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lunes, 29 de octubre de 2012

Ernest Hemingway en la era de las biografías y los microrrelatos







"El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve de 5.895 metros de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre es, en masai, «Ngáje Ngái», «la Casa de Dios». Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas." 





"-Lo maravilloso es que no duele -dijo-. Así se sabe cuándo empieza."

                                  "Las nieves del Kilimanjaro", Ernest Hemingway

Leer a Hemingway siempre me deja con la sensación de haber realizado un viaje no sólo por algún territorio geográfico concreto, con su temporalidad, olor y color particular, sino además, la de haber hecho con él un recorrido por una de esas tierras atemporales a las que tememos asomarnos aunque son patrimonio universal y exclusivamente humano: el sentido de la vida, su fragilidad y su intensidad, la confrontación con las arduas realidades que nos impone la historia, el mantenerse firme frente al mar de las adversidades y el vérselas cara a cara con la muerte. Con un puñado de palabras que no se escapan de un rango intencionalmente calculado para darle ese efecto a la vez lacónico y profundo a la historia, fiel en su estilo a la imagen del iceberg, que oculta bajo la superficie mucha mayor densidad de la que el ojo capta, y con todos lo detalles hilvanados por la misma conjunción, los innumerables "y..." de Hemingway, que taladra con su eco acumulativo hasta develar el tallado desenlace, su estilo me parece único en su honda simpleza y brutal realismo. Ignoro si a pesar de ser un Nobel entra dentro de lo que se considera "el canon". Sea como sea, para mí es de lo mejor de la Literatura.

Entiendo que desde la perspectiva contemporánea, su persona, siempre reflejada en su obra, ha sido puesta bajo la lupa por su machismo confeso, su amor por el boxeo y las riñas, por las corridas de toros, por la caza y por la pesca en aguas profundas. También su vida ha sido sometida a escrutinio en diferentes versiones cinematográficas de manera poco convincente. De lo último que he visto,  "Medianoche en París" presenta una caricatura del hombre basada en los personajes principales de sus novelas famosas. "Hemingway & Gellhorn", (2012), en cambio, con Clive Owen y Nicole Kidman, no termina de cuajar el estereotipo del fanafarrón y pendenciero a quien todos llamaban "Papa". Se trata de un drama histórico que se adentra en los pormenores de una tempestuosa relación amorosa entre el escritor y esta corresponsal de guerra, Martha Gellhorn,  que se arrastra tras causas injustas conquistando la pasión de un Hemingway voluntariamente involucrado con idealismos y utopías sangrientas y dominado por sus propias pasiones irrefrenables: las mujeres, los excesos y el alcohol. Para entonces, los años treinta,  Papa ya se había convertido en un novelista de renombre. Sin embargo, tengo la impresión de que la película deja a la figura de Gellhorn mejor parada que a la del propio Hemingway.

Parece que con este grande de las letras se impone "la patografía", "La biografía patológica, la monstruificación de cualquier vida. Las lees y en ellas lo que el autor escribió ocupa un lugar ínfimo”, según explica José Emilio Pacheco. La proliferación de esta patología literaria se ha convertido en tendencia, a tal punto que es más fácil encontrar buenas traducciones de sus biografías que de la obra misma del autor. El lector voyeur es quien la alimenta, siempre en busca de detalles íntimos, truculentos y extravagantes que condicen con el personaje que devoró al hombre. Finalmente, como explica Pacheco, el personaje que Papa Hemingway creó y la novela de su vida no podrían haber tenido otro posible desenlace.

Más allá de los retratos cinematográficos o biográficos del hombre, que siempre resultan subjetivos y hasta irrelevantes para el lector ingenuo, es el escritor quien nunca defrauda. Es más, cuando se cree haber leído lo suficiente, siempre hay más para descubrir y sorprenderse. Lo último que encontré es una joya: "The First Forty-Nine Stories", que se pierde quien no haya dedicado años al estudio del inglés, porque hay historias en esta colección que no han sido reeditadas desde las antiguas antologías de relatos, hoy libros de anticuario o de segunda mano, figuritas difíciles de adquirir. Y es una pena en tiempos en los que los microrrelatos causan furor. Sus cuentos cortos son una pintura de enorme maestría y descarnado realismo que jamás dejan al lector indiferente. Por el contrario, a través de sus pinceladas, Papa Hemingway siempre nos conduce a las peliagudas preguntas con las cuales él mismo se confrontó en tiempos de falta de certezas, los de la generación perdida, y que finalmente lo dejaron sin otra respuesta que el suicidio. Su magistral definición del concepto de la Nada en "A Clean, Well-Lighted Place", una de esas historias sublimes para las que no encuentro ninguna buena traducción al español, ni siquiera del título, ha cobrado hoy aún más vigencia e implicaciones más profundas que cuando fue publicada:  

"Nada nuestro que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada, hágase tu nada así en la nada como en la nada. La nada nuestra de cada día..."

Otra gema en esta colección de cuarenta y nueve cuentos, y algunos verdaderos microrrelatos intercalados e intitulados, es "Hills like White Elephants", un relato mayormente en forma de diálogo en el que el lector se convierte en escucha involuntario. Un duelo verbal se suscita cerca de una estación de tren rodeada de una serranía en algún pueblo español a orillas del Ebro, entre un americano y una muchacha, Jig, que está a punto de abordar el expreso de Barcelona a Madrid para hacerse una operación que no termina de convencerla. Sin jamás ser mencionado y entre copa y copa, el lector llega a la conclusión de que se trata de un aborto, y de que la pareja jamás será la misma después de deshacerse de lo que resulta para ambos un elefante blanco.

Podría seguir con títulos destacables como "The Short Happy Life of Francis Macomber" o "The Killers", pero nada en la colección supera a "The Snows of Kilimanjaro" ("Las nieves de Kilimanjaro"), la historia de un moribundo escritor frustrado, Harry, de safari en medio de la sabana africana y en espera de un avión que venga en su rescate. Lo acompaña su adinerada, bebedora y negadora pareja, quien se resiste a discutir con su hombre como distracción o revelación final tanto como a  la idea de su muerte inminente a causa de una gangrena, por no querer asumir la soledad una vez más en su propia vida en Long Island. El hombre, en cambio, se ha resignado a morir, y los buitres comienzan a rodearlo y a embriagarlo la macabra risotada de las hienas, llevándolo a recordar escenas de su vida pasada, de sus brutales experiencias de guerra, de sus inviernos en la nieve y de todas las historias que hacen al libro de su vida que ya jamás podrá plasmar. Hasta que por fin llega, corpórea, a posar su cabeza al pie de su camilla, la muerte, le hace sentir su aliento pestilente en su rostro y le oprime el pecho hasta dejarlo sin habla y adueñarse de su cuerpo entero. Al morir, el narrador no pausa para anunciarnos el hecho, sino que continúa con el ensueño de una vida más allá de la muerte en la que aterriza el avión esperado sobre la llanura dorada de África, asciende y el hombre, con su pierna extendida, finalmente comprende la profecía que abre la historia: la nave vira hacia el este para por fin dirigirse hacia "la Casa de Dios", la cima nevada del majestuoso Kilimanjaro. Allí, en la pura blancura de las nieves eternas, yace el esqueleto de un leopardo que inexplicablemente llegó a esas alturas, como lo hizo Ernest Hemingway, erguido y de pie frente a su máquina de escribir.

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