lunes, 8 de abril de 2013

Indeleble

   
 



  Se nos vende cierto maquillaje que promete ser indeleble, a prueba de agua, waterproof. Pues bien, ha quedado claro como el agua que no existe tal cosa. Pueden intentar maquillar la realidad, delinear números de progreso, alargar las pestañas de plazos para culminar obras de saneamiento que no se cumplen o se hacen mal, tirarse tierra india los unos a los otros mientras se dejan maquillar por profesionales para salir en los medios a mentir descaradamente, aunque siempre bien maquillados, bronceados por soles foráneos que disfrutan a costa nuestra, que les damos el voto para que después metan la mano en nuestra lata, para restringir nuestro derecho a  expresarnos, a comprar moneda extranjera que ellos se patinan en lujos que hacen inalcanzables para nosotros, latas ahora más vacías que antes. 

  El torrente de agua que cayó sobre Buenos Aires el martes pasado borró todo el maquillaje, y aún a oscuras por días y noches, vimos con claridad que estamos desnudos frente a las fuerzas de la naturaleza, desprovistos de sistemas modernos que de algún modo le hagan frente al cambio climático, al boom demográfico y de vehículos en las calles, al desprolijo e irresponsable auge de construcción de edificios en la urbe, con una obsoleta red de desagües pluviales y cloacas, todo atado con alambre, derrochando energía que nos falta en obras consumistas y propagandistas, como el Dot y Tecnópolis, mal construidas, que empeoran lo que ya estaba mal hecho de antes, como la colectora de General Paz, insistiendo desde un ecologismo absurdo en no podar los árboles que en su crecimiento brutal se deshojan tapando todo, arrasando con el cablerío e inundándonos con una lluvia de hojarasca imposible de controlar, con basureros y barrenderos que ahora ganan más que los docentes y andan en auto pero se rascan en el feriado largo mientras todo se tapa de hojas y se apila la basura, con un estado y gobernantes que nos dejan huérfanos, desprovistos de asistencia y vigilancia en los momentos más terribles en los que hay que ingeniárselas para salvar del agua lo que se pierde impensadamente.

   Entre tanto, los maquillados se siguen mirando al espejo: la presidenta decreta un fin de semana largo, el más largo en Sudamérica, según ella para fomentar el turismo, aunque habría que honrar la memoria de los muertos y veteranos de Malvinas el 2 de abril de alguna forma más seria que paseando, mientras el diario le canta que hay once millones de pobres: ¿quiénes hacen turismo en esta Argentina? Ella, la primera. En El Calafate. Su vicepresidente, Boudou, en México desde el miércoles de Semana Santa, cuando se paró el país para los ricos, con la excusa de una reunión del G-20. La responsable de la asistencia social del país, Alicia Kirchner, en París, ¿comprando perfume para tapar el hedor? Mariotto, vice de la Provincia, en el sur. 

  Al principio, cuando la emergencia se limitaba a la ciudad, se relamían: que se jodan Macri y los porteños que lo votaron. Pero el agua trepó a los dos metros en La Plata y en diferentes poblados de la provincia al día siguiente no más, en cuestión de horas, tapando todo, haciendo que flotaran muebles y heladeras y que la gente se refugiara en techos que hasta cayeron desplomados o usara puertas como balsas para salvar ya no sus casas sino sus vidas.

  El jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, de minivacaciones otra vez, ya que había aprovechado la entronación papal para hacerse una escapadita a Roma. Esta vez eligió un exclusivo Club Med brasileño para ir a asolearse y descansar. Su vice, de paseo también. El intendente de La Plata, Pablo Bruera, en Río de Janeiro, fingiendo con Tweets y fotos truchas que estaba acá, ayudando a los inundados más castigados por el desastre. Y cuando se lo increpa, se planta y dice que no renuncia ni echa a sus descarados colaboradores. Ya no tienen ni cara para maquillar. No hay maquillaje que oculte la orfandad de esta sociedad que el agua dejó con los pies desnudos, chapoteando en el barro, la mierda de perro, las mojadas hojas secas, las cucarachas y ratas ahogadas, las palomas y cotorras muertas que se convirtieron en plaga en la última década por pura desidia generalizada, y toda la pila de basura que nosotros también, como malos ciudadanos que somos, dejamos tirada en la calle sin aprender al menos a cuidar lo que es nuestro, por nosotros mismos, porque termina obstruyendo los desagües y metiéndose en nuestras casas.

   Hemos pasado unos días de pesadilla. Muchos han perdido la vida: más de cincuenta, según la cifra oficial. Perdimos ante todo el sosiego, la paz. También el agua arrasó con bienes materiales inestimables, tanto en barrios de clase media como de mayor poder adquisitivo: el agua no hizo distinción. Todavía ayer, bajo el sol aunque desolados, había en plena Capital Federal gente en la calle secando colchones, muebles, fotos entrañables, documentación valiosa, ropa, electrodomésticos que esperamos vuelvan a la vida, autos abiertos de par en par, arruinados en sus circuitos eléctricos, apilados en rincones insospechados, herramientas de trabajo perdidas. He visto de todo y no precisamente por televisión. Por televisión vi el espanto de La Plata que es indescriptible. Allí si se perdió a lo grande. 

  Sin maquillaje ni tacos altos salió lo mejor nuestro: la gente que espontáneamente y sin redes de organización en un principio, se arremangó y se movilizó para ayudar con lo que hacía falta antes de que llegaran los maquillados para las cámaras, que se vinieron volando, a repartir agua mineral, leche, alimentos no perecederos, frazadas y pañales. La respuesta anónima y desinteresada de miles de personas que donaron en bolsas lo que tenían en sus viviendas para quien lo necesita fue lo más conmovedor, el único motor que alimenta nuestra esperanza, lo único de todo este caos que debería ser verdaderamente indeleble.

  El amanecer del martes me encontró en pijamas en mi living comedor convertido en una pileta de natación. Se perdieron algunas cosas que se recuperarán a fuerza de trabajo, como siempre. A baldazos limpios sacamos el agua, con la ayuda de mis padres de 76 años. No pasó ni un móvil policial, ni la Guardia Urbana que solventamos con nuestros impuestos, ni Defensa Civil, ni los bomberos a dar una mano o al menos a echar un vistazo mientras podríamos haber sido presa de los delincuentes que se aprovechan de esta vulnerabilidad tan clara, clara como el agua. Los vecinos tenían lo suyo de que ocuparse, sus pérdidas que llorar. Un día entero sin luz sacando agua. Y luego otro día sin luz. Y uno más. Se perdió un freezer lleno de comida: la compra de Pascua, de más de mil pesos, terminó medio cocinada bajo la luz de velas y linternas y medio en la basura. Ahora, a reponer con miles de pesos y a prenderle velas a los Santos, si conseguimos, ya que escasean, para que no se vuelva a cortar la luz.

   Lo único que se puede pedir es que este torrente salvaje de agua que borra el maquillaje que nos venden como indeleble nos haya limpiado los ojos a nosotros, los ciudadanos que no hacemos turismo en los feriados puente, para poder ver con claridad cómo estamos y qué necesitamos de un estado y un gobierno que a todo nivel,  ya que todos los sectores quedaron a cara lavada y luciendo mal, con toda su artificialidad paga a la vista y con los pies embarrados aunque no como los nuestros, demostró ser ineficiente frente a las catástrofes, sin planificación ni logística ante las emergencias que se repiten cada vez de manera más frecuente y alarmante y sin decencia alguna, que es lo peor. Un poder que nos tiene como a hijos huérfanos de mirada, de cuidado, de asistencia real y no proselitista ante desastres naturales que ya se han sucitado y que seguramente se repetirán para nuestro mal. Decretaron duelo nacional por las víctimas y mientras tanto se jugaron partidos del "fútbol para todas y todos" en canchas llenas, donde podría haberse producido un apagón más, con otra masacre como consecuencia, y festivales de rock: ¿quién nos entiende a los argentinos? "The show must go on".... 

  En sus discursos englosados nos hablan de "la década ganada". Sin embargo, se siente, ahora con sol y volviendo a "la normalidad" en la Capital, no así en La Plata, donde los evacuados son muchísimos y las pérdidas inestimables, que hemos retrocedido una década y que llevaría otra, con toda la inversión pública y la firme decisión política que siguen ausentes, poner a esta Buenos Aires en condiciones vivibles para todos sus habitantes. Mientras tanto se nos seguirá diciendo que va a estar bueno Buenos Aires y se seguirá paseando a los turistas en double-deckers reciclados y destechados para que les saquen fotos a nuestras pintorescas miserias.

  A boca de jarro

domingo, 31 de marzo de 2013

De vía crucis, muerte y resurrección

 
"El descendimiento", Roger Van der Weyden



 "El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada."
                                                                                                               La Biblia, Juan 20, 1.


  Soy una mujer de fe. Me han transmitido la fe que profesé a lo largo de mis días seres entrañables que me enseñaron a amar amándome desde sus humanas limitaciones y la profeso transitando diferentes relieves: a veces desde los valles, otras, escalando las empinadas montañas de los desafíos que se me presentan, aferrrada a ella como a un arnés, de puro cobarde, una fe miedosa pero humana al fin, y otras desde la aridez de desiertos en los que parece diluirse y perderse como granos de arena entre los dedos.
  
  Este último año ha puesto prueba a mi fe como ningún otro y ha sido parte como una montaña, parte como un desierto. Me enfrenté a la enfermedad de seres queridos que emergieron airosos y siguen peregrinando y me pasó lo que no esperaba a estas alturas del viaje, por pura soberbia: enfrentarme con la enfermedad propia. Tengo la fortuna de no haberme encontrado con un enemigo letal, sino poco familiar, tanto para mí como para los que se asume como bastiones de contención y apoyo en estos escollos: los médicos.
  
  En los últimos cuatro meses realicé un vía crucis por media docena de profesionales médicos, especialistas superespecializados que me desorientaron más de lo que los síntomas me desconcertaban. Y no los culpo. La medicina finalmente se ha convertido en una ciencia fragmentada que observa a cada ser bajo un minúsculo microscopio en una de sus partecitas dolientes y el resto del cuerpo es enviado a otro especialista que se encarga de observar ese otro pedacito del cuerpo del cual sabe, y así vamos pasando las estaciones de nuestro vía crucis de padecimientos con más dudas y miedos que certezas. Creo que todo esto me enfermó más que la enfermedad misma. Además de la lotería biológica y la herencia, que nunca es un millón de dólares en mi caso, mucho de lo que me enfermó se debe a los efectos de cargar con una cruz que resulta a menudo demasiado pesada, tuve que admitirlo, aunque me creía todopoderosa.
   
  Tanta fragilidad laboral, económica, social, tanta incertidumbre, tanto hacer agua en un desierto terminó por secarme. Y según me explican algunos, lo mío, seguramente un síndrome autoinmune, se ha hecho muy común, sobre todo en mujeres de cuarenta y aún más jóvenes, que hemos comprado este arma de doble filo que implica obtener y mantener cierta independencia en el plano económico y autorrealización en el profesional, pero que también queremos seguir siendo las madres y esposas que eran nuestras abuelas. El peso adaptativo de una vida de ajetreo sin tregua y acumulación de tensiones se llama precisamente "carga alostática" y su costo es la salud. Pero resulta que para curarme, la aumenté en lugar de alivianarla. 
  
  Empezó todo con un oftalmólogo que me vio por una queratitis reticente, refirió ojo seco y me derivó al reumatólogo. El reumatólogo pidió una batería de análisis que no arrojaron un resultado certero del diagnóstico presuntivo y quedamos en seguir explorando más adelante. Además abrió el abanico a otras rarezas, como una posible celiaquía o una mala absorción de ciertos nutrientes.

   Luego me fui a ver a una endocrinóloga porque mi cabello caía como las hojas de los árboles de este bello otoño, pero no me resultaba en lo más mínimo bucólico. Se me estudió la tiroides, se detectó la presencia no alarmante de ciertos anticuerpos, un agrandamiento de la glándula y combinamos repetir las pruebas en tres meses. Me fui entonces a una dermatóloga que frenara de alguna otra forma que no fuera con el suelo la caída de mi pelo. Me recetó medicación hormonal, un suplemento de aminoácidos y dos lociones que me aplico a diario. Difícil no sentirse enferma viviendo de este modo o pensar en qué sería de mi y de mi bolsillo, gastando fortunas en remedios, mayormente cosmetológicos, cuando envejezca. Naturalmente comencé a sentirme seca, vieja, algo muerta en vida. Mi piel comenzó a reaccionar diferente al sol, al contacto con el desodorante, al perfume que adoro, al maquillaje de siempre. Tuve que adquirir nuevos productos especiales para pieles hipersensibles e ir cambiando mis maquillajes por otros más costosos e hipoalergénicos que no me hicieran brotar en sarpullidos y enrojecimientos inusuales.
   
  De allí me fui a la ginecóloga, ya que la endocrinóloga estuvo de acuerdo con el oftalmólogo y la dermatóloga en que la causa de todos mis males podría ser también la menopausia, y si bien la idea no me resulta del todo ajena, tengo 44 años y hasta ahora ningún indicio de irregularidad que indique siquiera la entrada a esa etapa. Se supone que desde el comienzo del climaterio hasta la menopausia pasan años, al menos, largos meses: no era posible que todo estuviese pasando en cuestión de semanas. Pero a palabra de médico no se le miran los dientes. Allí fui y, según ella, nada que ver con la menopausia todavía. Faltaba la gota que rebalsó el vaso: el estomatólogo, quien supuse definiría el diagnóstico del síndrome de Sjögren, que en principio me dijeron que padezco, ese mismo día, con una biopsia de glándula salival. 

  El señor me recibió en su lujoso consultorio céntrico, rodeado de títulos y distinciones, y luego de una mañana de trámites, una hora y media de viaje y veinte minutos de demora en el turno me dijo que el procedimiento debería pautarse para otro día ya que era quirúrgico y requiere de anestesia y sutura. Se realiza una pequeña incisión en la parte interna del labio inferior para extraer una muestra que debería llevar yo misma a un patólogo, quien determinaría si tengo un gran, mediano o pequeño Sjögren, que, de todas formas, no tiene cura. La intervención es minúscula pero produce inflamación, se aplican dos o tres puntos en una zona que puede infectarse fácilmente y causar más molestia y dolor del que convive conmigo desde junio del año pasado, cuando empezó este malestar bucal y me vio mi odontóloga de toda la vida. Ella le restó importancia al cuadro, me recomendó tomar mucha aguita, consumir caramelos ácidos, lubricar bien los labios, incrementar la dosis de tranquilizantes y hacer terapia. A terapia no fui. Gracias que siendo hija y hermana de médicos clínicos ya trancé con la homeopatía. Desde luego, la biopsia quedó en stand-by: dudo que me la vaya a hacer. Según el catedrático estomatólogo, la molestia post-quirúrgica se pasaría con mucho helado y sin hablar. El pequeño inconveniente es que trabajo con la boca enseñando inglés. Además la inflamación de encías y molestias bucales que parecían responder a una condición conocida como xerostomía, o boca seca, no le pareció ser tal, por lo cual me derivó a... ¡un periodoncista!

   Esa tarde salí del consultorio, me metí en un colectivo abarrotado, palpé el caótico interior de mi cartera para desenterrar la batería de lágrimas, gotas y ungüentos oftálmicos con los que iba armada a todas partes y me di cuenta de que no estaban allí, sino que habían quedado en mi heladera, que con el correr de las semanas se había convertido en la de una farmacia. Hacía medio día que no me aplicaba gotas y no se me había caído un ojo. Mis dedos se encontraron con un espejito con el que andaba peleada. Lo saqué en medio del colectivo lleno, me miré los ojos con toda la objetividad de la que soy capaz y noté con alivio que eran los de siempre: ni más ni menos rojos que de costumbre. Me miré a los ojos. Eran los ojos de Fer, los ojos que hablaban de un alma enojada, agobiada, asustada, triste, hambreada. Fue una liberación encontrarlos ahí, como un morir y volver a nacer. Cuanto más siguiera así, más me haría dependiente de tanto médico y tanto remedio y más enferma me sentiría. Así que allí mismo, justo a la altura de Parque Centenario, camino de vuelta a casa, decidí parar. ¡Basta de médicos por un tiempo!

  Sigo usando la medicación de acuerdo a las necesidades. Voy aprendiendo a sintonizar con mi cuerpo, a escucharlo y decodificar lo que necesita. Me di cuenta de que ante todo mi mente necesita tranquilidad, aceptación y no desesperación. No me estaba muriendo, aunque se sabe que morimos un poco cada día. Así sentí que renacía a una nueva vida, ya no la de antes, pero tampoco una vida enferma. Simplemente una vida que, como reza una cita que encabeza a un sitio de Sjögren que visité muchas veces para aprender sobre mi presunto mal, deberá ser vivida como tal, no como una enfermedad. La cita es de Gustav Jung, un maestro para mí en mi transito por la vida adulta, y su eco fue lo que finalmente me hizo resucitar.

A boca de jarro

domingo, 24 de marzo de 2013

Houston, we've got a problem...




Mis últimas entradas no han sido actualizadas por Blogger en los escritorios de los blogs amigos que tienen a bien seguir y mostrar mis publicaciones. Esta es una entrada de prueba para ver si, con la ayuda que he recibido de una colaboradora de Buzz (¿Light Year...?), logro solucionar el inconveniente. Me dice que es un problema con el bendito HTML, sigo sus instrucciones pero todo ha quedado congelado en el espacio exterior el 13 del 03 del 2013. ¿Será cosa de Dios o del diablo? Hasta he agregado mi propio jarro a mi lista de blogs para constatar el problema. Si esto sigue así, algunos (sólo se me permite agregar a diez), recibirán mis entradas por mail, o bien deberán tomarse la molestia de suscribirse a las entradas por correo electrónico, o simplemente pasar por aquí cuando gusten para ver si hay novedades. Sea como sea, a todos les agradezco el apoyo y la colaboración de siempre.

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