jueves, 1 de marzo de 2012

"You is sweet, you is kind, you is important"

"Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, 
yo aún tengo un sueño."

Martin Luther King. 


Me gustó mucho la historia que nos cuenta "Criadas y señoras" ("The help"), basada en el bestseller de Kathryn Stockett (2009), ya que no sólo podría ocurrir en una pequeña ciudad del sur de los Estados Unidos en los años 60 (Jackson, Mississippi). Su universalidad en cuanto a ciertas verdades sobre la vida de las mujeres de distintas condiciones sociales la hace trasladable a muchos lugares del mundo de hoy, especialmente a aquellos en los que hay grandes distancias entre una clase pudiente y una clase baja trabajadora. A pesar de esta virtud del libro, muchos han odiado la película por su melodrama y otros la han utilizado para generar controversia racial una vez más, ya que consideran que se trata de un cuento más en el que los personajes negros son "salvados" por los blancos o que son empleados como vehículos para alcanzar una vida mejor.


En el contexto que delinea la ficción, las mujeres de clase alta se hacen madres para cumplir con lo que se espera de ellas socialmente por sus propias madres, esposos y círculo social, tercerizan las tareas domésticas al punto de ni siquiera levantarse de una silla para abrir la puerta si alguien llama o preparar algo de comer para el esposo que llega de trabajar. Tienen hijos, pero no ejercen como verdaderas madres. Lo declara vehementemente a su criada negra una niña rubia (y gordita, como recalca su madre) a la que cuida Aibileen Clark, entrañable personaje encarnado por Viola Davis: "Tu eres mi verdadera mamá".



¿Quién es mamá? Mamá es la persona que te conoce, que te registra, que te alimenta, te viste, te peina, te lleva a dormir y vela por vos cuando enfermás, que te hace sentir protegida y, sobre todo, quien te hace saber que "Sos dulce, sos especial, sos importante", aunque lo diga mal, aunque tenga escasa escolarización y aunque tenga la piel de otro color. Estas criadas negras ejercen el rol de madres de las hijas de sus señoras, quienes de muchas formas, son dueñas de sus vidas aunque no de sus destinos, haciéndolas trabajar seis de los siete días de la semana, usar sus propias dependencias sanitarias y dejar a sus propios hijos al cuidado de otras mujeres que toman la posta porque no queda otro remedio. Aunque ya no se las llame criadas y no sean todas negras, la vida de las empleadas domésticas muchas veces se parece bastante a lo que se muestra en esta historia, y se sienten una "posesión". Se impone el eufemismo de "The help" ("Ayuda doméstica"), que da nombre al libro y que se utiliza hasta a nuestros días, cuando en verdad son ellas el pilar y el alma del hogar. Sabemos que donde hay necesidad de apelar a eufemismos es donde se intenta confrontar con alguna verdad a la que no nos gusta mirar. Estas mujeres son las verdaderas amas de esas casas en las que las señoras siguen siendo niñas llenas de pretensiones que no terminan nunca de asumir sus roles adultos y sus vínculos en profundidad, y así transcurren sus días intentando llenar el vacío existencial de sus vidas.

Paralelamente a esta realidad, existe una hermandad de mujeres blancas y negras que no conforman la norma aunque deban pagar el precio con exclusión, violencia y desprecio. Son mujeres que se juegan por la autenticidad y la lealtad y que encuentran un sentido profundo a sus vidas, que trascienden a través de lo que legan por necesidad vital y por amor a sí mismas y a los demás. Ellas son, en definitiva, quienes abren las ventanas al pequeño gran cambio posible, de profundas reverberancias sobre sus propias vidas. Se hermanan más allá de su color o clase social, en su condición de mujeres, con todas las delicias y las amarguras que esta conlleva. Y finalmente, alguna de las que no se animó a enfrentarse con lo que se esperaba socialmente de ella admite: "El coraje a veces se salta una generación..."


En palabras de Victor Frankl "La sociedad de la opulencia sólo satisface necesidades, pero no la voluntad de sentido." El ser humano, en su condición de varón o mujer, "... es capaz de transformar en servicio cualquier situación que, humanamente considerada, no tiene ninguna salida. De ahí que en el sufrimiento se dé una posibilidad de sentido. (...) Al cumplir un sentido, el hombre se realiza a sí mismo." Y también la mujer, para quien el tironeo que conlleva la vocación de realización personal en el mundo del trabajo con el deseo de encarnar el alma de su hogar y su maternidad genera una buena dosis de frustración y dolor aún en pleno siglo XXI. Todo destino se manifiesta y cobra profundo sentido cuando se es capaz de descubrir la voluntad para escribir el libro de nuestra propia historia, que es alimentada por esas amorosas palabras que prodiga una mujer-madre:

"You is sweet, you is kind, you is important."

A boca de jarro

lunes, 27 de febrero de 2012

AUTONOMÍA

Hemos sido convocados a reunión de padres ante el inminente comienzo del ciclo lectivo, y la palabra que más resonó entre las paredes del salón escolar en boca de los docentes que nos dieron la bienvenida fue AUTONOMÍA. 

Los chicos, se nos dice, nuestros hijos de primaria, deben lograr alcanzar la AUTONOMÍA en cuestiones de gestión de su propia escolaridad.  Esta idea se ha transformado en el caballito de batalla de la pedagogía y psicología infantil de la última década, inclusive desde el jardín de infantes, al tiempo que las demandas académicas se han complejizado, asumiendo que estos niños pertenecen a una generación de superdotados veloces en la adquisición de saberes. Además, los tiempos se han acelerado en cuanto a los logros que se espera que alcancen y los plazos se han acotado. Todos usan y abusan del término, y me pregunto si se detienen a pensar en lo que verdaderamente significa y si esto es posible o siquiera deseable.

Según el diccionario de la Real Academia Española, AUTONOMÍA es la “condición de quien, para ciertas cosas, no depende de nadie”, y yo me pregunto si no se tratará de una noción relativa que proviene de idearios políticos y sociales de otras épocas en las que no entendíamos al mundo como una aldea dividida en bloques en la cual todos dependemos del equilibrio del resto. ¿Qué país del mundo hoy puede considerarse a si mismo AUTÓNOMO? ¿Acaso no vemos como todos necesitamos de créditos, préstamos, auxilios y salvatajes de otras naciones, que a su vez alguna vez habrán precisado lo mismo o lo harán?


Me entusiasmaría más que en tiempos de feroz individualismo se nos recibiera a los padres con la propuesta del acompañamiento de nuestros hijos en el crecimiento gradual y respetado, proponiéndonos presencia sin sobreprotección ni abandono, un difícil pero necesario equilibrio a lograr. Y percibir de los docentes que los guiarán en este tramo la convicción de que los van a instruir en la adquisición de hábitos contemplando la individualidad de cada chico y potenciando lo que traen de casa, acompañando pacientemente más que esperando que se las arreglen solos, que no dependan de ellos ni de nosotros ni de nadie.

No concibo a la infancia, ni siquiera a la adolescencia, como un período donde sea esperable o deseable la AUTONOMÍA. En verdad, no concibo siquiera mi vida adulta de manera totalmente autónoma: soy responsable de hacer y responder por muchas cosas, a veces demasiadas, sin un respaldo que en otros tiempos estaba más a mano porque había más manos en la masa familiar al servicio del cuidado de la casa y los hijos. Había más abuelas y abuelos dispuestos y cercanos, tías y tíos disponibles, redes de vecinos con quien al menos se podía conversar, la calle y la escuela eran lugares donde no faltaba mirada, registro y control como suele suceder hoy. Creerme AUTÓNOMA sería asumirme como superpoderosa, y esto no sería ni realista ni saludable. Dependo de los demás de muchas formas, y eso no menoscaba mi adultez para encarar la vida.


Siento que se emplea la palabra AUTONOMÍA con ciertas connotaciones sospechosas: tal vez se espera que los chicos sean autómatas, autodidactas, autosuficientes, autores de sí mismos, con autodominio y hasta con cierto grado de autoridad. Y habría que cuestionarse si todo esto que esperamos que nuestros chicos alcancen cada vez más tempranamente en su desarrollo no es producto de nuestra propia tendencia a eludir un compromiso más profundo en lo emocional y lo presencial por comodidad y por temor a ejercer nuestros roles adultos con toda la intensidad que se requiere.


Creo en una maternidad, una paternidad y una docencia que se complementen en escoltar el crecimiento de los niños impulsándolos amorosamente a que desarrollen recursos para enfrentar el aprendizaje y la vida, fomentando la AUTOESTIMA, ayudándolos a gestionar sus miedos y sus inseguridades para  transformarlos en AUTODETERMINACIÓN y AUTOSUPERACIÓN, iluminando para aprender a discriminar entre deseos y necesidades. Pero para eso sería menester que como padres, docentes y adultos que elegimos hacernos cargo de niños que dependen de nosotros por largo tiempo aprendiéramos nosotros primero a reconocer nuestras propias necesidades y a no confundirlas con nuestros deseos de AUTONOMÍA, deseos de desvincularnos de la responsabilidad que nos compete. En la medida en que toleremos la dependencia de los chicos seremos capaces de llegar a verlos alcanzar la AUTONOMÍA cuando sea el momento propicio, y a no confundirla con la supervivencia de quien tiene que arregrárselas solo cuando no está listo porque se encuentra huérfano de mirada, de presencia y de cuidados por parte de los adultos que se evaden del trabajo que demanda y desborda, pero que, insisto, hemos elegido como opción de vida.


Con esto de la AUTONOMÍA pasa como con todas las potencialidades. Si no habilitamos tiempo para que se desarrolle madurativamente en lugar de imponerla como meta inmediata, los resultados serán muy diferentes comparados con lo que se lograría si se respetara el proceso de crecer gradualmente que transita todo niño.


Deadlines (Plazos)


A boca de jarro

jueves, 23 de febrero de 2012

Nuestros tiempos


No voy a entrar en detalles sobre lo que pasó ayer. Ni tampoco voy a ahondar en por qué pasa. Todos lo sabemos. Todos lo vemos a diario. Muchos viajamos corriendo riesgos todos los días y estamos como curtidos, adormecidos, acostumbrados a andar como vacas camino al matadero en el transporte público en Buenos Aires. Ahí paro. Es necesario frenar para pensar en cómo vivimos y cómo morimos.

Se me vino a la cabeza una historia magistral de Graham Greene, "A Day Saved" ("Un día ganado") (1935), publicada en Twenty-One Stories (1954). Y cito, traduciendo como mejor salga, aclarando que la palabra "día" es una unidad de tiempo que bien podría ser reemplazada por hora, minuto o segundo....

"Yo te pregunto, ¿qué significa un día ganado para él o para ti? ¿Un día ganado a qué?, ¿para qué? En lugar de pasarte el día viajando, vas a ver a tu amigo un día antes, pero no te podrás quedar indefinidamente, viajarás a casa veinticuatro horas antes, eso es todo. (...) No podrás morir en la víspera. Entonces quizás te des cuenta de lo apresurado que fue de tu parte ahorrar un día, cuando descubras que no puedes escaparte de esas veinticuatro horas que has preservado tan cuidadosamente; las puedes patear hacia adelante una y otra vez, pero en algún momento deberás pasarlas, y entonces puedes llegar a desear haberlas pasado tan inocentemente como se las pasa en el tren..."

Viajamos muy mal en esta ciudad. Y vivimos muy mal. Vivimos corriendo desenfrenadamente contra el reloj desde que nos levantamos hasta que llegamos a casa. Es un apremio alienante y sin sentido que se cobra vidas de formas diversas y nos infecta a todos. Quienes lastimosamente, por causas de variada índole que todos conocemos de memoria y padecemos mansamente, perdieron sus vidas en este horripilante accidente ferroviario de ayer, viajaban en los primeros dos vagones, los más cargados siempre. Y lo veo todos los días, no me lo tienen que contar por televisión ahora que hubo otro accidente. Viajamos así  para bajarnos antes, en vagones que triplican su capacidad de albergar pasajeros, para escaparle en algo a la marea humana que se forma al descender la multitud de cada tren a la hora pico y así poder ganar tiempo, llegar unos minutos antes al trabajo y que no se haga tarde, para ahorrar tiempo....

Así viajamos en el ómnibus y manejamos nuestros automóviles y nuestras motos también, siempre apurados, a los bocinazos, ordenando que los de adelante avancen de una vez porque hay que ganar tiempo. Así vivimos y así morimos. Una verdadera lástima tener que vivir y morir tan impensadamente ante la absoluta negligencia de quienes deberían cuidarnos para que lleguemos a nuestros trabajos y de vuelta a casa cada jornada sanos y salvos.

"Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás"  (Gn. 3:19)

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