“Figura”, óleo sobre tela del pintor argentino Spilimbergo (1931). |
"El descontento es el primer paso
en
el progreso de un hombre o una nación."
Oscar Wilde.
En Ricardo
III, Shakespeare creó genialmente al villano por excelencia, al ingenioso y
cínico inspirado sólo en parte por el último rey de los Plantagenet, que con su
derrota en la Guerra de las Dos Rosas y muerte dio paso a los Tudores en la
Inglaterra del siglo XV. La obra abre con las célebres líneas que contienen un
jugoso juego de palabras basado en los homónimos "sun" (sol)
y "son" (hijo) en "the sun of York”:
"Ahora
el invierno de nuestro descontento
se
vuelve verano con el sol de York..."
Es sólo
un leyenda la que representa al personaje de Ricardo III como jorobado y cojo de nacimiento,
magistralmente plasmada y analizada en cine por Al Pacino, una exageración
creada por la genial pluma del Bardo para impactar a su audiencia con este
inolvidable y colérico personaje que sus coetáneos tomaron como veraz. Pero más
allá de estos datos que me apasionan desde que los aprendí, diría hoy si
se me permite que éste es el verano de mi descontento. Y me hago
cargo de esta emoción negativa que me resulta más difícil de doblegar que el
caballo por el cual este rey perdió su vida y su reino en el campo de batalla a los 32 años, gimiendo:
"¡Mi reino por un caballo!".
Los malestares y signos de cambio en lo que ya debo asumir, a mis 44 años, como la curva
descendente del ciclo de la vida que he estado experimentando en los últimos
meses, sin aún tener un diagnóstico certero ni tratamiento definitivo por
depender de la intervención de variados especialistas, lo cual requiere de
tiempo y paciencia, producen en mí una catarata de emociones del espectro
negativo que me inunda: tristeza, porque se sospecha que no hay vuelta
atrás y se pierde en calidad de vida, (sobre todo se pierde mi precioso y largo cabello rubio...), enojo,
porque he hecho mayormente "los deberes" para prevenir la enfermedad en mi vida
haciendo ejercicio por años, comiendo sano y hasta dejando de fumar, así es que,
desde mi soberbia, no entiendo por qué me pasa ésto a mí, y miedo, primo
hermano del enojo, ante los prospectos que mi mente, etiquetada por
especialistas contenedores si los hay como neurótica, ansiosa e
hipocondríaca, agiganta.
El enojo es una emoción que nos asusta cuando nos domina ya que hemos sido educados para reprimirla. Según Norberto Levy, médico psicoterapeuta que tiene en su haber varias publicaciones en las que analiza las emociones consideradas conflictivas, el enojo es energía destinada a resolver el problema que lo genera, aunque advierte que es menester saber cómo canalizarlo para que sea usado constructiva y no destructivamente. Tiene además una base biológica, ya que tanto en humanos como en animales, se activa ante lo que se percibe como una amenaza y nos pone en alerta, dándonos fuerzas extras para confrontar el peligro y preservar nuestra integridad. El organismo segrega adrenalina y noradrenalina para posibilitar los mecanismos de lucha. Éste es el componente químico del enojo y su descarga es necesaria para recuperar el estado de armonía que nos permite un adecuado funcionamiento en tiempos de paz y armonía, cuando ya no nos sentimos amenazados.
El enojo es una emoción que nos asusta cuando nos domina ya que hemos sido educados para reprimirla. Según Norberto Levy, médico psicoterapeuta que tiene en su haber varias publicaciones en las que analiza las emociones consideradas conflictivas, el enojo es energía destinada a resolver el problema que lo genera, aunque advierte que es menester saber cómo canalizarlo para que sea usado constructiva y no destructivamente. Tiene además una base biológica, ya que tanto en humanos como en animales, se activa ante lo que se percibe como una amenaza y nos pone en alerta, dándonos fuerzas extras para confrontar el peligro y preservar nuestra integridad. El organismo segrega adrenalina y noradrenalina para posibilitar los mecanismos de lucha. Éste es el componente químico del enojo y su descarga es necesaria para recuperar el estado de armonía que nos permite un adecuado funcionamiento en tiempos de paz y armonía, cuando ya no nos sentimos amenazados.
Es
sumamente interesante lo que cuenta Levy acerca de lo que sucede con los
lobos, animales combativos por naturaleza que han logrado
"ritualizar" la descarga de su enfado de tal modo que cuando se
enfrentan en lucha territorial, el perdedor ofrece su cuello al rival en señal
de entrega y el vencedor, en lugar de atacarlo y terminar con él, se aparta de
la contienda y busca el lugar más alto de la región para establecerse allí. El
vencido se retira, y el vencedor ha resuelto el problema canalizando su emoción
sin destruir a su adversario, gozando ahora del equilibrio que sobreviene al
haber hecho catarsis productivamente, mostrando los dientes y autoafirmándose,
y por haberse asentado en un plano desde donde puede ver más claramente su territorio
y el horizonte. El tiempo hará también lo suyo, transcurriendo y disminuyendo
la descarga para convertirla en un torrente de aguas calmas que fluyan sin
obstáculo a la vista.
Es entonces preciso tener en cuenta que el enojo que sirve ante las frustraciones no es un fin en sí mismo sino un medio para resolver conflictos, para luchar contra enemigos inquietantes que amenazan con quitarnos lo que es o lo que creemos nuestro, para llegar a esa planicie en lo alto que visualizamos como la calma y, desde allí, idear un proyecto que repare lo que se ha dañado o perdido y erradique el problema que ha surgido en la medida de lo posible. Está diseñado, según Levy, para ser algo así como un puente, algo transitorio, "para iniciar el camino de su propia cesación."
Para bien y para mal, los humanos somos mucho más complejos emocionalmente que los lobos, ni hablar si se trata de mujeres y, máxime, si el enemigo que enfrentamos no se da del todo a conocer en su identidad en tiempo y forma. Tal vez por eso Clarissa Pinkola Estés dedicó un extenso trabajo titulado Mujeres que corren con los lobos para profundizar en aquello que habita el alma femenina, protectora de la vida y de la continuación de la especie, esa fuerza poderosa y salvaje, llena de buenos instintos, creatividad apasionada y sabiduría eterna. Aunque esos regalos de la naturaleza nos pertenecen desde el nacimiento, los constantes esfuerzos de la sociedad por "civilizarnos", por ejemplo en la expresión de nuestro enojo constructivo, ese que no hiere a nadie, ni a nosotras mismas, pero que no nos permitimos exteriorizar por haber sido "educadas" para tragarlo, nos han dejado desconectadas de los recursos que albergan en nuestro interior y se nos hace arduo reconectar con ellos cuando más los necesitamos.
Me
encuentro entonces en un momento de transición en el que tengo la férrea
voluntad de transformar este enojo que siento, ante todo, conmigo misma, por
saberme débil y temerosa para enfrentar lo que en definitiva es la ley natural
de toda vida, el cambio en la curva, y alcanzar con tiempo y paciencia ese
lugar en la altura que me brindará una visión clarificadora que vaya un poco
más allá de lo único que en verdad es nuestro territorio: el presente. Se
intenta. Hay días en los que sale mejor que otros.
A boca de jarro