sábado, 29 de diciembre de 2012

Despidos y ñoquis...





"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la estupidez; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la Luz y de las Tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Teníamos todo por delante, pero no teníamos nada; caminábamos directo al cielo y nos íbamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto para bien como para mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”

                                                                          Charles Dickens, Historia de dos ciudades.


  No puedo evitar recordar este aniversario cada año porque marcó un antes y un después en nuestras vidas como ningún otro acontecimiento desagradable antes y hasta ahora (toco madera). Hoy hace exactamente dos años que lo despidieron a mi esposo en lo que suele denominase como un despido masivo por reducción de personal muy característico en esta época del año. Con él se fueron otros ocho y algunos de ellos jamás lograron reponerse ni reinsertarse en el mundo del trabajo, con el costo vital, vincular y emocional que eso implica. 

  Es una crueldad que sucede muy a menudo para esta fecha. Primero se festeja la Navidad en la empresa, se hacen brindis entre jefes y empleados, obsequios y votos para el año que está por comenzar, y luego te dan la noticia o te llega el telegrama a los pocos días. La primera reacción es el absoluto descreimiento: uno inocentemente siente que se ha cometido algún error que se podrá subsanar. Después se siente como un baldazo de agua helada en el pecho, la desesperación y la angustia de lo que se presenta como un volver a empezar sin saber cómo ni por dónde, con una sensación espantosa de minusvalía difícil de remontar.

  Para nosotros han sido tiempos difíciles y creo que todavía no hemos dejado el hecho atrás, aunque sí logramos encaminar nuestra vida laboral con mucho esfuerzo sin sentirnos nunca más plenamente satisfechos con ella después de aquel golpe. Lo que queda es el temor de que vuelva a suceder y una extraña sensación de precariedad y fragilidad, como flotar con la corriente. Se pierde la confianza en el sistema ya que es uno quien no se permite volver a confiar en nada ni en nadie en cuestiones laborales y aprende que la única camiseta que hay que llevar puesta es la propia, aunque esté algo percudida.


  A pesar del trauma, rescato la enorme lección que nos dio a todos quienes lo conocemos y lo queremos bien mi compañero de ruta en este tiempo, no sin altibajos, claro, pero siempre luchando, siempre levantándose a enfrentar el día. Él nos enseñó a través del ejemplo el significado de la palabra resiliencia.


  Los 29 de cada mes es costumbre para los argentinos de las clases trabajadoras que la reman en nuestro país comer ñoquis,  porque  las pastas resultan un menú económico para los bolsillos enflaquecidos a fin de mes. Y es también tradición poner debajo del plato ya servido un billete, como deseo de que entre prontamente dinero al hogar. Nosotros no observamos la tradición de los ñoquis del 29, pero aprendimos su significado y este día, el 29 de diciembre, es un día marcado a fuego en nuestra memoria. Hoy brindamos por haberlo dejado atrás, por habernos puesto de pie y haber seguido andando, aunque aprendimos que no hay garantías de ningún tipo, y nos hermanamos con todos los que estén pasando por alguna situación semejante en esta fecha tan especial.


"... precariedad, inestabilidad, vulnerabilidad son las características más extendidas (y más dolorosas) de las condiciones de vida contemporáneas. (...) La precariedad es el signo de la condición que precede a todo lo demás: los medios de subsistencia (...) o sea, los que dependen del trabajo y del empleo (...) se han vuelto extremadamente frágiles, pero continúan haciéndose más quebradizos y menos confiables año tras año. El progreso tecnológico augura aún menos empleos, y no más. No existen tampoco habilidades ni experiencias que, una vez adquiridas, garanticen la obtención de un empleo, y en el caso de obtenerlo, éste no resulta duradero. Nadie puede presumir de tener una garantía razonable contra el próximo "achicamiento", "racionalización" o "reestructuración"... La "flexibilidad" es el slogan del momento."

                                                                                    Zygmunt Bauman, Modernidad Líquida
A boca de jarro 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

El paso del tiempo




"El alma nace vieja pero se hace joven. Esa es la comedia de la vida.
          Y el cuerpo nace joven pero se hace viejo. Esa es la tragedia de la vida."
                                                                                                                                 
                                                                                                                             Oscar Wilde
  Mucha buena literatura fue escrita sobre el paso del tiempo y este año el efecto del tiempo fue un gran tema en mi vida. Me cayó la ficha por varios sucesos de que pasó y arrasó el viejo tiempo sobre mí. Y no termino de amigarme con lo que este verdugo hace conmigo. Se me vinieron a la memoria maravillosas letras que leí de joven y me dí cuenta de que ya no lo soy y de que recién ahora, gracias a eso precisamente, ironías de la vida, las entiendo cabalmente.

  Oscar Wilde es uno de los exponentes anglo de las letras que tuvo una relación tormentosa con el paso del tiempo y sus huellas sobre lo que para él era lo único que no necesita explicación: la belleza. No es el único. Otro grande que dejó plasmada su obsesión con los estragos que causa el avance de las agujas del reloj para detenerlo como pocos con sus atemporales letras es William Shakespeare, y tal vez la mejor parte de su obra para sumergirse en esa particular obsesión que lo vincula con Wilde sean sus Sonetos, aquellos justamente dedicados al tema de la juventud, la belleza y la importancia de dejar descendencia para hacer posible de algún modo el sueño de la eterna juventud, a diferencia de los versos que le dedicara a una misteriosa dama de tez morena, The Dark Lady, y los otros, los que más han dado que hablar, que escribió para un joven que arrasaba con su pasión, The Young Man, sobre cuya identidad varios nombres han sido barajados especulando en base a la controvertida dedicatoria:

"Para el único inspirador de los siguientes sonetos, el Sr. W.H. ..."

  Hasta el propio Wilde se dedicó a escribir un cuento, "The Portrait of Mr. W. H.", en el que apunta a una serie de juegos de palabras típicos del estilo Shakesperiano que podrían sugerir que los sonetos están escritos para un joven actor llamado William Hughes; sin embargo, el cuento de Wilde reconoce que no hay evidencias de la existencia de tal persona y al cabo que ni importa. En el caso de Wilde, los nombres de hombres prominentes asociados con él lo hundieron al más amargo de los abismos frente a la sociedad hipócritamente moralista de la que se alimentó su ingeniosa ironía y su filoso cinismo al punto de llevarlo a la cárcel. Dos grandes exponentes de las letras en inglés unidos por su rebeldía en cuestiones morales, por su profundo conocimiento de la naturaleza humana y por esta veneración por la belleza física de la juventud y la honda desesperación ante lo que el tiempo hace al arrasar con ella, a pesar de que ninguno de los dos se destacó por su belleza física. A Shakespeare se le atribuye su sociabilidad, su bonhomía y reputación juerguista, así como un oído privilegiado para rimar y jugar con las palabras, mientras que de Wilde se impone su esteticismo, su estampa de dandy, su esmero en un pulido estilo al vestir y su febril genialidad verbal, especialmente en la interacción social: un gran conversador o diletante.


 Pero no quisiera dedicarle más tiempo a mi admiración por estos grandes y perder el rumbo de lo que hizo que me embarcara en esta reflexión. Cuando leí El Retrato de Dorian Gray tenía ya treinta años. Y sin embargo no logré comprender el horror ante los cambios que acarrea el paso del tiempo en el bello rostro de este joven aristocrático a quien un hombre mayor, Lord Henry Wotton, el personaje autobiográfico por excelencia en la obra de Wilde, convence de la necesidad de perpetuar esa belleza efímera eternizándola en un retrato que, a modo de Pacto Faustiano, se lleva el alma y la mortalidad del ser que termina detestando la monstruosidad de lo antinatural de su impensado deseo.

  Era diez años más joven aún cuando me enamoré de los sonetos Shakesperianos venciendo la barrera de la enorme dificultad que implica decodificarlos en inglés de la mano de una buena maestra. A pesar de derribar el obstáculo lingüístico, estuve lejos de comprender entonces al Bardo en su obstinación por personificar al Tiempo y calificarlo de enemigo con quien estamos en perpetua guerra, un malvado y devorador tirano, "Devouring Time", siempre asociado con la infertilidad gris del invierno, con la decrepitud y el robo del exuberante esplendor y la belleza del verano de la juventud que amaba así como odiaba a la Muerte y su escalofriante e implacable guadaña. No preveía, no entendía tanta insistencia, no la creía: 

                                         "....toda belleza declina de su estado,
                                           por causas naturales o causas imprevistas..."


                                                                          William Shakespeare, Soneto 18.


    No hay caso. No se aprende acerca de la vida de la literatura. Es la vida hoy la que me enseña que todo eso que leí tiene sentido, y siento la necesidad de releer porque el efecto del paso del tiempo hace extraño lo que descubro hasta en el reflejo de mi propia sombra. No pensaba entonces que el espejo se convertiría a veces en un temido objeto, ni comprendía el por qué de la actitud de la propia madre de Wilde, fuente de inspiración para la obra, tan atormentada por su ancianidad que en ocasiones se rehusaba a correr las cortinas para dejar que la luz del sol iluminara su rostro por la mañana.

  Pensaba entonces cuando no había en mí huellas tan claras del paso del tiempo y de las demandas de la vida adulta que tomaría mi propio proceso de envejecimiento con más naturalidad. Pero debo admitir que este año que está por concluir marca una fuerte conciencia que se despertó y que estaba dormida, latente pero asintomática, de que mi juventud me abandonó. Y me da tristeza. Observo mucho a mujeres jóvenes y noto hasta con cierta envidia, para qué negarlo, las diferencias: 
  
                                                " ¿A un día de verano compararte?
                                                  Tú eres más bella y más templada..."


                                                                  William Shakespeare,  Soneto 18.

   La lozanía de la piel, la abundancia y el esplendor de sus cabellos, la frescura de la mirada y sobre todo esa despreocupación y desparpajo de poseer lo que otras hemos tenido, perdemos y viviremos añorando. A tal punto que ahora, cuando alguno de esos piropos que los porteños maduros suelen proferir graciosamente viene en mi dirección, miro alrededor para cerciorarme de que todavía es para mí antes de agradecerlo de corazón. Hasta hace no mucho, fruncía el seño y me parecía pura lujuria barata. Entonces entiendo a Wilde cuando decía que "Experiencia es simplemente el nombre que le damos a nuestras equivocaciones".



  
  Hoy en Dichos y contradichos, entrada 394., el autor publica unos versos muy interesantes, "iluminados", según él, de un poeta brasileño recientemente fallecido, Lêdo Ivo, que dicen:


"Cambio y soy siempre el mismo,
igual que un disparo al azar."

  Yo realmente me pregunto cuánto de lo mismo que había en mí a los veinte o a los treinta queda. Todo cuanto cambia alrededor mío y en mí hace que lo interior, quien soy, también cambie, porque después de todo el cambio es lo único permanente. Aún entendiéndolo me resisto a dejar ir a aquella "plenitud candente" que sé ya no será mía nunca más, y la sigo buscando en los versos atemporales de un bello cisne porque siento que en ella está la yo que mejor conozco y más quiero.


"¡Oh viejo tiempo!, haz lo peor en tu maldad,
pero, joven, en mis versos, mi amor vivirá."

                                 William Shakespeare, Soneto 19.



A boca de jarro

jueves, 20 de diciembre de 2012

El fin de los tiempos...



  
  No entiendo bien por qué razón en nuestro mundo occidental judeo-cristiano está mal visto hablar del Libro del Apocalipsis, el último de La Biblia, el best seller más rotundo de todos los tiempos por alguna razón, a pesar de la mala prensa que ha tenido por siglos, mientras todo el mundo se tragó el sapo de las predicciones Mayas, con todo el respeto que este pueblo aborigen mesoamericano me merece. Mis hijos este año han aprendido más acerca de los Mayas y han visto más videos aparentemente serios y cientificistas que dan prueba del fin del mundo según lo vaticinaron ellos de lo que han leído La Biblia, siendo que ambos asisten a un colegio parroquial. Paradojas del posmodernismo que me superan.



   21 del 12 del 2012. Las profecías Mayas son 7, la Bestia es el 66, los jinetes del Apocalipsis son 4. Digo, para los que quieran jugarle a algunos numeritos, tienen para entretenerse. ¿Quiénes, cuántos y por cuánto son los que estudiaron las profecías Mayas, a qué credo, dogma o secta responden, y cómo llegan a la conclusión de que aquella alta cultura americana se vio venir el fin de mundo justo ahora? Hablan de tormentas solares cataclísmicas, debido a que el sol está que arde en este ciclo, que nos dejarán sin electricidad y por ende sin agua y sin combustible en poco tiempo a los malos que vivimos en la civilización y le dimos la espalda a la naturaleza, como si se tratara de una decisión personal. Por lo tanto, los únicos capaces de sobrevivir a este fin mentiroso, ya que daría paso a un nuevo comienzo, serían aquellos que viven en aldeas o comunidades alejadas de la perversas urbes, prescindiendo de la electricidad y en armonía con la naturaleza que, según esta gente, los citadinos irresponsables y ávidos de poder y dinero hemos desbaratado, metiéndonos a todos en la misma bolsa de gatos para  que nos quememos en el infierno a partir de mañana. Somos los responsables de los desastres que tenemos, los cambios climáticos, los altos niveles de basura y polución, la violencia y la maldad descarnada en la que subsistimos, etc. En fin, somos los malos de Sodoma y Gomorra remixados versión siglo XXI.



   Según ellos, con esa casta impoluta que vive alejada de la urbe se producirá un nuevo amanecer que sincronizará a todos los seres vivos y les permitirá acceder voluntariamente a una transformación interna que produce nuevas realidades, en las cuales el cambio será la clave. En lugar de internet nos comunicaremos a través del pensamiento, encontraremos paz interior sin necesidad de ansiolíticos ni psicólogos, elevaremos nuestra energía vital prescindiendo del Viagra y de los antidepresivos, llevaremos nuestra frecuencia de vibración interior del miedo hacia el amor sin usar ningún botón ni tecla, ni iPad, ni iPod, ni iPhone, ni Smart o Touch screen, ni mp3, 4 y 5 y lo mejor de todo será que podremos captar y expresar mensajes a través del pensamiento en vez de usar el mail, Messenger, Facebook, SMS, WhatsApp y What the Fuck... Lástima que parece que toda la gilada que está leyendo esto y quien suscribe no entremos en el número selecto de seres responsables que han vivido en el lugar correcto para salvarse de la catástrofe de la que ya sabían los Mayas unos siete siglos atrás. Nótese la importancia del siete en todo esto: hay que jugarle al siete...
 

  La energía de "un fogonazo desde el centro de nuestra galaxia, la vía láctea, activará el código genético de origen divino en los hombres que estén en una frecuencia de vibración alta" (¿?), y esto traerá la paz a los hombres y ampliará la conciencia de todos acerca de lo que La Biblia viene diciendo hace más de dos milenios: que hemos sido hechos a imagen y semejanza de un ser supremo que nos ama y que espera que amemos a nuestro mundo y a nuestro prójimo tanto como a nosotros mismos. ¡Chocolate por la noticia Maya, entonces!

   La verdad es que todo esto me resulta una receta New Age bastante indigesta con una pizca de la Era de Acuario, unas cucharadas de índigos y cristales y el golpe de horno de los oportunistas de siempre, que necesitan de estas creencias para depositar su fe en algo o para lucrar con la incredulidad de muchos de diversas maneras: desde libros hasta remeras y fiestas temáticas. El cuento del nuevo amanecer con una humanidad unida telepáticamente y capaz de prodigar amor y volver a un estado de equilibrio paradisíaco perdido por nuestra culpa, esa culpa que resulta tan odiosa cuando se machaca sobre ella desde lo que muchos llaman "el dogma", suena muy lindo, muy onda Edén, ya lo leí en varios cuentos y lo vi en unas cuantas pelis, pero no creo que pase. 
    
  Por si acaso, volví al Libro del Apocalipsis, el más rico en símbolos y profecías del Nuevo Testamento, y tal vez el más difícil de interpretar para legos y expertos. Llamativamente, el Apocalipsis está basado en una estructura septenaria (las cartas a las siete iglesias, los siete candelabros, las siete estrellas, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, las siete visiones del fin, etc.), y las profecías Mayas son, casualmente, siete. En el Apocalipsis se habla de la destrucción de Babilonia y de una Nueva Jerusalén, y según esta gente, cuya procedencia desconocemos pero que hasta en Obama se amparan para validar sus presagios, después del desastre habrá un nuevo amanecer. Si hay algo que quienes me enseñaron a acercarme a La Biblia sin temor ni prejuicios me transmitieron acerca de este último libro es que su estilo críptico es todo un género literario, comparable a lo que vemos hoy en películas como justamente "El día de mañana", "Independence Day" o "Soy leyenda", y que nadie conoce ni el día ni la hora de lo que se interpreta como el fin de los tiempos. 
  
  Así que yo propongo dormir tranquilos como angelitos, levantarnos a ver el sol, tomarnos unos mates o una rica taza de café, hacer una caminata, y definitivamente pasar por el puesto de lotería más cercano a ver si nos ganamos el Gordo de Fin de Año con tanto número que especula sobre el fin de los tiempos y nos distrae de los otros números, los que no cierran.


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