"Self-portrait with scarf" Rebecca Harp |
"Y, como en todos los cuentos que van de boca en boca y calan en los corazones de las gentes, sólo existen los extremos: lo bueno o lo malo, lo blanco o lo negro, cosas virtuosas y malignas, y no hay posiciones intermedias."
La perla, John Steinbeck.
La fragilidad a la que nos enfrenta la sensación
de falta de salud, por más nimio y tratable que el problema que tengamos que
combatir sea, hace que nos detengamos. Cualquier malestar es un claro pedido
que nos hace el cuerpo de la necesidad de parar, de descansar, de focalizar, de
indagar, de replegarnos para conectarnos con el mensaje que el cuerpo reclama que
escuchemos, ese cuerpo que generalmente cumple con lo que se espera de él y en
eso se olvida de que se debe ante todo a sí mismo. Si ese cuerpo que es uno no está bien,
difícilmente pueda estar bien para el quehacer cotidiano y para los
demás.
Me practicaron un estudio gástrico invasivo que
arrojó un diagnóstico que según los médicos es "nada serio",
aunque el impacto del rótulo y lo que conlleva, además de lo que se
lucubra, hay que digerirlo para luego juntar fuerzas y encaminar la
sanación. Y justo frente al lugar donde tomé un desayuno tardío luego de
horas de ayuno contraproducente para mi condición pero necesario para la
práctica médica y sumamente purificante para el alma, había una librería magnífica de techos de teja, pisos de
madera y ventanales que dejaban pasar la luz tibia del sol de una fría mañana de
julio en Buenos Aires.
Siempre que he tenido que pasar por trances que
involucraron mi salud y mi sentido de integridad física y supervivencia
encontré un libro oportunamente del cual sostenerme. Y esta vez se me vino la
necesidad de entrar en la librería, lugar que adoro, y adquirir una breve novela
de John Steinbeck que me quedaba pendiente: La perla.
Probablemente una de los primeros efectos de
enterarse que uno padece de alguna enfermedad sea la autoindagación y el
preguntarse cuánto he hecho yo para llegar a esto, y si esto cambia mi vida de
aquí en más, qué cosas me han quedado por hacer. No sé si es sabio
pensar así o ni siquiera si es prudente pensar tanto, pero supongo que pasa. A
mí me pasa. Y una de las primeras cosas que se me vinieron a la cabeza como
respuesta fue mi inclinación por pensar tanto la vida, por intentar tragar lo que considero voluminosos y copiosos hechos cotidianos que luego
resultan indigestos. Se reafirmó la percepción de que no soy de las que asume que puede comerse
a la vida. Más bien, temo que la vida termine por devorarme a mí. Y
una de mis cuentas pendientes consiste simplemente en leer algunos libros que
tengo en una lista que cada año se hace un poco más extensa. Así de simple.
Aunque parece que nunca hay tiempo para saldar esa cuenta. Es entonces cuando se filtra la medida del tiempo y se hace tiempo.
La perla es una novela bellísima, llena de
simbolismo y narrada con ese despojo, simplicidad y hondura que sienta tan bien
en un proceso de curación. La estoy leyendo de a poquito, masticándola
lentamente. Tanto que apenas terminé el primero de apenas seis capítulos. Mi
vida por estos días, como mis actividades, se mueve en cámara lenta.
Me quedo con unas líneas que percibo, que a modo
de espejo, reflejan lo que estoy sintiendo actualmente. Cuando todo está bien,
siento en mi cabeza lo mismo que Kino, el protagonista de La perla:
"En
la cabeza de Kino había una melodía clara y suave, y si hubiese podido
hablar de ella, la habría llamado la Canción Familiar. "
hablar de ella, la habría llamado la Canción Familiar. "
Pero si aparece la amenaza del mal, me inunda y me arrastra esa
música tan temida como el escorpión en la novela:
"A
su cerebro acudía una nueva canción, la Canción del Mal, la
música del enemigo, una melodía salvaje, secreta, peligrosa, bajo la cual la
Canción Familiar parecía llorar y lamentarse.
El escorpión seguía bajando por la cuerda...”
música del enemigo, una melodía salvaje, secreta, peligrosa, bajo la cual la
Canción Familiar parecía llorar y lamentarse.
El escorpión seguía bajando por la cuerda...”
La Canción Familiar acompaña aunque
también llora y se lamenta ante la irrupción de la Canción del Mal, y se
descubre que La Perla es ese tesoro que vivimos buscando aún cuando lo
tenemos, y que sólo se aprecia cuando se teme perderlo y se ve claramente que no hay nada que buscar. Este estado de
equilibrio que se nos hace tan frágil y vulnerable cuando se esfuma nos conecta
con nuestra endeble humanidad, que no es otra cosa que un ensamble de melodías que se me hacen más audibles hoy por hoy.
A boca de jarro