Mural de Conor Harrington |
"Dicen que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nilsen, en el velorio de Cristián, el mayor, que falleció de muerte natural (...). Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido."
Jorge Luis Borges, La Intrusa, "El informe de Brodie", 1970.
Fue Saramago el que escribió "El hombre duplicado", una novela que narra la historia de un profesor de historia que tropieza con su copia exacta en una mala película que le recomienda un compañero de trabajo y para quien, a partir de ese momento, encontrar a su doble se convierte en su obsesión y una búsqueda que no conlleva buenos presagios, tal como esta historia que no es ficción y que ahora paso a contarte. Saramago indaga en la necesidad de todo ser humano de tener una identidad única e irrepetible por más estéril y monótona que sea la vida que lleva. Él creó a Tertuliano Máximo Alfonso, pero a Eliana Maure yo no la invento: existe en el mundo real, no en el de los libros, y es la mujer sin identidad, te lo juro por las manos del General. "¿Dónde?", me preguntarás, no sin cierto grado de incredulidad muy justificada, desde luego. "¡Y dónde va a a ser!", te respondo yo, con indignada resignación: en este país de novela donde yo nací y donde vivo, que es kafkiano, porque Kafka se quedó corto cuando escribió "El proceso" si tomamos como parámetro a esta realidad en la cual más que vivo, sobrevivo a duras penas, y la comparamos con la intrincada trama de una novela póstuma e inacabada del autor cuyo protagonista, casualmente, pertenece a la familia K. "El proceso" bien podría concluir en Argentina si Kafka volviese a la vida y decidiese terminarla él, porque la pesadilla kafkiana acá se vive todos los días. Vas a ver por qué te lo digo.
Resulta que Eliana Maure es jubilada docente, con mucha tiza bajo las uñas de los dedos de las manos. Trabajó para el estado argentino toda su vida. Empezó muy jovencita de maestra y llegó a directora de escuela por la vía del trabajo, te aclaro, en zonas de villas miseria y barrios obreros de Lomas de Zamora, lo cual le proporcionaba algunos manguitos más por tratarse de zonas "periféricas". A punto tal eran "periféricas" las zonas en las que trabajaba Eliana que cuando llovía mucho chapoteaba en un arroyo lleno de renacuajos que se formaba en el patio de su escuela, pero con lo que ganaba paraba la olla para seis y podía darse el lujo de mandar a sus tres hijos a buenos colegios privados de la zona sur del Gran Buenos Aires. Ahí vive hasta hoy, en Turdera y, como a tantos septuagenarios, con la jubilación que tienen ella y su esposo, Ricardo, mucho que digamos no le alcanza para llegar a fin de mes. Eliana se jubiló hace unos años ya, y entonces decidió que su vida sería un jubileo a pesar de la estrechez de bolsillo. Como es pata de perro, se las empezó a rebuscar para conseguir los mejores precios: el Mercado Central, las ofertas que nadie que trabaja puede aprovechar los días de semana bien tempranito en los hipermercados, un filo como narradora en la asociación vecinal del barrio y otros menesteres varios que la mantienen ocupada y lo más contenta. Y como su hija menor vive en Bariloche, a Eliana se le ocurrió que, para incrementar el magro monto que recibe como jubilación luego de una vida de aportes y trabajo digno, podía dar cambio de domicilio a la Patogonia, con lo cual se obtiene un porcentaje interesante extra por vivir, precisamente, en zona "desfavorable".
Se fue una mañana al centro hasta el Registro Civil modernizado a sacar documento nuevo para realizar el debido trámite. Ahora resulta que te toman las huellas dactilares con un lector óptico, ya no tenés que mancharte los dedos en el pianito de antaño. Pagás la módica suma de $30 y esperás hasta que te envíen el documento nuevo a tu domicilio. Eliana esperó, el documento de Ricardo llegó, pero el suyo, nunca lo vio. Se fueron igual para Bariloche en coche, misión para lo cual se tomaron unos dos días y medio ya que se cansan de tanto andar por rutas desiertas y pernoctan en el camino donde mejor cuadra. Y cuando finalmente, con más de mil kilómetros sobre el lomo, se presentó en la oficina correspondiente con el comprobante de documento en trámite, el pálido y ojeroso empleado público patagónico que la recepcionó le dijo que no se lo podía efectuar porque Eliana Maure es la mujer sin identidad, creer o reventar. Perpleja, preguntó dos veces: "¿Cómo?" Comiendo, Eliana, comiendo. Hay que comerse todos los garrones luego de trabajar decentemente una vida entera si querés hacer una pequeña trampita lícita a un estado que es el ladrón más grande de todos en esta tierra. Se le explicó entonces que hay personas a quienes les sucede esto tan extraño de no tener huellas dactilares por haber trabajado mucho con las manos, que se les borran, bah... Atónita, Eliana atinó a indagar acerca de quiénes eran los afectados por este terrible mal que borra la identidad impresa en las crestas papilares de la epidermis de los dedos de la mano. A los albañiles que han trabajado con cal y cemento todo una vida y a quienes sufren quemaduras graves, fue la alarmante respuesta: "A Usted se las debe haber borrado la tiza, Señora." La tiza hizo de Eliana la mujer sin identidad: ¡vos mirá lo que son las cosas!
Como no podía ser de otro modo en este país nuestro, se le solicitó más tramiterío para dejar constancia del mal que la aqueja. Ha de obtener certificado médico en un hospital público que avale su rareza y escanear sus antiguos documentos para demostrar que alguna vez Eliana Maure existió con huellas digitales y todo en este loco rincón del mundo.
Como es pata de perro, curiosa e inquieta, a Eliana Maure, la mujer sin identidad, docente jubilada de Turdera, y a mucha honra, a quien se le borraron las huellas digitales por trabajar con tiza toda la vida, se le acaba de ocurrir otra genial idea para hacer unos cuantos mangos extra. Y como no deja huellas dactilares en ninguna parte, se va a poner en contacto con ladrones de guante blanco, va a cooperar como mano de obra cara en el robo de un banco, va a extraer de donde sea todo lo que le ha sido robado por el estado y nunca va ir presa porque Eliana Maure es la mujer sin identidad y sin huellas dactilares de Turdera. Cuando toda esta historia salga en la tapa de los diarios locales — una historia muy kafkiana, saramaguiana, borgiana y hasta dantesca —, te juro por Dios que te cuento más acerca de la mujer sin identidad que la hizo bien por una vez, ¿dale?
Es absolutamente genial y puede que sea hasta verdad de lo bien ideada que esta la historia.
ResponderBorrar!enhorabuena!
Besos cariñosos
tRamos
Es absolutamente cierto, mi querida tRamos. Es una pena que así sea, pero así es...
BorrarGracias y muchos besos!
Fer
Aclaro: sólo el final es inventado ;)!
BorrarMás besos!!!
Fer
Gran mirada a lo que podríamos definir como misticismo burocrático. Y muy cierto que de haber nacido Kafka en cualquier otro país de habla hispana lo hubieran considerado normalito. Y se habría quedado corto ante las leyendas burocráticas de la realidad.
ResponderBorrarEste país da para todo: misticismo burocrático a rabiar...
BorrarMuchas gracias por la visita y la apreciación y un cordial saludo, Carlos.
Fer
Vivir sin huellas dactilares no significa vivir sin haber dejado huella, y seguro que ella dejo infinitas en sus alumnos y las personas que se cruzaron en el camino. Y tambien nos deja huella a todos los que acabamos de solidarizarnos con ella gracias a tu magistral narracion. Un gran beso.
ResponderBorrarMuchas gracias mi querida tía / hermana adoptiva virtual, Neuriwoman. Me alegra mucho tenerte de vuelta comentando por aquí.
BorrarUn gran beso.
Fer
¡Qué extraña historia! Lo que no sé si me ha quedado claro es si ella efectivamente había perdido las huellas dactilares o si era la nueva máquina la que por defecto no las registraba. Por el desarrollo de la historia parece que es la primera situación. Nunca había oído hablar de ello. El relato -sé que es real- es propio de la literatura. Pertenece a ella. La mujer sin huellas dactilares. Una buena exposición que me ha tenido intrigado en todo el desarrollo. Besos, Fer.
ResponderBorrarEn este país nada es extraño, mi estimado Joselu. Yo supongo que ha habido un error al tomarle las huellas la primera vez, pero jamás reconocerán que el error es de la maquinaria burocrática que factura de lo lindo. Entonces la tendrán a la pobre Eliana danzando hasta que ella, de alguna ingeniosa manera, subsane el error cometido por algún empleado público medio abombado a quien mantenemos todos y todas con una buena parte de nuestros ingresos.
BorrarExisten condiciones muy raras que hacen que una persona pierda sus huellas dactilares. Las que menciono en el texto son posibles: quemaduras muy serias o trabajo de albañilería intenso. Hay también algunos síndromes de nombres excéntricos que, entre otro abanico de síntomas que dependen del grado de compromiso de la patología y su agudeza de manifestación, pueden llegar a borrar lo que es único e identificable hasta en los gemelos univitelinos y aquello que hasta ya sabían, aunque no ponían en práctica, los Babilonios antes de la escritura por dejar sus huellas en las tabillas de barro sobre las cuales "garabateaban.". Según me he informado, se trata del Síndrome de Naegeli, que tiene se asocia con la supresión de las glándulas sudoríparas dactilares, queratodermia en las palmas que produce sequedad extrema, intolerancia al calor, pérdida de los dientes por carencia de queratina, etc. Es una patología que se manifiesta ya en los primeros años de vida a causa de una alteración cromosómica, de muy baja incidencia, y no es el caso de Eliana, quien, por cierto, es muy sana.
Un abrazo y gracias por tu apreciación del relato.
Fer
Sabes qué me pasa cuando te leo cosas como esta?
ResponderBorrarQue sin poder remediarlo, me pongo a comparar tu país con este mío, que de serlo de veras, ya lo había vendido, o como poco, vendado de tantas heridas purulentas que tiene y más que le van saliendo...
Es increíble el suceso y sin embargo, no he dejado de creérmelo desde el principio, porque, como digo, comparativamente hablando, con la de cosas asombrosas que se nos regalan en nuestros respectivos, la capacidad de asombro, precisamente, va y se nos pierde, mira tú!
Kafka, que sabía mucho de historias rocambolescas, estaría encantado de poder elegir lugar para escenificar sus obras.
;)
Más besos.
Me encanta la palabra "rocambolescas". No la conocía. Aplica mucho a nuestras realidades, sin dudas.
ResponderBorrarMuchos besos y muchas gracias por partida doble, Marinel.
Fer