martes, 1 de noviembre de 2011

El Dios que no nos prohibe soñar


  El domingo por la mañana  me desperté con el timbre que anunciaba la llegada de los diarios del domingo, los únicos que leo en la semana, por falta de tiempo y para ahorrar en amargura. Con la perspectiva de un domingo sin tener la obligación de ir a votar ya sabiendo de antemano el resultado, me apoltroné cómodamente a ver cuáles eran las noticias acerca de la profundización del modelo. Y me encontré, como tantos otros millones de argentinos, con la noticia de las trabas previstas en el inicio del control de la venta de dólares a los ciudadanos argentinos. De eso es de lo que se ha hablado desde el anuncio dominical hasta la fecha en todas partes por aquí. No es realmente una noticia novedosa: esta película ya la hemos visto y no trae ningún viento de cambio. 

  Decidí saltearme entonces la sección política y económica del diario Clarín, y me fui directo a la sección de Opinión, a la que aportan columnistas invitados o se incluyen artículos que le abren la ventana al mundo, un mundo bastante convulsionado por la crisis económica. La economía nos importa cuando nos toca el bolsillo. Y los bolsillos han sido agujereados escandalosamente por los banqueros del mundo. Esto tampoco es novedad, y no hay Cristo que lo arregle, me temo.



  Y con el Jesús en la boca, me topé con un artículo del escritor y ex-sacerdote español Juan Arias, a quien nunca antes había leído, tomado del periódico El País, titulado:


                      "¿Se vive mejor sin creer en Dios? Depende, señores.

  El autor nos interpela:"¿Se es más feliz sin Dios?" Y contesta de inmediato: "Depende, señores.", obviando incluirme en la respuesta como buen ex-sacerdote, y relativizando, para luego argumentar:

"Difícil sentirse libres y realizados con el Dios al que aman y adoran los dictadores (...) ; difícil con el Dios absolutista incompatible con la democracia o con el Dios que recela la sexualidad. Es difícil que las personas, jóvenes o adultas, no lleven dentro de sí la sombra del Dios castrador, aquel que en el colegio de religiosas la madre superiora había escrito en los retretes de las alumnas: "Dios está mirando".

  Aquí sí me siento aludida. Las monjas a las que mis padres encomendaron mi instrucción de buena fe me deseducaron en materia religiosa lastimosamente, llenándome de miedo de un Dios a quien debíamos temer, y de culpa por estar hechas de barro, por ser la descendencia de Eva, mujer malvada que dio a probar la manzana a un Adán un tanto bonachón y tibio. Esas monjas se encargaron de machacar sobre la idea de que el demonio estaba al acecho, y de que terminaríamos en el infierno si continuábamos concurriendo a la discoteca ubicada a dos cuadras del colegio, que nos tentaba y nos podía todos los fines de semana a varias, entre quienes me cuento como tal vez la más asidua concurrente.

  Y lo más triste es que siguen en los mismo, y mis hijos vienen a casa con los mismos cuentos, para ser educados por una madre que tuvo que desaprender tantas cosas, y leer a George Orwell para ver claramente que no había mucha diferencia entre la ficción distópica de 1984, donde nada escapa a los ojos de Gran Hermano, y esa versión ficticia que se empeñan en transmitir acerca de la divinidad en pleno siglo XXI, en un mundo en el que el Papa anuncia que hay un eclipse de Dios y entramos en pánico por las predicciones mayas que anuncian el final de los tiempos para el 2012



  Juan Arias me dice lo que he tenido que develar de adulta, ya alejada de las monjas y de la discoteca:

"El Dios del miedo es el Dios que no merece existir (...), no tiene nada de divino. (...) Jesús nunca impuso miedos a los que lo seguían. Se los quitaba. Él los tuvo también. Tuvo miedo de morir, sudó sangre ante la inminencia de su muerte, pidió explicaciones a Dios de por qué dejaba que lo mataran si era inocente. Y de él tuvieron miedo los hipócritas y los poderosos, nunca los arrinconados o indignados.
Aquel profeta tenía sólo un pecado: no creía en el sufrimiento ni en el dolor ni en la muerte como armas de redención. No soportaba ver sufrir a nadie. No le gustaban los muertos y los resucitaba. (...)
Y no fue un profeta fácil: exigió, con naturalidad, algo que nos parece locura: devolver bien por mal."


                                       
  Ésta es la divinidad en la que creo, a quien le agradezco por los tesoros que me ha dado la libertad de poseer, que no cotizan el la bolsa, a quien encomiendo mis miserias, mis tribulaciones, mis hijos, nuestro porvenir y el del mundo.Tuve que crecer y enfrentarme al monstruo del miedo para finalmente lograr desandar el camino de inverosímiles creencias con las que habían intentado espantarme, para razonar y sentir, más allá de donde llega a asistirnos la razón, que el infierno no existe, que la divinidad es gozo, alegría, felicidad, y no pena, dolor y sufrimiento, y mucho menos miedo. El miedo es el monstruo que se devora todo atisbo de amor, y al que es necesario enfrentar desde la luz para incinerar las tinieblas de un infierno inventado. Es un Dios que nos da plena libertad de elegir: elegir entre ser crueles, vengativos, belicosos y explotadores, o generosos, agradecidos, altruistas y pacíficos. En la elección se juega el vivir en el cielo o en el infierno en este mundo, y esa es una elección personal, que se hace minuto a minuto, lejos de los templos, con o sin un crucifijo colgando del cuello, habiendo leído los libros sagrados o con absoluta ignorancia de ellos.


  La divinidad se sienta a la mesa de los pobres, de los oprimidos, de los indignados, de las putas, de los puros de corazón, de los torcidos y los descarriados que han errado el camino para su propio mal, para vivir inmersos en la infelicidad y hacer del mundo un lugar poco vivible. Y se conmisera de todos. La divinidad se tiende en el lecho de los enfermos y de los moribundos, acaricia la cabeza de los afligidos, los discriminados y los pobres de espíritu, da de comer al hambriento y de beber a quien tiene sed de justicia.

   Y este señor que iluminó mi domingo con su lucidez concluye:

"Pero ese ¿no será más bien el Dios de nuestros sueños? Se viviría mejor con el Dios que no nos prohibiese soñar. ¿Existe?"

A boca de jarro

domingo, 30 de octubre de 2011

No me vengan con Halloween

    
  Halloween... Noche de Brujas... y con mayúscula... 
 ¿Fiesta? ¿Qué celebramos? 
 ¿Quién la importó?  ¿A quién le importa?

 Disculpen, una vez más puede que sea políticamente incorrecta: ¡me vienen con que a los chicos les gusta!

¿De qué chicos me hablan? ¿A qué niño sano le pueden gustar las brujas, los monstruos y las monstruosidades, la sangre y la muerte? Porque de eso se trata Halloween. ¿Pero alguien piensa en qué estamos celebrando cuando sale a comprar la calabaza con una calavera tallada, el más espantoso disfraz o la más horripilante careta que logrará que nuestros niños rían de miedo, pasen noches de sueño entrecortado y tengan horrendas pesadillas?

La palabra "Halloween" deriva de: "All Hallow´s Eve" es decir, "Sagrada víspera de la celebración del Día de los Muertos o del Día de Todos los Santos", pero es una celebración que se nos ha filtrado desde una cultura foránea, y que en verdad fue "cristianizada", ya que en sus orígenes, se trataba de una festividad celta.

En sus comienzos, según me han contado, se trataba de un culto a los muertos entendidos de manera muy diferente a como los concebimos hoy en día  por aquí. Los celtas, un pueblo bárbaro, y sus sacerdotes, los druidas, creían en algo así como las almas en pena, los muertos vivos, muertos que regresaban a sus hogares la noche anterior al comienzo del otoño de su calendario, en busca de alimento. Supongo que tiene que ver con la escasez típica de las estaciones frías, de allí la presencia del símbolo de la calabaza que se le agregó en Norteamérica. Es, pues, como una especie de "festín de los muertos hambrientos": y de llenarles la panza, ya que "Hay que pasar el invierno"...

La calabaza perforada e iluminada por dentro que se sumó a la tradición una vez que los ingleses llegaron con ella a Estados Unidos, y que parece tan simpática, representa la cabeza de Stingy Jack, un tal Jack el avaro, un granjero legendario que mentía a sus conocidos, y un buen día no tuvo mejor idea que invitar al diablo a su casa para mentirle a él también. Y como no pudo con la astucia del malvado, quedó convertido en el mismísimo demonio, el pobre Jack-o'-lantern,  como se lo conoce hoy por hoy:  linda historia para contarles a los niños antes de ir a dormir, ¿verdad?

Al ser cristianizada, se dió que coincidió cronológica pero no lógicamente con la celebración del culto católico del Día de Todos los Santos y Difuntos.

Nunca terminé de entender bien esta historia que me han contado y he leído varias veces. Pero siempre me deja ese gusto a cosa pagana y remixada, y sobre todo, totalmente ajena a nuestra identidad cultural.

Creo que deberíamos dejar a los muertos descansar en paz, o celebrar, si en eso creemos, que están vivos en algún lugar mejor que éste, al que no regresan más que en nuestros recuerdos, y muchas veces en nuestro deseo. Recuerdo que ellos solían ir al cementerio a visitar a sus muertos para esta fecha. Caerían muertos si nos vieran disfrazados de lo que nos debemos disfrazar para "celebrar"...

Así que disculpen: yo hoy no celebro. Y no me disfrazo. Peco de amarga. Paso. No me toquen el timbre, no compré caramelos para regalar, y mis hijos se están yendo a dormir para ir al colegio tempranito mañana. Quiero que mi hija menor tenga dulce sueños, no pesadillas a causa de un festejo que no comprende y que ni siquiera le puedo explicar. De hecho, ha estado ausente a las "fiestas" a las que se la ha invitado: insisto, nada que festejar.

A boca de jarro.

sábado, 29 de octubre de 2011

Caminante: ¿hay camino?

Extracto de Proverbios y cantares (XXIX)
de Antonio Machado.
 Una de estas noches, como confesé en alguna parte, me encontré con mi soledad trasnochada e insomne para hacerme esas preguntas recurrentes de difícil y cambiante respuesta, para esa autoevaluación crónica de mi paso por la vida y de la huella que va marcando...

                                    ¿Dónde voy? ¿Cuál es el camino correcto? 

                                                       
No es fácil sentir que el rumbo que elegiste hace un tiempo, o ayer mismo, en tu reacción frente a lo que te sucedió con alguien, o en tu falta de reacción, que bien podría haber sido un buen portazo para no volver más a esa senda, tan contundente como la bofetada que se recibió y dolió, es el rumbo que tu corazón desea seguir, el rumbo que alguna vez ese mismo corazón, más joven , menos cansado, más limpio y puro, había soñado para tus pasos. 

Hay tantas razones que nos fuerzan a seguir caminando con los pies cansados por las mismas sendas marcadas, a seguir poniendo la otra mejilla, como lo graficó mi hija, que desde la conección límpida con los deseos de su corazón de niña, me dio consejo, al ver mi cara desencajada por la tristeza, la desorientación y la falta de sueño. Y ella aún camina tomada de mi mano...

¿Seguir respondiendo como autómata a la premisa: más vale malo conocido... ?  

                                              ¿Hasta cuándo? ¿A qué precio?

Una noche trasnochada e insomne, y pasó otra vez, y ya van tantas...

Elevar la mirada al cielo para encontrar nada más que nubarrones de una lluvia que no limpia, que no despeja el horizone. Ni siquiera las estrellas para dibujar un recorrido hacia algún destino menos incierto.

Volver a aquella página marcada a fuego en el ojo de mi mente para no encontrar más que un puñado de palabras. Sentir que ya no sirven las recetas, ni las bellas frases, y no tener ganas de errar, estando anclada ya a lo que  se presiente como la mitad de la vida.


Por la noche mirarás las estrellas. La mía es demasiado pequeña para que te muestre dónde se encuentra. Es mejor así. Mi estrella será para ti una de las tantas estrellas. Entonces, te gustará mirar a todas las estrellas. Todas serán tus amigas. Y además voy a hacerte un regalo...

[...]

- La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para quienes viajan, las estrellas son guías. Para otros no son más que pequeñas luces. Para otros que son sabios, ellas son problemas. Para mi hombre de negocios significaban oro. Pero todas esas estrellas son mudas. Tú tendrás estrellas como no tiene nadie...


                                           
- Cuando mires el cielo por la noche, dado que yo estaré en una de ellas, dado que yo reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas las estrellas. Tú tendrás estrellas que saben reír !

- Y cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo. Tendrás ganas de reír conmigo. Y abrirás de vez en cuando tu ventana, así, por placer... Y tus amigos se sorprenderán de verte reír al mirar el cielo. Entonces les dirás: "Sí, las estrellas siempre me hacen reír !"
                             Extracto de"El Principito"de Antoine de Saint-Exupéry
         
En noches como estas, dudo de la existencia de una estrella para tomar como guía, siento que son todas mudas...

¿Qué camino tomar que me conduzca a la verdadera plenitud, que intuyo, pero nunca realmente saboreo? ¿O será simplemente un espejismo? ¿Un oasis en el paso por el desierto que tantas veces transitamos en nuestro cansado peregrinar?

 ¿Qué hacer: seguir por esta senda o emprender un camino desconocido que no sé a dónde conduce,  y tomarlo apenas con la ilusión de que sea lo bueno por conocer



    Si no le hago lugar a lo bueno por conocer, despejando el panorama de lo  malo conocido
 ¿cambiará algo, aparte de mi mirada, que intento enmendar?

¿Cómo soltar amarras de eso que no me hace vibrar, y que incluso a veces me hiere y me desgasta, pero me brinda algo que sigo necesitando, aunque no sólo de pan me alimento?

  Caminante: ¿hay camino?

        ¿O es acaso un permenente estado de peregrinaje
 presintiendo una meta que nunca se logra divisar con claridad?

 "Golpe a golpe,
   verso a verso..."


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