domingo, 14 de junio de 2015

El laberinto y el espejo





Llego a Borges,
le entro,
derrito el miedo: 
 alegremente me pierdo
en ese laberinto del espejo,
me embriago de Arquetipos y Esplendores,
me lleno los pulmones de eucaliptos,
arribo al otro lado del ocaso,
me encuentro con un sueño sepultado,
le entro...
Detrás de los reflejos
presiento que ese Borges
me ha nombrado.



"En cualquier parte del mundo en que me encuentre cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué. Adrogué era eso: un largo laberinto tranquilo de calles arboladas, de verjas y de quintas; un laberinto de vastas noches quietas que mis padres gustaban recorrer. Quintas en las que uno adivinaba la vida detrás de las quintas. De algún modo yo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno. Sigo entre los eucaliptos y en el laberinto, el lugar en que uno puede perderse. Supongo que uno también puede perderse en el Paraíso. Estatuas de tan mal gusto y tan cursis que ya resultaban lindas, una falsa ruina, una cancha de tenis. Y luego, en ese mismo hotel "Las Delicias", un gran salón de espejos. Sin duda me miré en aquellos espejos infinitos. Muchos argumentos, muchas escenas, muchos poemas que he imaginado, nacieron en Adrogué o se sitúan en ella. Siempre que hablo de jardines, siempre que hablo de árboles, estoy en Adrogué; he pensado en esta ciudad, no es necesario que la nombre."

Jorge Luis Borges, 1981



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