquí o allá, con los tuyos o los míos, con los nuestros o solos, comer ésto o aquello, brindar a las 23:45, a las 0:00 en punto, a las 0:15 u otro día, porque es todo un ciclo que no va pautado por el reloj, ese feroz tirano que me taladra todas las horas de todos los días de todos los años. Pero mis razonamientos de poco importan a la hora de ponernos de acuerdo con mis seres queridos para reunirnos a festejar.

  Con eso también tengo mis reservas: es que hay años que parece que no se me dá por festejar, aunque entiendo que siempre hay motivos, que estamos los que estamos porque hemos sobrevivido a una serie de batallas de salud, de trabajo y de vida ganadas, y estamos juntos, reunidos alrededor de una mesa con provisiones: todo eso es motivo suficiente para celebrar. Pero las celebraciones impuestas por calendario y tradiciones heredadas me irritan un tanto, debo confesar.


  Más que años o edades, me gusta la visión de algunos poetas sobre la vida. Un poeta que no conocía, conocido como Gabriel Celaya, creador de un estilo de poesía no elitista, al servicio de las mayorías, "para transformar el mundo", poeta español de la generación literaria de posguerra y uno de los más destacados representantes de la que se denominó "poesía comprometida", escribió su autobiografía de la siguiente manera:

Autobiografía

No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Donde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.

¿Le parece a Ud. correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.

No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.

¡Ay, sí, no respires! Dar el no a todos los “no”
y descansar: Morir.



INSPIRACIÓN por Gabriel Celaya.
 

 
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