Algunos sabrán que esta es la línea que abre una bella canción de Joan Manuel Serrat, que le cantaba a "la más bella historia de amor que tuve y tendré". Bueno, la única asociación aquí pasa por el nombre, "Lucía". Ayer me enteré que una ex-alumna llamada Lucía, querida alumna e hija de una queridísima colega, está por ser mamá. Y además tengo en el presente el privilegio de guiar a un lujo de alumna especialmente dotada para las lenguas en su aprendizaje de inglés muy avanzado, llamada Lucía Arambasic, que estudia Letras. Para mí, en este momento de mi vida tan especial por tantas cosas, mis alumnas y alumnos adolescentes y jóvenes son una presencia corpórea y etérea con un aura que me remite al espejo de la adolescente y joven adulta que fui. Me hace bien, me llena de ternura, de empatía y de cierta nostalgia evocar esa imagen. Un espejo que me retrotrae a Serrat y a mi intento por tocarlo en la guitarra, a mis vivencias agridulces de adolescente aniñada entre pares desarrolladas ya y hechas hembras codiciadas, y a mi refugio en la literatura que empecé a descubrir recién entonces, y con la cual tengo una profunda historia de amor, como Serrat con su Lucía. Bueno... resultó haber más de una asociación.
Ésta Lucía, estudia Letras, y naturalmente asumí que escribía y muy bien. Le propuse enriquecer mi blog con algo de su propia producción literaria, ya que otros de sus compañeros me sugieren esos hermosos cortos que posteo y que tanto me enseñan. Estuvo encantada de aportar. Es más, gracias a esta propuesta, se animó a revelar su aspiración de estudiar inglés a este alto y arduo nivel para poder llegar a leer clásicos de la literatura anglosajona sin diccionario, literatura en la que se quiere especializar. Yo le dije que en verdad ya podía hacerlo con las herramientas lingüísticas bilingües de las que dispone, y que no hacía falta que entendiera todas las palabras ni que usara el diccionario cada cinco minutos: se puede leer en inglés, directo de autor, sin diccionario y disfrutando mucho a este nivel en el que ella está.
Y hay escritores como Hemingway, Salinger, Steinbeck, y hasta Stevenson, Mary Shelley, Orwell , Huxley o aún tal vez Wilde y el mismísimo Poe (sobre quien ella escribe analizando su impacto sobre Horacio Quiroga), que no taladran con la necesidad del diccionario. Ya le voy a demostrar que esto es así.
Me remitió también a mi eterno amor por Shakespeare,a quien, como bien me enseñaron, hay que ver en teatro más que leer, y para quien, si lo lees, sin dudas necesitás un buen maestro que sepa llevarte línea por línea como quien me guió a mí a través de tanta genialidad, y la bella poesía de ese pasaje de "As You Like It" o "Como Gustéis" conocido como "The Seven Ages of Man" ("Las siete edades del hombre"). De acuerdo al bardo, en esa clasificación y maravillosa descripción de las siete edades del hombre en las que "All the world's a stage" ("Todo el mundo es un escenario") y todos, hombres y mujeres, somos "merely players" ("meramente actores"), Lucía estaría ahora encarnando el papel del joven amante, suspirante y lleno de baladas románticas escritas a su amor, o el del soldado altisonante y pronto a darle batalla a la vida. Mientras que su profesora ya asume el rol del juez, con panza abultada y cierto aire de seriedad, lleno de consejos y ejemplos para dar, aunque ninguna de las dos encajamos perfectamente en esta descripción a tono de comedia Shakesperiana, por suerte para nosotras, porque somos personas, no estereotipos ni personajes : somos mujeres de carne y hueso.
Señoras y señores, "without futher ado" ("sin más rodeos"), les presento a Lucía Arambasic y su comparación entre Quiroga y Poe: una joya a boca de jarro.
¡A disfrutarla!
Quiroga y el horror de lo real
Dicen que le tememos a lo que no conocemos. Desde sus comienzos, la humanidad no ha dudado en acudir a la invención de extraños espíritus, que rondan misteriosamente en la noche, para dar escalofríos y hacer helar la sangre. Sin embrago, existen excepciones en las que, paradójicamente, la literatura nos muestra que la realidad supera a la ficción en materia de terror. Aquello de lo que deberíamos cuidarnos no se encuentra oculto en un bosque tenebroso, y más que acechar pasea tranquilamente a la luz del día, sin que nadie atine a sospechar su verdadera naturaleza horrorífera.
Horacio Quiroga jamás se molestó en ocultar el profundo efecto que Edgar Allan Poe había causado sobre sus escritos. Su Decálogo del perfecto cuentista coloca al autor estadounidense en un lugar más que central, al equipararlo en el precepto inicial a un modelo incuestionable de perfección:
“Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.”
Sin duda alguna, la incontenible fantasía creadora de Poe había atrapado la imaginación del uruguayo. Con sus escenarios grotescos y llenos de melancolía, Poe le traía un mundo en el que la psicosis y el mundo de ultratumba corroían el límite de la realidad, la cual se veía repentinamente poblada de amenazas inquietantes.
Adepto especialmente a los misterios de la muerte y el más allá, son numerosos los relatos del autor que se dedican a explorar casos límite, en los que el orden natural del universo pareciera revertirse. Recordamos al señor Valdemar, quien por efecto hipnótico queda atrapado por varios días en un limbo entre la conciencia y la inconciencia hasta llegarle la hora de la muerte, o a Ligeia, cuyo espectro vuelve repetidas veces a su cuerpo, antes de decidirse a abandonar el mundo por última vez. Son éstos estados de ambigüedad entre la vida y la muerte los que resultan más inquietantes para el lector, ya que en ellos los causes de la normalidad prueban ser débiles e inestables, al desbordarse permanentemente hacia lo irreal y lo sobrenatural.
Pero, ¿cómo pagar tributo a éste maestro del horror, en una era que reniega de la fantasía para abrazar la precisión de lo real? Las extravagantes invenciones de Poe encajaban a la perfección en el espíritu gótico-romántico del S XIX, pero estaban completamente fuera de lugar en la avidez de realismo tan típica del S XX. Sin embargo, la maestría literaria de Quiroga nos muestra que no siempre es necesario elevarse por encima de lo real para inquietar al lector, sino que, si se lo examina bajo la luz adecuada, el más acá puede resultar tan oscuro y espeluznante como el más allá.
No existe nada tan incuestionablemente real en el mundo como la ley de la naturaleza. En sus escritos, Quiroga retoma a Poe al hacer exactamente lo contrario a su maestro: no es lo sobrenatural, sino la naturaleza misma, la presencia que oscurece y pone en peligro la vida de los hombres, que deben andar siempre con cuidado. El parásito que chupa la vida de Alicia en El almohadón de plumas, la serpiente que muerde al hombre en A la deriva; no pueden atribuirse estas amenazas a un defasaje en el orden de lo normal, si no que son el resultado de una serie de eventos desafortunados combinados al azar. Es por pura y llana mala suerte que se descansa sobre un almohadón donde se esconde un parásito mortal, o que se recibe una picadura de yaracacusú al pasear por la selva.
Quiroga no necesita salirse por fuera de lo real para asustarnos, porque lo terrorífico es lo real mismo. La muerte y la destrucción acechan donde menos se lo espera, y se apropian de uno al menor descuido. Una niña sale a pasear y al minuto siguiente es degollada por un grupo de idiotas. Y esto no por maldad, sino porque es su naturaleza misma la que los impulsa a hacerlo. Y lo harían nuevamente, si no tenemos la precaución de no pasear junto a su cerca.
Es evidente que Poe y Quiroga compartieron una misma concepción de la condición humana, siempre indefensa y desvalida ante los elementos destructivos que la acechan. Pero, en una época creciente racional, en la que los fantasmas pasan de moda, los relatos de Quiroga más que los de Poe nos dejan con un escalofrío en la nuca y presas del pavor. Porque siempre es posible cerrar le libro, y dejar atrás los extraños espíritus que circulan por sus páginas. Pero es imposible escapar de la realidad.
Adepto especialmente a los misterios de la muerte y el más allá, son numerosos los relatos del autor que se dedican a explorar casos límite, en los que el orden natural del universo pareciera revertirse. Recordamos al señor Valdemar, quien por efecto hipnótico queda atrapado por varios días en un limbo entre la conciencia y la inconciencia hasta llegarle la hora de la muerte, o a Ligeia, cuyo espectro vuelve repetidas veces a su cuerpo, antes de decidirse a abandonar el mundo por última vez. Son éstos estados de ambigüedad entre la vida y la muerte los que resultan más inquietantes para el lector, ya que en ellos los causes de la normalidad prueban ser débiles e inestables, al desbordarse permanentemente hacia lo irreal y lo sobrenatural.
Pero, ¿cómo pagar tributo a éste maestro del horror, en una era que reniega de la fantasía para abrazar la precisión de lo real? Las extravagantes invenciones de Poe encajaban a la perfección en el espíritu gótico-romántico del S XIX, pero estaban completamente fuera de lugar en la avidez de realismo tan típica del S XX. Sin embargo, la maestría literaria de Quiroga nos muestra que no siempre es necesario elevarse por encima de lo real para inquietar al lector, sino que, si se lo examina bajo la luz adecuada, el más acá puede resultar tan oscuro y espeluznante como el más allá.
No existe nada tan incuestionablemente real en el mundo como la ley de la naturaleza. En sus escritos, Quiroga retoma a Poe al hacer exactamente lo contrario a su maestro: no es lo sobrenatural, sino la naturaleza misma, la presencia que oscurece y pone en peligro la vida de los hombres, que deben andar siempre con cuidado. El parásito que chupa la vida de Alicia en El almohadón de plumas, la serpiente que muerde al hombre en A la deriva; no pueden atribuirse estas amenazas a un defasaje en el orden de lo normal, si no que son el resultado de una serie de eventos desafortunados combinados al azar. Es por pura y llana mala suerte que se descansa sobre un almohadón donde se esconde un parásito mortal, o que se recibe una picadura de yaracacusú al pasear por la selva.
Quiroga no necesita salirse por fuera de lo real para asustarnos, porque lo terrorífico es lo real mismo. La muerte y la destrucción acechan donde menos se lo espera, y se apropian de uno al menor descuido. Una niña sale a pasear y al minuto siguiente es degollada por un grupo de idiotas. Y esto no por maldad, sino porque es su naturaleza misma la que los impulsa a hacerlo. Y lo harían nuevamente, si no tenemos la precaución de no pasear junto a su cerca.
Es evidente que Poe y Quiroga compartieron una misma concepción de la condición humana, siempre indefensa y desvalida ante los elementos destructivos que la acechan. Pero, en una época creciente racional, en la que los fantasmas pasan de moda, los relatos de Quiroga más que los de Poe nos dejan con un escalofrío en la nuca y presas del pavor. Porque siempre es posible cerrar le libro, y dejar atrás los extraños espíritus que circulan por sus páginas. Pero es imposible escapar de la realidad.
Por Lucía Arambasic
lucia_arambasic@hotmail.com
A mí me enseñaron que el buen maestro es el que pasa la tiza...
"The good teacher hands over the chalk", y no lo hace por probar que es buen maestro,
lo hace por lo bueno que se obtiene a hacerlo!!!
Gracias Lucía!!!
A mí me enseñaron que el buen maestro es el que pasa la tiza...
"The good teacher hands over the chalk", y no lo hace por probar que es buen maestro,
lo hace por lo bueno que se obtiene a hacerlo!!!
Gracias Lucía!!!
Fer, Lucía:
ResponderBorrarLes comento que me dieron súbitas ganas de volver a leer los cuentos de Quiroga (que leía en el colegio aunque me moría de susto y no creo q deban ser lectura obligatoria a los 10 años!!! Los Idiotas y La Gallina Degollada todavía me dan escalofríos) y los de Poe (que leí prestados de la biblioteca de mis tíos en múltiples períodos vacacionales). Además, ustedes son responsable de que me hayan dado aún más ganas de estudiar inglés, y escapar a las actividades de tipo "complete la frase conjugando el verbo ser o estar en tiempo presente" de las clases de francés (en realidad no es culpa del idioma sino de mi absoluta ignorancia en lo que a él respecta el hecho de que deba someterme a ese nivel de tedio).
Fer, que bueno que se renueven las generaciones de alumnos que te hacen sentir bien y a gusto dando clases!!!! Me alegra que buenos docentes encuentren buenos alumnos!!! (y viceversa, claro)
Ja! Mirá quién habla: hablando de buenos alumnos, Vale Y, "A" Absoluta en Proficiency, ¿qué me contás?
ResponderBorrarSi de buenos maestros se trata, vos ya conocés mi teoría sobre el porcentaje que pone cada una de las partes involucradas en esto: 70% o más lo pone el alumno, y el resto el profesor. Vos pusiste el 90%, pero dejémonos de tirar flores, y ponete a leer para amenizar tus clases de francés...
Gracias: este comentario le va a encantar a Lucía también!
Besos y contame por mail en qué y por dónde andás.
Fer.