jueves, 29 de diciembre de 2011

Resiliencia



 Hoy hace exactamente un año que a mi esposo le avisaron telefónicamente, ante la mirada estupefacta de mis dos hijos que lo vieron empalidecer y desmoronarse mientras lo acompañaban en el momento de la compra de fin de año en el supermercado, donde recibió el inesperado llamado, que quedaba afuera de su puesto full-time por reducción de personal, junto a otras ocho personas. Y fueron 351 días que tomó su peregrinar de entrevista en entrevista, mientras realizaba un trabajo que afortunadamente encontró de medio día, hasta encontrar otra posición equivalente a la que perdió. 

 Algunas de las personas que fueron despedidas masivamente con él no lograron reponerse al duro golpe, y se vieron afectados anímica y psicológicamente por el cimbronazo, al igual que sus familiares. El despido en la vida adulta se parece a un terremoto, que conmociona y destroza en el momento en el que se desata y que además produce el fenómeno de las réplicas, con consecuencias también significativas y devastadoras, tanto para la persona que lo sufre como para su entorno más íntimo. Hoy por hoy, deben ser muchísimas las personas que están recibiendo telegramas o anuncios de despido en diversos puntos de un planeta en crisis y preguntándose qué hacer con sus vidas y las de quienes tienen a su cargo.


 Allá por abril, cuando se empezó a sentir sobre nosotros la desolación y la angustia tras el sismo que marcará una antes y un después en nuestras vidas, salió publicado un artículo en La Nación que recorté y pegué en un cuaderno de apuntes que llevo, y que releí cientos de veces por lo esperanzador, escrito por Jorge Mosqueira, especialista en temas laborales y recursos humanos, titulado "Un pasado difícil puede fortalecer", que habla de lo valioso de contar con la experiencia de un despido en el haber de un empleado para los empleadores de hoy, justamente porque gracias a él se puede valorar la fortaleza de la persona en cuestión.

 En ese breve artículo que atesoré, tomado de la sección "Miradas", (30/04/11), Mosqueira da una definición de resiliencia:

"Es un término que proviene de la ingeniería. Describe la posibilidad de un material para recuperar su forma original luego de haber sido sometido a presiones deformadoras. Trasladado a individuos de carne y hueso, alude a la capacidad de algunas personas para superar situaciones difíciles y extremas y, más aún, hacer pie sobre ellas para renovarse con más fuerza, enfrentando una nueva vida de proyectos e integrándose de un modo equilibrado a la sociedad."


 Lejos de lograr recuperar nuestra forma previa, como sucede con los materiales, el despido nos trans-forma, y está mayormente en nuestra resiliencia el que esta transformación signifique hacer pie para renovarnos, reciclarnos, salir adelante, o hundirnos, para ser apenas la sombra de quienes hemos sido hasta que sucediera. En esta vicisitud, de la que uno se va reponiendo muy lentamente, llenándose de temores y resquemores ante la inevitable pérdida de una buena medida de confianza en el mundo circundante, uno aprende si es o no es resiliente. Mi esposo ha demostrado serlo mucho más que yo: jamás en todos estos meses ha perdido su confianza en sí mismo, la empatía para con los demás, el buen humor y la voluntad de seguir buscando hasta dar con lo que tenía en mente. A tenido sus bajones y sus días grises, desde ya, pero nunca se ha dejado vencer, nunca se ha rendido. Fui yo la que fantaseé con la posibilidad de abandonar nuestra profesión, probar suerte en otro rubro e inclusive irnos a vivir lejos de Buenos Aires o hasta emigrar.

 Y aprendimos que es cierto que cuando dos personas conforman una pareja se hacen una: todo lo que le pasa a una le sucede a la otra. Todos esos votos que hicimos alguna vez inconscientemente frente a un altar, elegantemente vestidos para la ocasión y más ocupados con la formalidad del asunto que con sus implicancias, se hacen realidad al atravesarlos: "...prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”.

 Esto de ser fiel implica, según lo veo, fidelidad hasta en el sentir. Soy fiel a tu tristeza también, a tu desventura, estoy con vos en eso, siento lo mismo que vos porque sos parte mía y yo, tuya. No se trata de una noción romántica: es la vivencia del amor de pareja real y maduro. Y también he logrado ser fiel a su resiliencia, que no parece ser tan fuerte en mí y que, por cierto, no se adquiere en ninguna escuela ni en ninguna farmacia. He aprendido de su mano que es verdad que es necesario reinventarse, intentar no desfallecer, aunque hay días en que todo intento parezca en vano. Y que es la lucha, mucho más que los logros o las pérdidas, la que le da sentido a nuestras vidas.


A boca de jarro

miércoles, 28 de diciembre de 2011

La voluntad de la naturaleza



Ayer causó alarma el anuncio en la infrecuente voz del vocero presidencial de que nuestra presidenta padece de un cáncer de tiroides del que será operada el 4 de enero. Las noticias opacaron el espíritu festivo y frívolo de estos días en los medios, días en los que los informes políticos tienden a minimizarse, a pesar de la presente pugna entre sindicalistas y gobierno, para dejar lugar a las crónicas de los accidentes que producen los excesos navideños o las notas de color sobre historias pintadas de la magia de la Navidad y el fin de año.

Según La Nación de hoy, luego de una primera reacción de lógica consternación, Cristina Fernández de Kirchner declaró en tono de broma, respondiendo a un llamado del Presidente Chávez, quien le expresó su apoyo:

"Voy a pelear por la presidencia honoraria del congreso de los que vencieron al cáncer"

Anoche me senté un rato frente al televisor, como millones de argentinos, a escuchar la opinión de cuatro médicos convocados por un periodista político que analizaban el tema. Los médicos expusieron estadísticas y probabilidades con respecto a lo que denominan "la sobrevida" de la presidenta, pero no saben aún demasiado, más allá de lo que trascendió de los estudios que arrojaron el diagnóstico y lo que se conoce acerca de este tipo de carcinoma. Aseguraron que el cáncer no se ha extendido ni hay metástasis, pero acordaron en que se debería esperar a la intervención quirúrgica y a analizar las conclusiones de los médicos que la asistan.

Por un momento, tuve la sensación de que se nos hablaba como a chicos, tratando de restarle importancia al tema, de quitarnos el miedo que la palabra "cáncer" genera por estar ligada, como dijo uno del los especialistas en el tema, "a algo deformante, doloroso y terminal". Además, se ocuparon de asociar este caso puntual con la enfermedad de varios líderes de la región: Chávez, Lugo, Lula y Dilma Rosseauff, sobreviviente de cáncer de mama.

El médico más activo en transmitir calma a la población insistió en que, a pesar de la enfermedad, muchos presidentes habían logrado llevar su gestión adelante, y citó el caso de Mitterrand, quien gobernó 15 años con un cáncer de próstata.

Otro de los panelistas apuntó que era inevitable para la gente pensar que la enfermedad estaba ligada al poder. Dijo que el poder, de hecho, produce envejecimiento prematuro, citando como ejemplo a Obama, quien según él encaneció a partir de su asunción como presidente, pero expresó que, a pesar de lo que muchos piensan, estos hombres y mujeres no enferman por alguna razón que esté asociada al estrés que les genera su rol de líderes y mandatarios, según un estudio de una universidad norteamericana, y que su nivel de expectativa de vida era exactamente el mismo que el de cualquier ciudadano común. Yo humildemente creo que entramos en el terreno especulativo, pero tal vez descrea de tanto cientificismo cuando se trata de los límites y los hondos misterios de la vida.

Me quedo con la impresión de que la enfermedad en nuestros tiempos ya ha pasado a ser entendida en buena medida como responsabilidad de quien la padece. La idea subyacente e inmediata que se desata en nuestra mente al enterarnos de un padecimiento de este tipo es "Ah... por algo será. Algo habrá hecho mal para tenerlo."  Y creo que la enfermedad sigue siendo un misterio que nos excede, y que como todo lo que nos excede, intentamos explicarlo para combatirlo cuando, en realidad, siempre nos confrontamos con un límite a lo que se puede conocer o prevenir. Éste es un ejemplo paradigmático si se quiere.

Como tantas otras personas ayer consulté en Google sobre este tipo de carcinoma, y si bien se lo relaciona con una alta exposición a la radiación en la infancia, se trata de un tipo poco frecuente de mal que se da mayormente en mujeres, y se aclara que sus causas son aún en gran medida desconocidas, como tantas otras cosas en la medicina de hoy.

Y sin embargo, aunque la medicina admite que no sabe explicar totalmente el por qué de todo lo que nos sucede en la vida en términos de salud y enfermedad, mucha gente está convencida de que somos nosotros quienes de algún modo "hacemos mal los deberes" y por eso enfermamos, como si se tratara de una cuestión moral. Me resulta una forma muy pueril de entender una realidad de la vida de hoy y de siempre, que continúa superando nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestra aceptación. Pensar que el enfermo no es víctima de la voluntad de la naturaleza sino su propio verdugo es una forma de pensamiento muy típico de nuestra posmodernidad culpógena. Nos dejamos seducir fácilmente por una imagen de salud ideal y óptima que, muy a nuestro pesar, está fuera de nuestro alcance.

Lo que Paracelso, el gran médico del siglo XV, dijo de la salud entonces me resulta válido aún hoy: 

"El médico sólo es el servidor de la naturaleza, no su amo. Por consiguiente, a la medicina incumbe seguir la voluntad de la naturaleza."


Es muy probable que curar sea en verdad acatar la voluntad de la naturaleza del individuo enfermo. Y esa voluntad es a menudo un misterio, aún para aquel que ha enfermado.


A boca de jarro

lunes, 26 de diciembre de 2011

La cuenta regresiva...



Ha pasado la Navidad con su conmemoración de un nacimiento. Ahora nos disponemos a hacer la cuenta regresiva del año que caduca: ahora nos damos cuenta de que los años tienen fecha de vencimiento.

El fin de año es un Memento mori. Esta es una frase latina que significa "Recuerda que morirás", y que se usa como tema recurrente en el arte y la literatura que trata de la fugacidad de la vida. Su origen se remonta a una peculiar costumbre de la Roma antigua.

Wikipedia explica: "Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, tras él un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre. Lo hacía pronunciando esta frase, aunque según el testimonio de Tertuliano probablemente la frase empleada era:
"Respice post te! Hominem te esse memento!""¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre" (y no un dios)."

Aquí no hace falta ningún siervo que les recuerde a varios de nuestros gerontes su mortalidad. Ellos mismos, sentados alrededor de la mesa familiar, se encargan de recordarnos que esta tal vez sea la última vez que celebren unas fiestas con nosotros. Y así nos aguan la fiesta. Luego brindamos y nos deseamos los mejores augurios, pero ante todo, la salud. Cuando falta la salud, según muchos, no tenemos nada.

Hay a la vuelta de mi casa un muchacho cuya edad es difícil de calcular. Parece que el tiempo no pasara para él, tan estática es su existencia. Es difícil saber a ciencia cierta qué mal se ha llevado su vida de él, pero es claro que en él no está. No habla con nadie, no puede socializar, no se sonríe jamás, y sus días transcurren iguales unos a otros, sea víspera o fiesta de guardar. Se la pasa caminando el perímetro de la manzana de su casa, se queda parado observando la vida que transcurre a su alrededor sin vivirla. Y me pregunto qué sucede en su interior. Imagino que este muchacho debe gozar de mejor salud física que yo. Seguramente sus análisis clínicos tengan valores óptimos y sus órganos vitales no muestren ningún defecto ni patología. Pero es su alma la que enfermó.


Ante casos como este, siempre siento que deberíamos tener la humildad de desterrar del mundo la ilusión de que la enfermedad es evitable y que depende de nosotros el conservarla o perderla. Y no hablo de optar por la autodestrucción. Pero pensar que porque nos privemos de comer ciertos alimentos, o nos sometamos a rutinas férreas de ejercicios y a controles preventivos anuales no vamos a enfermar es una ilusión que nos hace sentir omnipotentes, es una jugada engañosa de nuestro ego que cree que todo lo puede controlar. Es miedo en el fondo, y no verdadero amor por la vida.

La meta final del cuerpo humano es la decadencia hasta convertirse en mineral. La enfermedad física y la muerte destruyen nuestras ilusiones de grandeza. La enfermedad es la inevitable contracara de la salud tanto como la muerte lo es de la vida. Y muchas veces, aunque no siempre, al enfermar el cuerpo, se hace curable nuestra alma. Nos hacemos plenamente concientes de nuestra finitud, de nuestra indefensión y fragilidad física, y tal vez emprendemos una búsqueda de sentido trascendente que nos conduce a una mayor valoración de nuestra verdadera naturaleza y del sentido de nuestro paso por el mundo, que desde ya, tiene fecha de vencimiento. Así de buena puede ser la enfermedad como maestra.

Por eso cuando nos deseamos salud al brindar, yo me pregunto a qué salud nos referimos: ¿a la salud del cuerpo o a la del alma? Porque si es nuestra alma la que ha enfermado para sólo seguir contando los días hasta el último en nuestro peregrinar por la vida, eso sí que es una verdadera calamidad. Esa enfermedad ya no tiene cura, y le quita sentido a todos nuestros esfuerzos por conservar nuestra salud física.


Tal vez a su modo este muchacho que deambula por los días de la vida que le ha tocado vivir no sufra. Tal vez sea yo quien sufre cada vez que lo veo y me pongo a pensar en el sentido de su existencia, la mía, la nuestra. Insisto en que no importa cuántos días se acumulen en este mundo, o cuáles sean las últimas fiestas en las que nos toque hacer un brindis y un Memento mori. Importa vivir con la intensidad que nos brinda la salud del alma, esa que cuando se pierde no se recupera con tratamientos clínicos ni medicación, esa por la cual no hacemos mucho por conservar. Por eso cuando alzo la copa y digo "¡Salud!", me deseo y les deseo a los míos ese tipo de salud.
  
Eso de durar y transcurrir
No nos da derecho a presumir
Porque no es lo mismo que vivir
Honrar la vida.
HONRAR LA VIDA (ELADIA BLÁZQUEZ) 


Sandra Mihanovich - Honrar la vida
                                        

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