sábado, 25 de mayo de 2013

Las palabras patrias en la voz

  La palabra "patria" se nos hace enorme de chicos. Orgullosos creemos llevarla en la escarapela que lucimos prendida a nuestra ropa escolar para las fechas festivas, y se agiganta en nuestra mente infantil cuando aprendemos sobre sus próceres, como si de superhéroes se tratara. A medida que crecemos, parece que a fuerza de fogonazos de realidad que caen sobre el techo de nuestros hogares, nos empieza a dar un poco de pudor lucir la escarapela, y se nos van cayendo de las repisas los bustos de esos nobles patriotas a quienes les cantábamos himnos a viva voz en el patio de la escuela bajo la bandera recién izada por la envidiada abanderada de turno. Nos enteramos de sus humanas miserias, que San Martín era masón, mujeriego y le gustaban las mocosas, aunque tuvo los cojones de cruzar los Andes en una camilla, con una úlcera puesta que no le permitía hacerlo a caballo para libertar América; que Sarmiento era un anticlerical vendepatria, pero impulsó la primera Ley de Educación Universal del mundo desde esta tierra; que Belgrano era un nene bien de voz algo aflautada y sospechado por su imagen en los cuadros escolares de afeminado, aunque a mí se me hace que tenía unos huevos tremendos, que le llegaban hasta las botas remendadas que, sin ser militar de carrera, se calzó en nombre de la patria mía. Finalmente, hacemos con ellos como con tantos otros íconos de la infancia, con personajes destacados de nuestra cultura, con papá y mamá, y a veces hasta con nuestra propia autoimagen: los tiramos en el fango del olvido o la devaluación, como la de nuestra moneda, sin volver tal vez nunca a restaurarlos a la condición humana pero grande que merecen en la historia de eso que llamamos patria.
                                                                            
  Por estos días, mi hija menor está preparándose para la fiesta del 25, y ensaya una hermosa canción, un tema compuesto y musicalizado por el versátil y sensible Facundo Saravia, hijo mayor del legendario Chalchalero Juan Carlos Saravia, integrante, en principio, del grupo musical Los Zorzales, que vino a dar un recital en los 80 al salón de actos de mi colegio para el delirio y deleite de todo un secundario de señoritas hambrientas, y luego miembro de Los Chalchaleros mismos. Los argentinos somos muy propensos a descalificar a quienes se destacan, especialmente a nuestros artistas, y no ha faltado quien haya tildado a Facundo y a su padre de conformistas o reaccionistas, de acuerdo a su propia ideología política, sin entender que ambos son hombres del folklore, ni más ni menos.


  Así es como esta canción, en cuya primera lectura puede parecer una simple y sentimentalista exaltación de nuestra argentinidad, es interpretada por su compositor con un dejo casi infantil, como una historia que un padre le cuenta a su hijo, con una inspiradora voz, límpida y masculina que heredó de su tata, y una tonada provinciana, entradora y pegadiza, que mi nena imita a la perfección en ciertos tramos, arrastrando las erres, a pesar de ser de "la capital", sobre una partitura musical deliciosa en matices donde se destaca el rasgueo y punteo de las guitarras criollas. Cuando escuché a mi hija canturreándola por primera vez en casa, paré la oreja ya que me estremeció.

"¡Por fin una en castellano y no las de Selena Gomez o, peor aún, las de Violeta, aunque sea argentina,  pura bosta argentina!", pensé. 

  No pude evitar escuchar el eco de aquella niña que fui y, que cantaba sus himnos liberando su esperanza "con todo el grito en la voz". Mi hija la canta con una dulzura y una elocuencia dignas de ser escuchadas. En el cole le dieron la letra y los acordes en flauta para el gran concierto del lunes al que estamos invitadas todas las familias. Y me propuse aprendérmela de memoria para unirme al coro en primera fila en vez de pasármela detrás de la cámara, sacando fotos y filmando. Deseo participar con mi voz porque quiero compartir el sentimiento aquel y cantar de corazón: "A mi país yo lo quiero de veras...." Pero me cuesta enormemente, por alguna razón que me supera, retenerla en la memoria y no tener que pispiar el machete. Y aún más me cuesta obviar un diálogo interior en el que le agrego opiniones negativas a lo que me canta Facundo: es casi inevitable siendo argentina... Cuestión que, camino al cole y de vuelta a casa toda la semana, la hemos estado ensayando, y siempre hay alguna corrección que hacerle a mi versión. Algo me pasa con lo que el tema genera en mí, con mi reñida argentinidad.


  Es una letra simple y sentida, llena de palabras y frases fuertes de connotación altamente positiva en su contexto, tales como: "país", "bandera", "casa", "color", "paisaje", "niño", "pintando mi sangre", "clara y pura voz", "nacer y morir", "reír", "paz", "libertad", "dar y pedir", "trabajar", "pan", "corazón", "paisanos", "gente", "juntos", "verdad", "crecer", "brindarle una mano a los demás", "vamos". Pero está escrita por un adulto que le hace un reclamo muy concreto y muy maduro a su país, que somos toda su heterogénea y compleja gente, "que aprietan los dientes", y a ese pedido me sumo con bronca, con indignación que raya ya con el hartazgo, con repulsa por tantos excesos de poder e impunidad, con una buena dosis de desazón acumulada por décadas. Décadas ya no sólo perdidas en lugar de ganadas, a pesar de que pretendan imponernos este festejo de los 203 años de aquel 25 de mayo de 1810 como el de "la década ganada", un festejo que les queda grande a esos "todos y todas" que nos gobiernan , tan grande como la patria es grande. Entre tanto chapotean y patinan feo en el fango en el que nos hundimos todos, e intentan tapar patéticamente la mugre que expone el periodismo con el más alto rating de la TV local con "fútbol para todos y todas". El circo que hacen competir ahora con el escandaloso show de tanta guita afanada por jardineros y choferes devenidos ricos en la franja horaria del prime time. "The show must go on", pero nadie va en cana. Es esta frustración mayúscula y alarmante la que me impide aprenderme esta letra, un sabor amargo y viejo como mis viejos, de décadas malogradas. Entonces me resuenan las palabras que Saravia también incluye: "mentira", "turbia", "dolor", "ambición", "egoísmo", "maldad", "duro progresar", "engañar", "el tiempo se nos va a acabar", "dejar de lado el singular"... ¡Que difícil se me hace creerlo posible aunque lo necesite tanto!  Se me hace un nudo en la garganta, se me congela la voz y no puedo seguir.



  Patria para mí es un menjunje exquisito de colores, sabores, olores, sonidos y texturas propias e inconfundibles: es el celeste y blanco del cielo, el gris plomizo del río y del humo que exudan los caños de escape bochornosos de los bondis, el verde del Atlántico argentino, el multicolor tornasolado y mágico de sus soberbias montañas, valles, cataratas, glaciares y quebradas que han visto mis ojos y a Dios agradezco por eso. Patria es mi casa y todas las que habité, son los ojos y la mirada de mis seres queridos, vivos y muertos, sus manos laboriosas, sus voces, sus decires, sus besos, sus abrazos, sus risas y sus lágrimas. Patria son los churros con chocolate del desayuno de hoy, los pastelitos y la factura que le siguen con el mate, las empanadas y el locro que nos vamos a comer de almuerzo en familia, regado con tinto del mejor, y de postre las natillas de mis abuelas, el olor de sus cocinas con ollas humeantes y el de su piel, siempre limpia. Es el jardín de mi casa paterna y la calle en la que jugaba a la rayuela, al elástico, al poliladron, al ring raje, los árboles y las casas abandonadas y tomadas por mi barra, el tobogán de la plaza donde rasgué más de un pantalón y me raspé las rodillas, como le pasa a mi hija hoy. Es el mundial 78 con sus papelitos al viento y los cornetazos de algarabaría que tapaban otros sórdidos ruidos. Patria son Las Malvinas Argentinas robadas y perdidas en una guerra declarada por un milico borracho. Es Argentina campeón en el 86 otra vez, es Maradona, el futbolista feroz, metiéndole el gol del siglo, el de la mano de Dios, a los ingleses, que en alguna otra histórica oportunidad supimos sacar cagando aceite. Patria es haber descubierto a María Elena Walsh, Alfonsina Storni, Borges, Sábato, Cortázar, Quino, Fontanarrosa, Favaloro, Soldi, Quinquela Martín, Discépolo en la voz de Julio Sosa, Fangio, Les Luthiers, y tantos más que quedan en el tintero. Patria soy yoPatria es ante todo la que me llena la panza cuando tengo hambre  y obtengo a fuerza de trabajo digno, y es la que me da la libertad de expresar mis ideas y mis ideales sin tildarme de anti nada. Patria es la que debería permitirme desplegar mis alas y no bajarme de un ondazo en pleno vuelo. Patria son los míos, somos todos nosotros, los millones de argentinos anónimos, decentes y laburantes que quisiéramos aprendernos esta letra de memoria, pero no hay caso, no nos termina de salir bien. Se las dejo en mi voz y en la de mi hija a pedido de algunas chicas españolas amigas de la casa que quieren escuchar nuestra tonada porteña y argentina, que aquí cantamos y compartimos en una nueva voz que brota de mi garganta, aunque como siempre y más que nunca hoy es...


"Una canción de aquí" de Facundo Saravia 
a capela por madre e hija


A boca de jarro

lunes, 13 de mayo de 2013

De mi uso de la lengua de Cervantes, de Shakespeare y de las mal llamadas malas palabras (No apta para puristas y pacatos)





 No puedo no seguir con la palabra en este mes de mayo, mes del aniversario de la Revolución de 1810, en la cual un puñado de patriotas, incluidos algunos españoles cojonudos afincados en el Virreinato del Río de la Plata, decidieron dejar de ser una colonia y comenzar a transitar el camino hacia la constitución de una nación independiente y soberana. Una utopía idílica, vista desde la aldea global que hoy conformamos, sobre la cual aprendí de chica, en mi paso por la escuela, con admiración por aquellos hombres de mayo, mientras coloreaba el cabildo que me dibujaba mi viejo en casa y que yo hacía lucir prolijito, bien pintadito y cuidado, como dejó de estarlo por décadas, y al pueblo reunido frente a él bajo un cielo gris y lluvioso y sus paraguas multicolores, aunque más tarde nos dijeron que los paraguas son en verdad una extrapolación. El pueblo, entonces, tal como hoy, estaba parado fuera de sus lugares de representatividad y excluido de las decisiones políticas trascendentes, gritando a viva voz:  -¡Queremos saber de qué se trata!




 Allí fue cuando se empezó a cocinar el guiso que terminó siendo la lengua de mi ciudad, "que tiene un puerrto en la puerrta", como dice la canción que fue himno en tiempos de la dictadura, y que se conoce como español rioplatense, sobre la cual se dicen y se escriben muchas cosas. Acá va una más. 

 Los españoles bien educados que hablaban y escribían con bella caligrafía la hermosa lengua de Cervantes en tiempos del Virreinato se sintieron fuertemente atraídos por esas morochas pulposas y fogosas, las criollas, con quienes se revolcaron y trajeron hijos al mundo. De las bocas de esos críos salió una lengua remixada, mezcla de criollo y español de pura cepa, que es lo que mayormente seguimos empleando para comunicarnos, con algunos otros condimentos que se fueron agregando con el correr del tiempo: los aportes de los inmigrantes que se vinieron en barco de España y de Italia mayoritariamente, y de algunos otros lados, casi un siglo después, más el fruto de la idiosincrasia que moldeamos a fuerza de taango, lunfarrdo, fúlbo, "el eco de una queja de un triste bandoneón", mosscato, pissa y fainá, más una buena dosis de guarangada orillera. En otras provincias argentinas, el cocido es diferente, con tonadas diversas y entradoras, otros colores y modismos, ya que somos un país muy grande. Y en otras latitudes de Latinoamérica se jactan de hacer uso de una variedad del español más pura, más cercana al español ibérico, más correcta y rica. Y tal vez tengan razón. A mí me pega como algo más híbrido y neutro, aunque con una cadencia musical muy dulce, pero me gusta el cocoliche nuestro, me parece que desde su nombre hasta su sabor, picantón y sabrosón como el chori con chimichurri, nada tiene que envidiarle al español que se habla en Colombia, Méjico o Venezuela, pero todo va en gustos.

 Alguien alguna vez observó que cuando escribo parece que lo hiciera para una audiencia foránea. Tal vez es un esfuerzo que parte de lo que sucede en este blog: a pesar de tener mayoría de visitantes argentinos a diario, hay una amplia mayoría de seguidores y activos comentadores españoles, mientras que argentinos comentadores hay pocos pero buenos: cosa muy argentina por cierto. Y en la comunicación intento ser empática, por eso es que suelo escribir empleando una variedad algo españolizada si se quiere de mi lengua, haciendo uso del Pretérito Perfecto Compuesto, por ejemplo, tal como lo hago en mi uso del inglés británico, el tan odiado por mis alumnos "Present Perfect Tense", que los yanquis prácticamente no emplean por su practicidad, optando por el mucho más simple y "user-friendly" " Simple Past Tense", para horror de mis colegas puristas y anglófilas
                                      
 Hago uso imperfecto del respingado Pretérito Perfecto Compuesto cuando escribo aunque no en mi oralidad cotidiana, y hasta creo que es posible que haya cierto grado de influencia del uso que hago de su equivalente en el  inglés que hablo, escribo, escucho, leo, enseño y amo. Además habrán notado que contesto los comentarios haciéndome la gallega con los gallegos y me despacho en porteño con los locales. Es porque el español ibérico y el galego propiamente dicho lo escuché mucho de chica, dado que las viejas de mi familia hablaban a media lengua, aunque cuando no querían ser entendidas por los más gurrumines, lo hacían en gallego puro, así que algo de eso pesco. Me sale bastante bien la galleguita y la actúo en casa para hacer reír a mis hijos, que no tuvieron la suerte de conocer a esas viejas entrañables que viven en mí.

 A pesar de no ser jamás comprendida por mis abuelos gallegos de Galicia, y asturianos, digámoslo con propiedad, y anglófobos, al devenir adolescente en los ochenta, me enamoré del inglés, que sonaba en todas las radios, y que inicialmente me entró por la oreja. Y me salía bien imitarlo, aunque no sabía ni jota antes de empezar a estudiarlo recién a los doce años y por Motus propio. Escuchaba canciones y las aprendía a cantar por fonética, sin entender una palabra de lo que decían. Para mí, "Staying Alive" por los Bee Gees, un hitazo de los setenta, era algo así como :

"Wiki to the shiki to neima uare shikiton,
Ssstein alaiv, ssstein alaiv..."

 Me llevó años de estudio llegar a descifrar lo que dice y cómo se pronuncia correcta y fluidamente eso en la lengua de Shakespeare que los yanquis remixaron a su modo, también bastante denostado por los puristas británicos, y confieso que todavía me gusta canturrear esa parte del estribillo como de pebeta, aunque ahora sé muy bien que dice así:

"Feel the city breakin' and everybody shakin',
And we're stayin' alive, stayin' alive..."


       






 Entré al profesorado de inglés público, examen de ingreso mediante, y me torturaron con Fonética y Práctica de Laboratorio desde el vamos. Ahí tuve que empezar a aprender otro híbrido, lo que se conoce como RP ("Received Pronunciation"), una variedad del inglés británico que sólo habla la familia real inglesa y la BBC de Londres. Tenía de profesor a un gordo fanfarrón que hablaba inglés como si hubiese nacido en Londres, pero el muy hijo de puta era de Lomas de Zamora. Y nos hacía penar pasando banco por banco con una hoja de carpeta Rivadavia suspendida de su enorme mano, una de las gruesas, no de las "eco-friendly" de hoy, para ver si volaba mientras nos matábamos soplando las consonantes explosivas ("plosives"): "p" "b" y "k". Y si no volaba el papel frente a tu boca, "out you went", y a otra cosa mariposa. En la primera prueba de lectura en voz alta a primera vista (first sight reading), a la pobre chica que pasó adelante mío en la larga lista del primer año del profesorado estatal de mayor calidad educativa de toda América del Sur entonces, donde en principio éramos sólo un número que había que reducir, ese gordo hijo de una buena madre le dijo a bocajarro que mejor se dedicara a otra cosa, que se buscara un trabajito en algún negocio, porque además de tener pésima pronunciación y paladar ojival, era muy petisa para ser profesora. Mis piernas, que no alcanzaban el piso por mi modesta estatura de un metro con cincuenta y seis centímetros, se alargaron de repente y empezaron a taladrarlo en un espasmo nervioso irrefrenable. Me llegó el turno, escondí las manos debajo del pupitre que temblaban descontroladas como mis pies, y leí en voz alta, pero a mí me perdonó la vida y me dijo que tenía "cierto" potencial, muy inglés en su "understatement", la implicancia que se lee entre líneas tan paspada, socarrona e inglesa. Me terminó poniendo un 9 en el final el muy turro, un  23 de diciembre sofocante, que consistió en repetir como un loro, pero bien sonada y explotada, teoría de un libro espantosamente técnico del que había que aprenderse inútilmente cómo había que poner la lengua dentro de la cavidad bucal para pronunciar la "dark l",  la "schwa", el "glottal stop" y otras delicadezas. Mi fuerte en el inglés es sin dudas lo fonológico gracias a ese hijo de mil putas y los que vinieron después, que me la hicieron parir pero me sacaron buena, y gracias, sobre todo, a los genes de mi abuelo paterno español, mi abuelo Jesús, que vivió varios años en Nueva York después de haber pasado otros tantos en Cuba, un Habanero, como le llamaban en Viveiro cuando volvió hecho un dandy, que laburó de camarero, barman y finalmente maître en buenos restaurantes, bares y hoteles, según me cuenta mi viejo. Un tipo de mundo que fue autodidacta en su adquisición del inglés americano, hablado y escrito, y de quien creo haber heredado la facilidad y el gusto por el idioma.

 Ese abuelo, a quien le llamaban Johnny en New York, por Walker, y porque Jesús no les sale ni a gancho a los yanquis, los cagaba a puteadas a mi viejo y a mis tíos en inglés, así es que a putear aprendí desde chiquita en las tres lenguas, galego, español rioplatense e inglés. Parece que era bastante más correcto que yo mi abuelo Jesús, porque no les decía "Son of a bitch" cuando se mandaban alguna cagada mayúscula, sino su versión eufemística "Son of a gun". Y aquí llegamos a las malas palabras, todo un deleite para mí.

 Confieso que soy de la puteada fácil, como tantos porteños, pero la puteada justificada, enfática y bien colocada, la que suma al mensaje semánticamente y le da pleno sentido, expresividad y color. No como los adolescentes que abandonaron su nombre de pila y se llaman todos "boludo": 

-Che, bludo, qué assé, bludo

 No, así no. Para mí un boludo es un tipo que me tira el auto encima cuando estoy cruzando la calle por la esquina, como se debe, a la vuelta del cole con mi hija de un brazo y su mochila, que pesa más que ella, del otro. A ese le profiero un fuerte y claro -"¡BBOOLÚDO!", cuando en verdad es un reverendo pelotudo, porque "pelottúdo", como decía el Negro Fontanarrosa, tiene más fuerza por la "t", o bien se trata de un reverendo hijo de puta, porque puede matarnos mientras dobla con el celular en una mano, el volante en la otra y el pucho en la boca a toda velocidad, aunque la madre que lo parió no tiene ninguna culpa de que maneje para el carajo..


 Coger, lo que para los españoles que me leen es follar, no me parece ninguna mala palabra en el contexto apropiado, la intimidad amorosa, pero sí lo es cuando lo hacen los bancos o nuestros políticos con nosotros. Para nosotros los porteños, el "¡Kéeiiijo de puuta!" puede ser un insulto o un gran cumplido, como en el doble caso de mi primer profe de Phonetics. Es como decir "¡Qué genio, qué maestro!", por su impecable pronunciación, o bien ¡Qué mal parido!, por cortarle las alas a un ser que sólo quería volar bajito a fuerza de mucho aleteo. Lo decimos cuando Messi hace alguna de sus genialidades para el Barça o vistiendo la albiceleste y cada vez que vemos o revivimos el gol que Maradona le metió a los ingleses con la mano, revirtiendo en el imaginario colectivo el penoso resultado de una guerra absurda y el descarado afano de las Malvinas del imperialismo inglés que condeno pero del que además vivo, al menos del lingüístico, dado que enseño inglés, la lingua franca que aún hoy predomina en el mundo. También se le corea a los réferis en la cancha de fúlbo cuando cobran un penal que sólo vieron ellos en contra de nuestro equipo.

 Las verdaderas malas palabras son, en mi opinión y la de otros que saben mucho más que yo, las que parecen elegantes y correctas. "Son of a gun" es mucho peor que "Son of a bitch". Ser un hijo de puta es un accidente de la naturaleza, pero ser hijo de un arma de fuego (¿?) es un terrible agravio. Lo dijo el "troesma", genio, ídolo de Fontanarrosa, que se nos fue ya, pero está y estará siempre en nosotros, un gran humorista rosarino y argentino, colaborador de Les Luthiers, que jamás usan una de esas mal llamadas malas palabras para hacernos reír. Malas palabras son "arma de fuego", "guerra", "hambre", "pobreza", "corrupción", "vilolencia", y el sucio "lavado de dinero", aunque suene limpio hasta en quienes no son considerados "boca sucia", y muchas más por el estilo. Pero los dejo con el genio de Fontanarrosa para que dicte cátedra sobre el buen uso de las mal llamadas malas palabras, porque esto se hizo laargo como puteada de tarrtamudo, qué lo parió...


A boca de jarro

jueves, 9 de mayo de 2013

La palabras que se echan a correr al viento...



  Este mes la tengo con las palabras. No lo planifiqué. Salió así. Hay ángeles que me susurran palabras en sueños y las escribo porque algo nuevo se ha derpertado en mí.

  Ahora me enganché con Google+, un montón de gente echando a correr palabras o imágenes que hablan más que mil palabras en una red más de comunicación social.

  Con mi hija menor estuvimos estudiando el circuito de la comunicación, tema que yo estudié cuando comencé a recorrer los vientos que soplaron durante cinco años de estudios en el profesorado de inglés, un tramo intenso de mi vida porque amo la comunicación y los idiomas, pero tenía que elegir uno y fue el inglés por alguna razón que no viene al caso hoy.



  De acuerdo a la teoría de la comunicación que refresqué asistiendo a mi hija en sus estudios, quien la "aprendió" (?) a una edad mucho más tierna que su mamá y que muchos adultos que se comunican a diario ignoran, la comunicación se ha definido como "el intercambio de sentimientos, opiniones, o cualquier otro tipo de información mediante habla, escritura u otro tipo de señales". Todas las formas de comunicación requieren un emisor, un mensaje y un receptor destinado, pero el receptor no necesita estar presente ni consciente del intento comunicativo por parte del emisor para que el acto de comunicación se realice. Esto es clarísimo en las redes sociales de hoy. En el proceso comunicativo, la información es incluida por el emisor en un paquete y canalizada hacia el receptor a través del medio. Una vez recibido, el receptor decodifica el mensaje y proporciona una respuesta, aunque es claro como el agua que el receptor no decodifica el mismo mensaje que el emisor transmite, porque juega un enorme papel en esto la subjetividad, hecho que queda ampliamente demostrado en los comentarios que se reciben luego de haber transmitido un mensaje en un posteo en el blog o en cualquier otra red social. El receptor puede ignorar el mensaje, tomar sólo parte de el, interpretarlo según su cosmovisión, su biografía e historia vital, sus prejuicios o apertura mental, su idiosincrasia, su nivel de cultura, su estado de ánimo, su grado de comprensión y apreciación lectora, su concepto y estima del receptor o del tema abordado, etc.

  Pese a todo, el funcionamiento de las sociedades humanas y, yo agregaría, de un individuo en la vida, es posible gracias a la comunicación. En nuestros tiempos la comunicación se ha complejizado y potenciado exponencialmente, a punto tal que a veces nos satura y eso también afecta la respuesta del receptor. Cuando abrí días pasados mi escritorio Blogger, tenía 67 notificaciones de gente que se ha sumado a mis círculos. Hay personas que envían decenas de mensajes por día y mi umbral de procesamiento de comunicados se ve ampliamente superado y saturado por tamaña cantidad de mensajes, por lo cual he tenido que silenciar o quitar a algunos de estos emisores prolíficos. En este mismo instante, mientras escribo, me están entrando alertas de notificaciones en mi escritorio que debo ignorar para lograr emitir un mensaje más o menos coherente por este medio que adoro.

  Soy también conciente de que la extensión de mis mensajes supera y satura a muchos de sus potenciales receptores: lo bueno, si breve... Pero no está en mi naturaleza esa bondad. En eso, como aportó Víctor en su último comentario, "Soy creyente, pero no practicante", un fabuloso mensaje de Jesús Aguirre. Por otra parte me han entrenado como alumna y aún entreno a mis alumnos hoy para escribir textos que deben observar un determinado número de palabras que no suelen ser pocas. Esto que a mis alumnos les resulta un terrible obstáculo para desplegar su escritura, porque están acostumbrados a la brevedad y hasta a la parquedad, a mí me permite volar como un pájaro en el viento de las palabras para plasmar vivencias y opiniones que muchas veces terminan en disgresiones. Amo las disgresiones, aunque se penalicen en los exámenes que ayudo a aprobar a mis alumnos. Todo esto es lo interesante del uso de la lengua, de cualquier mensaje, en cualquier código o canal que se elija para enviarlo: nada es matemático. Si así fuese, definitivamente me habría dedicado a otra cosa.

  El código en estas nuevas redes sociales se me hace difícil de entender en algunos casos. Por código entendemos un sistema de signos y reglas, que por un lado es arbitrario y por otra parte debe de estar organizado de antemano. El proceso de comunicación que emplea ese código precisa además de un canal para la transmisión de las señales. El canal sería en este circuito el medio físico a través del cual se transmite la comunicación, y eso también me abruma: la cantidad de canales que nos bombardean con mensajes minuto a minuto. Podríamos agregar además el contexto situacional (la situación), en que se transmite el mensaje y que contribuye o va en detrimento de su significado. Todo muy rico y complejo, apasionante.

  A veces se reciben mensajes anónimos, es decir, el emisor no da su nombre. Me pasó el otro día en el blog y sin embargo entendí los motivos del anonimato que la última comentadora de esa entrada elegía y le contesté con gusto ya de madrugada. Otras, en cambio, el anonimato tras el cual se esconde el emisor es dañino y lastima por la naturaleza del mensaje: me ha pasado afortunadamente menos veces, pero duele. Se aprende hasta a leer entre líneas la identidad de un emisor de mensajes anónimos.

  Y finalmente están los rumores, mensajes llenos de significado pero cuyo emisor ha quedado opacado por los ecos del mensaje original a través de cientos o miles de códigos y canales. Esos mensajes suelen tener un fuerte asidero a pesar de su dudosa procedencia y veracidad. Por estos días se ha echado a correr el rumor de que tendremos otro corralito. El mensaje es alarmante a pesar de que no tengo dinero ahorrado en ningún banco.
  Y me sentí tan sacudida por este mensaje en forma de rumor que se ha echado a correr que logré plasmarlo de una forma totalmente novedosa para mí y quisiera compartirla en el blog también, ya que no ha tenido ningún receptor que le diera un +1 en Google+...¿Será por que no está bueno, no es gracioso, les cae gordo, les parece desubicado o qué? Espero receptores que respondan a mi mensaje. Gracias.
Tengo la planta del dólar Messi en casa, por si se viene otro corralito, como escuché por ahí…

La planta del dólar Messi, en venta en todos los viveros de la ciudad de Buenos Aires y alrededores. 
La única forma de conseguir verdes que no sean blue y eludir el cepo cambiario. 
La tengo en mi jardincito urbano, no debajo del colchón, de donde los chorros te la sacan cuando entran a tu casa endrogados y armados hasta los dientes. Ni en el banco, en una caja de seguridad, ya que depósitos en dólares no nos permiten hacer en esta democracia nuestra, y donde te hacen un corralito cualquier día de estos y chau verdes…
¿A cuánto cotiza en el mercado cambiario esta plantita?
A 32 pesos argentinos, es decir, 3,20 dólares Messi.
La alta es el euro y la bajita, nuestra depreciada moneda, pero devaluación no hay, eh...
Por si se viene otro corralito, también colgué claveles del aire de mi arbolito, ese que planté antes de tener un hijo, escribir un libro y donar un órgano, los cuatro mandamientos posmodernos.

Eso es para que, si efectivamente se viene otro corralito, aprenda a vivir del aire como las epífitas...
Después no digan que nadie les avisó...


A boca de jarro

domingo, 5 de mayo de 2013

El libro más leído y vendido de todos los tiempos (Retocada)

    


"El descendimiento", Roger Van Der Weyden


  Me comentaba Julia en la entrada anterior, que abre con una soberbia cita Bíblica, como tantas que hasta usamos como expresiones idiomáticas en nuestra cotidianeidad ignorando su fuente, que ella no cree en el Dios que le hicieron conocer las monjas con quienes convivió en su infancia, que en el tema de Dios, no está de acuerdo conmigo porque le falta esa fe que yo tengo, ya que la suya quedó entre los muros de ese colegio de monjas y no la ha recuperado. Antes de eso, Temujin decía en una de sus entradas cargadas de humanidad y humor, que el Apocalipsis es un dislate escrito en estado de embriaguez por Juan. 

  Yo no soy una chupa cirios, que se entienda bien, ni siquiera soy de las que van a Misa todos los domingos y mucho menos de quienes andan con La Biblia bajo el brazo como tantos Protestantes que vienen a tocar el timbre cada dos por tres a las casas de mi barrio intentando evangelizar, y no los juzgo. Se nos suele juzgar mal a los Católicos por no hacer lo mismo. Los Evangelistas y Testigos de Jehová que me tocan el timbre son gente respetuosa y respetable, que hace los sábados lo que cree debe hacer con su fe. En cuestión de creencias, soy muy tolerante, abierta y curiosa. Es más, diría que las mayores religiones del mundo tienen más puntos en común que divergencias que nos nutren, por eso me resultan incomprensibles las guerras de religión, así como todas las guerras.

  El viernes por la noche escuchaba en televisión argentina a Rosa Montero, a punto de lanzar un ciclo acá. Y entre tanto de lo muy interesante y sensato que dijo, le escupió al chato panel de periodistas locales, ante la pregunta típicamente psicologista que solemos hacer los argentinos, para quienes la psicología es religión, que ella era perfeccionista y obsesiva en su trabajo no por una crisis de angustia y ansiedad que confiesa haber padecido y que la llevó a superar su miedo al miedo, con lo cual me sentí ampliamente identificada, sino porque cree que carga, como tantos de nosotros, con esa pesada mochila de la culpa judeo-cristiana que es parte de la idiosincrasia hispana. 

  Siempre digo que mi fe es una fe miedosa, y no me siento orgullosa de eso: me da culpa. Me aferro a Dios en los momentos oscuros y les prendo velas a todos los Santos cuando siento que los necesito para que me resuelvan asuntos que debo resolver yo, pero también siento a Dios cerca en los momentos de plenitud y felicidad, porque concibo a Dios como amor, desde el sentido más carnal y mundano hasta el más sublime y místico.

  Le decía a Julia, a quien le encanta leer, que La Biblia es el libro más leído y vendido de todos los tiempos, el best seller más relevante de la historia, no por su contenido religioso, creo, sino porque se trata de una completísima galería de modelos de conducta humana que nos sirven como espejos. La Biblia me parece un libro fenomenal, más allá de sus implicancias religiosas, debido a que está cargada de relatos simples, alegóricos, riquísimos y aleccionadores. En ella hay profetas, locos, cobardes, puros de corazón, corderos, chivos expiatorios, sordos, ciegos, leprosos, pescadores, prostitutas, adúlteros, ricos y pobres, pobres de espíritu, poderosos de turno, traidores, madres y padres, hijas, hijos e hijos de puta: tal como en el mundo real. Y de eso se puede aprender mucho. Es un libro que, como cualquier otro libro considerado sagrado, vale la pena ser leído aunque no creamos en ninguna divinidad. De ahí proviene su popularidad en ventas y su vigencia y convocatoria a través de los siglos.

  Yo nunca llegué a leerla entera y lo que realmente me movilizó lo leí de grande. Por ejemplo, siempre recuerdo el pasaje del Nuevo Testamento en el que Isabel, prima ya entrada en años de María, madre de Jesús de Nazaret, y su esposo, Zacarías, deseaban tener un hijo aunque ya habían perdido las esperanzas por su avanzada edad,  y lo que sucede cuando se entera el hombre de que sería padre del que fue llamado Juan el Bautista. No debe ser fácil luego de haber esperado toda una vida tener un hijo como el Bautista,  para la historia, un predicador judío, considerado como profeta por tres religiones, el Cristianismo, el Islam y la Fe Bahá'í, además de mesías por el Mandeísmo. Como hijo, un loco lindo que abandonó a sus padres mayores para vivir en cuevas en medio del desierto anunciando a gritos pelados la llegada de quien él creía era verdaderamente el Mesías y al que decía no ser digno de atarle las cuerdas de sus sandalias. Un segundón, diríamos hoy, ¿no? No tomaba alcohol, vestía pieles de animales salvajes, se alimentaba a miel y leche y bautizaba a multitudes que lo iban a conocer por su carisma y su pasión o por su reviro místico, no medicable entonces, al Río Jordán, donde les rogaba que rectificaran sus caminos, aunque simplemente era una voz en el desierto, según Juan, el evangelista de mayor vuelo poético de todos. Fue arrestado por el libidinoso, desconfiado, ambicioso y envidioso Herodes Antipas y por pedido de la desgraciada de Salomé, su mujerzuela, que pidió su cabeza entregada en una bandeja de plata y se salió con la suya, dando comienzo con este bestial decapitamiento a la vida pública de Jesús y dándonos a nosotros un motivo de festejo, pobre tipo, ya que la noche del 23 de junio, víspera de su fiesta, se realizan las famosas hogueras de San Juan, sobre todo en Alicante y en  La Coruña, declaradas de interés turístico nacional y donde me encantaría ir por unos ricos vinos, unas cuantas cañas y unas buenas tapas. El tema es conseguir los euros para hacerlo con la devaluación del peso que nos corta la cabeza y los pies a los argentinos, como diría Maradona, en una de sus tantas argentinadas, pero cuando se quiere, se puede...






"Salomé con la cabeza de San Juan Bautista", Caravaggio


  Retomemos lo espiritual. Yo apuntaba a Zacarías. La historia de este hombre me estremece. Se cuenta que era todo un señor grande e importante, un sacerdote judío, un ejemplo y modelo para su pueblo. Pero parece que cuando se le apareció el arcángel Gabriel, que era nada más que una luz resplandeciente proyectada desde una nube sonora, un efecto 3D al mejor estilo Pixar si se quiere, para darle las buenas nuevas de ese hijo que tanto deseaba darle su mujer y no podía, a un sacerdote judío cuyo mayor sueño en la vida debía ser un hijo varón, el hombre se quedó duro. Dudó de la palabra celestial, él, que era sacerdote, y por eso enmudeció  hasta  después del nacimiento del crío. Recuperó el habla el día de la circuncisión, ocho días después del nacimiento, como mandaba la ley, mientras se debatía su nombre. En medio del debate, él atinó a escribir en una pizarra «Su nombre es Juan». Y recién entonces recuperó el habla.


  Yo no leo en este relato un castigo divino, como me enseñaron las monjitas de mi colegio. Yo creo que a Zacarías le pasó algo mucho más pedestre: se quedó mudo de un susto. ¿A quién  no le pasó igual alguna vez? Yo quedé muda el día que me hicieron la ecografía que confirmó que mi primogénito era varón. Me mostraron su miembro, bueno, su pirulín, en la pantalla del ecógrafo y me quedé helada, vaya a saber por qué. Me asusté como Zacarías. Me parecía que una nena sería más entendible para mí, más fácil de criar: todos buscamos lo que creemos más fácil, pero viene lo que toca, la suerte es loca. Además, todos me decían que tenía la panza redonda de llevar una nena adentro, que mi cara delataba su sexo y de golpe: ¡zas! Varón, dijo el poco angelical ecografista, bastante antes que la partera. Y se me pasó el susto recién cuando el obstetra lo sacó de mi vientre y me lo acercó cubierto de mis fluidos y tembloroso, una bolita de carne humana de dos kilos cien, con unos ojos aturquesados que se abrieron de par en par y se clavaron de por vida en los míos, y fue recién entonces cuando recuperé el habla y el coraje de ser su madre, aunque todavía hay días en los que me deja sin ambos, tanto como su hermana.


  Cuentan mis padres que cuando yo me estaba largando a hablar, y hablaba hasta por los codos como ahora, alguna de todas mis tías abuelas gallegas sin hijos que me adoraban y malcriaban, me dijo alguna cosa que no llegaron a escuchar ellos, del estilo de:

-"Mira, Fernandita que si no me das un besito, viene el hombre de la bolsa y te lleva con él." 


  Enmudecí del susto, no por minutos ni horas, sino por semanas. Mi mamá me preguntaba de todo y yo le contestaba con la cabeza, y mi viejo le decía que no insistiera, que ya se me iba a pasar solo, pero como buen padre y médico, se preocupó y se ocupó de hacerme ver por un pediatra de su confianza, del cual conservo aún el recuerdo: su altísima estatura, la camilla enorme y gris como su cabellera, su consultorio sombrío que olía a gas de la estufa encendida y a consultorio, como el de papá en casa, y la cara de consternación de mi viejo, que era joven entonces y muy pintón, como hasta hoy. Todavía a veces sueño con ese episodio.

 No recuerdo exactamente qué me dijeron o qué me pasó que me dejó muda, pero seguramente fue algo que para mi mente infantil era el equivalente al mensaje de un ángel en 3D como el que recibió Zacarías, ya adulto. Yo no sabía escribir, así que me comunicaba por gestos. Lo que sí se es que, desde entonces, la expresión más audible de mis miedos y mis angustias es el silencio. Cuando callo, es porque estoy verdaderamente en un pozo de angustia, con esa sensación de angostamiento en la garganta que no deja fluir el habla que es clara y fuerte cuando estoy en la superficie. Es obvio que Zacarías se quedó mudo del susto por el cual se vio superado, por más fuerte que fuese su fe. Una cosa es la fe y otra muy distinta es la repuesta inmediata y visceral, humana, al enterarte de que vas a ser padre cuando no lo esperabas por estar más cerca del harpa que de la guitarra.

  Como este relato, hay cientos en ese libro tan vapuleado, mal entendido y subvaluado como el peso argentino que nos pueden servir de espejo. A veces siento que muchos creen que La Biblia es un desfile de santurrones que a todo decían que sí y todo lo hacían bien. Sería una pena asumir eso y perderse de ver todas las miserias maravillosamente humanas que allí se exponen: María con sus dudas y su largo diálogo con el ángel en Los Evangelios Apócrifos, muy dignos de ser leídos, es otra prueba de que no era la sumisa doncella que nos hacen adorar, sino una joven pensante que se vio venir lo peor al saber que estaba embarazada siendo que no estaba casada, y se tuvo que tomar el raje a lo de Isabel a lomo de burro para que no la mataran a pedradas, como era la costumbre en esa época. José era un carpintero que entendía de muebles, un hombre entrado en canas que querría una mujer para que lo cuidara y lo auxiliara en sus últimos años, y se tuvo que tragar el sapo del embarazo sin comerla ni beberla, pero le dio vueltas al asunto que no le gustó nada en principio. Tuvo que hablarle otra voz del más allá en sueños para que le entrara sin haber entrado. Juan sería poeta e idealista, pero era también lo suficientemente joven, inconciente y corajudo como para acompañar en la crucificción y dar la cara mientras sus amigos se quedaron escondidos. Pedro es la piedra sobre la cual Jesucristo edificó una humana e imperfecta iglesia, porque se tuvo que quebrar tres veces antes de hacerse lo suficientemente fuerte para ser la piedra angular sobre la cual se construyó algo que parece que está siempre a punto de caer.

  La verdad es que no se si Juan y los Evangelistas escribían embriagados. Le daban lindo al vino por entonces, igual que hoy. Pero si así fuese, "In vino veritas", como decían los romanos. Lo que sí se es que La Biblia es una fantástica alegoría en muchos tramos y no comprendo por qué nos derretimos por los mitos griegos y romanos, las leyendas aborígenes, las fábulas de Esopo, los libros de psicología, de Luise Hay, Osho, Chopra y
Sri Sri Ravi Shankar, que la levantan en pala, no como los cuantro Evangelistas precisamente, mientras dejamos La Biblia junto al calefón.
                                

                                    
                                                        "La incredulidad de Santo Tomás", Caravaggio.


A boca de jarro

miércoles, 1 de mayo de 2013

Mayo, Mes de la Palabra: Por amor a la palabra

 

             "Ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ Λόγος, καὶ ὁ Λόγος ἦν πρὸς τὸν Θεόν, καὶ Θεὸς ἦν ὁ Λόγος."

             "En el Principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios y la Palabra era Dios"

                                                   (Evangelio de Juan, 1:1)
  

  Hace unos días un autor de blog a quien admiro y valoro, Spaghetti, no sólo por su bitácora (tal como me enseñó a llamar a los blogs otro amigo, Luis Antonio, un purista de la lengua de Cervantes), y por su alma azul, que se transluce en sus escritos que cobran vuelo poético y dan rienda suelta a una imaginación potente para la ficción, sino además por cada uno de los comentarios que tiene a bien verter en este jarro, aunque no sean siempre complacientes con mis opiniones a boca de jarro, como pasó cuando dejé de fumar. Con el cariño que impregna su visión de subjetividad lo que aquí lee, como nos suele pasar a tantos que blogueamos con el corazón abierto, encariñándonos con quienes interactuamos virtual pero profundamente en nuestros espacios de libertad expresiva y creatividad sin límites, me prodigó elogiosas palabras, de las cuales en verdad no me siento merecedora, acerca de una entrada que le gustó. Comentaba algo así como que mis letras "son un ejercicio literario tanto en el fondo, como en la forma, que todo sigue una línea clara" y que, como escritor que es, sabe "lo muy difícil de escribir tanto y tan intenso" y que sólo lo podemos hacer quienes tenemos "ese don que nos dio el cielo". Yo no me siento escritora, pero sí creo que tengo un don para la palabra que me ha dado Dios, a quien concibo como fuente inagotable de amor. La palabra es amor y escribo por amor a la palabra.

  Como es costumbre de la casa, le contesté profusamente, diciéndole que valoro inmensamente este intercambio nuestro y que siempre recuerdo lo que me costó lograr hacerle venir a este jarro que moldeo a pura intuición. Admito que a veces salgo a buscar a ciertas personas que realmente me interesa tener como comentadores dado que los considero un lujo, como a Isabel Martínez Barquero, con quien no me animaba, ya que es escritora de verdad. De letras no estudié más que lo que me enseñaron a admirar lo que hacen ciertos grandes escritores. Tuve la fortuna de dar con buenos maestros de literatura en mi paso por el colegio secundario y el profesorado de inglés, quienes me educaron para ver las maravillas que se construyen a base de palabras, a deleitarme con esas poderosas obras arquitectónicas con todos los sentidos. No me siento una trabajadora de la palabra, aunque enseño inglés: siempre me gustaron, siempre me atrajeron, mucho más que tantas otras cosas que intentaron enseñarme en vano. Entablo un juego amoroso con ellas que me divierte y me sana.

  Lo que más disfruto en realidad es la enorme libertad que me permiten de expresarme y de comunicarme con almas sensibles y afines, muchas menos de las que se cuelgan debajo del la imagen de Dalí a veces simplemente para decir "Aquí estoy", o que eligen leer en silencio sin comentar, lo cual no juzgo: cada quien tiene su modo de bloguear. Algunos de los que aportan significativamente aquí ni siquiera figuran en ese cuadro de seguidores y no me importa en lo más mínimo: es el caso de Joselu, un hombre con quien he tenido acuerdos y desacuerdos siempre respetuosamente y quien, además de enriquecer mi visión del mundo, recomendarme buenas lecturas y enviarme links y mails, me ha enseñado mucho sobre el arte de bloguear de manera absolutamente desinteresada. Otro así de valioso es Dr. Krapp, que tiene una visión clarísima de mis sombras que inevitablemente se filtran en mis escritos, y nunca yerra ni en el diagnóstico ni en el tratamiento para los males que ventilo aquí, como buen médico de almas. También él me deja regalos en forma de videos para ver que he colgado varias veces después de publicar una entrada por lo que suman a lo que he intentado plasmar. Debo nombrar a Julia, seguidora desde hace tiempo, que me sorprende con sus destrezas manuales, don que me ha sido negado, y que ofrenda sabias palabras de mujer a mujer en cada aporte aquí y regala poemas y extractos de libros desde su lugar que luego obtengo, leo y disfruto enormemente. No me puedo olvidar de Rosa, simpática, empática e incondicional en sus intentos por enseñarme diferentes saludos en catalán, a Alson, de pocas y contundentes palabras, pero de férrea presencia, a Maru, que me enseña tanto de arte en su interesantísimo blog, a Lore, que me banca desde el principio y siempre tuvo palabras de afecto, apoyo y contención, tanto como Moni, que hace tiempo que no viene, igual que Neuriwoman y Víctor, y me tienen preocupada, no porque no vengan o publiquen asiduamente, sino porque me sucede que pienso en ellos y los imagino en el mundo real, tal vez con dificultades que los apartan momentáneamente del virtual, y me interesa saber de ellos como seres humanos. Me pasa eso: soy querendona y no puedo evitar entablar un vínculo afectivo con ustedes, y eso es lo que más valoro de llevar un blog.
  
  Sigo con interés blogs de ficción que leo con cholula admiración porque, como dije, nunca pude escribir nada que no estuviera basado en una vivencia real, tanto que a veces me siento demasiado expuesta en lo que plasmo, porque es mi vida: es el caso de Mirella, de Dana, a quienes me cuesta comentar porque no sé si aclaro u oscurezco. Hay poco que agregar a ese mundo de fantasía invaluable. Del mismo modo me sucede con los de vena poética o metafísica, como Marinel y Antonio, con los bastiones de la sabiduría, madurez, sencillez, la humanidad más enternecedora, el sentido común y la opinión concienzuda, como Lola, Manuel, Pedro y el temido por mí Temujin, a quien le voy perdiendo el miedo y se me hace un tierno de opiniones fuertes y acertadas, y con jóvenes brillantes y soñadores pero que pisan fuerte y tienen un promisorio futuro con las palabras, como Diego.

  Algunos de ustedes tienen en sus espacios libros enteros absolutamente publicables, letras pulidas que vuelan y estremecen. Éste, en cambio, es un simple jarro de barro que voy moldeando con mis manos a fuerza de pura inspiración, vivencias y opiniones. Mis entradas ahora suelen arrancar temprano a la mañana, cuando hay aún silencio y tranquilidad en el hogar, los días en los que no salgo a trabajar al instituto. Parten de un sentir, una idea que me asaltó antes, de vuelta del trabajo la noche anterior, sentada frente al televisor, con un libro en la cama, leyendo el diario o en sueños. Me siento frente a la compu entre medio de mis quehaceres cotidianos, escribo, voy y vengo por una taza de café o té, o por un cigarrillo (porque lamentablemente, he vuelto a fumar, en un intento erróneo por torear a mi dramatizada enfermedad y hacerme humo cuando me entró el agua en casa, lo confieso, aunque sé que decepciono a unos cuantos al hacerlo...). Lo que empecé a escribir antes del desayuno, lo releo y hago un alto. Preparo el desayuno familiar y las colaciones que se llevan, comparto el desayuno con los míos, les digo chau, un besito y sigo. Me quito el pijama, me meto en ropa cómoda, salgo a barrer la vereda, pongo a lavar la ropa, releo y continúo. Tiendo la ropa al sol y me desperezo en la terraza, me como una galleta dulce, a veces toca otro lavado extra y voy cerrando. Busco imágenes, ya después de alguna compra, la limpieza básica de baños y acondicionamiento de habitaciones, mientras preparo la comida y antes de que lleguen los chicos del colegio: eso me insume tiempo, pero me fascina. A veces llego un poco tarde al cole a retirar a la más chica porque me olvido del tiempo. Es maravilloso lo que las imágenes pueden decir, tanto más que las palabras. De eso ustedes también saben y algunos mucho. Todo este proceso no me resulta ni difícil ni trabajoso: fluye. Necesito expresarme así y comunicarme con seres afines tanto como un jarro necesita de agua para no estar vacío y meramente de adorno. Sé que me entienden bien en esta necesidad. Tan poco trabajo me representa llevar adelante el blog que comenzó allá por el 2011 por falta de trabajo, justo después de que a mi compañero de vida desde hace veinte años y padre de mis dos hijos lo echaran a la calle sin previo aviso un fatídico 27 de diciembre. Desde entonces, no paré de escribir. Escribo para refugiarme del trabajo y del mundo allá afuera y pensar sobre él desde un lugar calentito que se me hace seguro y con la distancia óptima que me ampara de su vorágine desde mi ventana.



  El mayor placer llega al concluir la entrada y apretar la opción "Publicar", absolutamente gratuita y orgásmica. Es un momento de enorme alivio y alegría por la culminación, probablemente comparable a lo que sentiría John Milton, aunque salvando la abismal distancia de tan gran escritor de lengua inglesa, cuando decía que se levantaba temprano por la mañana a escribir "wanting to be milked" ("necesitando ser ordeñado"), y eso que era hombre y jamás había amamantado, pero escribía en la campiña, rodeado de naturaleza, como tantos soñamos poder hacerlo. Ahora, como adulta, pienso que además hay una sana connotación sexual y sensual en su metáfora. He ahí el poder de la palabra y el enorme  privilegio de escribir. Y finalmente llega el deleite, que se va paladeando de a poco como el buen vino y nutre como el guiso de mi abuela, de recibir comentarios y ver qué efecto causó lo que una dejó fluir libremente en medio del trabajo cotidiano. Mis respuestas a los comentarios suelen ser tan extensas como mis posteos, y es que me encantaría charlar horas enteras con personas como ustedes en un café o en un bar, pero sólo está Blogger: mejor dicho, por suerte está Blogger. Lamentablemente, es difícil encontrar en el mundo real gente con quien me entienda tan bien y me sienta tan a gusto, y eso que somos tantos.

  Así es que hoy, en el día en el que el mundo celebra el trabajo, que en casa agradecemos ahora que lo tenemos y lo valoramos porque ha faltado, como les sucede a millones de almas con quienes me hermano hoy y cada día, yo celebro lo que hago cuando no trabajo y que ustedes enaltecen al pasar por aquí y al darme cabida en sus propias bitácoras, simplemente por amor a la palabra. Por todo eso les doy las GRACIAS a todos, a los que han quedado enlazados a estas palabras y a los demás, a los de ahora, a los de antes y a los de siempre, y les deseo un buen descanso en el Día del Trabajador.


A boca de jarro

miércoles, 24 de abril de 2013

Hoy es día de perfumes, colores y relojes

  
Pierre-Auguste Renoir - Niña con regadera - Google Art Project

 Hoy hace diez años nacía mi segunda y última hija. Era un día gris, con los árboles pesados de hojas doradas y rojizas. Amanecí antes del alba, igual que hoy, pero ella no tenía apuro ni urgencia por asomar, como el sol de otoño que se hizo desear esa mañana. Todo se planificó prolijamente por el obstetra a cargo, a quien había acudido por recomendación. El referente me aseguró que era "un capo", y yo entendí erróneamente que era lo que necesitaba, porque tenía miedo de reincidir en la maternidad. Había tenido complicaciones pre y post parto la primera vez, aunque no las dimensioné como peligros hasta bastante después que pasó la euforia de tener a mi primogénito prendido a mi, mamándome hambreado por su bajo peso debido a la preclampsia que padecí y que me dejó enclenque por un buen tiempo.

   Costó tomar la decisión de traer a esta hija al mundo, una nena de ojos grandes y piel muy blanca, tal como la soñaban su papá dormido y su mamá despierta. A mí me daba temor y su papá sentía que se había quedado sin respaldos materiales para sostener a esa familia que anhelábamos, con todos nuestros ahorros atrapados en el corralito del 2001. Le habíamos visto la cara a la depresión por primera vez y aunque no la parí, ya que nació prolijamente por cesárea por orden del obstetra "capo", para quien yo, con mis treinta y cinco entonces, era una mamá añosa cuyas ñañas se curarían con un parto fríamente calculado y agendado de antemano según su conveniencia. A pesar de la impecable cesárea, pujé bastante antes del día de su llegada al mundo para que viniera. Diría que mi trabajo de parto empezó un año y medio antes de concebirla. Tuve que convencer a este duro e hiperrealista hombre a quien amo de que el sustento más importante para nuestra cría ya estaba en casa, en nosotros, que la deseábamos y la soñábamos.

  Cinco años se lleva con su hermano mayor. Cinco años fue lo que nos tomamos para animarnos. Cuando finalmente lo hicimos, con el corazón más que con la cabeza, estábamos seguros y plenamente concientes de lo que se nos venía. Es que hay que animarse a traer hijos a este mundo. Sobre todo cuando ya se ha traído uno. El segundo hijo no se tiene con la fresca y alegre inconciencia de la primera vez. Se sabe lo que se va a disfrutar tanto como lo que se va a sacrificar, y está el otro hijo de por medio, en quien se piensa porque parece imposible ser capaz de amar a alguien tanto como se lo ama a ese ser. Y sin embargo, brota amor por doquier cuando llega esa carne perfumadita de vida una mañana de abril.

  Mi hija es eso en nuestras vidas: un brote perfumado, amoroso, tierno, sensible, entrañable. Hoy le regalo un perfume como símbolo de su efecto en nuestras vidas. Una gota de esta nena, que está creciendo y dejando de serlo, basta para aromatizar el día. Su fragancia es dulce, querendona, persistente. Y le regalamos un reloj, signo de que el tiempo pasa y de que son los hijos quienes nos obligan a ver lo cambios en ellos y, por ley vital, en nosotros frente pero no enfrentados al espejo.

  Sin embargo, ella se toma sus tiempos, a veces como queriendo detener el irrefrenable avance de las agujas de ese tirano impiadoso. Estira su niñez lo más que puede en estos tiempos en los que a las nenas ya las disfrazan de modelitos de pasarela con una precocidad lastimosa, les hacen spa de princesas con maquilladoras profesionales para festejar sus cumpleaños desde mucho antes de cumplir la década y les sacan las muñecas para reemplazarlas por figuritas y pósters de íconos de moda locales o foráneos, carentes de sustento, proyectando una vida irreal que les puede hacer mucho daño si no se les avisa suavemente que la vida no es un cuento rosa.


  Muchas veces, allá por los comienzos de este espacio, compartí mis preocupaciones y desvelos por esta hija. Se nos pronosticaron problemas de aprendizaje cuando estrenó su escolaridad formal, a los treinta días de haber comenzado su primer grado. Se nos alertó acerca de los supuestos peligros de su resistencia a "crecer". Y como buenos docentes y malos padres, creímos en la palabra de la señorita maestra, que se animó a diagnosticar, a etiquetar a un ser humano como todos, con su maravillosa e imperfecta singularidad en plena metamorfosis, en lugar de confiar en nuestro instinto y en las sonrisas que esta nena dibujaba día a día en los rostros de todos los que la queremos bien, porque todos los niños son "pintadores de sonrisas", cada uno con la paleta de colores que Dios le dio, aún cuando nos pescan sumidos en las lógicas preocupaciones que la vida adulta y ellos mismos nos causan.


  Tuvimos dos largos años en los que velamos sus noches por problemas de sueño causados por la ansiedad que la exigencia de la escuela representaba en su mente infantil. La hicimos ver por tres profesionales de la psicopedagogía infantil y una pediatra y médica unicista, quienes nos tranquilizaron y nos confirmaron lo que ya sabíamos: que esta maestra necesitaba un buen par de gafas de aumento para ver el potencial de su alumna, abrumada con tanto culo en la silla, cuaderno, pluma, tarea y zapatos de cuero pesados que se quitaba en plena clase para el espanto de su señorita maestra, extrañando el patio de juegos de su jardín de infantes, donde jugaba libre, feliz y descalza y al que, desde luego, no la llevaron nunca más, porque ahora era "una nena grande". Se nos tiraron rótulos con los que muchas veces se enferma a una familia entera tanto como se atenta contra la plenitud del mundo de la niñez: que timidez, que falta de autoconfianza, que déficit de atención con hiperactividad (T.D.A.H.), que disgrafía, que dislexia... Ninguno de esos fantasmas se materializó, tal vez gracias a no creerlos reales nosotros, sus padres, que hicimos mil y un conjuros para hacerla sentir cómoda en sus zapatos y le permitimos seguir andando descalza en casa y en la plaza los domingos por tanto tiempo como deseara, aunque hiciera frío allá afuera. 



  Desde entonces, andamos un poco reñidos con la escolaridad que se les plantea a nuestros hijos. No entendemos bien lo que enseñan los maestros, siendo que nosotros somos padres y maestros de otros niños un poco más grandes. Los embullen con conocimientos para los que aún no están listos, porque no se puede apurar a la biología, no hay caso. Pero de eso parecen saber poco. Y porque la lección más importante que debemos enseñar en casa y en el aula es que cada ser vale mucho más que su diagnóstico psicopedagógico, sus habilidades y destrezas, su rendimiento y su asertividad frente al mundo. Cada ser vale por su fragancia esencial, esa que, cuando es de la buena, brota, persiste y perfuma más intensamente con el inexorable avance de las agujas del reloj.


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