miércoles, 24 de octubre de 2012

Con un sólo ojo



Últimamente, resulta que el mejor remedio para las tripas no es el omeprazol ni el pantoprazol. En verdad, el pantoprazol me constipa, por más que agregue fruta con cáscara, fibra y Activia a mi dieta. Tengo que preguntarle al gastroenterólogo, que me va bajando la dosis en cada visita, por qué será. Mientras tanto, estoy un tanto inflada de tanta flatulencia. Y estando en este estado descubrí que la mejor medicina para mi acidez estomacal es mirar la realidad en la que estoy metida como desde cierta distancia. Podría decirse que antes me sentía inmersa, a veces desbordada, a punto como de ahogarme en ese mar revuelto y agitado del día a día. Ahora, el oleaje sigue batiendo contra la ventana pero yo lo observo detrás del vidrio, y hasta parece que hasta ni me salpicara.

Supongo que si además de gastroenterólogo consultara con un psicólogo, como el mismo gastroenterólogo me recomendó sin éxito, me diría que logré tomar distancia psicológica de ciertos hechos en los que antes me enroscaba.

Jugando un poco a ser mi propia terapeuta, trato de que la cosa en sí no sea nada, como cuando uno es espectador de un hecho y se hace conciente de las condiciones de su mirar: veo que algo sucede, algo está pasando, lo percibo y punto. Trato de no ir más allá. Puede parecer digno de un autómata y no siempre resulta tan sencillo,  aunque con la práctica funciona para mi emocionalidad saturada. En cambio, si al observar un hecho cotidiano, sea del ámbito privado o el ámbito social, político y económico que muestra la prensa, le agrego, primero, un juicio de valor propio, especialmente uno negativo; luego, la emoción que ese juicio dispara en mí, y encima de todo me involucro y pretendo hacerlo mejor, cambiarlo o marcarle un rumbo diferente o un ritmo distinto, ahí es cuando viene el reflujo.

Me puse a leer, para ver si esto que es simplemente una hipótesis de un posible camino, que de hecho vengo transitando para reducir la causa de mis males, de las cuales no me interesa la etiqueta de un diagnóstico, tiene algún sustento psicológico comprobado. Y me encontré con que en Estados Unidos, un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan llegó a la conclusión de que la sabiduría se obtiene al ver las cosas desde la distancia. Según estos estudiosos "las personas con una perspectiva universal (de distancia), en realidad procesan la información de forma distinta que las que tienen una perspectiva más egocéntrica." La investigación también ha mostrado que el dialectismo, es decir, el darse cuenta de que el mundo es fluido y que es probable que el futuro cambie, y la humildad intelectual, el reconocimiento del límite del conocimiento propio, son aspectos claves de un razonamiento sabio. En un experimento llevado a cabo en 2011, estos señores les pidieron a 57 estudiantes universitarios a punto de graduarse o recién graduados, que no podían encontrar trabajo, que eligieran tarjetas de un mazo que describía la recesión en el país del norte y los altos niveles de desempleo, y pensaran cómo la economía les afectaría personalmente. Luego, se los instó a razonar en voz alta sobre el tema desde una perspectiva egocéntrica o con distancia. Descubrieron que los participantes que adoptaron una perspectiva de distancia eran significativamente más propensos a reconocer los límites de su conocimiento y a admitir que era muy probable que el futuro cambiase.

Lo cierto es que yo no quería ir tan lejos con esta reflexión ni llegar a la conclusión de que he alcanzado la sabiduría ni de que nos espera un futuro mejor, pero creo que di un paso al frente, y en un mundo que parece ir para atrás, me congratulo por ello. Estoy aprendiendo a confiar en el proceso y en el desarrollo de la vida, a soltar los juicios y los temores que se apoderan de mí cuando me meto de cabeza en el hecho, sea algo del ámbito familiar, como la escolaridad de mis hijos, por cuya pobre calidad me dio muchas veces ganas de arrancarme los pelos, y créanme que perdí una considerable cantidad de cabello durante los meses en los que mi malestar fue de índole agudo, o sea el noticiero cotidiano o el diario del domingo. Me doy permiso para dormir más, como una forma de desconectarme, y hasta sueño, dormida, con anhelos que había archivado, como viajar, tan vívida y detalladamente que me da pena despertar. No me fuerzo a hacer lo que no me sale o aquello para lo que llego muy justa con el tiempo: confío en que los míos se las arreglarán sin mi intervención, y me alegra comprobar que así sucede cuando vuelvo a la noche del trabajo. No espero que en el trabajo las personas se vuelvan coherentes y lógicas: me divierto con la incoherencia y pienso que me pagan por tolerarla.  Profundamente y a pesar de todo, siento  que lo que sembré, germinará a su debido tiempo y dará buenos frutos, pero tiempo al tiempo, y el que esté apurado que se embrome. En definitiva, es como haberme disciplinado en el arte de mirar la realidad con un sólo ojo, como parecen hacerlo tantos de quienes nos gobiernan. Tal como hacía  uno que nos dejó hace un par de años. 


A boca de jarro

lunes, 15 de octubre de 2012

Rito de pasaje


 "Sin tener en cuenta los  detalles  más  concretos, 
lo  que  da  sabor  a la  vida  es  estar  profundamente  implicada  en  ella."

                                                                                                                                                                                                    Jean  Shinoda  Bolen


Lo que para algunos ha sido el evento del año, por todo la burbuja en el que lo envolvemos, para mí resultó un acontecimiento profundamente revelador de una crisis vital más de tantas, en el sentido positivo de cambio, que simplemente intensifica mi sensibilidad y me da una mirada clara y honda de lo que he logrado hasta hoy y lo que es mi vida en el ahora.

A través de los símbolos externos del vestido blanco, el moño y los zapatitos perlados, levantarme el día de la Comunión de mi hija y abocarme a la ancestral tarea de la mujer iniciada en el arte de transmitir algunas tradiciones de nuestra femineidad al vestirla, peinarla y sostenerla en su mutación a un nuevo ser al que el rito de pasaje da origen fue movilizador. La imagen de las dos frente al espejo, ya listas para el ritual, trajo a mi memoria lo poco que leí de esta mujer, Jean Shinoda Bolen. En especial, su idea de que un espejo común y corriente refleja la apariencia superficial, pero hay espejos en los cuales vemos reflejadas cualidades intangibles que tienen que ver con el alma. En eso espejo nos miramos y nos encontramos mi hija y yo el sábado pasado.

Quienes han estudiado los ritos explican que están vinculados con cambios físicos, psíquicos o sociales del individuo Esta clase de ceremonias hacen notorio que el individuo cambia su estatus y es reconducido a un nuevo estado. En este caso, vi claramente que mi hija deja una etapa atrás igual que yo, que se inicia ya a su pubertad y yo a mi madurez, y que nuestros roles ahora han cambiado: ella se ocupará de representar la fertilidad y la continuación de mi linaje, y yo estaré encargada de brindarle la sabiduría de vida que me ha sido transmitida por las mujeres que me precedieron: mi madre y mis abuelas.

A Bolen le interesan las mujeres maduras mucho más que a nuestra sociedad. Según explica en uno de sus trabajos, la madurez evoca humedad y jugosidad, sabor y placer, en su justa medida: "En la naturaleza, la vitalidad (el estar vivo) significa que existe una fuente de agua que alimenta un nuevo crecimiento y conserva la vida, que es húmeda. La humedad metafórica y el fluir, tanto para la salud física como para el bienestar emocional, también son esenciales. Los sentimientos genuinos y su expresión sin trabas son húmedos. (...) Implicarse en la vida y comprometerse con ella es una proposición madura. Cada mujer madura recurre a una fuente o a un acuífero profundo lleno de significado..." Y se refiere además concretamente a las lágrimas como manifestación de esta humedad que brotan naturalmente en estos y otros acontecimientos vitales. 

Bolen declaró en una entrevista ampliamente difundida que: "A partir de los 40 años empieza lo mejor si eres capaz de darte cuenta de la cantidad de cualidades potenciales que hay dentro de ti. Entonces te entran ganas de convertirte en bruja (...) una bruja es una persona con poder personal. Las brujas sabias dicen la verdad con compasión, y no comulgan con lo que no les gusta, pero no tienen la rabia de las mujeres más jóvenes. Algunos hombres excepcionales pueden llegar a ser brujas, los que tienen compasión, sabiduría, humor y no están supeditados al poder. Las brujas sabias son capaces de mirar hacia atrás sin rencor ni dolor (...)  Primero aprenden a amar lo que hacen, luego alientan a otros al crecimiento. Saben reconocer lo frágil y lo que tiene valor, y también lo que debe ser podado."

Así me sentí en medio de este rito iniciático de mi hija que ya ha dejado de ser pequeña: una bruja madura fluyendo y dándole a beber de los secretos que ahora ella necesita aprender de mí, que la materno desde un lugar más sutil pero igualmente físico y concreto, como el de la madre de aquella niña pequeña que ahora observa con mayor distancia aunque con igual devoción como se transforma el fruto con asombro, orgullo y alegría. Se me hizo conciente la necesidad, ahora más que nunca, de ser yo misma en esta implicación madura con la vida en pos de mi propio fluir y para acompañar el fluir de mi hija en su camino de creación de su propia identidad.

Embelleciéndola para entregarla al paso hacia una nueva etapa de su fresca vida sentí que estábamos en nuestro eje, cumpliendo con una misión que todas las mujeres del árbol de la vida del que formamos parte cumplieron para con aquellas que las sucedían. Y todas se hicieron una en nosotras, como alineadas, gracias a lo que devela el rito. La revelación me sacudió y me embriagó de satisfacción.

A boca de jarro

miércoles, 10 de octubre de 2012

Vergüenza ajena

Jonathan Wolstenholme


Me impactó días pasados, estando en clase de gimnasia en el parque polideportivo al que concurro hace años, donde todos nos conocemos aunque sea de vista, la noticia de que Eva, una mujer de alrededor de 50 años, había muerto de manera rápida a causa de un cáncer de pulmón fulminante, tal como lo describió la profesora. Pero en verdad lo que más me escandalizó fue la reacción de algunas de las personas presentes. Ante la pregunta: "¿Fumaba?" y la respuesta afirmativa que esperaban para alzar un dedo condenatorio, comenzaron  los comentarios por lo bajo: " Y sí... a todos los que fuman les pasa, tarde o temprano... o de pulmón, o de garganta, pero se lo agarran..." Sumado a la conmoción ante la noticia, el tenor de los comentarios me revolvió las tripas, no sólo por el nivel de insensibilidad y soberbia absoluta que manifiestan sino por el acuciante grado de ignorancia en términos de lo que debería ser tratado como parte natural de la vida: la enfermedad. Conclusión: una oportunidad para fomentar la salud y prevenir enfermedades terminó enfermándome...


Hay médicos en mi familia que se han cansado de diagnosticar cáncer de pulmón y de otras tantas etiologías en personas que jamás tocaron un cigarrillo ni fueron siquiera fumadoras pasivas. No quiero decir con esto que el cigarrillo no sea responsable de esta y otras patologías en muchos casos, pero no es la única causa. Hay factores genéticos, ambientales y otros, la mayoría de los cuales, muy a nuestro pesar, escapan toda explicación que se intente dar acerca de una enfermedad tan traicionera como el maldito cáncer. Existen agujeros negros en el universo de la enfermedad y de las causas de la muerte, y es siempre nuestra soberbia, esa que según el relato Bíblico nos condenó a ellas, la que intenta penetrarlos por temor a ser succionados por uno de ellos. La enfermedad sigue siendo un misterio que nos excede, y, como todo misterio, intentamos explicarlo para combatirlo cuando, en realidad, siempre nos confrontamos con nuestros propios límites y nuestros propios temores al hacerlo.


En la última semana también, dos personas que me ven esporádicamente por cuestiones laborales me han confiado que sus esposos padecen de esta enfermedad. A una de ellas la noté desencajada. Sabía que su marido había sido operado y tratado, pero pensaban que el cáncer había quedado atrás. Ahora se enteraron de que hay metástasis pulmonar. Y la otra no había podido pegar un ojo en toda la noche anterior a nuestro encuentro porque se acababa de enterar de que su esposo tenía un tumor prostático. Hoy mismo, camino de vuelta de la salida del colegio con mi hija menor, nos cruzamos con una chica de unos treinta años pasada de flacura y con un pañuelo cubriéndole la cabeza. Y hasta me hija notó lo que le sucedía y expresó su pena. Acto seguido, me preguntó lo que dio lugar a esta reflexión: "¿Por qué se tapa la cabeza, má? ¿Le da vergüenza estar enferma?"


No es la primera vez que siento que la enfermedad en nuestros tiempos ha pasado a ser entendida en buena medida como responsabilidad de quien la padece e inclusive produce cierta vergüenza admitirla o mostrarse en público luciendo sus signos "antiestéticos", fundamentalmente por la reacción que genera en los demás. Y esta reacción suele darme vergüenza ajena. La idea subyacente e inmediata que se desata en ciertas mentes al enterarse de un padecimiento de este tipo parece ser "Ah... por algo será. Algo habrá hecho mal para tenerlo."  Un caso paradigmático de lo que intento exponer ha sido lo que le sucedió al mediático Doctor Alberto Cormillot, famoso por hacer perder peso a obesos e híperobesos a través de su programa médico y televiso y marca registrada como garantía de salud; todo un ícono de la vida saludable.

Yo misma le he escuchado decir que almorzaba cereales con yogur y frutas cada día en pos de su salud intestinal y para conservarse en peso, siendo él mismo un obeso recuperado. Y hasta hoy asegura que no se permite jamás una Coca Cola por tenerla "fuertemente identificada con el daño". Muchos de los comentarios de los foristas al pie de la nota donde es entrevistado por La Nación al confesarse públicamente como víctima del cáncer dan vergüenza ajena. El lego se aventura a aseverar que Cormillot tuvo un cáncer por consumir aspartamo, presente en los edulcorantes que consumió y vendió a lo largo de su vida, o por resentimiento, aunque ha sido un hombre existoso en términos de lo que hoy consideramos "éxito". Los gurúes de la "autosanación New Age" se encargan de adscribir emociones negativas como causas del cáncer, agregando una razón más para hacer que quien enferma se sienta aún más infeliz por la gama de emociones negativas que a todos nos habitan y de las que muchas veces no somos ni siquiera plenamente concientes. Y la gente que cree en todo esto a pie juntillas ahora también diagnostica y enjuicia.

En mayo le descubrieron un cáncer de colon, a pesar de que era el pregonero de la prevención de la misma enfermedad, instando a los hombres mayores de 50 años a realizarse un estudio anual para detectarlo precozmente. Se operó inmediatamente, pero al principio no se animó a contar lo que le pasaba. Según confesó meses después a la prensa, tuvo que pensarlo mucho antes de decir la verdad. Sus motivos: "Porque no sabía cómo comunicarlo. Recién el día que salí de la internación, decidí que lo iba a decir. Durante 48 años, construí un vínculo con los medios, con los periodistas. Y si yo no decía la verdad sentía que estaba rompiendo la confianza."

Es claro que la confianza que se rompe en este caso es la de él mismo en toda una forma de vida y un mensaje que ha hecho público. La prevención a base de cuidados permanentes, controles y sacrificios no basta como garantía de una salud inquebrantable. He aquí el misterio, he aquí el límite con el que debió confrontarse. Evidentemente, la confrontación y la aceptación pública de una verdad a la que le dio batalla por años le hizo sentir vergüenza. La idea posmoderna de que existe un seguro para protegernos de todo daño no aplica a la salud, por más que la medicina haga esfuerzos denodados por ganarle la pulseada a la enfermedad con el énfasis en la prevención.

Y es mucha la gente, incluido Cormillot, que vive pensando que somos nosotros quienes "hacemos mal los deberes" y por eso enfermamos, como si se tratara de una cuestión moral. Pensar que el enfermo no es víctima de la voluntad de la naturaleza sino su propio verdugo es una forma de pensamiento muy típico de nuestra posmodernidad culpógena. Nos dejamos seducir fácilmente por una imagen de salud ideal y óptima que, muy a nuestro pesar, está fuera de nuestro alcance.

Fue el genial Aldous Huxley, autor de una distopía que cada vez parece tener más puntos de contacto con nuestra realidad, titulada Un mundo feliz, quien alguna vez dijo: "La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano."

                                           
Y fue Paracelso, el gran médico del siglo XV, quien apuntó que "El médico sólo es el servidor de la naturaleza, no su amo. Por consiguiente, a la medicina incumbe seguir la voluntad de la naturaleza." Tengo la fuerte sospecha de que nos curamos de muchos males al acatar esa voluntad sin ninguna vergüenza. Y esa voluntad es y seguirá siendo un hondo misterio que nos hace simplemente más humanos.
 

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