jueves, 16 de enero de 2014

La viuda de Sappia

Mary Wllstonecraft, óleo sobre tela realizado por John Opie hacia 1797

La señora de Sappia vivía para su marido. Siempre fue "la señora de"; no conozco su nombre, a pesar de que hace años que me la cruzo cada dos por tres en el barrio. Aún quedan muchas mujeres que entienden su vida así. Todos los días salía a hacer las compras para cocinarle al fornido Sappia lo que más le gustaba: radicheta para comerla en ensalada con ajo, tomates blandos para hacerle la salsa para su pasta, y unos bifecitos anchos que hacían su almuerzo, vuelta y vuelta, a la plancha. Él era el proveedor, el que hacía dinero, el que mantenía contacto directo con el masculino mundo exterior y el que tomaba todas las decisiones. Ella, en cambio, era el alma de su hogar. Limpiaba la amplia casona familiar desde bien temprano. Barría la vereda a primera hora para que el barrendero se llevara todas las hojas que ella prolijamente apilaba cerca del cordón. Luego salía con dos de sus tres hijas rumbo a algún gimnasio donde hacían una hora de ejercicio suave dos o tres veces por semana. Al caer el sol, regaba el jardín del frente de la casa y volvía a barrer las hojas caídas y la basura que se juntaba alrededor del cerco de hierro y que le abría y cerraba a su marido ágilmente cada vez que él llegaba en su automóvil, del que sólo se bajaba una vez dentro del garaje.

Nunca los vi salir juntos a caminar tomados de la mano, como otras parejas mayores de por acá. Los fines de semana solían venir los nietos a almorzar, sobre todo los domingos. Seguro que comían la pasta amasada por la abuela, como buena familia tana. Y a la hora de la siesta, el yerno de la señora Sappia sacaba baldes y manguera a la vereda para lavar su taxi con la ayuda de sus hijos varones. Las tareas estaban bien repartidas de acuerdo al sexo: los hombres se ocupaban de los fierros  las armas para parar la olla, y las mujeres, de llenarles bien la panza. La única excepción era el cuidado del jardín del frente. En eso, varones y mujeres metían mano por igual para cortar el pasto y atender las plantas.

Una mañana tibia del otoño del 2012, estaba yo aseando las habitaciones de la planta alta cuando, de repente, se escuchó un grito perturbador y el rugir del motor de una motocicleta que dejó las llantas marcadas sobre la vereda limpia de la familia Sappia. Vi todo desde mi ventana y salí corriendo con el corazón congelado en la garganta. Observé como el señor llegaba en su automóvil, y mientras esperaba que su mujer le abriera el portón para entrarlo, un motochorro le dio un tremendo codazo en la nariz, que inmediatamente explotó en sangre, y manoteó algo que el señor Sappia se rehusaba a soltar. El tipo, con gorrita y anteojos negros, se dio intempestivamente a la fuga pegando un salto sobre una rueda, como los motoqueros que hacen malabares con sus maquinones para exhibición los viernes a la noche en plena Avenida Figueroa Alcorta.

Largué todo lo que tenía en la mano, revolee la aspiradora, y salí así como estaba para preguntar si necesitaban que llamara a la ambulancia o les saliera de testigo ante la policía. Pero cuando llegué al portón del garaje subterráneo, el señor y la señora Sappia ya se habían guardado detrás de las rejas, y me dieron tímidamente las gracias excusándose por no querer dar parte del hecho ante las autoridades. Le habían hecho una salidera al sacar una importante suma de dinero del banco de la avenida, y estaban seguros de que no se iba a recuperar ni un centavo.

Después de aquel nefasto día, dejé de verlo. Sólo salía su mujer, siempre escoltada por alguna hija. Empezaron a dejar cerrada hasta la persiana del ventanal del frente y, al anochecer, encendían todas las luces, que quedaban prendidas hasta la madrugada. Fue como si después del robo la vida de la familia se achicara: se encerraron tras las rejas de su casa  una cárcel auto-impuesta para tantos ciudadanos decentes que han ahorrado unos dineros a fuerza de trabajo para pasar su vejez dignamente.

La señora Sappia perdió su sonrisa y se la notaba encorvada. Concurría diurnamente al supermercado y la verdulería, pero su mirada estaba como perdida. También perdió algunos kilos, y su aspecto general desmejoró un tanto. Su cabello estaba largo, y era evidente que no pasaba ni por la peluquería. Las hijas y los nietos empezaron a visitar la casa a diario y entraban con una llave que se les había hecho a cada uno, cerciorándose de que nadie estuviera merodeando antes de abrir. Esa casa se había convertido en el reino del miedo.

Un día del mes de noviembre del año pasado me encontré con la señora acompañada de su hija mayor a la vuelta de casa. Iban del brazo, y el rostro de la señora se veía desencajado y ojeroso. Me detuve a saludarlas y a felicitar a la hija mayor por su nuevo corte de pelo, pero ni bien empecé a hablar, me di cuenta de que algo andaba mal.

 Vamos para la Chacarita. Mi papá falleció la semana pasada. Por suerte no sufrió casi nada, pero hacía rato que no andaba bien me dijo la chica, un poco mayor que yo, entre lágrimas.

No hace falta decir que lo que enfermó al señor Sappia fue aquel hecho que jamás llegó a comprender. A esa edad, un golpe de esos es como un golpe de gracia: te empezás a extrañar de la realidad que creías conocer, todas las certezas y las seguridades de una vida se desvanecen, y comenzás a hundirte hasta que la enfermedad del alma te mata.

Hubo un tiempo en que la casa parecía no tener restos de vida. Ya nadie hacía jardinería, ni había reuniones como antes. Las persianas ahora estaban bajas todo el día, y la casa entera desprendía un halo de oscuridad que provenía del duelo que se estaba viviendo puertas adentro. Difícil imaginar cómo esa pobre mujer pasaría las largas noches y los eternos días sin aquella compañía que le había dado sentido a su propia existencia.

Poco a poco, la señora Sappia fue asumiendo dignamente su papel de viuda. Se puso un pantalón deportivo negro, remera negra o violeta y zapatillas en pleno verano. Pasó por la misma peluquería a la que acudió su hija, se cortó el pelo bien corto y se tiñó de castaño. Volvió a ir diariamente a los negocios del barrio y empezó a levantar las persianas. Una tarde fresquita de principios de diciembre tomó la cortadora de césped y repasó enérgicamente el pastizal en el que se había convertido el jardín de la bella casona de piedra. Sus hijas la pasaban a buscar temprano para dar alguna caminata, y sus nietos venían a la hora de la merienda a hacerle un poco de compañía. El día de fin de año, no había árbol de navidad con lucecitas de colores ni risas, como pasaba otros años en el amplio comedor de la casa. En un momento emergió el yerno, ya pasadas las doce, cuando los vecinos salieron a tirar cañitas voladoras a la vereda con una copa en la mano, pero se volvió adentro enseguida, a velar ese lugar que queda vacío en las mesas familiares en esas fechas de celebración obligada.

La semana pasada, me la crucé caminando por el centro comercial del barrio. Me saludó atentamente. Llevaba una falda floreada, una remera blanca sin mangas y unas sandalias frescas y juveniles. Me dijo alegremente que andaba buscando un traje de baño nuevo para ir a pasar unos días al mar con los nietos. Hacía años que no iba al mar, aunque siempre le encantó. Pero el marido, cuando la llevaba, iba a la playa sólo unas horas por la mañana en pantalones largos, camisa y alpargatas a leer el diario bien lejos del mar y siempre en la misma playa céntrica. Esta vez estaba decidida a disfrutar de esas vacaciones como no lo hacía desde que había empezado a ser la señora de Sappia.

A boca de jarro

14 comentarios:

  1. Cómo me gustó. Quiero saber más y más de tu barrio!
    Cuando perdemos a nuestro compañero pasamos por unas etapas que, muchas veces rematan en tu transformación en una nueva mujer o tal vez en la que siempre habías añorado ser, aunque no eras consciente de ello.
    Reitero lo dicho, escribe más, quiero leerte.

    Un abrazo enorme

    Josela







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    1. Muchas gracias, Josela. A mí también me gustó seguir la evolución de la vida de la señora de Sappia, y te diría que hasta me sorprendió. Creo que tienes razón. A veces el matrimonio nos hace olvidar nuestros propios sueños, como le pasa a tantas mujeres de ayer y de hoy. No te preocupes porque la saga de la viuda continuará, al menos con una historia más, y luego hay varios vecinos cuyas vidas se prestan para contar historias muy interesantes. Así es que tendrás lectura abundante. Sólo espero que mis vecinos no lean el blog ;)!

      Un fuerte abrazo.

      Fer

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    2. Me resulta un relato bello, descriptivo pero muy inquietante. En su aparente cotidianidad expresa cosas que en más de una ocasión he intentado entender sin mucha suerte. ¿Las muertes de los seres cercanos pueden ser liberadoras? Y no solo pienso en una relación de pareja, también en la relación entre padres e hijos cuando una parte ejerce una labor absorbente sobre la otra sin que tenga que haber una enfermedad, el Alzheimer por ejemplo, en medio. A veces son los hijos los que absorben la vida de sus padres y no digamos el chantaje perpetuo cuando cuidar a los nietos se convierte en obligación, en un curioso papel que te han asignado por narices ya que no hay plata para mantener a alguien que las atienda. Es el eterno debate entre crecimiento personal y vida familiar que durante siglos se ha resuelto en favor del segundo y ahora mucha gente opta por lo primero a riesgo de ser tildado de egoísta y demás epítetos al caso.
      Abrazos

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    3. Sin dudas, hay muchos vínculos familiares de este tipo, en los que predomina la dominación. Creo que, más allá de que exista una terrible enfermedad como la que pones por ejemplo, se trata de vínculos enfermos, aunque no se tome conciencia de ello. Es tan enfermo el dominador como el dominado, y a veces la muerte es el camino de curación. No considero que sea egoísta sentir que antes que nadie esté siempre uno mismo. El verdadero amor empieza por amarse a uno mismo, para, desde allí, ser capaz de darse a los demás en la justa medida. En este caso puntual, la situación es aun más delicada, ya que mujeres como esta viuda no han podido optar por hacer una vida propia porque no han aprendido ningún oficio y han sido educadas para convertirse en buenas esposas, madres y amas de casa. En fin, podríamos seguir filosofando largo y tendido, querido Krapp. Lo cierto es que estas historias las encuentras por todos lados, y siempre tienen algo para enseñarnos acerca de los vínculos y de la naturaleza humana en general.

      Un abrazo y muchas gracias por tu aportación.

      Fer

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  2. Un amable lector de mi blog, ha escrito en mi última entrada, aunque por motivo bien distinto... algo, que creo que también hace aquí al caso. Es un viejo refrán castellano que dice así:

    tanta paz encuentres, como descanso dejas

    Bienvenida de nuevo, querida Fer ;)

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  3. Muchas gracias, mi querida Cristal. Voy a darme una vuelta por tu blog para conocer a ese lector que te dejó tan castizo refrán y para terminar bien de entenderlo.

    Un beso!

    Fer

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  4. Sencillo pero profundo,... llano pero rico... Es lo que a mi modesta opinión me parece tu relato... Me gusto.
    Un abrazo.
    Elperroverde

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  5. Te agradezco de corazón tus palabras, querido amigo Pedro. La sencillez de la mano de la profundidad es siempre la intención. Me alegra que te haya gustado, como también me alegra mucho que hayas vuelto al ruedo ;)!

    Un abrazo.

    Fer

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  6. Fer es muy comentado en los pueblos pequeños aquello de "se quedó viuda, y resucito"...creo que con demasiada frecuencia las mujeres adoptan un plano secundario en la familia, sobre todo si no trabajan fuera de casa, se convierten en criadas de su marido y de sus hijos y se olvidan de vivir por y para ellas, asi que cuando de repente se quedan solas, descubren cuan fuerte y autosuficientes son...que pena que para ello tenga que morir alguien...
    Me ha gustado tu relato...
    espero que el calor y los cortes de luz os hayan dado una tregua...
    Un abrazo

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    Respuestas
    1. Me alegra que te haya gustado este relato que en definitiva refleja una realidad femenina muy arraigada todavía en pleno siglo XXI y en occidente, donde supuestamente ya nos hemos liberado todas las mujeres. Ya ves que no sólo sucede en los pueblos pequeños de donde viene ese colorido refrán. También pasa en plena ciudad.
      Y con respecto a los cortes de luz, mi querida Julia, te digo que nos informan que esto va para largo, aunque el calor nos ha dado una tregua de 24 horas. Pero el sábado por la tarde, con 42° de sensación térmica, comenzó a bajar la tensión en casa, y había cortes en varias partes del barrio así como en barrios aledaños, muy castigados, por cierto. Nos la pasamos buscando estabilizadores para proteger los principales equipos de casa, pero están todos agotados. Así es que ahora mantengo el ordenador apagado gran parte del día, no sea cosa que se me vaya a quemar este nuevo que me he tenido que comprar. No se pronostica un buen 2014, lamentablemente. Pero hasta donde lleguen la fuerza y la energía, seguiremos adelante como mejor podamos.

      Muchas gracias y un fuerte abrazo!

      Fer

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  7. Ahhh ameee esta historia La amo y a su vez la quito a patadas de mi mente!! Odio esos vínculos Fer, en los que predomina la dominación psicológica de una parte a la otra, donde los seres no brillan en función de si mismos sino d e otros. En muchos casos el hombre lo busca y se aprovecha de eso, en otros la mujer fue educada y asimiló la historieta que se vive ne función dle hombre que tenemos al lado. Amo a mi marido, pero no mas que a mí. Mi vida gira en función a lo que a mi me hace feliz. Y estar con él es solo una d eesas cosas... y por ahora Quien puede asegurar la continuidad de un amor de pareja?? nadie!!
    Quiero mas historias del barrioooooo!!! Besote Fer siempre un placer compartir estos espacios contigo. Me evngo este año con un blog nuevo. Tengo en mi mente muchas ideas pero quiero algo de escribir y escribir jajajaj

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    1. Muchas gracias, Ana. Pienso igual que vos con respecto a la pareja y al amor. Historias de barrio voy a seguir escribiendo porque soy una mujer de barrio. En cuanto tengas blog nuevo, avisame, así paso, leo y comento.

      Un beso!

      Fer

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  8. La larga y dominante sombra del marido eclipsaba y anulaba a su esposa. Ha tenido que fallecer para que la viuda sea ella misma y demuestre que no le faltaban cualidades para desenvolverse sola. Cuando el vínculo matrimonial impide el desarrollo de ambos, pasan estas cosas. Hora es de que acaben estos conceptos tradicionales que no tienen sentido alguno en el mundo en que vivimos. Además del espacio común que tienen marido y esposa, debe haber uno personal e intrasferible. Este concepto de vivir en pareja entraña riesgos, pero es mucho más digno. Es la única manera de llevar la convivencia sin ahogarse.

    Interesante, documentada y pedagógica historia la que nos has descrito, Fer.

    Un abrazo .

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  9. Muchas gracias, mi querido Luis Antonio.

    Un fuerte abrazo.

    Fer

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