Hoy se conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens. El fenómeno Dickens no es difícil de comprender en nuestro mundo de sitcoms, películas y best-sellers. Más fácil es aún si lo comparamos con el boom de las telenovelas de las décadas del 70 y 80. Dickens fue un gran entertainer que impuso la novela como género masivo e hizo posible su disfrute en entregas por folletín para ricos y pobres por igual: el único requisito era saber leer. La entrega por capítulos le hacía posible ir construyendo la trama, agregando personajes y dándole giros tomando en cuenta la respuesta en caliente de su público. Eso es tal vez lo que la torne por momentos sinuosa y sentimentalista: el deseo de complacer a la audiencia además de ir ahondando en su propio cometido e idea inicial. Es esa interactividad y complacencia con el gusto de su público el mayor legado de Dickens a sus coetáneos y lo que lo hace comparable a nuestro acceso instantáneo a la ficción popular como forma de entretenimiento.
Se debe agregar que merece el crédito de ser un gran hacedor de historias, un ameno y minucioso narrador, un original creador de personajes caricaturescos de unicidad arquetípica, un dotado para la palabra que repica en el oído y se hace idiomática en su lengua madre gracias a su chispa lingüística, y además, como si todo esto fuese poco, se lleva las palmas como crítico social de la Inglaterra en la que vivió. Fue por ello casi un héroe nacional que pasó a la posteridad como el nombre literario tal vez más popular de la literatura inglesa de todos los tiempos, sin ningún barniz de intelectualismo y sin desmedro de su valor literario: un digno equilibrio para un escritor que alcanzó la gloria en vida sin dejar en el olvido su infancia pobre como obrero en una fábrica de betún para calzados.
Tiempos difíciles es quizás la más mordaz de todas las novelas del prolífico autor en su denuncia de los estragos causados por el industrialismo respaldado por la filosofía utilitaria que despojaba a la sociedad de toda humanidad para enarbolar las banderas de la practicidad y la productividad en masa. Y es en la educación donde a Dickens y al lector más le resulta aberrante tal tesitura: la educación basada en un vacuo acopio de fríos datos estadísticos que destrozan todo atisbo de fantasía en los tiernos infantes a los cuales se somete al lavado de cerebro y a la estandarización. Resulta por lo menos paradójico que en pleno siglo XXI se siga insistiendo con los resabios de este tipo de (de)formación, que no se abra el espectro a la fantasía y a la creatividad en la escuela mucho más ampliamente, que persistamos en fórmulas que devoran a muchos niños y que hace que sobrevivan los más aptos para adaptarse a la mediocridad que se plantea como producto escolar deseable. Son aún muchos los devoradores de niños (los M'Choakumchild) que pululan por nuestras aulas intentando manufacturar la fibra humana ("the manufacture of the human fabric"). Mis propios hijos deben lidiar con unos cuantos especímenes de este tipo y sobrevivirlos, tratando de conservar su chispa creativa en su paso por la escuela.
El paradigma de una eficiencia a base de datos y maquinaria, de deshumanización, de una inteligencia adormecida que condice con los ladrillos opacados por el humo de las chimeneas de Coketown, es comparable al espeso smog que tiñe nuestras urbes de gris en plena era informática. Fríos y desabridos datos es todavía lo que más consumimos en envases nuevos.
La vigencia de este retrato de clases sociales enfrentadas en un momento de la historia en el que el dinero se impuso definitivamente al sentido común, así como la feroz descripción de los empresarios que durante la industrialización se enriquecieron a costa de la sangre, sudor y lágrimas de los obreros (the hands) es descarnada y, por desgracia, resulta bastante familiar en nuestros días. Los inescrupulosos de ayer y hoy quedan expuestos a los ojos de los lectores de entonces igual que los de ahora. El autismo de las clases regentes se muestra con una crudeza impiadosa. Quienes deberían dar solución a los problemas se presentan como una caterva de individuos alienados por su propio enriquecimiento. "Son ellos los que se tienen que ocuparse...", afirma Stephen Blackpool, el obrero central en la obra, "si no, ¿de qué se encargan?". Es la simple, penetrante y mansa pregunta que los indignados ciudadanos del mundo nos seguimos haciendo hoy sin oídos que escuchen.
" Let us strike the key-note, Coketown, before pursuing our tune." |
La vigencia de este retrato de clases sociales enfrentadas en un momento de la historia en el que el dinero se impuso definitivamente al sentido común, así como la feroz descripción de los empresarios que durante la industrialización se enriquecieron a costa de la sangre, sudor y lágrimas de los obreros (the hands) es descarnada y, por desgracia, resulta bastante familiar en nuestros días. Los inescrupulosos de ayer y hoy quedan expuestos a los ojos de los lectores de entonces igual que los de ahora. El autismo de las clases regentes se muestra con una crudeza impiadosa. Quienes deberían dar solución a los problemas se presentan como una caterva de individuos alienados por su propio enriquecimiento. "Son ellos los que se tienen que ocuparse...", afirma Stephen Blackpool, el obrero central en la obra, "si no, ¿de qué se encargan?". Es la simple, penetrante y mansa pregunta que los indignados ciudadanos del mundo nos seguimos haciendo hoy sin oídos que escuchen.
Dickens plantea en Tiempos Difíciles un universo maniqueísta: como en un tablero de ajedrez, de un lado están las blancas, los personajes contaminados por la riqueza que generan las factorías, elefantes enloquecidos de melancolía, que se alimentan de la opresión y la miseria a la que someten a los peones, para quienes existe sólo dos clases de gente: quienes conocen el valor del tiempo y quienes no (Time is money). Son la personificación de la razón. Pocos quedan apenas redimidos por su propia infelicidad. Del otro lado, están los obreros, las negras que no dan jaque. Ellos tienen corazón pero vidas lúgubres y pequeñas, aunque salen a flote con el salvavidas de sus sentimientos de bondad, empatía y amor por alguien de su misma condición.
Y en el centro de este tablero se erige la figura del circo, el despliegue imaginativo del arte, un lugar donde la fantasía y la ilusión no han sido aún contaminadas. Es una especie de contraposición Blakiana entre dos mundos: el mundo de la inocencia y el de la amarga experiencia, el gusano que penetra en la rosa para enfermarla y herirla de muerte.
Rescato un pasaje en el que parece escucharse la voz del autor mostrando a sus lectores una salida posible del desolado laberinto. En él se cuenta que había una biblioteca en Coketown, a la cual el acceso general era simple. El Señor Gradgrind, arquetipo del demoledor de la imaginación, se atormentaba pensando en qué leía la gente allí. Pero los lectores, cuenta Dickens, persistían en fantasear. Fantaseaban sobre la naturaleza humana, las pasiones, las esperanzas y los miedos, las luchas, los triunfos y los fracasos, las preocupaciones y las alegrías, las vidas y las muertes de hombres y mujeres comunes. A veces, luego de jornadas de quince horas de trabajo, se sentaban a leer meras fábulas sobre hombres y mujeres más o menos como ellos mismos, y niños, más o menos como los propios. Se llevaban a De Foe a su regazo y parecían confortados. El último refugio de las masas que generan pero difícilmente saborean los frutos de la riqueza material que producen está en la fantasía.
Rescato un pasaje en el que parece escucharse la voz del autor mostrando a sus lectores una salida posible del desolado laberinto. En él se cuenta que había una biblioteca en Coketown, a la cual el acceso general era simple. El Señor Gradgrind, arquetipo del demoledor de la imaginación, se atormentaba pensando en qué leía la gente allí. Pero los lectores, cuenta Dickens, persistían en fantasear. Fantaseaban sobre la naturaleza humana, las pasiones, las esperanzas y los miedos, las luchas, los triunfos y los fracasos, las preocupaciones y las alegrías, las vidas y las muertes de hombres y mujeres comunes. A veces, luego de jornadas de quince horas de trabajo, se sentaban a leer meras fábulas sobre hombres y mujeres más o menos como ellos mismos, y niños, más o menos como los propios. Se llevaban a De Foe a su regazo y parecían confortados. El último refugio de las masas que generan pero difícilmente saborean los frutos de la riqueza material que producen está en la fantasía.
Y me quedo con la imagen del fuego, visto y sentido desde los tiempos líquidos que hoy nos tocan navegar, en el que Louisa ve como su breve vida se extingue sin que medie su elección de cómo vivirla, sin jamás habérsele permitido tener el corazón de una niña, los sueños de una niña, las creencias o los miedos de una niña. Una niña a quien no se le otorgó el derecho de serlo. En el fuego que la subyuga ve la pasión que reprime y la fuerza que destroza tanto como la del agua, que hace de todo algo transitorio y flotante. Un fuego que sigue resultando destructivo en el devenir adulto de muchos de los Gradgrinds, Bounderbys, Choakumchilds y Harthouses que abundan en nuestros tiempos difíciles.
Fer, me gustan tus post y la buena informacion que das en ellos, Saludos.
ResponderBorrarEres muy amable. Lo disfruto muchísimo, verdaderamente.
BorrarEscribo desde mis percepciones informadas, simplemente.
No soy ninguna experta en nada. Siempre seré una aprendiz, una alumna, y lo que aprendo ahora de grande lo paso por el filtro de mi visión ya adulta del mundo y de la vida.
Y agradezco y valoro mucho cada comentario que recibo:¡gracias por el tuyo de hoy!
Un cordial saludo.
He adquirido Tiempos difíciles en Amazon, y espero leerlo próximamente. Sin embargo, cuando he leído a Dickens me he encontrado con algo propio de la novela popular y que no me acaba de gustar, y tal vez explique mi poca atracción por Dickens. Los personajes son unidimensionales, o muy buenos o muy malos. No me atrae este juego de piezas esquemáticas que detecté en Oliver Twist y que me hizo abandonar la lectura harto de que los inocentes y desvalidos fueran explotados y exprimidos por los opresores. En tu esplendida sinopsis de la figura de Dickens has mostrado claramente por qué no he sido un buen lector del escritor inglés y sí de un coetáneo del siglo XIX, Dostoievski. Me gustan los personajes ambiguos, que zozobran en la sombra pero aspiran a la luz, almas puras que son lúcidas expuestas a toda la barbarie humana, idiotas que contienen toda la sabiduría, hijos crueles y vengativos contra su padre... Me atraen la amplitud del corazón humano, debatiéndose entre las tinieblas y la luz y las contradicciones de los seres en su vida cotidiana que aspira a algún género de épica por humildes que sean.
ResponderBorrarLa literatura popular, del gusto de las masas de su tiempo, produjo novelas muy distintas en el siglo XIX. Dickens nunca ha acabado de gustarme, pero espero cambiar de perspectiva tal vez, tras la lectura de Tiempos difíciles, pero tu semblanza tan afinada me hace sospechar que no acabaré de encontrarme con este autor.
Un beso.
Inténtalo de todos modos, al menos para convencerte por ti mismo de que no te va, ni tiene por qué irte. A mi me pasa que leo con ojos nuevos algo que leí de estudiante casi por obligación o por esa admiración por lo anglo que se te pega cuando te haces profesora de inglés.
BorrarAhora soy mucho más realista en cuanto al valor de lo que leo, ya no juzgo obnubilada por el idioma, que de todos modos sigue enamorándome.
Creo que también se pierde bastante de un autor al leerlo traducido, por mejor traducción que encuentres. Yo en Dickens me encuentro con expresiones idiomáticas y cadencias musicales que aprendí de la lengua de estudiante, y eso tiene su atractivo.
Si no te encuentras con él, pues no le des demasiadas vueltas al asunto. Yo te adelanto que tengo un mes bastante anglo aunque bien variado: me voy a despachar a gusto sobre esta película que me recomendaste y que por fin adquirí,Anonymous, porque Shakespeare no fue un fraude, y voy a escribir sobre la joyita que vi el fin de semana pasado, Albert Nobbs, basada en una historia de un escritor que nunca leí, George Moore. Es una historia bastante Dickensiana por cierto, pero su versión cinematográfica me ha dejado maravillada.
Gracias por tu aporte: ahora, con lo que me has dicho, debería leer a Dostoievski,que seguro ha de gustarme, pero antes me voy a tomar un recreo.
Un beso.
Estupenda entrada, Fer. Un magnífico homenaje a nuestro amigo común...
ResponderBorrarBesos,
Gracias a ti, Carmen, que desde tu espacio nos impulsas a volver a nuestros clásicos y nos entusiasmas y educas con tus entregas de la época y de la vida del hombre de luces y sombras que Charles Dickens fue.
BorrarUn beso.
Recuerdo haber leido Oliver Twist cuando era chica,creo que a los 11 o 12 años. Creo que sería hora de buscar el resto de los libros de Dickens y leerlos ahora, desde el punto de vista de adulto.
ResponderBorrarBeso grande!
Ojalá lo disfrutes, Maru.
BorrarBeso grandote!
EXCELENTE ENTREGA PARA UN GRANDE COMO DICKENS, AUTOR QUE ME HA ACOMPAÑADO EN MI INFANCIA Y EN EL PROFESORADO DE LETRAS.
ResponderBorrarESOS CLÁSICOS ETERNOS QUE DESLUMBRAN SIEMPRE.
MAGNÍFICO TRABAJO.
BESITOS
¡¡¡Otra profesora más!!!
BorrarMadre mía: somos epidemia :)
Gracias, prolífica Luján.
Besitos.
Qué homenaje más bonito!! Y cuánta información regalada!! Muchas gracias Fer, ayudas a que nuestra cultura se enriquezca de una manera muy agradable!!
ResponderBorrarMuchísimas gracias: que vaya por tantos buenos trucos para educar con los que nos educas en el arte de ser padres ;)
BorrarUn beso.
A todos los que han comentado y les interese profundizar en el tema, les recomiendo este artículo del periódico El País de hoy: Dickens sigue diciendo la verdad, por Benjamín Prado
ResponderBorrarUn saludo y gracias por sus aportes.