Me miró por sobre sus anteojos con ojos expertos de especialista. Luego de haber escuchado mi endeble voz y observado mi quebradizo lenguaje corporal atenta y silenciosamente, notó lo que estaba atravesado en mi garganta hacía ya tanto tiempo, y, para ser sincera, aún continúa allí a pesar de las píldoras redondas y celestes que me recetó para tomar cada mañana con el desayuno y las alargadas y ranuradas amarillas que debo partir para ingerir con mucho líquido a la hora de acostarme aunque me revuelvan el estómago todo el día. Alguien que sabe del asunto me ha dicho que a esto se le llama "el chaleco químico".
Me rehusaba a ir a ver a otro especialista más de una larga lista y a comenzar a emplear un pastillero por primera vez en la vida a mis cuarenta y seis años, a sumar química de la cual dependo hace ya más de once años, desde aquel segundo post-parto en el que me pasé sin dormir cuatro o cinco noches seguidas, ya no recuerdo exactamente cuántas fueron, al regresar de la internación a casa, pero todos los miembros de la familia insistieron. Me preguntó con voz serena y sostenida si en aquella oportunidad sentí temor de cuidar a mi beba recién nacida, y no, no era eso. La cuidaba y mucho. Era una angustia que me había invadido al mirar a través de la ventana del tremendo hospital un día gris y lluvioso de aquel abril del 2003 y se me había quedado adherida al alma. Siempre me causaron aprehensión los hospitales, el incisivo olor a desinfectante que invade todos los sentidos, la bata blanca pero siempre salpicada de algo qué no se sabe bien qué es de los médicos, las corridas de las enfermeras por los largos pasillos, la falta de color y las manchas descarnadas de humedad de las paredes y los techos, la sangre salpicada en los pisos, los gemidos provenientes de otras habitaciones, la desolación pintada en algunos rostros vagabundos y somnolientos cuyas manos se aferran a un café intomable que se debe tomar para soportar estar ahí dentro, la comida insípida de enfermo y mi cara reflejada en el espejo del diminuto baño que ya no parecía ser la misma que la de antes de haber ingresado. Extrañada de mí misma volví a casa hecha un manojo de nervios que me hacían temblequear de la cabeza a los pies y saltar las lágrimas de angustia sin ninguna explicación racional. Todos me decían que debía estar feliz, que está cesárea programada con un capo en la obstetricia había sido todo un éxito, que por fin aquella cicatriz abierta en el bajo vientre que curaba mi esposo con esmero todas las noches desde la infección que me había pescado en el quirófano en el primer parto había quedado cerrada y lucía bien. Y yo entendía todo eso y no me explicaba todos esos sentimientos que me invadían. Leía libros especializados para entenderme pero no me entendía. Había deseado a esa criatura por años, me había reformado de mis malos hábitos: fumar, comer grasas, el sedentarismo de quien se sienta a corregir papeles por horas. Había hecho ejercicio como loca para estar en óptimas condiciones para el embarazo y continúe ejercitándome hasta el séptimo mes, un día en el que, al salir de la rutina matinal del gimnasio, sentí que me desmoronaba en un sudor frío frente a la puerta de la oficina de correo. Me atajó un policía que estaba merodeando la zona. Me hizo tomar asiento y me acercó una gaseosa de naranja bien dulce. Me sentí un poco mejor y volví a casa ya decidida a caminar más lento y a dejar el ejercicio por el momento.
Por aquel entonces también acudí al especialista, ese que me recetó la pastilla circular y blanca que ahora debo ir reduciendo de acuerdo a esta otra especialista y que entonces me impidió hacer lo que más anhelaba: amamantar a esa hija que completaba la familia que había soñado. Aquel médico joven, soberbio y mal entrazado me habló de crisis de angustia, de distimia, y me mandó a otra especialista a hacer terapia, luego de chequear que mis hormonas tiroideas funcionaran correctamente. Lo irónico fue que después de meses de hacer terapia y pagar un ojo de la cara por cada sesión con la especialista en depresión post-parto, autora de un libro sobre el tema y todo, se me volvió a referir al especialista mal entrazado a controlar los niveles tiroideos de nuevo. Dieron otra vez, como era de esperar, al límite del hipotiroidismo, pero nadie quiere meter mano al eje tiroideo, eso queda claro.
Hoy tengo cita con otro especialista, un endocrinólogo recomendado, para hacer otro control hormonal y ya van demasiados. Lo cierto es que la especialista en psiquiatría que me recetó más pastillas de colores me aseguró que es normal que me sienta abatida en esta realidad donde no se premia al mérito, donde impera la corrupción, la avivada criolla y el "no te metás", donde todos los futuros son inciertos, los nuestros y los de nuestros hijos. Parece que estos últimos veranos están signados por los especialistas. De éste que voy a ver hoy, después les cuento.
A boca de jarro
No sé qué decirte. Solo me apetece darte un grandísimo abrazo y, como no puedo, te lo mando virtual, con todo mi cariño.
ResponderBorrarYa verás como vienen tiempos mejores. Confía, querida Fer.
Recibo tu abrazo virtual con gusto y confío en que vendrán tiempos mejores: lucho por ellos. Muchas gracias por el honor de tu visita.
BorrarUn fuerte abrazo.
Fer
No Fer, no es normal! No es abatimiento por la corrupción...sino estarías abatida desde Yrigoyen y tenes apenas 46 años.
ResponderBorrarTampoco es el no-premio porque ha habido muchos premiados por mérito desde esa época también.
Y hay más gente que nunca dispuesta a "meterse".
No está en el afuera la respuesta.
Esa especialista se equivocó desde el "es normal..." Qué es normal?
Tus hijos tienen el futuro maravilloso que vos les inculcaste desde la concepción. Tu lucha por su vida es el mejor ejemplo para su futuro.
Es muy difícil despegarse de la melancolía de una pared gris pero te juro, porque a mi me pasó alguna vez, que si miras para el otro lado hay millones de colores.
Vos decretas tu futuro cada vez que pensas como será, cada vez que imaginas o decis algo en voz alta.
Vamos, tenes tantas herramientas para reconstruirte día a día. Para volver a empezar, para disfrutar.
Un beso grande.
Vos sabés que con mi hija menor estuvimos estudiando historia argentina desde Roca, y tenés toda la razón, fue siempre igual, una manga de ineptos y corruptos que arruinaron lo que era "el granero del mundo". A veces desearía que mis abuelos inmigrantes hubiesen desembarcado en otro puerto, pero nos tocó este, Dana.
BorrarGracias por tus palabras: son la que necesito escuchar.
Un beso enorme.
Fer
Siempre he desconfiado de psicologos, psiquiatras y demas menesterosos... si no tienes problemas te los buscan y ademas te los encuentran... Besos
ResponderBorrarIgual yo, Temujin. He acudido por complacer a la familia pero no durará mucho, te lo aseguro. Confío más en mis propios recursos. Muchas gracias por tu honestidad de siempre y tu visita.
BorrarBesos.
Fer
Justo hoy estaba viendo un video sobre la psiquiatría y la dudosa ética que se manejan. Es impresionante como, para abrir mercado, crean, en un terreno bien abonado, enfermedades. Ya hasta la adicción a internet es un trastorno que, según las farmacéuticas requiere medicación. Estoy por escribir un ensayo sobre el tema, que hay mucha tela que cortar allí. Te deseo lo mejor en tu recuperación.
ResponderBorrarAbrazos!!
Espero con ansias leer tu interesante ensayo. Muchas gracias por tus buenos deseos y tu visita, Alejandra.
ResponderBorrarAbrazos.
Fer
¿Sabes?
ResponderBorrarYo soy de ir al médico cuando me siento morir, de lo contrario, pocas veces los visito. No he de decir que sólo tomo medicamentos cuando parece que me queden horas, ;) si no...a base de cosas naturales y el descanso que puedo otorgarme, voy pasando.
Estuve tentada cuando como tú, tuve depresión post-parto tras el mayor, porque lloraba sin cesar por todo, ya ni siquiera sabía de dónde me salían las lágrimas...
Un día mi madre me sacudió los hombros, me miró a los ojos y me dijo:
¿Crees que yo no sentí miedo con cada uno de vosotros, de no saber estar a la altura, de tantas otras cosas que pueden ocurrir cuando se siente una como vela de ese barco que acaba de llegar?
Pero mírame, aquí estoy y os he criado, ¿o no?
Pues así me espabilé, me puse las pilas como suele decirse, me olvidé de mí misma y proyecté todo el pesar en fortaleza.
Tú estás pasando por una mala época, pero saldrás de ella con coraje, porque lo tienes y no hace falta mucho para que lo veas, tan solo escarba un poquito y ya.
Yo te dejo mi sacudida, desde mi cariño, todo el ánimo del mundo y mi energía positiva entera.
Y mis beso, faltaría más.
Muchas gracias por tu sacudida y tu sensatez de siempre, Marinel. Gracias también por compartir esos detalles íntimos de tu vida que tanto aleccionan. Me pondré las pilas y concurriré menos a la consulta porque me tienen harta. Así es que, como tú dices, a menos que me sienta morir, no pisaré otro consultorio en lo próximo. A veces pienso que estos especialistas enferman más de lo que sanan...
ResponderBorrarMuchos besos.
Fer
Leo cosas a las que me cuesta dar crédito, Fer. ¿Has leído libros esperando entenderte? ¿Que te hizo suponer que los autores de esos libros te conocerían mejor de lo que tú lo haces?¿Todos los futuros son inciertos? El futuro, Fer, no es más que la consecuencia del presente, es por este motivo por el cual no debe preocuparnos; no obstante nuestro presente es lo que verdaderamente merece toda nuestra atención; nadie va a saber ordenarlo mejor que nosotros mismos.
ResponderBorrarSi te haces las preguntas convenientes obtendras las respuestas necesarias; Si enfrentas los problemas desde la realidad, sin autoengaño (y esto no es facíl si no se pone toda la voluntad) hallarás las soluciones definitivas.
Piensa que tu presente de hoy es la consecuencia de tu pasado, de aquellos presentes de aquellos días de hace un año, dos, seis meses o de ayer mismo. Reflexionar sobre esto debiera servirte de punto de inflexión.
Por cierto, soy Manuel. Lo digo por si no me deja publicar bajo mi perfil.
Un abrazo.
Muchas gracias por tus sensatos consejos, Manuel. Estoy abriendo los ojos y sé que nadie más que yo misma va a sacarme del pozo en el que siento que me hallo.
ResponderBorrarUn abrazo.
Fer
Me cuesta un montón ir al médico para mi y medicarme, así que entiendo perfectamente que no te guste ir ni tomar medicamentos pero a veces no nos queda otra que claudicar, se tenga la edad que se tenga Fer.
ResponderBorrarLlevó desde los 40 tomando medicación para la hipertensión “heredada” y en el espejo de mi madre puedo ver lo que acarrea con los años, pero no queda otra que abrazar a la química sabiendo que nos va a solucionar el problema pero probablemente a costa de crearnos otros.
Por desgracia me ha tocado ir bastante de médicos con mis padres y marido, con largos periodos en hospital. Siempre he encarado “el problema del momento” sin mirar más allá, pensando que después ya iría afrontando lo demás. Quizás otras personas no lo vean correcto pero a mí me ha servido para no agobiarme antes de tiempo con casos que quizás no llegaran a pasar y caer en un colapso total. No sé si en tu caso puede servir, pero te deseo mucha fuerza para afrontarlo y solucionarlo.
Un petó Fer,
Haces muy bien en no mirar más allá del escollo del presente. Ese hábito mío de mirar más allá y de preocuparme por las posibles eventualidades que pueden llegar a surgir es la mayor fuente de ansiedad.
BorrarGracias por compartir tu experiencia de vida y por los buenos deseos. Te los retribuyo.
Un petó, Rosa.
Fer