Hay pocas cuestiones
que preocupen tanto a mi sociedad, sobre todo a las mujeres argentinas de
diversos niveles socio-económicos y culturales, que la estética corporal. Buenos
Aires se ha convertido en la capital mundial del turismo estético, ya que se
ofrecen servicios de toda índole con una conveniente relación costo-prestación. Los agentes de turismo se encargan de
todo: alojamiento, traslado del aeropuerto a un hotel o departamento
ubicado en las mejores zonas de Buenos Aires, traslado al centro médico y, por
supuesto, atención médica. No obstante, los resultados no siempre son
óptimos, y de vez en cuando escuchamos alguna historia de una mujer que terminó
sus días tratando de aumentar el tamaño de sus pechos o achatar su abdomen a
través de una intervención que concluyó en un paro cardíaco.
Más allá de
las cirugías y la obsesión y hasta adicción que vemos en torno a ellas en
ciertos círculos, es notable el nivel de preocupación y dedicación que las
mujeres argentinas de clase media y alta le otorgamos a nuestra imagen corporal. Nos preocupa todo lo
que para mujeres de otras latitudes hoy, o de otros tiempos, sería absolutamente
normal: nuestros rollos, nuestra flaccidez, nuestras estrías, nuestras arañitas
o várices, nuestras redondeces y nuestras curvas, debido a un desmedido nivel
de exigencia en torno a cómo lucimos y a los diferentes mitos acerca de
la belleza agigantados por los medios de comunicación, que van prendidos en el negocio de la permanente insatisfacción que se fomenta con nosotras mismas. Así lo vivimos, como un verdadero martirio, invirtiendo fortunas en
tratamientos o productos carísimos, sometiéndonos a dietas impensables, sobre
todo cuando se acerca el verano, y haciendo ejercicio denodadamente con el único
propósito de quemar grasa. Pero el problema es que la grasa la tenemos
mayormente depositada en el cerebro, y es esa la que distorsiona nuestra visión de
lo que es normal o natural comparado con lo que es verdaderamente preocupante en términos
de salud e incluso belleza.
Argentina debe
ser uno de los pocos países en América Latina donde
se habla de "sobrepeso estético", concepto que no figura en ningún
libro de medicina, pero que sin embargo hace sufrir a millones de mujeres que
no tenemos el cuerpo que se impone a través de la imagen que se nos
mete hasta por los poros desde chiquitas. No debe haber epíteto más doloroso que
el de "gorda", a cualquier edad, ya sea que venga de un
extraño, de un conocido o de un miembro de la propia familia. Y a lo largo de
mis días lo he recibido de todo el espectro, siempre como un cachetazo que
revolea mi autoestima por el aire, mis esfuerzos de quererme y aceptarme tal
cual soy frente al espejo, de disimular lo que se considera indecoroso, siempre
para que vuelvan a pegar donde más duele cuando o quien de menos lo espero.
En una reunión
de hombres, los temas de charla son el fútbol, la política, las minas, los
autos. En un aquelarre de mujeres, en cambio, el tema central son los kilos, las calorías
del pan, las bondades del Pilates y las ganas de sacarse o ponerse grasa en
distintas partes del cuerpo. No hay mirada más cruel para una mujer que la de
otra mujer, nada más impiadoso que el comentario: "¡Estás más delgada,
che!", que indica que hasta entonces pensaban que te
sobraban kilos, a pesar de que tu IMC (Indice de Masa Corporal) estaba dentro de "la normalidad". Y te felicitan por cómo lucís sin siquiera averiguar la causa del adelgazamiento.
Me pasó este año, que me tocó perder peso y lucir un tanto hambreda. Fue cuando me
felicitaron por la notoria reducción, y aunque aclaré que era consecuencia de una
dolencia gástrica, les pareció genial.
Según los registros oficiales recientes del
Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), el sobrepeso es la segunda causa de discriminación más
común en la Argentina, después de la pobreza, paradójíco en un país donde muchos grandes y chicos revuelven la basura para comer de allí en las calles, y
a pesar de que el sobrepeso afecta a más de la mitad de la población, según datos del Ministerio de
Salud de la Nación. Aseguran los expertos en sociología que en la Argentina una persona
gorda se asocia indefectiblemente con alguien feo, asexuado y carente
de fuerza de voluntad para ponerle fin a la causa por la cual es
estigmatizado, y que tendrá menos chances de encontrar desde prendas de vestir acordes a sus gustos hasta pareja y empleo.
Esa mirada, con
los ojos clavados en una balanza que no mide lo que verdaderamente
pesa en una persona, también se posa y causa estragos sobre los cuerpos de las
más pequeñas, y las bocas se abren para desembuchar juicios que sólo hacen gala de
una profunda ignorancia. Ignoran que la tendencia tanto al sobrepeso como a la obesidad es una
enfermedad crónica e incurable, que se debe tratar de por vida, y que la
batalla se pierde o se gana por rachas, pero difícilmente se pueda controlar sin
nunca volver a tener recaídas o rebotes. Y por sobre todo, lo que más enferma de ella
es la discriminación, el desprecio y la burla que conlleva, por su corrosivo efecto sobre el amor y el respeto por el propio cuerpo.
Lo más triste es que las mujeres argentinas, en términos generales, nos hemos convertido en frívolas y tilingas, intentando acatar cánones de belleza estúpidos y ficticios, para quienes la imagen corporal es lo más importante. Nada se compara con tener el cuerpo soñado que se ve en las modelos y las artistas del momento. De poco sirve ser inteligente, sensata, educada, decente, trabajadora, buena persona, si todo ésto no va acompañado por la cáscara apropiada, que es lo que verdaderamente garantiza "el éxito" y la satisfacción con la autoimagen: ser delgadas. Hasta Marilyn sería etiquetada de "gorda" hoy aquí, en cualquier playa atlántica de moda...
El no
responder a este mandato es el pecado capital que hemos agregado a la consabida
lista de los siete, y el más grave de todos ante los ojos que buscan proporciones fraudulentas, con
los casos de trastornos alimenticios siendo tan alarmantes y precoces como el
número de obesos convirtiéndose en epidemia en la parte que aún puede
considerarse "rica" del mundo.
A boca de jarro