lunes, 28 de marzo de 2016

El murmullo del agua





  A menudo mientras hago mis tareas me viene a visitar el murmullo del agua de ese río donde lavaba la ropa mi buena abuela asturiana. Mi abuela Leo lavaba la ropa en el río Nalón, del cual mil veces me habló. Mientras echo la pila diaria al tambor del lavarropas - no sin antes revisar bolsillos por si han quedado pañuelos de papel que causan un estropicio, billetes o monedas - el murmullo de esas aguas llena mi mente de un rum-rum insistente, monocorde, cargado de preguntas. ¿Qué sentirías? ¿Qué pensarías? ¿Qué esperarías? ¿Qué desearías? Y entonces mi buena y dulce abuela asturiana y yo nos ponemos a charlar, como aquella tarde de otoño en la que estuvo lúcida por última vez.

-Yo estoy bien, abuela, creo que bien, aquí donde me ves, convertida en un ama de casa de tiempo completo, en medio de la jungla de cemento de la urbe, junto al lavarropas. ¿Sabés? Te pienso mucho ahora que soy grande. Te pienso y te sueño. Veo esa imagen que llevo grabada en mi memoria de una fotografía tuya descolorida de cuando ni te conocía. Te veo junto al río, dale que te dale, así como vos me ves a mí ahora, y corre en el agua del lavado que sacude mi lavarropas un murmullo de destinos no elegidos aunque sí asumidos - el tuyo y el mío - unidos por una soga invisible donde, tendidos, flamean al viento pilas de sueños no cumplidos, también invisibles, ganas de estar en otros ríos, en otras aguas, ganas de no tener que arrear con la pila del lavado de todos, todos los días.

A menudo me embargan esas ganas justo cuando toca quedarme acá, plantificada, justo cuando se me junta el lavado, la limpieza y la comida, y no sé muy bien ni por dónde empezar, aunque sí sé que tengo que empezar. Es entonces cuando me pregunto si yo tendría el coraje que vos tuviste para dejar toda mi ropa y todo mi río y hacerme al mar en busca de otro destino. Pero enseguida llega el murmullo del agua de nuevo a mí - el murmullo del agua de mi río, que no es otra cosa que una vertiente del tuyo - con otra vuelta del tambor del lavarropas, que me avisa que ya todo arrancó, que está todo en marcha, y me canta clarísimo, cristalino, que nuestro destino pasa justo por aquí, por el agua del lavado. Entonces creo que veo una luz al otro lado del río y que escucho tu voz desde la otra orilla que me dice: "Rema, rema ..." Y yo te juro, abuela, te juro que la estoy remando.





Jorge Drexler -Al otro lado del río

"Tanta lágrima y yo
soy un vaso vacío
Oigo una voz que me llama,
casi un suspiro:
Rema, rema, rema..."



A boca de jarro

jueves, 17 de marzo de 2016

Amor de pies


"... la mujer que tiene los pies hermosos

sabe vagabundear por la tristeza."



Mario Benedetti, "Pies hermosos" (Fragmento)









No había sido agraciada 
con cinturita de avispa,
por alta no destacaba,
sus pechos no bamboleaban,
al irse no deslumbraba,
sus cabellos no danzaban,
sus ojos no encandilaban.

¡Pero Dios sí le había dado
unos pies que eran un canto!
De sus pies quedó él prendado,
se quedó anonadado:
la desnudó sin tocarla,
sólo con puro mirarla,
al descalza descubrirla.

De refilón un buen día
desde la vidriera fría
la vio en la zapatería
en el preciso momento
en el que descalzó sus pies;
sin olerla, sin rozarla,
la amó parada y en pata.

Un amor de pies preciosos,
- tentadores como frutos -
libre de todo prejuicio:
amor plantar, amor podal.
Se enamoró de sus pies
perfumaditos, sedosos,
redondeados y carnosos.
¡Mujer de pies asombrosos!






Quentin Tarantino's Foot Fetish





A boca de jarro


domingo, 13 de marzo de 2016

La guerra de los zapatos

    




    No existen guerras más fieras que las domésticas, esas que no figuran en los libros de historia, y no hay guerras más cruentas que las que se libran contra una misma. Sacudida como pocas veces antes, me he pasado días cavilando sobre el botín de la guerra de los zapatos, una lucha territorial que concluyó hace unos días dentro de las paredes de mi reino, y que siento el deber de dejar debidamente asentada en los anales de mi propia historia.



Sucedió, en uno de esos días en los que mis hormonas me dan batalla todavía, que me encontré con una pila de zapatos y zapatillas refugiados en el garaje de casa. Cómo habían ido a parar ahí, con zapateros mudados de los placares y todo, es una cuestión que me supera, pero allí estaban, mirándome desde sus ennegrecidas suelas y sacándome la lengüeta, desafiándome para que los regresara a la tierra prometida, porque como digo siempre y ya todos por aquí saben, "Si no lo hago yo, no lo hace nadie".

Antes de poner manos a la obra, que implicaba unas cuantas escaladas al primer piso, fui a fijarme si había moros en la costa en el lugar de los zapatos dentro de los placares de los dormitorios. Como suele suceder al acometer estas empresas, el sitio había sido tomado por cajas y cajas de zapatos en desuso, que resultaron ser todos míos al abrirlas: clásicos, de fiesta, guillerminas con taco, de pulsera, abotinados, de gamuza, hasta los que me llevaron al altar, blancos de taco y plataforma, y que jamás usé para otra cosa... A pesar de que me considero un soldado del orden bastante sensato y eficiente, esta vez la táctica me había fallado, debía empezar por admitirlo. Perdí un precioso tiempo probando cada par y enganchándome en un monólogo interno que en nada ayudó a despejar el área o a aquietar las aguas de mi irritabilidad.

- Sí, estos en otra vida, nena. Muy apropiados para andar en colectivo o para ir al súper.... ¿Pero cuántas veces me los habré puesto? ¡Cuánta guita tirada, Dios mío!







Se acercaba el mediodía, hora en la que suelo batallar con ollas y sartenes desde las trincheras de la cocina, con todos los demás flancos ya despejados - una guerra cotidiana que jamás se acaba. La pila de zapatos seguía apostada sobre un lateral del garaje, mientras yo sacaba unos y calzaba otros de los míos en el piso de arriba sin poder vencer el poder de fascinación que esos desgraciados ejercen sobre lo más frívolo y vulnerable de mi alma de mujer. Decidí dejar la movida estratégica para la tarde y atender la embestida inminente de las tropas a la hora del almuerzo.

Habiendo cumplido con la misión diurna, subí las escaleras de brazos caídos y portando bandera blanca. No pensaba tirar ni donar ni desprenderme de aquellos zapatos de ninguna manera, aun consciente de que tal vez nunca los calzaría, pero si habían sobrevivido, merecían una decorosa tregua. No haría con ellos lo que sí hice con muchos de mis libros, en los que, creía, iba a encontrar todas las respuestas a todas mis muchas preguntas vitales y la llave de todas las puertas que alguna vez soñé con abrir. Había por fin aprendido y asumido que todas las respuestas y todas las llaves sólo se encuentran a pie y descalza.


Así es como finalmente capitulo, alivianada, ante la guerra de los zapatos. Me bajo de los tacos y elijo caminar mis días desde el llano de mis ojotas, unas cómodas zapatillas, un par de botas de lluvia, unas sandalias planas o simplemente un par de chatas, pero conste que los conservo como lo que son: rehenes cautivos secuestrados por todas esas mujeres que alguna vez pugné por encarnar en el frente del espejo, el botín de todas las luchas ganadas en la guerra que ellas le declararon a quien en verdad soy, esa larga y fútil batalla que he luchado tanto tiempo por ser otra, distinta y distinguida, más alta, más adecuada, más apetecible, menos pedestre. Otra yo. Una que calce más alto, una que pise más fuerte, otra, sin miedo a las alturas.







A boca de jarro

Buscar este blog

A boca de jarro

A boca de jarro
Escritura terapéutica por alma en reparación.

Vasija de barro

Vasija de barro

Archivo del Blog

Archivos del blog por mes de publicación


¡Abriéndole las ventanas a la realidad!

"La verdad espera que los ojos
no estén nublados por el anhelo."

Global site tag

Powered By Blogger