El cuadro del día para empezar el día Hoy: "Hay dias que lo mejor es dejar que el corazón descanse."
Obra de Felipe Gimenez
Felipe Gimenez, artista plástico. Nació en 1963, en la ciudad de Mar del Plata, Argentina. Reside y trabaja en Sierra de los Padres, Buenos Aires, Argentina.
Creo en mi
corazón, ramo de aromas que mi Señor como una fronda agita, perfumando de
amor toda la vida y haciéndola bendita.
Creo en mi corazón, el que no
pide nada porque es capaz del sumo ensueño y abraza en el ensueño lo
creado: ¡inmenso dueño!
Creo en mi corazón, que cuando canta hunde
en el Dios profundo el franco herido, para subir de la piscina viva recién
nacido.
Creo en mi corazón, el que tremola porque lo hizo el que turbó
los mares, y en el que da la Vida orquestaciones como de
pleamares.
Creo en mi corazón, el que yo exprimo para teñir el lienzo
de la vida de rojez o palor y que le ha hecho veste encendida.
Creo
en mi corazón, el que en la siembra por el surco sin fin fue
acrecentando. Creo en mi corazón, siempre vertido, pero nunca
vaciado.
Creo en mi corazón, en que el gusano no ha de morder, pues
mellará a la muerte; creo en mi corazón, el reclinado en el pecho de Dios
terrible y fuerte.
Gabriela Mistral : Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, conocida por su seudónimo Gabriela Mistral (Vicuña, 7 de abril de1889 – Nueva York, 10 de enero de 1957), fue una destacada poetisa, diplomática, feminista, y pedagogachilena. Gabriela Mistral, una de las principales figuras de la literatura chilena y latinoamericana, fue la primera persona de América Latina en ganar el Premio Nobel de Literatura, el cual recibió en 1945. http://es.wikipedia.org/wiki/Gabriela_Mistral
Ser madre en la compleja realidad del siglo XXI es todo un desafío. Supongo que nunca ha sido tarea fácil. Cuando pienso en los referentes familiares que han ocupado este rol, comprendo que han tenido que atravesar experiencias agridulces. Y me siento consolada y contenida, porque a pesar de tanta literatura, reflexión, asistencia psicológica y avances, las luces y las sombras de la maternidad siguen siendo más o menos las mismas que nos confrontan hoy a quienes optamos por traer hijos al mundo, que por cierto parece que cada vez somos menos. Posiblemente se han agregado algunos condimentos más, gracias a que las mujeres hemos finalmente acepatado que nacemos para ser antes que para ser madres.
Cuando nos hacemos madres, no tenemos la más pálida idea de lo que esto implica. Somos pura inconsciencia, entusiasmo y deseo. Creemos infantilmente que es más o menos lo mismo que cuidar de nuestras muñecas, hermanitos y primos menores o alguna mascota querida. Pero el bebé que asoma un buen día en el que sentimos tocar el cielo con las manos, si todo sale bien, pronto nos enfrenta con nuestro propio ser en todo el espectro de sus riquezas y humanas limitaciones. Es el bebé quien despierta nuestra animalidad ancestral, y no nuestro instinto el que nos toca una campanita avisándonos que ha llegado la hora de ser prolíficos y multiplicarnos. Y al despertarse el instinto, que nos embriaga de dulzura y necesidad de prodigar cuidados, calor, nido y contacto, también se despierta una parte nuestra que no se había manifestado antes: la necesidad imperiosa de preservar nuestro "yo" tal como lo conocíamos antes de que el hijo llegara. Misión imposible, mujeres: al parir, nos partimos, y las partes nunca volverán a fusionarse en el mismo todo. Deberemos "parirnos a nosotras mismas", re-crearnos, bajo una nueva luz. Comienza allí una especie de tironeo doloroso, molesto y arduo en el que es menester anteponer las necesidades básicas del crío, que no pidió venir al mundo y que no puede valerse por sí mismo ni podrá por años, a las necesidades vitales y existenciales propias, que nunca antes habíamos desatendido tan estruendosamente. Cosas simples como dormir, alimentarnos, ir al baño, darnos una duchita, vestirnos tomándonos el tiempo femenino que eso implica, hacer el amor o salir a la calle para hacer lo que hace falta hacer en una vida normal, se complican. Y arremetemos con todo eso con el bebé a cuestas. Nos hacemos canguros. Se puede, se logra, pero no me pregunten cómo: no hay fórmulas, aunque abunde toda una literatura sobre el tema. Por suerte hay algunos buenos referentes, mujeres con ovarios y cerebro, como Laura Gutman, que ayudan mucho a digerir la capita azucarada con la que se pretende endulzar a la maternidad real, y de hecho esa línea de pensamiento reverbera en estas líneas...
Hay días de absoluta locura, de sentimientos encontrados, de replanteos oscuros y mortificantes, y días paradisíacos en los que agradecemos a la vida, a Dios y a todos los Santos por haber tenido a nuestros hijos. Digo días, aunque en verdad se pasa de un estado al otro, del cielo al infierno, en cuestión de horas o minutos. Nos hacemos bipolares. Esta es la verdadera maternidad de la que siento pocas mujeres se atreven a hablar con total honestidad y "a boca de jarro".
Georges Braque, Figura
Yo creo que no nos hacemos ningún bien si nos proponemos ocultar y ocultarnos a nosotras mismas que el arte de ser mamá se aprende minuto a minuto encarnándolo hasta la médula, con compromiso, entrega y toneladas de paciencia, para con nuestros hijos y para con nosotras mismas y toda la constelación familiar que se gesta y se reacomoda al devenir madres. Maternar es un arte que, como todo arte, conlleva prueba y error, éxitos y fracasos rotundos, momentos de absoluta plenitud y otros de agobio y desborde.
Recuerdo que una de mis mayores preocupaciones al quedar embarazada era el parto, en rigor, era mi temor de los dolores de parto que se nos anuncian bien dolorosos ya desde el Génesis Bíblico... Y recuerdo las palabras de mi propia madre, que habían sido repetidas infinidad de veces, y supongo que si hoy sus nietas le preguntan por el tema, que ya les empieza a despertar curiosidad y hasta cierta preocupación, la respuesta será la misma: "Duele un poquito... como si estuvieras haciendo una caquita dura. Pero enseguida se pasa." Sé positivamente que mi mamá lo decía por bien, y porque muy posiblemente es el cuento que le han contado a ella y que ella se creyó, para maldecir hasta a su propia madre en el momento de parir. Y ésto lo cuento porque es así, con ese grado de infantilización y ocultamiento de las verdades básicas de la maternidad, como la enorme mayoría de las mujeres, incluso mujeres urbanas, con título, carrera y honores bajo el brazo (tal vez las más penosamente desinformadas y desconectadas de la naturaleza en cuestiones de maternidad), como llegamos a ser madres.
Hay además, y en mi modesto entender, una mistificación del acto de parir y de las primeras épocas de absoluta fusión con el bebé en nuestro tiempo, que se ve plasmada en color rosa, o más bien, blanco, como las mamás y los bebés inmaculados de las propagandas, mamás frescas, esbeltas y tonificadas y bebés resplandecientes, que nada tienen que ver con la verdadera cara del maternaje en su arranque, y que además tan sólo comienza entonces. Si bien el parto puede ser un momento sublime, insisto, si todo resulta bien, y las primeras semanas, un idilio absoluto, al menos en nuestra memoria afectiva una vez que han quedado atrás, ser madre es una realidad que cuelga de nosotras como nuestras tetas luego de haber amamantado a la cria, por el resto de nuestros días. Nunca dejamos de serlo. Nuestros hijos son causa de nuestros mayores logros, de nuestras más profundas alegrías y orgullo, así como también de nuestras más desconcertantes preocupaciones y pesadillas. Y tal vez lo más difícil llega el día en el que traspasan el umbral de la puerta y se van, ya no de nuestra mano: el día en el que se van solitos, armados con una pequeña mochila y un celular, y les rogamos que nos avisen dónde y con quién están, para que ignoren u olviden nuestro ruego, hasta que finalmente los llamamos nosotros y los importunamos o avergonzamos. Es la paradoja esperable del hijo que crece, ese a quien le hemos dado la teta, la papa en la boca, le hemos limpiado el culo infinidad de veces, lo hemos llevado corriendo a la guardia de un hospital cuando se hizo aquel corte o al pediatra un centenar de veces para ver cómo iba creciendo, al que hemos tenido que despegar de nuestras piernas para que se dignara a entrar al jardín, haciéndonos sonrojar por sus alaridos salvajes, siendo ya mujeres grandes, como si le estuviésemos haciendo el peor de los males, y que ahora se avergüenza de nuestros besos o caricias en público, y se empecina en querer prescindir de los cuidados que es necesario seguir brindándole, porque sabemos que aunque se sienta un león, todavía no sabe rugir en esta selva a la que hay que dejarlo salir libre...
Ser madre es una arte. Y en el arte hay muchos estilos. El mismo objeto puede ser plasmado de mil maneras distintas de acuerdo a la mano del artista. Aquí va mi homenaje desde el arte a todas aquellas mujeres cercanas y remotas que han elegido, desde su inocencia y su altruismo, ser madres, y se esmeran por mejorar la técnica día a día para darle al mundo las obras de arte que le están haciendo falta.
Hay una costumbre ahora muy arraigada entre adolescentes y jóvenes porteños (no me animo a generalizar a nivel país en ésto, pero supongo que aplica...), por la cual antes de ir al boliche, a bailar, quiero decir, el viernes o el sábado por la noche, los chicos se reúnen en algún pub a beber para llenar las horas y precalentar antes de entrar al boliche, que con suerte abre sus puertas a las dos y media o tres de la mañana. Como asumo que la mayoría de quienes me leen son mayormente seres diurnos, les propongo divertirnos con una especie de pre-boliche del día de la madre sin alcohol. Bueno, si desean, acompañen la lectura de este texto que me hizo llegar una amiga por mail, con quien suelo compartir mi risa, con una copita de algo para entonarse. Sé que una entrañable compañera de colegio primario y secundario ha leído mi blog de madrugada acompañándose con una copita de un cointreau añejo que reserva para ciertas ocasiones, así que ¿por qué no? Con o sin la compañía etílica, la risa está asegurada.
Todo lo que siempre necesité saber, lo
aprendí de mi Madre: -Mi madre me enseñó a
APRECIAR UN TRABAJO BIEN HECHO: "Si se van a
matar, háganlo afuera. Acabo de terminar de limpiar!" -Mi madre me enseñó RELIGIÓN: "Rezá para que
esta mancha salga de la alfombra."
-Mi madre me enseñó RAZONAMIENTO: "Porque yo lo
digo, por eso... y punto!!!!" -Mi madre me enseñó PREVISIÓN: "Asegurate de
llevar ropa interior limpia, por si tenés un accidente." -Mi madre me enseñó IRONÍA: "Vos seguí
llorando, y vas a ver como te doy una razón para que llores de
verdad." -Mi madre me enseñó a ser AHORRATIVO: "Guardate las
lágrimas para cuando yo me muera!!!" -Mi madre me enseñó ÓSMOSIS: "Cerrá la boca
y comé!!!!!" -Mi madre me enseñó CONTORSIONISMO: "¡Mira la
suciedad que tenés en la nuca, date vuelta!" -Mi madre me enseñó FUERZA Y VOLUNTAD: "Te vas a
quedar sentado hasta que te comas todo." -Mi madre me enseño METEOROLOGÍA: "Parece que ha
pasado un huracán por tu cuarto." -Mi madre me enseñó VERACIDAD: "¡¡Te he dicho
un millón de veces que no seas exagerado!!" -Mi madre me enseñó MODIFICACIÓN DE
PATRONES DEL COMPORTAMIENTO: "Dejá de
actuar como tu padre!!!!!" -Mi madre me enseñó habilidades como
VENTRILOQUIA: "No me
rezongues, callate y contestame: ¿por qué lo hiciste?" -Mi madre me enseñó LENGUAJE ENCRIPTADO "No
me, no me.... que te, que
te..." -Mi madre me enseñó técnicas de
ODONTOLOGÍA: "Me volvés a
contestar y te estampo los dientes contra la pared!!!" -Mi madre me enseñó GEOGRAFÍA: "¡Como sigan
así los voy a mandar uno a Jujuy y al otro a La Antártida
!" -Mi madre me enseñó BIOLOGÍA: "¡Tenés menos
cerebro que un mosquito!" -Mi madre me enseñó LÓGICA: "Mamá, ¿qué
hay de comer?"" ¡COMIDA!" -Mi madre me enseñó RECTITUD: "Te voy a
enderezar de un tortazo!!!" ¡¡¡GRACIAS
MAMA!!!....