Yo leía sus libros con devoción, creyendo en el poder sanador de sus palabras en los tiempos en los que no me sentía sana sino en falta. Acepté el amable convite a sus charlas sin darle demasiadas vueltas al asunto, por esa reverencia con la que lo nombraba y lo citaba en ese pasado que le cedió el paso al cotidiano y pedestre transcurrir de este presente sin demasiadas preguntas ni respuestas.
El enorme salón estaba muy bien dispuesto y se había montado una cabina de interpretación simultánea. Ya a la entrada del recinto, de techos altos y detalles neoclásicos, se exhibían sobre stands de venta muchos de sus libros traducidos. No me sorprendió el estricto control que se realizaba sobre los talones de entradas pagas. Silencié mis eternas objeciones al comercio y me dispuse simplemente a escucharlo, a reparar en el color de su voz, que aún no conocía, para ver qué me decía. Sólo encontré ubicación en una fila de butacas alejada del escenario. Todos los otros sitios estaban tomados o reservados. Reverberaron los flashes de cámaras y teléfonos celulares cuando al fin hizo su entrada, anunciada por un cerrado aplauso.
Su estampa de gurú espiritual sigue intacta a pesar de sus largos años: casi dos metros de altura, una larga melena realzada en su blancura por una tupida barba y una sonrisa luminosa que contrasta con la negrura de su túnica. En persona impactan también sus pequeños y vivaces ojos negros, de inusitada picardía en la mirada. Su mirada y su voz transmiten la alegría de quien vive en el presente.
La primer parte de la charla, de hora y media, se basó en un repaso de los miedos y las angustias más comunes de nuestro tiempo. No volaba ni una mosca, y las cabezas iban tenísticamente de la cara del monje recién desembarcado en Buenos Aires al perfil de la intérprete, enfundada en el halo de luz que le daba el led dentro de su sombrío bunker. Se nos propuso una pausa para seguir comprando libros y se dejó abierta la posibilidad de hacerle llegar nuestras preguntas en forma escrita. Hubo un revuelo de inquietud y entusiasmo entre las mujeres que copaban las primeras filas, y mucho de los asistentes se pusieron a trabajar para lucirse. Yo elegí conscientemente irme a dar una vuelta para despejarme de tanta mojigata con fondo de pantalla místico y para pasear al cinismo con el que había venido. Es increíble lo que se puede llegar a dilucidar en tan sólo una vuelta manzana a puro silencio con uno mismo.
Regresé a los quince minutos, sin esperar mayor sorpresa en lo que quedaba de conferencia. Esta vez me había propuesto no apuntar ni una sola palabra. La primer pregunta fue grandilocuente:
- ¿Cuál es el sentido de la vida?
El monje miró hacia abajo, tomó aire y dijo:
- El sentido de la vida es vivirla. No hay demasiado misterio ni grandiosidad al respecto.
En pocas palabras, el monje había llegado a ese lugar al que yo he llegado luego de años enteros de búsqueda frenética: a ese lugar sagrado de la vida donde habita la simpleza, donde ya no hay palabras que expliquen las certezas. Me puse de pie, junté las manos en signo de reverencia, me abrí paso entre el rebaño y me fui sin miedo por mi nuevo camino a seguir viviendo.
El enorme salón estaba muy bien dispuesto y se había montado una cabina de interpretación simultánea. Ya a la entrada del recinto, de techos altos y detalles neoclásicos, se exhibían sobre stands de venta muchos de sus libros traducidos. No me sorprendió el estricto control que se realizaba sobre los talones de entradas pagas. Silencié mis eternas objeciones al comercio y me dispuse simplemente a escucharlo, a reparar en el color de su voz, que aún no conocía, para ver qué me decía. Sólo encontré ubicación en una fila de butacas alejada del escenario. Todos los otros sitios estaban tomados o reservados. Reverberaron los flashes de cámaras y teléfonos celulares cuando al fin hizo su entrada, anunciada por un cerrado aplauso.
Su estampa de gurú espiritual sigue intacta a pesar de sus largos años: casi dos metros de altura, una larga melena realzada en su blancura por una tupida barba y una sonrisa luminosa que contrasta con la negrura de su túnica. En persona impactan también sus pequeños y vivaces ojos negros, de inusitada picardía en la mirada. Su mirada y su voz transmiten la alegría de quien vive en el presente.
La primer parte de la charla, de hora y media, se basó en un repaso de los miedos y las angustias más comunes de nuestro tiempo. No volaba ni una mosca, y las cabezas iban tenísticamente de la cara del monje recién desembarcado en Buenos Aires al perfil de la intérprete, enfundada en el halo de luz que le daba el led dentro de su sombrío bunker. Se nos propuso una pausa para seguir comprando libros y se dejó abierta la posibilidad de hacerle llegar nuestras preguntas en forma escrita. Hubo un revuelo de inquietud y entusiasmo entre las mujeres que copaban las primeras filas, y mucho de los asistentes se pusieron a trabajar para lucirse. Yo elegí conscientemente irme a dar una vuelta para despejarme de tanta mojigata con fondo de pantalla místico y para pasear al cinismo con el que había venido. Es increíble lo que se puede llegar a dilucidar en tan sólo una vuelta manzana a puro silencio con uno mismo.
Regresé a los quince minutos, sin esperar mayor sorpresa en lo que quedaba de conferencia. Esta vez me había propuesto no apuntar ni una sola palabra. La primer pregunta fue grandilocuente:
- ¿Cuál es el sentido de la vida?
El monje miró hacia abajo, tomó aire y dijo:
- El sentido de la vida es vivirla. No hay demasiado misterio ni grandiosidad al respecto.
En pocas palabras, el monje había llegado a ese lugar al que yo he llegado luego de años enteros de búsqueda frenética: a ese lugar sagrado de la vida donde habita la simpleza, donde ya no hay palabras que expliquen las certezas. Me puse de pie, junté las manos en signo de reverencia, me abrí paso entre el rebaño y me fui sin miedo por mi nuevo camino a seguir viviendo.
A boca de jarro
ResponderBorrarRealmente bueno...
Muchísimas gracias, Mark.
BorrarUn cordial saludo.
Fer
Creo que el único pensador al que me hubiera gustado escuchar en directo es a Krishnamurti. Sobre todo porque no era un santón ni pretendía llevarte a ningún lado, solo a que te contemplaras a ti mismo interiormente, cómo funcionaba tu mente. Todo está en cómo vivimos nuestros conflictos, en si nos identificamos con ellos. Si sentimos ira, somo ira. Si sentimos desilusión, somos eso. Son ilusiones, estados ilusorios en que nos distraemos e identificamos. Pero una cosa es saberlo y otra es aplicarlo.
ResponderBorrarLa respuesta del monje es correcta a mi juicio. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¡Vaya pregunta, Fer! Mi padre cuando estaba en su últimos días en el hospital, reflexionaba sobre ello. Sabía probablemente que iba a morir y se preguntaba sobre el sentido de su vida, él que era tan soberbio y altivo y ahora estaba reducido a que le limpiaran el culo y le pusieran a mear. ¡Qué poca cosa somos! decía. Y él se contestó a esa pregunta de qué sentido tenía su vida y no encontraba ninguno. Todo era pura ilusión. Entonces se dijo. "He venido a reproducirme". Nosotros sus hijos éramos lo único que quedaría de él. Nada más. Han pasado veinticinco años desde su muerte y nadie se acuerda de él salvo sus dos hijos. Yo lo tengo muy presente a pesar de que me pasé toda la vida luchando contra él (porque se lo merecía). ¿Qué sentido tiene la vida? Supongo que poco más se puede decir que el sentido es vivirla y para eso no hace falta mucha trascendencia, es lo que hacemos todos de mejor o peor manera. Albert Camus escribió que el único debate en serio que había sobre la vida es preguntarse por qué no suicidarse. En España hay un suicidio consumado cada hora. De modo que debe haber casi unos nueve mil suicidios al año. Son personas que han contestado negativamente a la pregunta acerca del sentido de la vida y piensan que no merece la pena vivirla.
Por lo demás hay que vivir. No tiene más épica ni explicación.
Un abrazo, Maria Paz.
"No tiene más épica ni explicación": es esa la profunda epifanía que me embargó al escuchar al monje, quien además de su vena cristiana, se ha nutrido de las teorías junguianas y la filosofía trascendental oriental, razón por la cual muchos retrógrados dentro de la Iglesia lo consideran poco menos que un hereje. Muchas gracias por tus valiosas palabras, Joselu.
BorrarUn beso grande.
Fer
Así es la vida, Fer...nos hace falta un toquecito de nada para darnos cuenta de que o hay nada que no sepamos o podamos hacer por nosotros mismos...sin dejarnos embaucar.
ResponderBorrarBesos.
Así es, mi querida Marinel.
BorrarBesos y gracias mil!
Fer
Tengo dos preguntas para ti. ¿El monje es un personaje real o inventado? ¿Su nombre? Lo pregunto porque alguno he conocido por lecturas y ninguno era de pago. O sea que su sabiduría la repartía gratuitamente a quien quisiera escuchar. Conozco a un hombre sencillo; sacerdote para más referencia, escribe pequeños libro con vivencias personales, nada inventado, nada exagerado y puedo decir que todo lo que he leído es pura vivencia, pura vida vivida personalmente por él. nunca pide dinero por los libros ni por esa sabiduría viviencial que vuelca en ellos.
ResponderBorrarEsos son lo seres luminosos y posibles guías del espíritu.
Besos compañera.
El monje es Anselm Grün, el de la fotografía, un alemán benedictino que ha escrito una pila de libros - que de verdad he leído, así como he asistido a esta conferencia suya en el Seminario Metropolitano con motivo de su visita a la Argentina por la Feria del Libro - y dicta conferencias de espiritualidad en varios países del mundo. Yo pienso como tú, Francisco, que la iluminación espiritual no debe ser cobrada. Puedo comprender que, estando las editoriales de por medio sponsoreando el evento, se cobre un mínimo arancel como contribución a continuar publicando y difundiendo las enseñanzas de este hombre, pero cuando el comercio se lleva las palmas, se me ponen todos los pelos de punta y no puedo evitar recordar ese episodio bíblico tan gráfico en el que el mismo Jesús echa a los vendedores del templo a latigazos limpios. Gracias por tus inquietudes y tu lectura, compañero.
BorrarUn fuerte abrazo.
Fer
Me parece la mejor pregunta que se pude uno formular, Fer, a lo largo y ancho de nuestra existencia. También hay que tener en cuenta, que vivimos perturbados por los sentidos o LA APARIENCIA y no por la ESENCIA. Nuestra realidad suele alterarse por la mente, que analiza y separa las partes del todo, cuando la realidad es ese TODO que está presente en las partes. Esta filosofía concuerda con el pensamiento de Oriente, más proclive a la UNIDAD y esa comprensión del TODO que mencioné antes.
ResponderBorrarSi, la esencia de la Vida es vivirla, parece muy simple, pero también nuestra mente la complica y acabamos sin ser conscientes de ello, del infinito valor de la simplicidad, de como la felicidad está en los pequeños detalles que nos asombran.
En cuanto a que fuera un fraile o un pájaro, una playa, el amanecer o cualquier otra circunstancia, la que te hiciera comprender el valor de esta enseñanza de la vida, no tiene importancia, el caso es que tuviste esa oportunidad de dar ese paso hacia delante.
Un abrazote y mil gracias por compartir algo tan profundo y bello a la vez.
Gracias a ti, Estrella, por tan honda y empática aportación.
BorrarUn fuerte abrazo!
Fer
Yo desconfiaría de cualquiera que intercambiara sabiduría de la vida por dinero. Siempre tendería a pensar que puesto que comercia, no le queda más remedio que hacer campaña publicitaria. Y eso, la mayoría de las veces, supone engañar al comprador en mayor o menor medida.
ResponderBorrarEl tipo tenía carisma según lo cuentas, pero quizás menos que enseñar de lo que pretendía...
Un estupendo relato, Fer, muy interesante y con su toque de mordacidad, para "estimular" los sentidos. Yo, como Francisco, me quedo con las ganas de saber si se trata de un personaje real o de ficción :))
Besos de martes!!
Luego de amargas experiencias y profundos desencantos, yo, como tú, he aprendido a desconfiar de casi todos los personajes que se me presentan como gurúes espirituales o sanadores del alma humana en nuestros tiempos a cambio de un dinero, y he llegado a comprender que no existe mejor doctor para el alma enferma que uno mismo. Esta vez, casi todo es real, Julia: sólo está ficcionado el desenlace para cerrar la idea que deseaba transmitir. Se trata de una especie de revelación que se me hizo muy clara saliendo de la charla de este benedictino a quien realmente mucho he leído.
BorrarBesos y mil gracias ;)!
Fer
Muy buen relato, Maria Fer, exquisitamente narrado y el tema muy actual. La búsqueda absurda de recetas de sabiduría y felicidad. Cuando, tú lo has dicho, están en tu interior. Gracias y !Felicitaciones! me gustó. Cariños
ResponderBorrarAgradezco profundamente tu valoración de mi trabajo y tu visita a mi espacio, María Eugenia.
BorrarMuchos cariños!
Fer
Una buena lección. Sigamos viviendo. Un abrazo, Maria Paz.
ResponderBorrarSigamos viviendo, Alfredo, que no hay mejor maestra que la vida. Gracias por el honor de tu visita.
BorrarUn fuerte abrazo.
Fer
No sé si es ficción o realidad Fer, pero buena pregunta la tuya, y buena respuesta la de él..
ResponderBorrarBesos, Fer
Esta vez todo está basado en un hecho reciente y real, María. Muchas gracias por tu visita.
BorrarUn beso.
Fer
Joselu no es el único, a mí también hubiera gustado escuchar a Krishnamurti y alguno más de esa corriente que él representa como nadie.
ResponderBorrarNo soy maximalista, creo que se necesitan gurus e incluso charlatanes no tanto por lo que ellos puedan ofrecer sino porque son como pequeños faros que ayudan a seguir navegando entre la niebla. Lo malo es cuando se hacen conscientes de su poder y lo utilizan con fines mercantilistas o como forma de manipulación en personas especialmente vulnerables. Es lo malo de la fe, de cualquier fe, te ata demasiado a las creencias y te impide mantener la distancias que debemos tener con las cosas.
Estupendo texto, escrito con esclarecedor desenfado.
Besos
Krishnamurti me ha gustado mucho, aunque debo admitir que no es mucho lo que le he leído. Yo he sido carne de cañón para mucho chantapufi autoyudador y psicólogo durante varios años, y con esto no quiero decir que Grün lo sea: por eso hice la excepción y fui a esta charla que dio en el marco de la Feria del Libro en el Seminario Metropolitano, muy cerca de mi casa. Pero es que ahora me pasa lo que a todo aquel que se ha quemado con leche: veo una vaca y lloro. Tal vez este desenfado que tú percibes en este caso venga un poco a cuento de esta nueva etapa en mi vida en la que he decidido vivir sin hacerme tantas preguntas ni asumir siempre que las repuestas de otros valen más que las mías. Tu percepción es la correcta, Krapp. Es muy cierto que estoy "desenfadada": estuve muy enojada con la vida y ahora me he amigado con ella, y eso me ha animado de un modo que casi no me reconozco algunas veces, para alegría propia, de quienes me rodean y espero también de personas entrañables como tú, que tienen a bien leerme.
BorrarMuchas gracias, Krapp ;)!
Besos!
Fer
Es curioso cómo nos complicamos la existencia dándole vueltas a todo y buscándole tres pies al gato. A veces sólo es necesario un poco de serenidad e introspección para dar respuesta a nuestras dudas y sentido a nuestra vida.
ResponderBorrarUn beso, Fer.
No podría estar más de acuerdo contigo: somos especialistas en complicarnos la vida, Kirke.
BorrarUn beso enorme y muchas gracias ;)!
Fer