domingo, 19 de abril de 2015

El cementerio de libros



"Deus providebit sibi victimam holocausti fili mi"
("Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío") 
Génesis XXII. 8

   Entre activistas políticos camorreros a los que tuvo que atajar la Metropolitana en pleno parque, pibes potreando con la pelota en un rectángulo de tierra seca sobre Avenida Ángel Gallardo, paseantes de perros que hacen que sus mascotas adornen las veredas maltrechas y demasiados puestos malolientes de choripanes, van a morir, indignos, los libros usados y descuajados al cementerio de libros de Parque Centenario. No hay mayor tesoro en su enflaquecido haber que esos libros por los que su padre pagó un ojo de la cara para su formación, que fueron a la cama con ella en sus noches de estudiante, que llevaban sus anotaciones en lápiz, que la hicieron lo poco o lo mucho que es hoy. Ayer los vendió a regañadientes por su estado calamitoso en un regateo asqueroso a un tipo a quien no podía sostenerle la mirada, ave de rapiña, mugroso, por unos miserables cuatrocientos pesos que empezaron por ser doscientos. Eran ochenta y cinco libros vencidos en total. Y manejó todo el camino de vuelta a casa con el sobrante que, por alguna razón que sólo Dios conoce, al igual que su derrotero, el tipo al final no agarró. La miraban, perplejos, tirados sobre el asiento del acompañante, mientras ella se descocía en pucheros sin poder manotear el pañuelo pensando en que todo eso que le había costado tanto lo acababa de rifar al mejor postor en esa inmundicia de cementerio por unos heréticos cuatrocientos pesos nada más.


A boca de jarro

14 comentarios:

  1. uffff me dejo un gusto amargo en mi boca tu escrito

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    1. Se pasa comiendo algo dulce, Carlos. Muchas gracias por la visita.

      Fer

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  2. Tengo miles de libros, los hay por toda la casa, pero tengo la impresión de que pertenecen a un tiempo anterior a este. A veces pienso también deshacerme de ellos. ¿Para qué los quiero ya? No veo que mis hijas tengan un ardite de interés en ese prodigio legado que son. Son como yo. Necesitan descubrir el mundo por sí mismas. No recibir herencias que para nada quieren. Pienso que venderlos por cuatrocientos pesos o por cien euros no sería mala oferta. Realmente siento que son un atavismo del pasado y me asombro de pensarlo. Yo que tanto los quise pero ahora los siento como lastre. Polvo.

    Un fuerte abrazo, Fer.

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    1. Si te desprendes de ellos, verás lo horrible que se siente. Te aconsejaría que no lo hagas: dónalos o regálalos, en todo caso, pero que no haya una asquerosa transacción comercial por algo que forma parte de tu pasado, que tu pasado no tiene precio, estimado Joselu, tu pasado hace de ti quien eres hoy.

      Un fuerte abrazo y muchas gracias.

      Fer

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  3. Habrá los que prefieran quedarse con ellos y los que se deshagan de su vejez. Muy bueno tu micro Fer, da para pensar en el valor de los libros y su vida útil.
    Abrazo!

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    1. Me alegro de que te haya gustado, Alejandra. "Todo pasa y todo queda...(...) Lo nuestro es pasar..." ¿Será también así con los libros?
      Abrazo!

      Fer

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  4. Me duelen esas lágrimas...me duelen porque las entiendo, no porque haya vendido ninguno de mis libros que son infinidad y andan, muchos de ellos, guardados en cajas, sino porque quiero tanto a mis libros que si en alguna ocasión les ha pasado algo en otras manos...ufff, la rabia se me ha apoderado y las lágrimas se han hecho testigos.
    De todas formas...hay que vivir y si la necesidad apremia, con todo el dolor del mundo, ellos entenderán el desprendimiento.
    Lo importante, repito, es vivir.
    Muchos besos, hermosa.

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    1. Muchos besos y gracias, muchísimas, mi querida poetisa, Marinel.

      Fer

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  5. Se decía de los libros que "eran buenos amigos, que nos acompañaron tanto, y tanto nos sirvieron..." y por esos 400 pesos de lentejas vendimos a nuestros 85 compañeros, de metro, noches, estudio, etc... qué dirían si pudieran hablar. Al menos Fer, no se consumieron en la hoguera. Esa sensación rara les sucede también a los pintores, que se encariñan con sus pinturas, de forma maternal. El remedio, es tener varias firmas, con distintos estilos en la pintura, al final tus hijos no conocen a su padre artista... pero bueno, eso es otro tema. Mis libros se aguantan por doquier en lucha con mi parienta, que me insulta llamándome el Diógenes librero. No sufras, por favor... LOS E-BOOKS no podrán acabar
    con la tinta de tanto tiempo. Dificil lograr la textura de un incunable Beato de Liebana en primera piel de becerro o pergamino para códices ? Mucha labor artesanal, para hacer copias, creo.

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    1. Muy ilustrativo lo que apuntas acerca de los pintores, Jesús. Los libros jamás perecerán, no me cabe duda de ello, y jamás los quemaría. La próxima vez los regalo.

      Un abrazo y muchas gracias por tu aportación.

      Fer

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  6. Aunque viviera 500 años no tendría tiempo para leer los libros que tengo. Las enciclopedias, lamentablemente, han quedado totalmente obsoletas. Las he ofrecido a bibliotecas, pero no las quieren ni regaladas. Solo sirven como elemento de decoración. Ahora, a falta de espacio físico, lleno el Kindke y el iPad de libros electrónicos. Sé que cuando falte, alguien se encargará de llevarlos a la Hoguera de San Juan o al contenedor de papel, pero no seré yo quien los ejecute de esa manera tan penosa...

    Besos, Fer

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    1. Haces bien en no ejecutarlos. El que venga detrás, que arree. Yo aun no he logrado acostumbrerme al e-book: sigo prefiriendo el objeto libro aunque entiendo que lo nuevo es más práctico y funcional.

      Besos y gracias, Luis Antonio.

      Fer

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  7. He trabajado toda mi vida entre libros y les he perdido el respeto.
    Cuando llevas catalogado, clasificado y registrado miles de ejemplares. Cuando, por ejemplo, pasan por tus manos libros viejos de bolsillo, donados por un particular que adoraban su tesoro bibliografíco, pero que ahora en tus manos se descoyuntan al ponerles una elemental alarma antirobo. Cuando ves todo eso y te preguntas. ¿para qué?
    Antes me parecía una aberración lo que hacía Pepe Carvalho en las novelas de Montalbán quemando sus libros en la chimenea. Ahora casi lo entiendo.
    Nos apegamos a los objetos físicos pensando que podemos retener lo que ellos han suscitado en nuestras emociones olvidando que ellas solo tienen un habitat natural, la propia cabeza.
    Besos

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    1. Tienes un buen punto, pero me sentí horrible al momento de desprenderme de los míos. Ahora ya lo estoy procesando...

      Besos y gracias, amigo Krapp.

      Fer

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