La astronomía enseña que el solsticio de invierno
corresponde al instante en que la posición del sol en el cielo se encuentra a
la mayor distancia angular negativa del ecuador. Dependiendo de la
correspondencia con el calendario, el evento del solsticio de invierno se
produce entre el 20 y el 23 de junio en el hemisferio sur. La palabra solsticio
se deriva del latín sol ("sol") y sístere ("permanecer quieto").
Y así se siente y nos hace sentir.
Parece que se trata de una percepción del mundo
estacional que tiene que ver fundamentalmente con la escasez de luz debida a la
tendencia al alargamiento de las noches y al acortamiento de los días típica
del invierno. Según las fuentes que he consultado, el invierno mismo es una
vivencia subjetiva, puesto que no tiene un principio o mitad que esté
científicamente establecido, a pesar de que podemos calcular con exactitud el
segundo en el que ocurre el fenómeno del solsticio. Y aunque en teoría el
solsticio de invierno sólo dura un instante, este término también se usa
normalmente para referirse a las 24 horas del día en el que se produce. Por lo
tanto, lo estaremos transitando por estas horas en estas latitudes.
Resulta interesante investigar cómo cada cultura
lo ha celebrado a través del tiempo, con mayor intensidad cuando se
vivía más en sintonía con nuestro reloj biológico y se dependía de los ciclos
de la naturaleza de forma más radical. La mayoría de ellas lo reconoce como un
día de celebración y cambio, de introspección y sobre todo de rituales que
implican la comunión grupal alrededor del fuego como una forma de ahuyentar la
oscuridad ancestralmente temida por el ser humano que el invierno agiganta. En sus orígenes, probablemente subyace el miedo a la
ausencia permanente de luz que representa ni más ni menos que la ausencia de
vida tan temida.
Algunos historiadores afirman que todas las
tradiciones derivan directamente de un tronco común que comenzó en la cuna de
la civilización, del mismo modo en el que se especula que todas las lenguas son
ramas de un mismo árbol. Aquí me gustaría detenerme como el sol parece hacerlo
brevemente por estas horas en nuestro cielo y reflexionar, ya que es el momento
más propicio para la introspección por calendario. El invierno es para la
memoria ancestral de la humanidad sinónimo de necesidad de repliegue y
resguardo, más sueño y descanso para hacerle frente a la carencia de alimentos
frescos, al hambre y al frío y a la forzada insuficiencia de movimiento y actividad
física. Las celebraciones del inicio del invierno que se llevan a cabo en la noche más
larga del año suelen ritualizar una petición de floración perenne a través del
uso de elementos como iluminación brillante y cálida en forma de velas, fogatas
o inclusive grandes fuegos artificiales, cercanía con el prójimo, además de baile y canto
como actividades terapéuticas entendidas en el sentido menos rebuscado y más primario de la
terapia. La idea que subyace estas costumbres es la de evitar el malestar que
conlleva la falta de luminosidad, resetear el reloj interno y reavivar cuerpo y
espíritu.
Me iluminó aprender algo que les comparto en esto que tomo como mi propio ritual de solsticio acerca de la celebración incaica
del solsticio de invierno, denominada Inti Raymi (o Fiesta
del Sol), una ceremonia religiosa en honor del dios sol Inti realizada por los sacerdotes incas para vincularse con el sol. En Machu Picchu, aún
hoy queda erguida una gran columna de piedra llamada Inti Huatana, que
significa " piedra o picota del Sol" o, literalmente, "para amarrar al
Sol". La ceremonia para atar al sol a la piedra tenía como objetivo impedir
que el sol se escape. Pero después de la conquista, desaparecieron
todos los demás Inti Huatana, y la práctica de atar el sol se extinguió.
La Iglesia Católica suprimió todas las fiestas y ceremonias Inti por considerarlas paganas aunque aún se realiza una representación teatral del
Inti Raymi en Sacsayhuamán (a dos kilómetros de Cusco) el 24 de junio
de cada año, atrayendo a miles de visitantes locales y turistas.
Este año especialmente no hago más que recordar
la línea Shakesperiana que abre Ricardo III, dado que se me hace"el invierno de nuestro descontento", un invierno oscuro para
nuestra sociedad, de estrechez y angostura por restricciones que nos quitan el
aire y nos dejan helados, de falta de perspectiva de horizontes límpidos. La
falta de luminosidad en nuestra visión del futuro tal vez nos llame más que
nunca a celebrar en el menos banal de los sentidos: a observar el fuego que aún
arde en nuestro interior e intentar avivarlo a pesar de las adversas
condiciones climáticas, a reunirnos con los nuestros para darnos apoyo y calor,
a compartir de nuestras reservas y mancomunar esfuerzos para pasar el invierno.
Necesitamos más que otras veces amarrar al sol para que no se nos escape.
A boca de jarro