lunes, 18 de mayo de 2015

Kintsukoroi

Vincent Van Gogh, El puente Ōhashi a Atake bajo una lluvia repentina, (1857)

Hoy aprendí que los japoneses creen que cuando un objeto ha sufrido un daño y tiene una historia se vuelve más hermoso. Por eso se reparan objetos rellenando sus grietas con oro, platino y plata. A este trabajo se lo conoce como Kintsukoroi, y constituye el arte japonés de arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y sus respectivas reparaciones hacen a la historia de un objeto, como si se tratara de su biografía o, por extensión, de la nuestra, y deben mostrarse esas imperfecciones acumuladas a través del paso del tiempo, en lugar de ocultarse, deben incorporarse, y además, hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación.

Fue Heráclito de Éfeso, conocido también como "El Oscuro de Éfeso", filósofo griego presocrático, quien nos enseñó a los occidentales claramente que el fundamento de todo aquello que nos circunda está en el cambio incesante, que las entidades devenimos y todo se transforma en un continuo proceso de nacimiento y destrucción al cual nada escapa. Todo este fluir está pautado por la ley de Logos que rige al mundo y que nos habla, aunque la gran mayoría de nosotros no sepamos o deseemos escuchar su voz ni hablar su misma lengua. Para Heráclito, lo sabio es "uno y una sola cosa". Quizás el fragmento más conocido de su obra es el que reza:


ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε.
En los mismos ríos entramos y no entramos, 
pues somos y no somos los mismos.

El cambio y las imperfecciones son parte intrínseca de la naturaleza que nos circunda y de la nuestra. La postura más sabia y sana, se me ocurre, reside en asumirlos, aunque se dice más fácil de lo que se hace. Las grietas, las roturas, las heridas del cuerpo y del alma humana también son prueba irrebatible del buen combate de la vida, de nuestra imperfección y fragilidad, pero ante todo, dan crédito fehaciente de nuestra capacidad de resiliencia, de esa obstinación tan admirablemente humana de levantarnos luego de las caídas, de recuperarnos de los golpes recibidos, de capear los temporales y así salir de ellos fortalecidos y renovados.

"El nombre del arco es vida; su función es dar muerte."
Heráclito de Éfeso


A boca de jarro

sábado, 16 de mayo de 2015

Match Point

"Aquel que dijo "más vale tener suerte que talento" conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en que la pelota golpea con el borde de la red, y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o hacia detrás. Con un poco de suerte, sigue hacia adelante y ganás, o no lo hace y perdés."
                                                  Introducción a "Match Point", Woody Allen


Escuchando aquella canción de su temprana adolescencia se refugiaba de esa tonada monótona y mecánica que no paraba de sonar en su cabeza todo el tiempo y salía al jardín a cada rato a fumar en un fútil intento de aliviar el punzante malestar existencial. Hacía tiempo que ya no tocaba la guitarra ni canturreaba a su Serrat de siempre. Su voz sonaba destrozada. Las cavilaciones le consumían los días. Estaba acelerado, ansioso, sentía que si no estaba haciendo algo, aunque más no fuese moviendo el pie izquierdo cruzado sobre su extensa pierna derecha, algo no andaba bien. El psiquiatra que le había recetado antidepresivos cuando fue aquel yeite de que el mayor se fue al Machu Picchu de mochilero con una impresentable le acababa de cambiar la medicación por unos psicotrópicos que lo ponían de la cabeza. Apagó el último cigarrillo que quedaba del atado que había comprado después del café del desayuno, tomó un jugo para quitar el olor a cenicero de la boca y fue a buscar la raqueta de tenis al baúl. Se calzó el equipo deportivo, las zapatillas, cazó los documentos y la billetera y se fue a descargar a la cancha del club, llamado a Hugo de por medio para que le hiciera la gamba. Desde la puerta del garaje le gritó a Inés que no lo esperara despierta porque volvía tarde.Ya deseoso de otro pucho y embriagado por el humo de la promesa de un asado en el quincho a manos de Pancho cayó desplomado cerca de la red intentando hacer Match Point. Un ataque cardíaco fulminante. Cincuenta y siete pirulos, qué lo parió. Hacía apenas tres meses que había enterrado al último amigo de verdad que le quedaba: su viejo.







A boca de jarro

domingo, 10 de mayo de 2015

Las beatas

Bartolomé Esteban Murillo , Mujeres detrás de la rejilla

Son señoras de pompas generosas, siempre bien peinadas y emperifolladas, que se reúnen una vez por semana a rezar en la parroquia de acá la vuelta. Como todo pueblo chico, la parroquia es un infierno grande y hay miles de chismes jugosos rodeándola. Pero no se puede ser tan antisocial, me invitaron en la misa del domingo y, al final, no me queda ninguna amiga, no salgo nunca sola más que al supermercado, vamos a probar que con probar no se pierde nada, me termino de auto-convencer mientras me maquillo poco y natural frente al espejo aún salpicado por una ducha rápida y fresca aquella tarde pegajosa de mediados de diciembre, y me voy a las corridas porque van a hacer bendecir unos regalitos para los enfermos del hospital al que voy con dos de ellas de visita todos los viernes por la mañana hace unos meses ya. Por eso me da no se qué rehusar el convite, no quiero también dejar de ir al hospital, ya dejé de ir a tantos lugares... Luego de una breve ceremonia, se sientan en círculo y me proponen quedarme para orar con ellas. Miro el reloj con disimulo: tengo a toda la familia en casa y hay que preparar la cena, pero para estas señoras las cosas mundanas siempre pueden esperar, qué envidia me dan. Las beatas empiezan por cerrar los ojos, extender las manos y dejar salir glorias y alabanzas en voz alta. Luego, como poseídas, recitan frases Bíblicas de memoria y le dan a su rumrum místico y a las canciones de misa hasta que no arden las velas. Culminan la sesión espiritual leyendo una lectura que - según aseguran- les es revelada para la ocasión y, como es de esperar, me toca leer en voz alta, aunque no me molesta, ya estoy acostumbrada. Bajan a la tierra cuando el cura se cansa de aguantarlas y hay que cerrar la iglesia con reja y todo por seguridad o se afanan hasta las plantas que tienen bien cuidadas en el altar. Recién entonces es hora de socializar.

- Pero esta chica, ¿por qué no viene nunca? Ah, ella sólo va al hospital... 


Al averiguar mi edad y algunos datos de mi biografía, que llega rato después de que se me pone al tanto de quién es la viuda, quién la sobreviviente de una terminal y quién la madre de hija soltera avergonzada del destino poco católico de su cría, me dan la absolución por no participar del grupo carismático todos los miércoles, y me vuelvo a casa pensando, como siempre, que hay algo en mí que hace que al final no termine nunca de encajar en ningún lado más que en la cocina.

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