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sábado, 5 de noviembre de 2011

Neurociencias y pedagogía


  El otro día mis alumnos descubrieron que sus clases de inglés también pueden ser poco participativas, mecánicas y aburridas. Fue un castigo: para ellos y para mí, ya que no me gusta dar una clase sin interacción.  En definitiva, si uno aprende un idioma, su objetivo principal es aprender a interactuar, a comunicarse en él. Además, la clase de inglés, gracias a la riqueza de los textos que se usan actualmente, y todos los aportes multimedia que se adicionan, puede convertirse en un ámbito propicio para adquirir conocimientos de cultura general y estimular  la formulación de opinión informada.

                                                                        
  Pero estos adolescentes parecen no tener opinión, todo es relativo: "Mm, maybe, it depends..." Y si se trata de un tema que les concierne y los involucra, del que saben por experiencia de primera mano, sus opiniones serán tajantes y desafiantes, se armará un toletole en clase en el que finalmente nadie escucha a nadie, y terminarán por desubicarse lastimosamente. Esto ha venido pasando en los últimos encuentros, debido a múltiples factores. Está el tema de la indolencia y la apatía permanentes, e incluso bien vistas como algo "cool", "no nerd" entre pares, potenciada ahora por el cansancio del largo y mal diagramado año lectivo; comienza a hacer calor, y no se siente nadie a gusto en una aula pequeña hiperpoblada y mal ventilada. Están con muchas materias bajas que tienen que levantar en el colegio, por lo cual venir a la clase de inglés extra, a la que muchos asisten porque se los obliga por lo que se estima es su propio bien, se torna una carga y se vive como una pérdida de tiempo aún mayor de lo que les resulta habitualmente. La luminosidad y temperaturas primaverales de estos días invita al dolce farniente al aire libre.
                                                                      
  No sé si se los debe culpar por su falta de civilidad en el aula. Hay varias razones que nos pueden ayudar a comprender que esta generación de adolescentes no sepa discutir una idea apropiadamente y para enriqueciniento de todos, aunque haya puntos de vista divergentes. Las principales, en mi modesto entender, son culturales. Una es la falta de buenos ejemplos en los adultos que los rodean, que podemos llegar a terminar a los gritos, dando puñetazos en la mesa para demostrar que tenemos  razón. Los modelos de aquellos que deberían debatir ideas en los medios masivos de comunicación y los ámbitos de toma de decisiones para modificar nuestra realidad para mejor son pobrísimos, una muestra de intolerancia, absoluta falta de empatía y enfrascamiento mental alarmantes. Y la tercera razón por la cual sucede esto en mi clase me la explicó ayer el Dr. Roberto Rossler, a quien tuve el gusto de ver y escuchar en vivo en una charla sobre "La adolescencia, la agresividad y la toma de conductas de riesgo" que fue planteada como un taller dentro del marco del 2° Congreso Nacional sobre Violencia, Abuso y Seguridad organizado por el Municipio de San Isidro, de entrada libre y gratuita.

Dr Roberto Rossler

  Ya le dediqué una entrada a este gran hallazgo "made in Argentina". Las innovaciones de Rossler en el campo de la neurocirugía le valieron varias distinciones, como las otorgadas por la Sociedad Argentina de Neurociencias, la Asociación Argentina de Neurocirugía o la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. Es egresado de la Facultad de Medicina de la UBA con honores, donde en la actualidad se desempeña como Docente, y está a cargo de la maestría de Neuropsicología del Hospital Italiano. Su interés por la neurobiología afectiva ha quedado evidenciado en varios de sus trabajos. "Un viaje neurobiológico al interior del lenguaje" y "Bases neurobiológicas del psicoanálisis" son dos de ellos.

                              
  Para Rossler, estamos diseñados emocionalmente para tiempos prehistóricos, y nuestro sistema nervioso no ha evolucionado para adaptarse a los tiempos modernos. Con el buen sentido del humor que caracteriza sus disertaciones, afirma que el hombre fue quien se autodenominó "homo sapiens sapiens" ("hombre que sabe que sabe"), cuando en verdad la denominación más acertada que el hombre pensante debería haber elegido para autodefinirse debería ser "homo emocionalis", en Latín antiguo, como él graciosamente acota. Basta ver nuestras reacciones ante el fútbol, o dar un paseo haciendo zapping por los canales de TV, para darse cuenta de que a lo que más se apela es a aquello que no implica pensar demasiado. 

  Según Rossler, "estamos biológicamente preparados para ser agresivos". El neocórtex es lo único que nos diferencia de los mamíferos más agresivos, y somos los únicos animales que matamos a otro adulto de nuestra propia especie cuando el conflicto ya ha desaparecido o, peor aún, cuando jamás ha existido, es decir, por sed de venganza , o por odio, con fría calculación, premeditación y alevosía.

Ejemplo de un animal que mata por odio irracional 
  En la adolescencia, la corteza prefontral, "el superyó religioso y pavimento cultural", no está todavía desarrollado, es decir, el cerebro humano por eminencia, se encuentra  aún verde. Lo que sí está maduro es el cerebro reptil, el de los bajos instintos, los de supervivencia, así como el cerebro mamífero, el de esas emociones que nos dominan.  El lóbulo frontal no termina su proceso de maduración hasta alrededor de los 22 años, aunque a veces siento que, en los tiempos que corren, parece que hay cierto interés y anuencia por que nunca llegue a su plenitud...

                   
  Por lo tanto, el adolescente será pura emocionalidad e instinto, pura agresividad y desenfreno, exacerbado además por el hervidero de sus hormonas sexuales. "La adolescencia es sinónimo de conductas de riesgo", dice Rossler, y se caracteriza principalmente por desorden emocional, desproporción afectiva y distorción de los hechos. Admite también que la noción que manejamos de adolescencia  no es más que un "constructo social creado por el colegio secundario", y que cada vez se extiende más en el tiempo por cuestiones socio-culturales que deja sin explorar demasiado, ya que no entran dentro de su campo de estudio.


                                    
  El docente, el padre y la madre, cualquier adulto que enfrente al adolescente, y ni hablar de una manada de ellos, se encontrará con la necesidad del ser inmaduro de afirmarse, de afilar las garras, ya que está luchando por construir su propia identidad. Rossler lo ilustra muy gráficamente al decir que los adultos seremos invariablemente usados como sparring o punching ball, y por ende, esto no debe ser tomado como algo personal, ya que simplemente se trata de un mecanismo de defensa del joven que se siente cuestionado y avasallado en su esencia identitaria filosa e incipiente. El adolescente hará las veces de torero con nosotros, mostrándonos la flameante capa roja, y será difícil no embestir como un toro ante su incitación.

                                                                
  Y yo caí en la cuenta de que en mi clase del otro día actué como un toro. Embestí haciendo uso de todo mi cerebro contra el grupo de banderilleros que me vienen provocando para que reaccione como un toro hace semanas. Y debo admitir que a pesar de tantos argumentos racionales para explicar y entender este comportamiento adolescente, no siento culpa: después de todo, yo también soy "homo emocionalis", o quizás "femme emocionalis", y además mis hormonas femeninas no ayudan en el uso del neocórtex en ciertos momentos del mes. Pero al Dr Rossler le falta desarrollar sus estudios sobre el efecto que la conducta adolescente ejerce sobre el sexo femenino. Tiene una interasante teoría que describe las fases de inflamación testicular que esta conducta tiene sobre el varón, y se disculpa por la falta de datos sobre la mujer, ya que los ovarios no son tan fácilmente observables en sus cambios de color y tamaño debido a los distintos grados de irrigación sanguínea regulada, en este caso también, por la emocionalidad.



  Creo que más allá de toda broma, el aporte de las neurociencias a la educación así planteado resulta  valioso y relevante, pero me parece algo insuficiente, tanto para la realidad áulica como para los adolescentes que tenemos en casa, o de parranda por ahí. Seguimos necesitando de aportes múltiples: la pedagogía debe incorporar estos hallazgos para iluminar la práctica docente, que es una realidad compleja y multifacética. Deberíamos seguir planteándonos como sociedad toda el tema de qué perspectivas les ofrecemos a nuestros jóvenes que les permitan encontrar un buen motivo para estudiar entusiasmados con miras a oportunidades más certeras y concretas de realización de esa identidad que tan doloroso resulta construir, y educarlos para la vida, en y con valores y límites, sobre todo, quienes ejercemos de padres sin ningún título, estudio universitario, por pura vocación. Es hora de que le demos una mano a nuestra biología mostrando los dientes de tanto en tanto, cuando nuestro lóbulo frontal nos dé un guiño, como hacen los mamíferos superiores para demarcar territorio, y que revisemos qué proyecto de vida tenemos nosotros mismos y como sociedad toda. Es ambicioso, lo sé, pero creo que de empezar a andar ese camino se trata. Soy consciente de que la mera mención de la palabra "límites" exacerba mucha memoria afectiva de un pasado autoritario, donde la figura de la sanción y el castigo académico fue usada de modo represivo: yo misma he sido víctima de ese mal. Pero tal vez ha llegado el tiempo de plantearnos que nos hemos posicionado en un lugar muy blando, laxo, en el lassez faire, en aras de una libertad que los chicos todavía no pueden ejercer responsablemente, debido justamente a su biología. Es allí donde la figura maternante y paternante, y la figura docente, deberían intervenir e invertir, accionando positiva y firmemente por el propio bien de esta adolescencia nuestra siglo XXI.


A boca de jarro.

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