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Este año se cumple el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens, emblemático novelista inglés, sin dudas el exponente más popular y más leído hasta nuestros días de la Inglaterra Victoriana. Y descubrí una colega, Carmen, a través de una seguidora de lujo, Antonia Romero, que lleva un blog literario y que propone el reto de leer y reseñar tantos libros de Dickens como gustemos. Realmente, esta mujer y Antonia, quien se apunta a varios desafíos y además escribe, me tienen asombrada, porque no hacen más que proponer o aceptar retos de lectura que en principio me tientan, pero les voy a contar qué me pasa con los libros y con éste en particular.
Siendo realista con mis tiempos y mi tendencia a la promiscuidad literaria, me apunté en este reto con Hard Times (Tiempos difíciles, escrita en 1854). Si bien no es la novela más emblemática del prolífico autor, me parece oportuno leerla en un año en el que se nos pronostican tiempos difíciles en lo económico, y desde allí tal vez encontrar en ella algo aplicable al presente en su alegoría y denuncia de los estragos causados por el industrialismo en su etapa inicial. Se trata, además, de la única novela de Dickens en la que la acción no se desarrolla en
Londres, sino en Coketown, una ciudad ficticia del norte de la
Inglaterra del siglo XIX, cuyo nombre evoca al "coke", en español, "coque",
un producto derivado de la descomposición térmica del carbón, elemento
que pululaba por el aire desprendiéndose del serpenteante humo de las
chimeneas de las fábricas y cubriendo los ladrillos, los rostros y las
almas de los habitantes del imaginario mundo de este popular
creador de escenarios y personajes, que se me hace como el equivalente victoriano a nuestro smog urbano. Y Dickens, se me ocurre, era para sus ávidos lectores, que esperaban ansiosos las entregas por capítulos de sus obras, como para nosotros es un cineasta como Spielberg, y las novelas de Dickens, el correlato de nuestras sitcoms, que tampoco sigo por televisión. Admito que me atrapa el comienzo de la novela:
"-Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.
No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!
La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona de una escuela, y el índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en sus advertencias, subrayando cada frase con una línea trazada sobre la manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del orador, perpendicular como un muro; servían a este muro de base las cejas, en tanto que los ojos hallaban cómodo refugio en dos oscuras cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras. Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, de labios finos, apretada. Contribuía a aumentar el énfasis la voz del orador, inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el énfasis el cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos que resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas, parecidas a la costra de una tarta de ciruelas, que daban la impresión de que las realidades almacenadas en su interior no tenían cabida suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas rígidas, los hombros rígidos..., hasta su misma corbata, habituada a agarrarle por el cuello con un apretón descompuesto, lo mismo que una realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.
-En la vida, caballero, lo único que necesitamos son realidades, ¡nada más que realidades!"
LAS ÚNICAS COSAS NECESARIAS (THE ONE THING NEEDFUL)
"-Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.
No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!
La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona de una escuela, y el índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en sus advertencias, subrayando cada frase con una línea trazada sobre la manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del orador, perpendicular como un muro; servían a este muro de base las cejas, en tanto que los ojos hallaban cómodo refugio en dos oscuras cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras. Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, de labios finos, apretada. Contribuía a aumentar el énfasis la voz del orador, inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el énfasis el cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos que resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas, parecidas a la costra de una tarta de ciruelas, que daban la impresión de que las realidades almacenadas en su interior no tenían cabida suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas rígidas, los hombros rígidos..., hasta su misma corbata, habituada a agarrarle por el cuello con un apretón descompuesto, lo mismo que una realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.
-En la vida, caballero, lo único que necesitamos son realidades, ¡nada más que realidades!"
("- In this life, we want nothing but Facts, sir; nothing but Facts!)
No sé si la traducción que copié es buena. El original en inglés habla de "Facts", con mayúscula; aquí se traduce en minúscula como "realidades". Pero la palabra "facts" también significa "hechos", "datos", "pruebas". Creo que me atrapa esta apertura porque me suena muy actual. Como adulta, mi imaginación se ha visto mermada por la cantidad de "hechos, datos y pruebas" que consumo a diario a través de todo lo que veo en televisión, que no es mucho, pero basta para fagocitar cualquier residuo de fantasía adolescente, de lo que escucho por radio, que es menos de lo que veo por televisión si no tomamos la música en cuenta, y de lo que leo en el periódico dominical o en internet a diario. En mi vida adulta, como en la de tantos de nosotros, habitantes del siglo XXI, Thomas Gradgrind, el personaje detrás de esta líneas, ha tenido un efecto demoledor, como su nombre lo sugiere al mejor estilo Dickensiano en un juego de palabras ("grind" significa moler, pulverizar y a la rutina se la llama en inglés "the daily grind"), y "grad" puede estar relacionado, se me ocurre, con "grand", (a lo grande). La oposición que Gradgrind plantea y sostiene a través de los capítulos que lentamente he ido leyendo de Hard Times se ha hecho realidad en nuestro mundo a partir de la introducción de la producción en serie, y sigue acompañándonos: "Fact vs. Fancy" ("los hechos vs. la fantasía"). Y creo, señoras y señores, que han triunfado los primeros para nuestro mal. ¿Será por eso que se me hace tan arduo sostener la lectura de esta novela?
Es una buena apertura, buena descripción del punto de vista "utilitario" del mundo que se contrapone a la fantasía. La descripción del personaje es pintoresca, vívida, crea una imagen en el ojo de mi mente que me resulta memorable, aunque el estilo es minucioso y repetitivo. Pero como esta descripción, ya me he topado con una docena y no he avanzado demasiado en los capítulos ni en el argumento. Y comienzo a mirar cuántos capítulos me faltan, cuántas páginas debo cubrir... Me pongo a leer por la tarde, bajo el fresco del aire acondicionado, con 40° de sensación térmica en Buenos Aires, y pienso que esto es para ser leído en el invierno europeo, frente a un hogar junto a una buena taza de té. Aunque no leería si pudiera viajar al frío europeo, seguro que no. Haría cualquier otra cosa antes que leer. Aquí en casa, sin la posibilidad de meterme en un avión para irme a pasear por alguna ciudad donde me pueda emponchar y hacerme un festín de visitas a lugares históricos y museos, tengo una decena de libros entre los que voy picoteando, y se me hace un salpicón paladeable propicio para el calor y para el ritmo de vida que se impone cuando deja de hacer calor y empieza la rutina laboral y escolar ( "the daily grind"...). Y además, ahora de vacaciones, leemos cuentos con mi hija de ocho por las noches.
¿Qué ha pasado conmigo que no puedo sostener la lectura de un clásico sólo por el afán de tratarse de un clásico, o por la emoción de estudiante y amante de la lengua de Shakespeare de encontrarme con todas las expresiones idiomáticas que he aprendido en tantos años de estudiar y enseñar inglés? Concluyo que me he convertido en una lectora promiscua, totalnente aburguesada, o en una Mrs. Gradgrind, lo cual es aún peor. La ficción ya no me atrapa tanto como otros géneros, y los libros no me convocan como antes. Será que uno va cambiando con el tiempo también en su gusto por lo que lee, o que la falta de tiempo hace propicio otro tipo de entretenimiento. O será que tal vez que en un futuro en el que me imagino ociosa pero activa, me encuentre de nuevo con el placer que estas lecturas me producían antes, y tendré que resignarme que ahora no es el momento oportuno para ser un poco la que siempre fui... ¿Dónde está esa? ¿Se habrá ido para no volver?
Sin embargo, me apunté a este desafío con muchas ganas. No he leído a Dickens en inglés en mi paso por el profesorado, y aún no puedo creer que la titular de la cátedra de Literatura Inglesa II no lo haya incluído en el programa de estudios, para favorecer a su coetánea George Eliot. Según mi manual de Literatura Inglesa de Anthony Burgess (a quien me permito traducir lo mejor que pueda):
Anthony Burgess, English Literature, The Victorian Age, pg. 183, Longman Group Limited, 1974.
Y continúa Burgess destruyendo elegantemente a Dickens, para redimirlo por ser el más grande, aunque no el más perfecto, cuentista victoriano, por su oído para plasmar la lengua de los poco refinados y los marginales de su tiempo y su doctrina del amor. No es eso lo que me frena en el avance, sino la exhuberancia de detalles, la cantidad de personajes secundarios al eje central del argumento y la cantidad de páginas... Veremos qué hago con ésto. Me doy tiempo hasta el 7 de febrero, día en que se cumplen exactamente doscientos años de la llegada de Charles Dickens al mundo. Si no puedo con él, lo diré, sin más, como siempre:
Es una buena apertura, buena descripción del punto de vista "utilitario" del mundo que se contrapone a la fantasía. La descripción del personaje es pintoresca, vívida, crea una imagen en el ojo de mi mente que me resulta memorable, aunque el estilo es minucioso y repetitivo. Pero como esta descripción, ya me he topado con una docena y no he avanzado demasiado en los capítulos ni en el argumento. Y comienzo a mirar cuántos capítulos me faltan, cuántas páginas debo cubrir... Me pongo a leer por la tarde, bajo el fresco del aire acondicionado, con 40° de sensación térmica en Buenos Aires, y pienso que esto es para ser leído en el invierno europeo, frente a un hogar junto a una buena taza de té. Aunque no leería si pudiera viajar al frío europeo, seguro que no. Haría cualquier otra cosa antes que leer. Aquí en casa, sin la posibilidad de meterme en un avión para irme a pasear por alguna ciudad donde me pueda emponchar y hacerme un festín de visitas a lugares históricos y museos, tengo una decena de libros entre los que voy picoteando, y se me hace un salpicón paladeable propicio para el calor y para el ritmo de vida que se impone cuando deja de hacer calor y empieza la rutina laboral y escolar ( "the daily grind"...). Y además, ahora de vacaciones, leemos cuentos con mi hija de ocho por las noches.
¿Qué ha pasado conmigo que no puedo sostener la lectura de un clásico sólo por el afán de tratarse de un clásico, o por la emoción de estudiante y amante de la lengua de Shakespeare de encontrarme con todas las expresiones idiomáticas que he aprendido en tantos años de estudiar y enseñar inglés? Concluyo que me he convertido en una lectora promiscua, totalnente aburguesada, o en una Mrs. Gradgrind, lo cual es aún peor. La ficción ya no me atrapa tanto como otros géneros, y los libros no me convocan como antes. Será que uno va cambiando con el tiempo también en su gusto por lo que lee, o que la falta de tiempo hace propicio otro tipo de entretenimiento. O será que tal vez que en un futuro en el que me imagino ociosa pero activa, me encuentre de nuevo con el placer que estas lecturas me producían antes, y tendré que resignarme que ahora no es el momento oportuno para ser un poco la que siempre fui... ¿Dónde está esa? ¿Se habrá ido para no volver?
Sin embargo, me apunté a este desafío con muchas ganas. No he leído a Dickens en inglés en mi paso por el profesorado, y aún no puedo creer que la titular de la cátedra de Literatura Inglesa II no lo haya incluído en el programa de estudios, para favorecer a su coetánea George Eliot. Según mi manual de Literatura Inglesa de Anthony Burgess (a quien me permito traducir lo mejor que pueda):
"Todo el mundo es conciente de los defectos de Dickens - su inhabilidad de contruir una trama convincente, su prosa torpe y poco apegada a la corrección gramatical ("ungrammatical"), su sentimentalismo, su carencia de personjes realistas en el sentido Shakesperiano- pero Dickens es aún leído, mientras que otros artistas más pulidos ("finished") son ignorados. El secreto de su popularidad se encuentra en una inmensa vitalidad, comparable a la de Shakespeare, que envuelve a sus creaturas y genera un mundo Dickensiano especial, el cual, si bien no se asemeja al mundo real, al menos responde a su propias leyes lógicas y a su propia atmósfera particular. Dickens es el maestro del grotesco (está, según T.S. Eliot, en línea con Marlowe y Ben Johnson), y sus personajes son realmente "humores" ("humours") - exageraciones de una cualidad humana llevada al punto de la caricatura."
Anthony Burgess, English Literature, The Victorian Age, pg. 183, Longman Group Limited, 1974.
Y continúa Burgess destruyendo elegantemente a Dickens, para redimirlo por ser el más grande, aunque no el más perfecto, cuentista victoriano, por su oído para plasmar la lengua de los poco refinados y los marginales de su tiempo y su doctrina del amor. No es eso lo que me frena en el avance, sino la exhuberancia de detalles, la cantidad de personajes secundarios al eje central del argumento y la cantidad de páginas... Veremos qué hago con ésto. Me doy tiempo hasta el 7 de febrero, día en que se cumplen exactamente doscientos años de la llegada de Charles Dickens al mundo. Si no puedo con él, lo diré, sin más, como siempre:
A boca de jarro