miércoles, 20 de mayo de 2015

¿Buscadores de la Verdad o Vendedores de Humo?





 Gurdjíeff






"Para poder vivir plenamente,
hay que renacer.
Para renacer, primero hay que morir
y para morir,
primero hay que despertar."


Georges o George Ivánovich Gurdjíeff (Գեորգի Գյուրջիև, Γιώργος Γεωργιάδης, Георгий Иванович Гюрджиев, Gueorgui Ivánovich Giurdzhíyev), (1872 – 1949), fue un maestro místico, escritor y compositor armenio, quien se autodenominaba "un simple Maestro de Danzas". Nacido en la Armenia rusa, Gurdjieff buscó en las fuentes ancestrales las respuestas a las preguntas fundamentales del ser humano. Algunos sostienen que sus planteamientos constituyen un revolucionario cuerpo de ideas acerca de las posibilidades del ser humano en el camino de lo que se ha dado en llamar "evolución consciente". Figura mística y polémica, el "Tigre de Turkestán" dejó un frondoso legado orientado al despertar de las conciencias dormidas, con seguidores y detractores en todo el mundo. 

Cuando los locos años '20 reunían un crisol de personalidades en París, este hombre, con presencia de mago a la vez encantador y bizarro, recorría sus calles con grandes mostachos y cráneo pelado, un sombrero de alas anchas y bastón de oro en la mano, luciendo su figura imponente y enigmática. Sentado en los bohemios cafés parisinos, frente a un cognac o una taza de café, mantenía largas y animadas conversaciones con la gente que podía sostener la potencia de su mirada. Era Gurdjíeff , uno de los maestros espirituales más controvertidos de nuestro tiempo. Muchos lo califican de charlatán. Otros, en cambio, lo ven como un ícono espiritual en un mundo entregado al descreimiento de todo. Gurdjíeff legó al mundo una obra construida por una serie de 5 libros, un ballet, 300 piezas para piano y alrededor de 100 danzas sagradas o "movimientos", pero se lo reconoce fundamentalmente por sus reflexiones aforísticas acerca de la existencia.

II 

Jorge Bucay



"Hayamos sido arrasados o bendecidos,
nunca hay otro remedio que no sea construir
desde y con lo que realmente ha quedado.
Sólo una respuesta obvia aparece en nuestra mente: 
construir con lo que tenemos.
Cada persona 
que ha debido superar momentos 
de hecatombe interna o externa
solamente ha podido rehacerse 
cuando, desde su interior, 
aprendió a confiar 
en los recursos que guardaba."

De este lado del charco y sobre finales del siglo XX se vio brillar la figura de Jorge Bucay (Buenos Aires, 30 de octubre de 1949), psicodramaturgo, terapeuta gestáltico y escritor argentino. Nació en el barrio de Floresta, en la ciudad de Buenos Aires. Se graduó como profesor en 1973, en la Universidad de Buenos Aires, empezando su especialización en enfermedades mentales en el servicio de Interconsulta del Hospital Pirovano de Buenos Aires y en la Clínica Santa Mónica del partido bonaerense de Vicente López y completando su formación como terapeuta en Chile y en Estados Unidos. Las obras de Jorge Bucay se han convertido en best sellers en Argentina, España así también como en Venezuela, México, Uruguay, Costa Rica. Además, han sido traducidas a una veintena de idiomas. Algunas de las más relevantes son Cartas para Claudia, Déjame que te cuente, Cuentos para pensar, Amarse con los ojos abiertos y la novela El candidato, premiada en Torrevieja en el 2006. Bucay, asimismo, ha escrito una serie de libros que él denomina “Hojas de ruta”: El camino de la autodependencia, El camino del encuentro, El camino de las lágrimas y El camino de la felicidad. 

El valor de la obra literaria de Bucay es un tema discutido. Algunos críticos consideran al autor como mediocre y elemental. Otros sintetizan el estilo de Bucay remarcando su lenguaje coloquial, comprensible y ligero, que intentaría llevar al lector a encontrar respuestas sobre el comportamiento y el razonamiento humano y ampliar los "horizontes del pensamiento" para lograr entender mejor la vida misma, cambiar la apreciación de las cosas y, en consecuencia, ir modificando su propia vida para lograr vivir en paz y con felicidad.


Tras publicar su libro Shimriti en 2003, Bucay fue acusado de plagio diciéndose que este contenía unas 60 páginas copiadas casi textualmente de la obra La sabiduría recobrada de la española Mónica Cavallé, publicada en 2002. Según el propio autor, el asunto sería un error involuntario por el cual se incluyeron textos de la autora española sin la correspondiente mención de su fuente. Además, Bucay asegura que no se trata de 60 páginas sino de 7 párrafos, proponiendo como prueba los propios textos. Por pedido del propio autor, en la re-edición de Shimriti se citó la obra de Mónica Cavallé correctamente. Hasta el día de hoy Bucay sostiene que la repercusión mediática que tuvo el caso es sólo una campaña de desprestigio. Mónica Cavallé afirmó que el autor argentino se disculpó con ella y que desistió de iniciar acciones judiciales.

Buscadores de la Verdad, maestros espirituales, guías en el camino evolutivo de la consciencia y el alma humanas, iluminados, o Vendedores de Humo, charlatanes profesionales, asidores de entradores refritos de ideas filosóficas, psicológicas y pseudo religiosas ajenas, avivados que comercian con nuestra perenne necesidad de transcendencia y hallazgo de sentido de la vida, lo cierto es que la humanidad líquida de nuestros tiempos, que ha caído en un profundo descreimiento de las religiones tradicionales y ha declarado muerto a Dios, tiende a adorar a estos gurús del pensamiento y los ha colocado en el altar de los grandes.




A boca de jarro

lunes, 18 de mayo de 2015

Kintsukoroi

Vincent Van Gogh, El puente Ōhashi a Atake bajo una lluvia repentina, (1857)

Hoy aprendí que los japoneses creen que cuando un objeto ha sufrido un daño y tiene una historia se vuelve más hermoso. Por eso se reparan objetos rellenando sus grietas con oro, platino y plata. A este trabajo se lo conoce como Kintsukoroi, y constituye el arte japonés de arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y sus respectivas reparaciones hacen a la historia de un objeto, como si se tratara de su biografía o, por extensión, de la nuestra, y deben mostrarse esas imperfecciones acumuladas a través del paso del tiempo, en lugar de ocultarse, deben incorporarse, y además, hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación.

Fue Heráclito de Éfeso, conocido también como "El Oscuro de Éfeso", filósofo griego presocrático, quien nos enseñó a los occidentales claramente que el fundamento de todo aquello que nos circunda está en el cambio incesante, que las entidades devenimos y todo se transforma en un continuo proceso de nacimiento y destrucción al cual nada escapa. Todo este fluir está pautado por la ley de Logos que rige al mundo y que nos habla, aunque la gran mayoría de nosotros no sepamos o deseemos escuchar su voz ni hablar su misma lengua. Para Heráclito, lo sabio es "uno y una sola cosa". Quizás el fragmento más conocido de su obra es el que reza:


ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε.
En los mismos ríos entramos y no entramos, 
pues somos y no somos los mismos.

El cambio y las imperfecciones son parte intrínseca de la naturaleza que nos circunda y de la nuestra. La postura más sabia y sana, se me ocurre, reside en asumirlos, aunque se dice más fácil de lo que se hace. Las grietas, las roturas, las heridas del cuerpo y del alma humana también son prueba irrebatible del buen combate de la vida, de nuestra imperfección y fragilidad, pero ante todo, dan crédito fehaciente de nuestra capacidad de resiliencia, de esa obstinación tan admirablemente humana de levantarnos luego de las caídas, de recuperarnos de los golpes recibidos, de capear los temporales y así salir de ellos fortalecidos y renovados.

"El nombre del arco es vida; su función es dar muerte."
Heráclito de Éfeso


A boca de jarro

sábado, 16 de mayo de 2015

Match Point

"Aquel que dijo "más vale tener suerte que talento" conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en que la pelota golpea con el borde de la red, y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o hacia detrás. Con un poco de suerte, sigue hacia adelante y ganás, o no lo hace y perdés."
                                                  Introducción a "Match Point", Woody Allen


Escuchando aquella canción de su temprana adolescencia se refugiaba de esa tonada monótona y mecánica que no paraba de sonar en su cabeza todo el tiempo y salía al jardín a cada rato a fumar en un fútil intento de aliviar el punzante malestar existencial. Hacía tiempo que ya no tocaba la guitarra ni canturreaba a su Serrat de siempre. Su voz sonaba destrozada. Las cavilaciones le consumían los días. Estaba acelerado, ansioso, sentía que si no estaba haciendo algo, aunque más no fuese moviendo el pie izquierdo cruzado sobre su extensa pierna derecha, algo no andaba bien. El psiquiatra que le había recetado antidepresivos cuando fue aquel yeite de que el mayor se fue al Machu Picchu de mochilero con una impresentable le acababa de cambiar la medicación por unos psicotrópicos que lo ponían de la cabeza. Apagó el último cigarrillo que quedaba del atado que había comprado después del café del desayuno, tomó un jugo para quitar el olor a cenicero de la boca y fue a buscar la raqueta de tenis al baúl. Se calzó el equipo deportivo, las zapatillas, cazó los documentos y la billetera y se fue a descargar a la cancha del club, llamado a Hugo de por medio para que le hiciera la gamba. Desde la puerta del garaje le gritó a Inés que no lo esperara despierta porque volvía tarde.Ya deseoso de otro pucho y embriagado por el humo de la promesa de un asado en el quincho a manos de Pancho cayó desplomado cerca de la red intentando hacer Match Point. Un ataque cardíaco fulminante. Cincuenta y siete pirulos, qué lo parió. Hacía apenas tres meses que había enterrado al último amigo de verdad que le quedaba: su viejo.







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