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miércoles, 14 de diciembre de 2011

La navidad apócrifa



Las revistas que acompañan la tirada nacional de los periódicos dominicales vinieron tan gordas como Papá Noel, ¿o debería llamarlo Santa Claus? La propuesta es "celebrar con ideas", aunque la idea fija es una sola: COMPRAR. Y es comprar así, con mayúsculas, ya que los avisos son para bolsillos bien forrados: autos y perfumes importados, joyas y accesorios de lujo, relojes costosos, ropa de diseño y marca, decoraciones de interiores alusivas por diseñadores "con nombre y apellido". En fin, resumiendo, de un centenar de objetos que se promocionan bajo el slogan de "Happy Season", " Merry Xmas", todo muy localista, creo que me interesaría comprar el repelente para mosquitos (muy típicamente navideños por estos lares), el antitranspirante, alguna que otra botella de un buen champagne (lo primero para antes de la reunión familiar, lo segundo para cuando se vayan todos...), y un tratamiento para el cabello, porque todo esto me saca caspa...

Es que realmente no hay nada más alejado del verdadero espíritu navideño que COMPRAR. Pero parece que es lo que la gran mayoría hace mayormente en estos tiempos. Es una lástima que nos perdamos la esencia de la Navidad en el shopping o en el tumulto de las calles comerciales o los supermercados abarrotados de gente. Y es más lamentable aún, en mi modesto entender, que los medios de comunicación masivos no hagan más que calentarnos la cabeza a grandes y, sobre todo, a chicos, con COMPRAR, y no se ocupen de mostrarnos más que una navidad apócrifa. Lo auténtico de la Navidad está muy lejos de eso que sale en las revistas de los diarios del domingo en nuestro país y, me atrevería a decir, en el mundo. Diría que el 90% de la población mundial -a riesgo de quedarme corta - no regala los anillos de Cartier, los perfumes Armani, las prendas Tommy Hilfiger, los relojes Molvado y las Toyota Hilux. Ni falta que hace. La realidad de la Navidad es el recuerdo de un nacimiento en un establo de Belén. Tanto para creyentes como para quienes no creen en la divinidad del niño cuyo nacimiento reverenciamos, quien confunda Navidad con hacer regalos costosos está errado, y no hará más que engrosar los bolsillos de algunos y su propio vacío existencial haciendo caso omiso de lo que se muestra en la publicidad como el espíritu navideño. 

                              
La Navidad debería remitirnos al hecho de lo sagrado de un nacimiento aún en las condiciones más extremas de pobreza digna. A la realidad de una mujer que se la jugó entera cuando dijo "¡Sí!" a la locura de ser madre sin estar casada, en tiempos en que ésto le podría haber costado la vida, que bien podría haber perdido a pedradas; y de ese hombre, José, de quien poco se sabe, que en sueños escuchó una voz que le indicó un destino, y la escuchó no sin dudar y debatirse internamente, claro, como nos sucede a todos enfrentados con nuestra misión en la vida. En los evangelios apócrifos se dan muchos más detalles del antes y el después del nacimiento de Jesús. La aparición del ángel a María incluye un extenso diálogo lleno de preguntas muy lúcidas hechas por una joven mujer atónita pero reflexiva frente a Gabriel, donde demuestra que además de estar dispuesta a hacer lo que su Dios espera de ella, piensa, razona y teme. De ahí que en cuanto comienza a hacerse visible su embarazo, emprende un viaje peligroso para una muchacha tan joven en su estado, y se va a visitar a su prima Isabel, también encinta, no sólo para acompañar a una mujer entrada en años a punto de parir, sino también para darse tiempo de digerir lo que se le venía y esconderse de la vista de su gente por un tiempo.

Al momento de producirse el nacimiento, se encontraban, según los textos apócrifos, a mitad de camino, y decidieron refugiarse en una caverna, donde, según allí se cuenta, se produjo el nacimiento sin asistencia de una partera, quien recién llegó una vez consumado el hecho. Según estos textos, el alumbramiento verdaderamente "alumbró" la caverna, tanto que su luminosidad le indicó el camino a la experimentada matrona, que llegó para asombrase del estado de perfecta virginidad de María, quien más allá de toda disquisición, era virgen de los modos de este mundo. Fueron entonces un hombre y una mujer los verdaderos protagonistas de esta historia. Un hombre y una mujer escapados, temerosos, sin medios, sin conexiones ni ayuda de nadie más que del Dios en el que creían, los que hicieron posible el milagro de la vida en condiciones impensables. Ese es el misterio al que deberíamos remitirnos en Navidad. 

Ni las luces de los arbolitos, ni los fuegos de artificio, ni los estruendos, ni los regalos, ni las comilonas regadas por el mejor champagne deberían apartarnos del hecho de que el gran misterio de la vida que celebramos en Navidad reside en lo sencillo, en lo simple, en el deseo profundo de aceptar a los demás derribando las barreras de nuestros prejuicios, de un mundo que asista a las parturientas excluidas al dar a luz, que dé cobijo a los pobres y albergue a los sin techo. La Navidad es la promesa en los corazones de los puros de un mundo más humano, donde el amor sea más fuerte que el odio, la inclusión más extendida que la exclusión, y la luz sea el arma que derrota a la oscuridad que brilla en el apócrifo glamour del consumismo.


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