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martes, 20 de diciembre de 2011

Sin palabras...



Esta foto la tomé del muro de Facebook de un querido amigo, Xavier. En Facebook circula acompañada de una breve reflexión firmada. Ignoro su origen. Las palabras están de más... Puede resultar un golpe bajo, aunque quizás como sociedad estemos necesitando un sacudón por estos días, en los que no le damos respiro a la billetera y la tarjeta de crédito.


No hay que irse hasta África para definir la necesidad. Si nos detenemos a mirar cerquita, bien cerquita nuestro, en la puerta del shopping, o de casa sin ir más lejos, encontraremos muchos seres que definen la necesidad todos los días.

Recuerdo que el New York Times causó conmoción con una imagen de tapa en un momento de este año. Se tomó la decisión editorial de mostrar una fotografía de extrema crudeza, a la que no se le podía sostener la mirada, para poner en evidencia la existencia de nuestros congéneres que, en algún lado, se están muriendo masivamente de hambre, con lo cual, las problemáticas del Tea Party por aquel entonces quedaban totalmente opacadas colocadas al lado de la foto de un niño somalí malnutrido. 

La imagen le dio a esta edición del periódico una repercusión extraordinaria. Generó un impacto muy fuerte en los lectores y tuvo miles de reacciones en Internet. Y lo inesperado de la publicación fue que, lejos de eclipsar la noticia de un posible derrumbe económico más en Estados Unidos, la realzó fuertemente. Dijo entonces La Nación sobre la imagen en cuestión, que no publicó: 

"Produce un desgarro profundo a cualquiera que la mire. Este niño desnutrido, que tapa su rostro como si quisiera protegerse de las calamidades que lo acosan, es sólo un caso de una tragedia de proporciones bíblicas. Según UNICEF, hay 2,3 millones de niños con malnutrición aguda en la región del "Cuerno de África" (Somalía, Yibuti, Eritrea y Etiopía) y más de 500 mil moribundos si no reciben ayuda en las próximas semanas. La situación es catastrófica y exige ayuda internacional urgente."
 


Ayer, deambulando por el shopping en el intento de ampararme del calor en alza de la ciudad y hacer tiempo para retirar a mi hija de una ostentosa fiesta de cumpleaños cerca de allí, tuve una "Epifanía", es decir, un instante indescriptible en el cual algo que trasciende los sentidos nos es develado. "Una revelación, la comprensión instantánea y no intelectual de una verdad profunda, perenne." Así se la define en un buen artículo que leí recientemente. Sentí una sensación de no encajar en mi entorno, y por ende, en mi mundo, en la sociedad en la que me toca vivir e interactuar con los demás, de no lograr entender lo que sucede alrededor mío. Es una vivencia de rareza, de extrañarme de mí misma por no conseguir entrar en la misma sintonía que los demás, por no contentarme con lo mismo que los otros, por no ocuparme de las mismas cosas. Y no se trata de un sentimiento que me haga bien, ni mejor, ni superior: simplemente me siento diferente y rara.

Me forcé entonces a entrar a la obligada juguetería llena de cuerpos abalanzándose sobre juguetes obscenamente costosos, para simplemente mirar las góndolas abarrotadas de clones de objetos de los que sobran entre las pertenencias de mis amados hijos y sobrinos, quienes de hecho esperan un regalo mío. Y pensé otra vez, como lo hice el día del niño, que hay muchas infancias. Entonces se me vino la imagen, la fuerza de la imagen por sobre las palabras. Son días de imágenes. Son días en los que me quedo sin palabras.

A boca de jarro

domingo, 30 de octubre de 2011

No me vengan con Halloween

    
  Halloween... Noche de Brujas... y con mayúscula... 
 ¿Fiesta? ¿Qué celebramos? 
 ¿Quién la importó?  ¿A quién le importa?

 Disculpen, una vez más puede que sea políticamente incorrecta: ¡me vienen con que a los chicos les gusta!

¿De qué chicos me hablan? ¿A qué niño sano le pueden gustar las brujas, los monstruos y las monstruosidades, la sangre y la muerte? Porque de eso se trata Halloween. ¿Pero alguien piensa en qué estamos celebrando cuando sale a comprar la calabaza con una calavera tallada, el más espantoso disfraz o la más horripilante careta que logrará que nuestros niños rían de miedo, pasen noches de sueño entrecortado y tengan horrendas pesadillas?

La palabra "Halloween" deriva de: "All Hallow´s Eve" es decir, "Sagrada víspera de la celebración del Día de los Muertos o del Día de Todos los Santos", pero es una celebración que se nos ha filtrado desde una cultura foránea, y que en verdad fue "cristianizada", ya que en sus orígenes, se trataba de una festividad celta.

En sus comienzos, según me han contado, se trataba de un culto a los muertos entendidos de manera muy diferente a como los concebimos hoy en día  por aquí. Los celtas, un pueblo bárbaro, y sus sacerdotes, los druidas, creían en algo así como las almas en pena, los muertos vivos, muertos que regresaban a sus hogares la noche anterior al comienzo del otoño de su calendario, en busca de alimento. Supongo que tiene que ver con la escasez típica de las estaciones frías, de allí la presencia del símbolo de la calabaza que se le agregó en Norteamérica. Es, pues, como una especie de "festín de los muertos hambrientos": y de llenarles la panza, ya que "Hay que pasar el invierno"...

La calabaza perforada e iluminada por dentro que se sumó a la tradición una vez que los ingleses llegaron con ella a Estados Unidos, y que parece tan simpática, representa la cabeza de Stingy Jack, un tal Jack el avaro, un granjero legendario que mentía a sus conocidos, y un buen día no tuvo mejor idea que invitar al diablo a su casa para mentirle a él también. Y como no pudo con la astucia del malvado, quedó convertido en el mismísimo demonio, el pobre Jack-o'-lantern,  como se lo conoce hoy por hoy:  linda historia para contarles a los niños antes de ir a dormir, ¿verdad?

Al ser cristianizada, se dió que coincidió cronológica pero no lógicamente con la celebración del culto católico del Día de Todos los Santos y Difuntos.

Nunca terminé de entender bien esta historia que me han contado y he leído varias veces. Pero siempre me deja ese gusto a cosa pagana y remixada, y sobre todo, totalmente ajena a nuestra identidad cultural.

Creo que deberíamos dejar a los muertos descansar en paz, o celebrar, si en eso creemos, que están vivos en algún lugar mejor que éste, al que no regresan más que en nuestros recuerdos, y muchas veces en nuestro deseo. Recuerdo que ellos solían ir al cementerio a visitar a sus muertos para esta fecha. Caerían muertos si nos vieran disfrazados de lo que nos debemos disfrazar para "celebrar"...

Así que disculpen: yo hoy no celebro. Y no me disfrazo. Peco de amarga. Paso. No me toquen el timbre, no compré caramelos para regalar, y mis hijos se están yendo a dormir para ir al colegio tempranito mañana. Quiero que mi hija menor tenga dulce sueños, no pesadillas a causa de un festejo que no comprende y que ni siquiera le puedo explicar. De hecho, ha estado ausente a las "fiestas" a las que se la ha invitado: insisto, nada que festejar.

A boca de jarro.

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