miércoles, 26 de agosto de 2015

La pelota

Tarsila do Amaral, "Abaporu", 1928




"Deja que ruede 
Como el aire entre las hojas 
Todo es oro, todo es sal 

Que llegará el día 
Que no quemen sus recuerdos 
Que se apagará el dolor 

Personalmente creo 
Que todo esto es una locura..."


               Las pelotas, "Personalmente"

      Ya hacía varios días seguidos que amanecía antes que el sol, pero una de estas madrugadas una molestia ardiente me desalojó de la cama a las cuatro de la mañana. Sentí como una pelota atascada en la boca del estómago que se me subió hasta la garganta después del desayuno, cuando ya todos se habían ido a atender su juego. Restándole importancia, y dura como soy para lanzar, me tomé una Buscapina con un jugo de naranja y arremetí con los quehaceres de rutina para acallar mi conciencia ancestral: barrer la vereda, poner la ropa a lavar cosa que ha ganado en volumen últimamente, muy a mi pesar, tender bien las camas de los chicos, poner orden en los placares, limpiar los baños y decidir el menú del día.

Emergí del claustro ya ordenado pasadas las diez por los víveres para pergeñar algo para el almuerzo y, al comenzar la marcha, noté que la pelota se había reducido en tamaño pero seguía atorada, rebotando dentro de mi esófago. A la actividad de esa acidez gástrica y la falta de sueño se le sumaba la resaca de todos los cafés que me había tomado en un intento por neutralizar el desasosiego, entre que subía y bajaba armada hasta los dientes de trapos y aspiradora. Suelo preguntarme a esas alturas de mi yugo cotidiano cómo harían mis abuelas para dejar todo reluciente sin aspiradora y sin chistar. Y hay que ver cómo le daban a la cocina ellas. Lo mío no es cocinar, lo sé: se trata de una estrategia de supervivencia, un mal necesario. No funciona como terapia ni como acto de realización personal, lamentablemente. Lo que sigo sin saber todavía es qué será lo que sí funciona para acatar el mandato de trascendencia que heredé de la noble rama paterna de mi árbol. Todas estas rumiaciones, y algunas ensoñaciones pintorescas, me acompañan allá donde vaya desde que dejé de trabajar.

Volví cargada a la media hora, tiré las bolsas sobre la mesa y encendí la radio para hacer el ritual doméstico algo más llevadero, pero esta estación que se escucha bien desde la cocina pasaba música que me pegaba como latosa, y las noticias cargaban con un insufrible lastre oficialista que me irritaba aun más. ¡Ay, si la abuela me viera! Quedaría desheredada de esos libros de cocina ilustrados de tapa dura que aparecieron en lo de mi vieja y encontraron mejor puerto en la cocina de mi hermana, cuatro años más lejos de los cincuenta y mil años más aplacada y domesticada que yo. 

Almuerzo al paso con los chicos  ahora, dueños de muchos silencios, pocos o nulos aplausos para el platillo que se limpian de un zaque y siempre apurados por irse a sus cuartos a enchufarse a sus aparatos y a desenchufarse de mamá, acuso sensación de haber comido demasiado rápido, demasiado fuerte, demasiado; le doy rauda puesta a punto a la cocina y me rindo en una obligada siesta sobre el sillón del living para poder llegar a la noche entera. Él siempre vuelve a casa recién pasadas las seis. Se impone caminata bajo un tibio sol de media tarde, y me voy al parque mascando chicle, mirada impasible y sonrisa falsa para la vecina de la esquina que suele estar en la puerta a esa hora, sacando al perro a cagar. No la puedo ver a esta tipa, que larga al perro todas las mañanas y lo deja mear en el cantero de mi árbol o sobre el portón de mi garaje, pero la saludo igual. Y en ese preciso momento, cuando estoy dejando atrás a la vecina y a su asqueroso perro, noto que la pelota se convierte en náusea.

Tanta cosa que se observa por cortesía, por obligación aprendida, por condescendencia auto-impuesta, que se ve que se formó una pelota de enojo en el estómago, bah, una pelota de ira: llamemos a las cosas por su nombre de una puta vez. Tanto enojo con la vida porque las cosas no te salieron como vos soñaste a los veinte, y después, a los treinta, y un rato más tarde, a los cuarenta. Lo bueno es que ahora, en el despojado umbral de los cincuenta, ya no hay a quién tirarle la pelota.


Tarsila de Amaral, "Estudo Nú", 1923




Las pelotas - Personalmente


A boca de jarro


15 comentarios:

  1. Lo has descrito muy bien. Los sentimientos se convierten en una pelota terrible dentro de nuestro ser al no expresarlos. Un saludo.

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    1. Gracias por atajar esa pelota ;)!

      Un cordial saludo.

      Fer

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  2. ¿Qué puedo decirte Fer? yo trabajo, pero la rutina doméstica me supera. Y más que un acto cotidiano es pararte a pensar y questionarte tus necesidades. Sabes como has vivido tu vida has hoy, ¿Pero cómo deseas que sean los próximos diez años?
    No sé si es una narración ficticia, pero te aseguro que me he sentido totalmente identificada.
    Un fuerte abrazo

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    1. Cuestionarte tus necesidades... ¿No te pasa, Marybel, que a veces ya ni sabes dónde quedaron esas pobres hijas huérfanas?
      No tengo idea de cómo deseo vivir los próximos diez años ya. Ni siquiera tengo la certeza de que los vaya a vivir, porque ese temor es nuevo y punzante: el haber visto cómo se apagan tantas vidas dolorosamente, vidas que empezaron más o menos cuando la mía, me ha hecho darme cuenta de que lo mismo me puede suceder a mí también. Por lo cual, te digo, Marybel, ya me cansé de pensar en el cómo y en el cuándo. Sólo quiero vivir y ya.
      Casi nada de todo esto es ficticio: me pasa de verdad.

      Un beso y gracias por tu presencia, Marybel!

      Fer

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  3. Tremendo lo que cuentas, tan real, tan del día a día de todas… Pero lo que he de destacarte es el fabuloso ritmo narrativo que le has dado. Una crónica que engancha, magníficamente escrita, profunda, visual, emocionante. Enhorabuena por este texto impecable.
    Y, cómo no, que no se repita esta pelota puñetera.
    Un beso, Fer.

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    1. Es absolutamente real, mi querida Isabel. En cuanto a la narración, a ti te confieso que me llevó días pensarla para que saliera de modo que sonara parecida a lo que siento y lo que vivo, a todo lo que rebota dentro de mi cabeza y de mi cuerpo como una pelota. Me alegra profundamente que lo hayas recibido tal como lo signifiqué como lectora calificada, porque lo he trabajado y pulido bastante. Me resulta un ejercicio fascinante!!!

      Un beso grande y muchas gracias, Isabel.

      Fer

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  4. Hay que vomitar esa pelota, amiga Fer. Y llevarse bien con la vida. Al fin y al cabo, ella no tiene la culpa de nuestras ensoñaciones. Y, además, es lo único que tenemos... Así que mejor ser amigos.
    Seguro que, dejando un poco de lado nuestras cuitas, descubrimos rincones de luz entre sus aparentes sombras.

    Un abrazo.

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    1. Soy algo dura para vomitar, mi querido Antonio. Camino mucho y estoy aprendiendo a respirar, y eso ayuda bastante a sacar pa'afuera todas esas "cuitas". Me das un buen consejo, amigo, y te lo agradezco. Intento seguirlo, te lo aseguro. Pero una tiene sus días y sus rachas también, qué se le va a hacer.

      Un abrazo.

      Fer

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  5. No soy mujer pero he sentido esa bola en el estómago leyendo tu escrito. Náusea ante la situación de ser mujer a los cuarenta y ver a los hijos crecer queriéndose deshacer de nosotros (yo veo a las mías del mismo modo), una vida rutinaria que se percibe sin sentido, lejos de lo que uno soñó en otro tiempo, aplastada en las tareas del hogar... Creo que lo has narrado perfectamente, se percibe la ansiedad y la angustia que late detrás de ello y en la falta de alicientes sobre qué poner a la vida para hacerla llevadera y apasionante (ojalá). Supongo que faltan metas, algo que dé sentido al vacío diario en aras de objetivos más amplios que ilusionen. Yo te diría que hicieras algo que te produjera felicidad, algo que te motive desde dentro sea lo que sea, no te dejes hundir en el tráfago insoportable de la cotidianidad. No sé si es por ser hombre, pero voy buscando y encontrando motivaciones que me impulsan y hacen crecer una suerte de felicidad interior por luchar por ellas. La fotografía, la literatura, mis clases, las caminatas. Todo mezclado hace que mi rutina no sea tal sino una aventura que merece la pena abordar. Pero ya te digo que no sé si es por ser hombre y vivirlo de otra manera. Las mujeres -habitualmente- sentís el peso de la casa y las faenas domésticas como una maldición de la que no podéis alejaros. Mi mujer se queja de nuestras hijas y de su falta de colaboración en la casa (aunque hacen mucho más que otras adolescentes). Yo procuro dar poco trabajo y hacer mi parte, pero la casa no es mi centro, eso lo confieso. Puedo vivir con cierto desorden.

    Hace poco hablaste de que habías conseguido trabajo pero no sé en qué quedó aquello. Por lo que deduzco no ha sido así, pues no hablas de ello.

    Te envío un abrazo profundo y cálido esperando que esa bola termine por pasar.

    Joselu

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    1. Tu mujer seguro entiende la parte doméstica, y también, como ella, me quejo de los chicos, aunque, como las tuyas, hacen mucho más que otros chicos de sus edad. A diferencia tuya, mi querido Joselu, yo no soporto el desorden, Soy un TOC con patas y lucho contra él, contra mi ansiedad, contra ese vacío existencial y esa angustia que asumo casi como un nombre propio y que se me hace tan acuciante ahora que mi esposo pasa tantas horas fuera de casa por el maldito trabajo y los chicos, también, siendo más grandes e independientes ya. Ahora parten de viaje, casi al unísono, marido e hijo varón (el mayor), y a mí se me viene la casa encima.
      Tú tienes la enorme virtud de leerme como un libro abierto en lo que respecta a lo emocional, Joselu. Das siempre en el clavo cuando le pones nombre a mis sentires y a sus razones profundas.Y te aseguro que busco caminos alternativos, he buscado trabajo, he tomado y he abandonado puestos que no me satisfacían ni en lo profesional ni en lo material, y a estas alturas, priorizo mi realización, esa sensación de tener la vida llena y de hacer algo que me haga fluir y me apasione ante todo lo que se considera "redituable", aunque las cosas no están nada fáciles aquí en cuanto a lo monetario. Pero no logro terminar de encontrar mi lugar en el mundo.
      Este año, ni bien dejé ese trabajo del cual te acuerdas, que no resultó nada bien, me apunté a un curso de traducción para que mi nivel de inglés no mermara y por probar algo diferente. Me gusta traducir. Sucede que los cursos serios son muy costosos, y nadie me asegura que encontraré una salida laboral, ya que, a fin de cuentas, existe la carrera de traducción. Para hacer otra carrera no me da. Soy demasiado realista para eso. Ya tengo 47.

      (Continúa abajo)

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  6. Te sigo contando, Joselu, que no se permite publicar tantos caracteres ni en Blogger ya...

    Luego realicé una clínica literaria para aprender a escribir cuentos, pero el teléfono no sonó al día siguiente con ofertas de trabajo... Me dieron como consigna escribir un cuento aplicando las técnicas expuestas en el evento, un relato que no excediera cierto número de caracteres, y si bien cumplí con el ejercicio y, según nos han dicho, se hará una selección de cuentos para publicar como exponentes de esa clínica, la imposición de un límite de palabras me ha hecho ver que escribir por encargo puede tener sus bemoles. Lo mismo me sucedió en un par de concursos literarios de los cuales no he tenido noticia. La demanda de acatar un tema y observar tantos límites atenta contra mi inspiración y me enfada, no saca lo mejor de mí, y creo que de nadie, pero debería hablarlo con un profesional de la salud mental, de esos que te cobran por medicarte y por echarte rótulos encima como los que he visto hasta ahora. Verás que sí estoy fula, Joselu, perdóname, que no es con nadie en particular la cosa, es con el mundo.
    Pensé también que me vendría bien conocer gente nueva con intereses parecidos a los míos, pero en el mundo adulto muchos "adultos" se comportan como chiquilines inmaduros y sacan a relucir sus logros y sus medallas al momento de crear vínculos, compiten a la hora de colaborar e interactuar, y eso me da por el reverendo forro de esas que no tengo. Detesto ese costado de la vida profesional en el que la gente se ve obligada a pelar chapa para entrar no sé bien a dónde. Me hartó eso de mi ambiente profesional, y ahora noto que abunda en otros, esos egos inflados, esos miedos injustificados ante el hecho de asumir que nos equivocamos, que estamos aprendiendo, que no somos todos Gardel y que no pasa nada por eso.
    Me asumo como un espíritu libre y sé que se paga un alto precio por intentar conservar esa libertad que sólo encuentro a ratos, como todos, aquí por ejemplo, donde todo es por amor al arte. Son muy pocos los privilegiados que pueden vivir del arte. Para los demás, como siempre me dice mi esposo, "El arte es cagarte de frío"... ;)!!!
    Ya está entrando la primavera aquí, así que aprovecho para hacer largas caminatas, escuchar mucha música y leer todo lo que puedo antes de caer dormida sobre el libro abierto.

    Vaya un profundo y cálido abrazo lleno de gratitud para ti también y disculpa toda la lata.

    Fer

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  7. Como me molesta tener que pensar qué hacer de comer Fer, es una tortura pararme frente a la gondola del super y tener que pensar...
    Respecto al relato...me llevaste como piña. Me encanta la forma del relato.
    Personalmente, exquisito tema de Las Pelotas.
    Besote, abrazo...vamos que podemos linda!

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    1. Yo sabía que no me pasaba sólo a mí, Dana querida:¡gracias! Sobre todo, me revienta porque, hagas lo que hagas, no dura nunca... Ayer me mandé una tortilla de ocho huevos. Ahora la horneo para que salga más grande, porque me quemaba toda y enchastraba toda la cocina cuando daba vuelta el sartén como lo hace mi vieja, y así y todo, no quedó ni para picadita a la noche, es una condena...

      Muchas gracias por la visita y la empatía, Dana. Te digo lo mismo: Abrazo y vamos que podemos, linda mujer!!!

      Fer

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  8. Creo que a muchos nos pasa. El tedio de un molde del que salen los días, los momentos, en fin. A veces he escupido esa pelota por que contenerla me ha resultado insoportable, pero luego me ha nacido otra jeje. Me gustó esa sinceridad que aflora en tu relato.
    Abrazos Fer.

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    1. Muchas gracias, Alejandra. Tal como dice la letra de la canción de Las Pelotas: "Deja que ruede... Todo es oro, todo es sal..."

      Abrazos!

      Fer

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